domingo, 9 de agosto de 2009

CUENTO DE AGOSTO


Como una serpiente venenosa se agita lenta y torpemente la caravana de automóviles que llega desde el barrio alto hasta la orilla de la playa, con lentos espasmos auspiciados por la intermitencia de los semáforos. Está la ciudad invadida por estos artefactos en los que las personas se montan lo mismo para ir a comprar el pan a la esquina que para hacer miles de kilómetros. Los artefactos luego no pueden estacionarse en ningún sitio y algunos conductores echan la mitad de su porfiada noche veraniega buscando un hueco donde aparcar el bicho mecánico.
Cuando por fin lo consiguen, llegan a la plaza, cualquier plaza del pueblo, donde la parentela vigila todavía con ojos asesinos al solitario que ocupa una mesa de taberna, bebiendo solamente una cerveza y encima - esto ya es un delito estival- recreándose en la lectura de un libro.
El lector, intimidado por las cada vez más descompuestas jetas de la familia huracanada, decide levantarse e irse con su lírica a otra parte, la familia huracanada salta sobre la mesa y la señora de la casa levanta dignísima su cabeza mirando a un lado y otro, como diciendo “ a ver quién tiene cojones de decir que estaba antes que nosotros”. El maromo se encarga, a su vez, de preguntar a los vecinos de terraza si está ocupada la silla y cuando le dicen que sí, vuelve otra vez la familia huracanada a disparar espanto y odio por los ojos.
Luego el maromo ve acercarse a un hombre de más o menos sus años cargado con refrigerios, bebidas alcohólicas y alguna bandeja de aperitivos. Comprende entonces el por qué de la silla vacía y un prurito de solidaridad se dibuja en su rostro porque sabe que muy pronto será él el que esté encargando viandas y bebidas ya que , tras la odisea del atasco y el aparcamiento, han arribado a un autoservicio de los huevos.
Sabe, mientras mira a su atribulado colega veraneante, que tendrá que soportar los errores cuando el tinto de verano se haya puesto con blanca en lugar de con limón, cuando la coca cola de la niña que a sus catorce años ha empezado a sacar pecho tanto reivindicativo como carnal y viste como un híbrido entre Shakira y Carmen de Mairena, diga que quiere la coca cola sin azúcar, para no engordar, mientras por las comisuras de la tierna infante resbala obscenamente un hilillo de mayonesa que ha saltado del enjuto serranito como una eyaculación grasienta.
Cuando por fin se sienta nuestro hombre, agotado, de los nervios pero con esperanza todavía de hallar una miaja de frescor y asueto tras haber atendido cada uno de los requerimientos de la prole, una nube de mosquitos inunda la plaza y el hombre que instado por su esposa a vestir como un jugador de tenis durante todo el mes de agosto- ¡porque así estás más fresquito, Cari!- siente las punzadas de esos insectos en sus tobillos y en sus pelonas pantorrillas.
La mujer enseguida da la voz de de alarma y pide, exige, que el maromo que se rasca como se rasca un yonki las pústulas del vicio, consiga Aután.
¡Aután! ¡Aután! Como quien convoca a un espíritu benefactor, exclaman la mujer y la niña de las tetas gordas.
Entre la nebulosa el hombre ya no oye ni ve nada claro, se rasca compulsivo, mira alrededor constatando que la puta nube de mosquitos parece afectarles solo a ellos, en la confusión le parece oír farmacia de guardia, coge el coche, paga y vámonos, me apetece un helado, compra tabaco Cari, pregunta al camarero si tiene Aután, Aután, espray , no te rasques más por dios, Cari, Papá, coche, ¿puedo ir a comprarme un polo? , cupón de la ONCE, premio, una ayudita para el cantaor, Aután, Aután, ¿se van ustedes?, ¿está ocupada la silla?, ¿quiere que le haga una foto, así, rascándose?, llevo el 69 para hoy, huevas de choco, tortillas de camarones, está bajando la marea, Aután, Aután, Zapatero tiene que estar en Doñana y por eso se vienen los mosquitos para el pueblo, coño que me ha picado a mí también el hijoputa mosquito, te lo dije Cari, te lo dije papá, dónde está el coche, Aután, Aután. Te lo dije.
El hombre por fin se atempera. Controla como un faquir sus dolores y picores, ha dejado de oír nada y ahora es como un silencio de muerte lo que impera alrededor. La mujer sigue hablando, la niña ahora babea en lugar de mayonesa, una gotita de helado de vainilla. Se mira el hombre sus piernas llenas de ronchas, mira a otra familia que en torno suyo hace guardia para ocupar la mesa de los horrores y cuando por fin se desploma sobre la mesa tirando a tomar por culo los restos del tapeo, repite como un mantra “aután, aután” mientras la sirena de una ambulancia estremece el murmullo de la noche, qué noche, nochera.

