jueves, 17 de enero de 2008

PANORAMA DESDE EL SOLAR





Acabo de terminar la lectura del último libro publicado por Juan José Vélez Otero, “El Solar”, editado por Endymión y que ha sido galardonado con el XVIII premio de poesía “Aljabibe”.

Es muy reconfortante que estos poemas hayan sido merecedores de un premio con el prestigio del que nos ocupa porque, como suele suceder cuando los libros son buenos, gana el premio, gana la poesía, y sobre todo gana el lector debido a que, desgraciadamente, si la obra de muchos autores contemporáneos no anduviera sometida al escrutinio de los certámenes, no llegaría nunca hasta nosotros. Tan peregrina es la industria editorial de nuestro país, tan miserable quizá.

Como me encuentro entre los amigos de Vélez y tengo la suerte de contar, además de con su amistad, con su confianza a la hora de tratar y perorar sobre poesía y otros vicios, uno ya había leído el manuscrito de este libro. Debo confesar, no obstante, que esa primera y casi clandestina lectura de “El Solar” no produjo en mí la impresión que ha suscitado este segundo acercamiento al territorio amargo y baldío al que alude el título del poemario.

No es que me hayan condicionado los lujos y las galanterías con que el libro premiado y prestigiado por el éxito ha vuelto a estar entre mis manos y, sobre todo, entre mis pensamientos de estos días. Intuyo que lo que ha ocurrido es que la primera lectura estuvo acompañada de otras dos excelentes obras del poeta: “Juegos de Misantropía” y “La soledad del Nómada”, galardonadas con los premios “El Ermitaño” y “Cáceres Patrimonio de la Humanidad”, respectivamente, y no supe entonces escudriñar la singularidad conmovedora de “El Solar” , que es la justa culminación de esa especie de trilogía existencialista, en la que Juan José Vélez ha vertido, en feliz armonía, su sapiencia técnica y su sabiduría filosófica y vital.

Para desencantarse- y este libro es sobre todo una serena constatación del desencanto- antes hay que haber estado encantado. Yo creo que Juan José Vélez lo estuvo, como casi todos, aunque ya sabemos que hay quien nace póstumo, pero al final ha sentido como reza en unos versos estremecedores del poemario “ La respuesta del humo/ el cristal de la niebla/ el cuchillo del tiempo/ lo que nota una momia al romperle el vendaje”. Los títulos de las distintas partes en que está dividido el libro justifican, creo, esta idea; “Intemperie” , “El miedo”, “El liquen de las piedras” …En cada una de ellas se abisma la mirada del poeta frente a un mundo inmiscuido en “la negociación colectiva del gremio de la desilusión” si bien, en los poemas de la “Intemperie” todavía se nos reserva el estupor, el asombro ante lo que inexorablemente se ha perdido: “El terrible momento, / en el que a un hombre le queda/ solamente el pasado” .
En los poemas de “El miedo” la segunda parte de las tres que componen el libro, ese miedo que ronda al ser humano tiene con ver con la esperanza, que a pesar de la contundencia con que la vida se encarga de propinar sus golpes, tan terribles que uno, con Vallejo, no sabe de dónde vienen, conserva la capacidad del anhelo, y da miedo porque conocemos el precio, a saber: la desilusión y el abatimiento.
Poco le importa a la esperanza que se la vuelva a catalogar de puta, sabe de la conmovedora capacidad del ser humano para seguir el camino, por mucho que sepamos hacia dónde lleva. Caemos, fieramente humanos, en pensamientos llenos de juventud y de fuerza, pero inútiles: “Quién no ha pensado alguna vez/ que la alegría habrá de llegar”

Esa voluntad de entusiasmarse no es tan fácil desterrarla, por más que hayamos comprobado que a veces lo que nos representa públicamente no es más que la foto de un muerto en un DNI , por eso todavía avanzamos en una oración retórica que pide auxilio sin patetismo, amor sin chantajes o sexo limpio, sin otros abalorios que el gozo genital y la pasión por los cuerpos. “Ven desnuda/ a dormir conmigo bajo la tempestad y la niebla”.

Ahora entiendo algunas cosas. El poeta Juan José Vélez Otero nació en Sanlúcar de Barrameda hace los años suficientes como para que su mirada se haya ido enturbiando.
Ha tenido esperanzas. Las repartió por la condición humana, por el futuro, por los anhelos de libertad y justicia, ha manejado la ilusión y los sueños, ha frecuentado los senderos del amor y del deseo, pero en este periplo viene comprobando las miserias con que sanciona el tiempo esta breve jornada que es el vivir, que más o menos diría Quevedo.

