miércoles, 26 de marzo de 2008

EN UNA BARCA


A mí me gusta soñar que estoy pescando en una barquita, como Fredo Corleone, pero sin el cabrón del Michael como hermano. Aludo a esa escena de la segunda parte de “El Padrino”, porque siempre me conmueve esa confianza en ser perdonado del traidor, que lo fue por débil y cobarde más que por perversidad. El pobre Fredo con su caña de pescar, musitando una oración para atraer a los peces y sin imaginar la sentencia de muerte que contra él ha dictado su propio hermano.

Lo de la barquita es un bucolismo que tiene uno, los hay que puestos a soñar se ponen estupendos y sólo se ven a gusto, en esa arcadia onírica, pilotando un yate con retretes bañados en oro, como el moro aquel. Yo no, yo me conformo con mi chalupa, la pobreza tiene esos atavismo; hasta para soñar ha terminado uno siendo modesto.

A mí, como digo, me gusta soñar que estoy en una barquita pensando lo bien que está eso de que los gays y las lesbianas se puedan casar tranquilamente, sin que nadie vocifere a nuestro lado: maricones, pervertidos, ni ninguna otra infamia fascista. Les ha oído uno muchas veces; por la radio, por la televisión, en las barras de los bares, profiriendo esas sentencias bestias, incluso alguna vez ha tenido uno que intervenir cuando el más inteligente de todos ha soltado por su boquita genialidades como: “Entonces, mañana voy yo al juzgado y digo que me quiero casar con mi perro”. Y se queda uno pensando si el majarón lo que quiere decir es, que en su escala evolutiva se siente él más cerca de un perro que de un gay, o si lo que le ocurre es que en su escala de valores fascistas, no puede considerar al gay más o menos que un perro.

A mí me gusta soñar que cuando estoy en esa barquita, valorando el esfuerzo que se hizo por acabar de una vez por todas con el asesinato político, con la pena de muerte dictada por una banda de peligrosos paletos cuyo discurso político empieza en la mitología del terruño y en asideros más o menos marxistas mal digeridos, y concluye en esa vomitera de la dramática prosa de las balas, del secuestro y del chantaje. Alguna vez tendrán que arrepentirse, digo yo, de haber matado a la gente. Alguna vez se caerá todo ese pútrido edificio que han montando para justificar y justificarse. ¿O no? ¿O nunca vamos a tener el gusto de escuchar a los pistoleros confesar su vergüenza? Por una parte debería seguir funcionando la represión y todo eso, la cárcel, el hostigamiento del estado a aquellos que vilmente hostigan a personas indefensa y llegan con esas vilezas hasta el asesinato, pero por otra parte deberíamos entre todos inaugurar una pedagogía de la vergüenza. Como decía una canción muy antigua y muy mala de Joaquín Sabina: “Recuperar de nuevo el nombre de las cosas/ llamarle pan al pan/ vino llamarle al vino/ al sobaco, sobaco/ miserable al destino/ y al que mata llamarle de una vez asesino”

A mí me gusta, meciéndome en esa barquita, soñar con mujeres libres que como tal son consideradas por los hombres libres, soñar con hombres que no tratan, como los caricatos de las pistolas y sus secuaces, de justificar nunca el maltrato, el crimen o la violación de otra persona. Soñar, en mi utópica canoa, que cuando se termina en el amor, que como diría el clásico; ¡Vive dios que se termina! , los hombres aceptan el fin de las historias de amor, y aceptan que ninguna persona es de otra persona y que nadie tiene dueño y que, sobre todo, las entrepiernas son libres como los pajaritos que en cuanto llega la primavera entonan su canto estacionario.

Me gusta saber, en esa barquita de mis sueños, quién maneja mi barca, quién, como la de la copla, y para eso necesito libertad de información, de expresión y hasta libertad de disparates. Por eso, en vez de rezar como Fredo Corleone, ejerzo mi derecho al voto.

Con estos sueños que uno tiene, pueden imaginarse a quién NO he votado.

jueves, 20 de marzo de 2008

JUSTICIA INFINITA

Apuntabas a la cabeza de mujeres y hombres
Y ladraban los perros por los callejones.
Todo aquel bullicio de amenazas y órdenes,
Ese griterío de varones en guerra,
Y el lamento ahogado de terror en los niños.

Conseguiste abrirte paso entre chabolas
Pateando las puertas que se te antojaban.
Llevabas como un broche, colgado en la solapa
De tu corazón, la obscena propaganda
De tu justicia infinita.

Tu amada compra un vestido, un jarrón, unas flores,
Visita alegremente otra inmobiliaria
Cogida va del brazo de su mejor amiga
Y teje cada tarde sueños occidentales.
Lechera con su jarra, ajena a los fracasos,
Normal y previsible, fantasías modestas.

El precio de sus vidas compromete tu espacio,
Pero apenas arriesgas el fulgor de una lente,
¿A cuánto estará el pleonasmo a esta altura del curso?
¿Cuánto vale ahora el precio del dinero?
Con cada mensualidad vas poniendo un ladrillo

Reestructuras los tonos del gran cuarto de baño
En el que al principio os amareis como fieras
Tú y ella, felices, bien casados, pasionales
Y esta gente que lucha por otros paraísos
Por vivir como pueden sus días en la tierra.

¿Qué podrás oponer a su espanto diario,
Cuando apareces tú; el moderno cruzado?
¿qué dirás si preguntan quién te trajo a esta guerra?

