viernes, 22 de enero de 2010

PAISAJE CON FIGURAS


No hay forma de salvarse cuando la ebria electricidad de la noche se hace contigo. No hay forma de decir que no a esa mirada roja de gato o de gata noctámbula que viene con su regalo de ron y de hielo a tentarte. A ofrecerte sus infiernos, a enmendarte la tristeza con que encaras la madrugada.

Vendrán todos a la ceremonia; la cohorte de pelmazos titubeantes, a los que la lengua se les mueve moribunda y a los que llevas horas- tal vez años- sin entender ni una palabra.

Los canallitas de fin de semana con sus mejores bufandas, los rockeros de la provincia infame con su sermón de guitarristas más buenos y de guitarristas más malos, el viva la virgen flamenquito con su ensortijada melena y sus compadreos babosos, contando siempre trolas de improbables triunfos y de sospechosas amistades, con un moco blanco asomando por el agujero de la nariz como una advertencia.

Los poetas líricos vestidos de poetas, o de mamarrachos, fingiendo porque está de moda ahora, una indiferencia muy grande ante las miserables vidas de la legión de iletrados y catetos a babor que les rodea.

Los tajarinas legendarios y de toda la vida, ya muy viejos, muy arrinconados en el fondo humeante de los garitos, bebiendo su güisqui y mirando a las muchachas tan jóvenes y tan inalcanzables, buscando con disimulo al camello que porta su porquería narcótica para soportar la soledad impía con que sanciona la noche a los perdedores.

Las separadas y divorciadas hace poco, recién teñidas de rubia, moviendo la cabeza y sus mechas esperanzadas, liberadas del lastre de los maromos que se pusieron gordos y calvos y feos y aún así los quisieron, pero que después se pusieron bordes, infieles y malos y por fin los mandaron con fuerza al carajo. Las separadas y las divorciadas recientes, deseando ya volver a ser amadas o ser amadas por fin, por una vez.

Las acarameladas parejas de novios nuevos, ajenas al tumulto y a las sombras que se mueven por las calles, pendientes sólo de ellos mismos, de sus muslos y de sus entrepiernas, de sus besos y de sus lenguas, del sagrado corazón del sexo , de las sagradas liturgias del deseo.

Los turbios maderos de paisano, preguntándose a sí mismos por qué no pueden dejar de ser maderos cuando se quitan el uniforme, porque no pueden arrancarse el uniforme que es como una piel laboral que los ha ido condenando con el paso de los años, y saludar, desnudos de sí mismos, normalmente a las personas.

Los revolucionarios con sueldo fijo o subvenciones eternas, pontificando desde sus altares sobre la cobardía de los presentes, que siguen emborrachándose hasta el paroxismo , que se atreven con todas las sustancias y con todas las mujeres y no se atreven nunca a desfilar y llegar , cantando coplas republicanas, hasta las barricadas.

El concejalito de pueblo que va, como el madero, a estos garitos a ver cómo sigue el mundo, como suena el suelo sin alfombras rojas y cómo resulta eso de pedir un cubata y pagarlo como todos. Vestido, el concejalito, de proletario con chaqueta de pana con parches en los codos, como si no hubiera pasado el tiempo, como si el futuro no estuviera ya aquí.

Tus últimas continencias, los amigos que vienen y los amigos que se van, los pajarracos y las aves nocturnas, no hay forma de enajenarse ante el bullicio de las horas encanalladas por la insinuación, los escotes, el deseo y la voluptuosidad expuestos como animales míticos sobre las barras de los bares, en las colas de los retretes, en los nevados carnés de identidad.

Monstruosa familia que se busca cada viernes sin buscarse, multitud que se asfixia y vomita, que se besa o se parte la cara en un callejón bajo la lluvia, que vuelve siempre, a alguna hora, en algún momento a enredarse en la piedad de la almohada para soñar, para morirse de otro sueño.

viernes, 15 de enero de 2010

CONTRA NATURA


Tratamos de no ser sometidos por la tiranía de los hechos, pero los hechos son tozudos y asoman por las ventanas de nuestro tiempo diciéndonos la edad que tenemos, los pliegues que los años van dejando en nuestras carnes morenas. El peso que arrastramos; la infancia y sus domésticos paraísos, la adolescencia y sus descubrimientos, la juventud y sus vicios, a los que nos hemos entregado, la fe que fuimos perdiendo, la audacia sacrificada en pos del triste apelmazamiento de nuestras vidas.

Los hechos ladran sus perrerías y nos señalan las limitaciones de nuestro talento, los apaciguamientos del deseo, las decepciones frente a las personas y las cosas. Nos advierten de nuestra situación socio económica, que diría un cursi o un politicastro de pueblo harto pan, nos determinan todo lo que pueden y con la saña incomparable de la realidad, esa vieja enjuta y fea que vomita su milenaria bilis sobre nuestros tiernos y humanos anhelos.