Asumo muchas de las sentencias que Juan José Vélez me ha confiado algunas madrugadas de conversación y vino. Coincido con él en la vocación de honestidad con la que tratamos de consumir nuestros días y nuestras noches, nuestro ejercicio literario y nuestro ejercicio cívico y ciudadano. Pero metido hasta las trancas en este árido solar, en esta intemperie en la que agonizan los restos del naufragio, en estos miedos a caer nuevamente en nosotros mismos, temerosos también de convertirnos en estatuas por las que van haciendo burla las palomas del tiempo con sus ruinas de excremento y de que el liquen nos crezca como una rúbrica de melancolía, mansedumbre y hastío, he comprobado lo mucho que puede enseñarme este hombre, que es mi amigo, que es mi compinche en la celebración de la risa estupefacta y que, tras la lectura atenta de “El Solar”, es también y así lo declaro, mi maestro.

martes, 8 de enero de 2008

NUEVA SINGLADURA


Comienza la nueva singladura. Ahora, a seguir viviendo, que no se puede andar todo el día de fiesta como si fuésemos poetas líricos de la generación del cincuenta, tan etílicos ellos y tan puteros.

Sigamos, pues, poniendo fechas. Primero que nada, el topicazo de los nuevos y buenos propósitos, estos que olvidaremos en cuanto la resaca del festejo nos devuelva a la melancolía del invierno y nos veamos tan ridículos con el chándal en el gimnasio.

O nos reconozcamos enmonados como yonkis, por haber cometido la imprudencia de dejar el tabaco unos días, sabiendo que volveremos a inspirar el humo impío y que no hemos sacado en limpio tras estos escasos días de abstinencia, otra cosa que angustia.

O nos sorprendamos lampando por una cervecita, por un bistec ensangrentado, por un grasiento potaje, nosotros que somos humanos, demasiado humanos, y no podemos enajenarnos de la perseverancia con que nuestros vicios nos han ido conformando, convirtiéndonos en lo que somos.

Segundo propósito: saber lo que somos.

Carne a veces excesiva, sexo y deseo domado por el barbecho de los sentimientos, por la vulgaridad de las costumbres, por el aburguesamiento vomitivo de las pasiones, sueños casi siempre malogrados, hombres y mujeres frágiles y expuestos a la enfermedad, a la asfixia, a las fluctuaciones de los mercados, a las extravagancias financieras de los bancos, que ahora prestan y mañana no, que hoy saludan y mañana embargan, a los delirios de los jerifaltes de la tribu, que hoy conceden y mañana coartan, que hoy nos hacen sentir libres y mañana nos meterán en la cárcel.

Que hoy firman la paz y mañana nos abocan a la guerra.

Somos, en definitiva, los extras de la historia universal y en este rodaje, apenas nos enfoca la cámara y cuando lo hace debemos tener ojo con que no sea para burlarse, para ver cómo morimos o para ver cómo matamos.

Deambulamos por el tiempo en una víspera constante hasta la jornada final que, no es por ponerme cabrón, pero es la muerte. Mientras tanto; vivimos.

Casi siempre anhelantes del viernes, del próximo puente, de las vacaciones de verano…eso los que estamos inmersos en el mundo laboral más o menos normal.

Luego hay otros mundos que están en éste, que no son de marcianos ni fantasmas, en esos mundos viven los que esperan ser convocados para cualquier porquería de trabajo en las colas del paro, los que esperan la llegada de la patera en las costas de África o los que esperan con mansedumbre el subsidio en las puertas de los bancos y las cajas de ahorro, los primeros de mes, temprano, muy temprano porque nunca se sabe; si se acaba el dinero, si nos lo han retirado, el subsidio, o si no nos van a pagar ese día porque alguien no ha hecho sus deberes.

Los subsidiados están poseídos por todos los terrores. Los asalariados menos. A veces hasta sacan pecho y se ponen estupendos, pensando que el país, el sindicato o el partido político, están con ellos y los protegen. Un poquito los protegen, sólo un poquito, porque en cuanto se pasen sacando el pecho, se producirá ese fenómeno post capitalista, llamado “deslocalización” y se llevarán los dueños del cortijo, el cortijo productivo a otros lugares en los que la clase trabajadora (eufemismo de la vieja clase obrera) no tengan tan desarrollados los pectorales reivindicativos.

El calendario se llena de acontecimientos y está muy bien que así sea, fiestas de guardar, bodas de amigos, divorcios, premios y brindis, asuetos y viajes.

Tendremos que alimentarlos, a los días, para que no se nos mustie la esperanza, para volver a hacer el ridículo con nuestras misérrimas aspiraciones sociales, económicas, políticas o amorosas.

Qué vamos a hacerle, como decía la milonga de Gardel “Hay que vivir, viejo, hay que vivir” sobre todo cuando sabemos que la vida, con todas sus grandezas y miserias, es lo único que tenemos. Y los ateos, ni te cuento. Sabemos que la vida es lo único que tendremos.

Que piensa uno que ya que estamos en tantas fantasías, podía uno haber seguido con esa; la de la ultratumba, por pasar por este valle de lágrimas más a gustito y con más esperanzas. Pero ya sabemos, con Camus, que la esperanza es lo último que se perdió.