¿Un puñado de euros, un chalé,
una parcela?.

martes, 11 de marzo de 2008

CONTRA EL BARRO


A Cristóbal Puebla

Cómo desfilan

Estos insensatos ángeles

Con su disfraz de nube

Que nunca nos engaña.

Prospera el tiempo

Su sedimento homicida

Y comprendo lo breve

De un espacio extraño,

La vanidad con que la noche

Nos precipita hacia otra luz

Más difusa...

Esa luz, la busco en la boca del lobo

Y aún allí temo encontrarla.

Nadie discute nuestra experiencia:

¿Por qué hemos llegado con palabras

a dejar constancia de cómo

hemos existido?

¿Para notar el bochorno de la juventud?

¿Para sentir el hinchado corazón de la provincia,

cómo contiene su esputo medieval,

cómo eleva sobre el mugriento altar de la fealdad

sus estatuas de arena?

Sólo puedo decir que la música

Se irá por donde vino

Con el sigilo característico

De un héroe al que se ignora.

Tardío vengo a dar cuenta

De la disolución y la demencia

Pero ¿no lo supe todo el tiempo?

No;

pensamos que al final aquella “Era”

Siempre futura

cuando llegue, cuando llegue

En silencio pretextaba-

Había pasado por nosotros

Incapaces al final de asir

Un haz de luz

Parar el tiempo.

El fuego irrepetible repite insistente

Su ceremonial de ceniza

¿Viviremos para ella?

JUAN ANTONIO GALLARDO.- (de Disoluciones y moradas)

domingo, 2 de marzo de 2008

EL DEBATE






Era un lunes cualquiera, pero habíamos decidido hacerlo un poquito mejor. Para ello, tras la cena, ocupamos cada uno de nosotros un espacio en la casa; ellas, la madre y la hija, se entretuvieron con una bonita película de cárceles, de funcionarios de prisiones medio beatos, y de delincuentes a los que todos teníamos ganas de perdonar, sobre todo a uno negro y grande como la noche que echaba además, polvo de estrellas por la boca y sanaba a las personas con esa especie de vomitera mística.

Uno se metió en su estudio y anduvo jugueteando melodías con la guitarra y con un piano eléctrico de oferta, ochenta y tantos euros con atril incluido, en un supermercado alemán. Cuando fui comprobando que mi impericia ante el teclado y que mis previsibles escalas super pentatónicas en torno al mástil, iban camino de estropear la noche, me refugié en las sentencias y los aforismos del viejo amigo E.M. Cioran, agrupadas esta vez bajo el título “Ese maldito yo”.

Me acomodé en el sillón y de vez en cuando tenía que levantarme porque había puesto en el reproductor de compactos la tercera de Beethoven, y casi todas las personas en la intimidad, cuando escuchan esta música maravillosa hacen alguna tontería, espantar el aire como si se fuera el director de la orquesta, mover la batuta imaginaria, que es una manera de firmar, entre los efluvios del sonido, nuestro agradecimiento al maestro por haber nacido y habernos regalado esa posibilidad de creer en el hombre, en la libertad y hasta en la divinidad, esto ya dependiendo de los cubatas con los que uno haya ido pertrechándose para pasar la noche.

A pesar de tanta placidez, notaba una inquietud muy desagradable, una de esas cosas que nunca te pasaban hace diez o doce años. Un cosquilleo que comenzaba por el estómago y luego se alojaba en el pecho de uno, y suspiraba uno a la manera que debió hacerlo Gustavo Adolfo, cuando sentía ese romanticismo a chorros y tenía que soltar cosas como que “marchitará la rosa el viento helado”.

Me dije: veremos si consigo conciliar el sueño esta noche.
Para mi sorpresa me dormí enseguida, como los bebés en ese limbo de lucecitas y de maternales senos. No sé si hubo lucecitas y bueno, lo de los senos no hubiese estado mal, pero en mi sueño se colaron como un ejército invasor, tornando aquel remanso en pesadilla, las jetas de dos tipos, uno con las cejas arqueadas y cara de niño bueno, pero perversillo, un estratega de los sentimientos nobles, que recitaba una especie de Mantra de números, decía: Hemos crecido durante estos cuatro años más que la media europea y estamos en renta per cápita por encima de Italia. Y luego, titubeaba un poco, y mirándome fijamente como un hipnotizador de circo decimonónico, me pedía confianza y me prometía cuatrocientos euros, una guardería entera para mí y me garantizaba que cuando me fallasen las piernas, o dejara de regirme el cerebro, me iba a ayudar bastante y me iba a poner a un amigo o amiga siempre a mi lado para que no me tuviese que morir de pena y de soledad.

Enfrente había otro tipo, éste más socarrón, que me hablaba siempre en primera persona, como los dueños de las empresas, y me decía con media sonrisa que tuviese mucho cuidado con los negros y con los moros, me reñía un poquito, pero luego me arrullaba entre sus brazos y me garantizaba que si me hacía homosexual me podría juntar con quien quisiera pero sin llamarlo matrimonio y también recitaba salmos numéricos, lo que pasa es que donde el de las cejas arqueadas decía que todo iba debuten, el de las barbas y las gafas, describía un desastre que daba miedo, vamos que daban ganas de coger al de las cejas y depilarlo por embustero.

La pesadilla terminaba con el de las cejas deseándome buenas noches y buena suerte, manda huevos. Y con el de las barbas contando un cuento de una niña que daba grima. Mi despertar fue más poético, recité como un poseído aquello de León Felipe: “Que no me cuenten cuentos que vengo de muy lejos y sé todos los cuentos”. ¡Por dios!