Y sin embargo, decía Onetti, los hechos son siempre vacios y dependen del recipiente que los contiene, por eso a la vieja enjuta de la realidad se le enfrenta a veces aquella puta verde la esperanza, aquella que tanto nos ha traicionado pero que tanto nos ha hecho seguir en la pelea. Dando a veces golpes donde no se debe, recibiendo por todas partes y quedando medio tontos de tanta hostia cabrona recibida, pero levantándonos del suelo y mirando otra vez el mundo y diciéndole con rocanrolera chulería; Aquí estoy.

Por eso me ves pasear bajo la lluvia, por mucho que llueva. Y deambular muertecito de frío por las solitarias calles del pueblo por mucho que bajen las temperaturas.
Por eso cuento las monedas de mi bolsillo para ver si me alcanza para tomar una cerveza y para invitar a un amigo callejero a otra.

Por eso me ves tarareando coplas mientras viajo de un infierno a otro, de un disturbio a otro. Y compongo versitos en la alta madrugada, que diría un poeta de pueblo harto vino, y amago trocitos de cosas que sigo amando; acordes de guitarra, canciones y artículos.

Por eso llego a casa y beso y abrazo todo lo que puedo y mi compañera me besa todo lo que puede sin ofender a la decencia o acaso ofendiéndola muy bien ofendida.

Y la hija si no sabe algo me lo pregunta y tengo suerte y lo sé y la ayudo.

Y con ellas me callo lo feo de la vieja fea de la realidad y les pongo sobre la mesa a los seres queridos las cartas más bonitas que la puta verde de la esperanza me ha dejado inventar durante la jornada.

Y los hechos se contraen en su miseria y se prepararan para el nuevo y duro asalto de mañana. Así , sopla el viento cuando enciendo una cerilla o caen chuzos de punto cuando salgo sin paraguas y , pese a todo, pese a esa perseverancia de lo nefasto, vaticinan mis santos cojones una oda a las pendencias de la meteorología.

lunes, 11 de enero de 2010


OFERTA

Mis pinceles tengo en venta
lo que pongo en tu conocimiento
por si te animaras
-tú o alguno de los tuyos-
a seguir pintando y pintando
hasta la mancha solitaria, terrible y final.

Tengo en venta mis pinceles.
Absorto como estoy
en la bombilla desnuda
con fósiles de mosquitos
que portarán, seguro la enfermedad
más poética de mi sangre

Mis pinceles solo pintan
animales domésticos.
Colapsados conejos sin madriguera,
postradas vacas chorreantes
masticando el tiempo.

Ya no pueden pintar otra cosa;
perros guardianes
y gatos degenerados
obesos colibríes que jamás han volado
y peces que simulan nadar
en el tiovivo de las peceras.

Mis pinceles tengo en venta
y me río de mis bocetos
todos hechos con tanto mimo,
todos tan esforzados. Los paisajes,
las liturgias de la muerte y de la vida.

Un pintor que pinta sin amor
no merece esta paleta
llena de raperos negros
danzando desesperados en un cielo
de blancos.

Un pintor que ha perdido
como perdió el marinero la gracia del mar,
debe vender sus pinceles al mejor postor
o a la mejor impostora.

CONTRATO SOCIAL

El trato era escribir los versos más tristes cada noche y luego, por la mañana, ir al psiquiatra.

El trato era consentir a nuestros niños la ambrosía y que el tiempo les pusiera en la boca la cicuta.

El trato era Lennin y Trosky en un concurso de popularidad televisiva y un trofeo de hoces y martillos.

El trato era llorar mirando a los negritos desfalleciendo y darles premios y muchos euros a los fotógrafos y tener unos cuantos jipis en cada comunidad sacando pasta en los cajeros automáticos.

El trato era la fatiguita de Sartre recorriendo las calles de diciembre y una joven con foulard mirando a los hombres desafiante y nocturna.

El trato era mujeres haciendo reuniones de tapelsex y los mitos fálicos provocando una liberada carcajada en las hembras muertas de risa.

El trato era una parcela, un chalé, un adosado y un automóvil enorme o una moto gorda y ruidosa como un animal salvaje emboscando a peatones tristes por los pasos de cebra.

El trato era una comprensión épica al que viene hambriento a buscarse la vida y vomitarles luego en las caras de verde luna los reproches del desastre.

El trato era tomar una cerveza con un banquero como si fuera el banquero uno de los nuestros, el trato era no ponerle al banquero una pistola en la sien.

El trato era ser dóciles, el trato era la mansedumbre de mujeres y hombres que tendrán en la vida golpes tan fuertes, yo no sé, golpes como venidos de la mano del dios dinero, ese que ríe su tiranía desde altas torres de hormigón que a veces caen, con Mohamed y con Hassan, asqueados ya de tanta mierda.

El trato era vivir como si nada. Ahora ya no hay trato, lo hemos cambiado por una cola infame ante la caridad o la compasión o los salarios de la mansedumbre.

Ahora ya no hay trato y los firmantes sienten la repugnancia infinita que les da el manifiesto, ese contrato social que se ha roto para siempre y del que salen cada amanecer las multiformes cabezas de la hidra.

JUAN ANTONIO GALLARDO