sábado, 4 de julio de 2009

POLÍTICA DE PUEBLO


Sentir un sucedáneo de la lucidez que parece pegarte golpecitos de atención en la cabeza, verlos a todos ellos desparramarse como en las pantallas místicas de Matrix con sus tonterías e incongruencias, con su fatal discurso demagógico, a ratos patético, a ratos paroxismo del cateto frente al micrófono.
Si la libertad era este espanto de sudorosos salva-aldeas, sumidos en su caudillaje de parcelas y pagos, si la libertad era esta porquería de sonrisas beatas frente a la cámara de la televisión local, si la libertad era esta mendaz apoteosis del marujeo, si la libertad era esta fálica versión de felaciones a micrófono sin pasión, autómatas repitiendo tristísimas consignas, mamadores de propaganda que campean a sus anchas por el desierto sin oasis de la información.
Si esa era la libertad: la infamia y la calumnia, el blanco libro de los gustos y los derechos, el insoportable tomo de los deberes y las obligaciones; ¿quiénes han usurpado la libertad? ¿Quiénes se han vestido de oligarcas de la opinión? Siento un asco muy profundo cada vez que los escucho zozobrar por las posibilidades del idioma, cada vez que los descubro en su estulticia mítica, cada vez que desenmascaro, sin querer, la profunda levedad con que estos jerarcas de pueblo defienden su cortijo, sus sueldos, sus comisiones, sus vergonzantes alianzas.
Ya no puedo, no puedo soportarlos. Cada vez que alzan la voz intuyo una mentira, cada vez que hablan de la vida me acuerdo de la muerte, cada vez que con o sin pamelas, se inmiscuyen en los sagrados territorios del saber y la cultura, se me aparece como en una fantasmagoría de pueblo un violinista que no cobra, un rociero clamando contra las injusticias de Almonte o una soprano eructando.
La ciudad ha sido abismada por la ineptitud de sus gerifaltes.
Lo mismo se emocionan con una orgía gastronómica de ajos camperos y caracoles con aceite, que con un tímido acercamiento a la música de Jazz.
Lo mismo se les ve con la varita de mando en una de esas performances sacras en las que sacan a pasear a hombres barbudos de torturadas pústulas y emocionantes cicatrices, que se advienen a presentar titubeantes una antología poética de alguna gloria lírica provinciana. ¿No les da vergüenza?
¿No siente vergüenza de sí mismo el caudillito que arenga a los desempleados de la construcción? Sin alternativas, sin otro discurso que ese babeo asqueroso contra el albañil del pueblo vecino.
No sé si vendrá otra hornada, sangre nueva y fresca que jubile a estos imbéciles, no sé si esa sangre está ya corrompida por los comités y por las juntas directivas de las penosas asociaciones ciudadanas. Sí sé que con su mierdecita diaria harán buena aquella espeluznante proclama de Mussolini: El mundo no será fascista, pero estará fascistizado.
Están, todos sin excepción, trabajando en ello. Sólo hay que echarles un vistazo a los tristes jóvenes que deambulan por la noche ciudadana borrachos de sí mismos y carentes de un proyecto que mande justamente al carajo la corrupta herencia de sus mayores.

