lunes, 31 de octubre de 2011

IMAGEN, DEMOCRACIA Y BOMBAS




La poderosa fuerza de la imagen provoca siempre más de mil palabras, después de la imagen pudiera parecer que no valen nada las mil palabras suscitadas pero nuestras cabezas funcionan así; administrando el recuerdo, es decir; llenándolo de palabras. Dosificando los sentimientos, es decir; colmándolo de tretas, de excusas y hasta de extravagancias de la idea. Acumulando las palabras y las frases para hacernos así nuestra propia idea de las cosas y de la vida.

Todavía nos quedamos como hipnotizados cada vez que vemos por televisión las imágenes mil veces vistas de las torres gemelas atravesadas como por un sable moruno y cayendo ordenadamente sobre sí mismas, como en una demolición controlada, quién sabe.

Las imágenes nos vuelven locos, que se lo pregunten a google y las búsquedas más habituales que registra ese chivato cibernético: sexo, mujeres desnudas, orgías...Luego se acuesta uno en su cama y cierra los ojos y se aparecen como sibilas del erotismo enormes cantidades de carne, como en los mataderos. Tejidos eréctiles y carne vaginal enrojecida, penetrada, senos oscilantes, enormes falos tiesos como un ejército que sólo disparará licuado esperma. Una pesadilla. Y más si uno ha perdido el vergonzante hábito de acariciarse solo, como los monos, pero frente a la pantalla del ordenador. Una pesadilla, insisto, y una tristeza muy grandes. Recoger cuidadosamente los restos de esa onanista afición, limpiarse con un pañuelo y mirarse uno mismo tan indefenso, con los pantalones por las rodillas, con el pene cabizbajo y con una medio depresión asomándose por las esquinas de la vida.

Cuenta Javier Cercas en su libro “Anatomía de un instante” que casi todas las personas a las que entrevistó para hacer el mosaico sobre el 23-F , le decían lo que habían sentido ese día, cómo se habían inquietado en directo frente a la feroz chulería de los guardias armados, frente a esa soberbia macarra de los militares tomando o queriendo tomar, el poder. Lo curioso de la crónica es que las imágenes que todos los entrevistados juraban haber visto en directo mientras sucedían los acontecimientos , como si fueran estos un partido de fútbol, no las vio nadie hasta el día 24 de febrero. Pero la memoria es débil y se decora la fuerza de la imagen con la literatura que cada uno tenga a bien ponerle.

A mí me han horrorizado estos días las imágenes de Gadafi asesinado, la vileza de la jauría humana que golpeaba, zarandeaba, y por fin ejecutaba a un hombre herido.

“No conocéis la clemencia” y no sé yo si afirmaba o preguntaba Gadafi viendo lo que le esperaba en manos de esa gente, rebeldes, dicen, verdugos sin piedad que vivían la infamia como una fiesta, lanzando tiros al aire, gritando enloquecidos por la sangre y el horror, completamente drogados por la crueldad y las seducciones obscenas de la tortura. Las imágenes son una representación tan dura, tan real de las porquerías que un ser humano es capaz de infringir a su prójimo, que sólo recordarlas ahora, mientras escribo, me vuelve a poner los pelos de punta.

Concedamos que yo no sé nada de Libia, que seguramente ese Gadafi estaba tan borracho de poder que pudo terminar como una regadera con esas excentricidades de Jaimas, vírgenes centurionas, enardecidos discursos con proclamas anticuadas e insultos a los disidentes. Concedamos que uno no tiene mucha idea de cómo vivían los libios ese poder, de las tribulaciones que les hizo pasar el coronel con sus arrogancias, sus gafas de sol y su chulesca pose de dueño de cortijo.

Pero algo se sabe, datos, hechos, los repartos de tierras, las faraónicas obras que dieron agua y prosperidad a bastante gente que vivía por allí, no por París ni por Berlín, sino allí mismo; en el puto desierto. Los recursos petrolíferos que por lo visto Gadafi tenía intención de renacionalizar para poner coto a la corrupción que en los estamentos más altos del poder iban pudriendo los fundamentos revolucionarios en los que se quería sustentar el régimen.

Sabemos también que muchos de los intrigantes para que este, digamos espontáneo movimiento rebelde, tuviera entidad en Libia formaban parte de esa élite corrupta que acepta como síntoma inequívoco de instauración democrática un buen bombardeo de la OTAN. Esos patriotas que claman porque se les llene el cielo de bombarderos y aviones inteligentes que vayan arrasando la amadísima patria en pos de una vida mejor para los que queden, y como camino hacia un régimen de libertades para los que sobrevivan.

Concedamos, en fin, que uno no tiene ni idea de cómo vivían los libios con el coronel Gadafi, pero a la vez, admitamos que tú tampoco la tienes y que la mayoría de esputos dialécticos que te está inspirando este artículo, no porque tú argumentes a fuerza de escupitajos sino porque los míos te dan mucho asco y gran fatiga, forman parte de la inmensa espiral de propaganda que has ido engullendo, no de ahora, sino desde que naciste en esta parte buena del mundo.
Y, ay, sí sabemos cómo terminan y se desarrollan estas quirúrgicas operaciones de liberación que el nuevo colonialismo occidental viene ejecutando desde que se terminó la segunda guerra mundial hasta la fecha.

Tenemos maravillosos ejemplos en Afganistán y en Irak. Donde los paisanos de estas tierras se levantan cada mañana agradeciendo al imperio y sus adláteres las incendiadas libertades que les trajeron, la prosperidad de humo y bombas en la que viven, la democracia tóxica que les fue regalada tras varios cientos de miles de muertos y de operaciones de castigo. Qué asco.

Volviendo al horror de las imágenes de Gafafi ejecutado, me pregunto qué responsabilidades tendrán en el próximo y muy democrático gobierno de la Libia liberada los componentes de la caterva que aullaba de placer ante la captura del hombre. Qué premios recibirá el que apretó el gatillo, qué ministerio ocupará el que le dio al otrora gran hombre tres o cuatro bofetadas cuando estaba este indefenso y malherido, qué clase de gobierno van a componer estos rebeldes patriotas de la venganza, que se han ido fotografiando al lado de un cadáver como los cazadores antiguos, porque ya ni los cazadores hacen esa apología de la crueldad y la muerte. Les da vergüenza.


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