sábado, 27 de junio de 2009

EXPLICACIÓN DEL MUNDO SEGÚN DIOS


Fantaseando con la idea de la ubicuidad, si anduviera uno en todas las alcobas, mirón incorregible olisqueando los secretos de la noche, los suspiros del que duerme, los extraños gemidos de los seres humanos indefensos, entregados a la indolencia del sueño, infantiles por fin en el descanso. Habrá un matón de discoteca que se encoja en la cama hasta enternecernos, un comisario de policía que flote por los dominios de Morfeo con un ronquido constante, como un bicho herido, o un juez que lo haga chupándose el pulgar, el mismo pulgar que durante la vigilia ha levantado inconscientemente en los tribunales hacia arriba o hacia abajo, como en el circo romano, para impartir la ley o el circo de la ley.
Por eso el dios de los cristianos, que tiene entre otros dos o tres mil dones, el de la ubicuidad, tuvo que terminar amando al animal humano. Porque ese dios que está en medio de los bombardeos pero no interviene, como si fuera un casco azul de la ONU, está a la vez mirando los esfuerzos que la modelo de alta costura está haciendo a la misma hora en la taza del váter de su cuarto de baño para defecar su minúscula cagadita de mosca tras engullir clandestinamente dos croquetas más de lo que su estricto régimen alimenticio le permite.
Eso tiene que enternecer hasta al mismísimo demonio, el malo, el impío que anima al torturador a apretar todavía un poco más la bolsa que asfixia en la cabeza del reo. Porque luego el torturador, que es casi el mismísimo demonio, llega a su casa y besa cariñosamente a su bebé, se asusta una miaja si le sale un bulto en la rodilla y es fieramente humano cuando se ilusiona con los ojos brillantes porque el jefe, el general , el presidente o el rey, le anuncia un próximo ascenso, un reconocimiento a los servicios prestados, pongamos en alguna cárcel perdida del mundo moro, del mundo negro o del mundo chino.
Pero esta noche, pese a que dios ha visto al animalito humano en todas sus versiones, con todas sus grandezas y metido hasta las trancas en el lodazal de sus bajezas, dios ha querido descansar un poco, hacer la vista gorda, no inmiscuirse más en las tribulaciones de sus bichitos.
Ha querido dios, meterse las manos en los bolsillos misteriosos de su túnica, en su Pandora de andar por casa, y silbar tranquilamente una cósmica tonada. Todos los teólogos saben que dios cuando silba es como Bach, cuando pinta un monigote por ahí, por Saturno o por Venus, lo hace como Velázquez y que cuando le da por jugarse unos pases de balón con alguna remota luna de alguna no menos remota galaxia, pasa el balón-luna, como Zidane o Iniesta.
Los seres humanos han sentido sin comprenderla, esa orfandad mística de que dios ya no los mira. Se han sentido solos y más confusos que el pobre Adán cuando lo del lío aquel de la manzana y se han visto en la tesitura de seguir durmiendo, como si nada hubiera sucedido ( con del dedo en la boca, con los ronquidos o en posición fetal) o de administrar el libre albedrio.
Entonces, como los borrachos que dicen casi siempre las verdades, cada uno de los animalitos humanos ha respondido a su condición.Los seres humanos hijosdesupadreydesumadre, que son mayoría hasta que la minoría de seres humanos hijosdeputa los arenga, los alista o los amenaza, han besado a sus hijos que dormían, han recordado a sus madres o han amado a sus parejas. Sin embargo, los seres humanos hijosdeputa que son una estirpe milenaria, se han ido a los barrios más pobres y han inaugurado noches de cuchillos largos, de cristales rotos, noches de torturas, de violación, de bombardeos, de violencia.
Y mientras todo eso sucedía; dios mirando para otro lado y silbando.

sábado, 20 de junio de 2009

POR CADA TRES ROLLOS DE PAPEL HIGIÉNICO TE REGALAMOS UNA MIERDA.


Hay una alerta general entre las personas cuando ven a un hombre con mis años sentado, tranquilamente, leyendo su librito en una plaza. Las personas se te acercan y duramente inquieren: ¿Qué haces solo, compañero, ahí sentado? .
Inútil será que le diga uno que no está solo, que anda elucubrando con Fernando Pessoa o con la mordaz lucidez de de Saul Bellow, inútil contestarles que andaba uno, hasta que llegaron los samaritanos del comportamiento social a darnos la barrila, mirando como Prouts a las muchachas en flor o que estuvimos ensimismados en la caída de la tarde, tan lenta, tan agónica cada día.
Es mejor callar o decir encogiendo levemente los hombros “aquí estamos” como si con esa sentencia existencialista pudiéramos exorcizar por fin los buenos sentimientos de los pesados de turno.
También están los que se alegran infinito de que uno siga leyendo tanto. Míralo ahí, al Gallardoski, con su librito. Estos pueden pasar de la noble salutación a la cultura a la infame pretensión de compartir con uno sus literarios afectos. El caso es no dejar pasar la ocasión sin espetarnos que se compraron hace años, cuando contrajeron esas maravillosas nupcias que les ha llenado la vida de hipotecas, recibos y niños con mocos, la enciclopedia “Maravillas del Saber” y que gracias a ella tuvieron conocimiento de la magna obra de D. Juan Luis Borges, de Rafael Alberti Lorca y de los cuadros tan bonitos que pintaba Salvador Dalí, y no el Picasso ese que garabateaba mucho sobre el lienzo, como un tonto polla o como un delincuente.
Nunca dice uno nada, simplemente calla con la paciencia infinita que dan años de entrenamiento en las tabernas. Sabemos que el paseante que se ha cruzado en nuestro camino está deseando soltar ese discursillo apasionado que solo recupera cuando se encuentra con nosotros, con los que él piensa que siguen manteniendo encendidas ciertas llamas, que no sé sabe por qué piensan eso, y ese es el terrible momento en el que cuentan su cuento juvenil.
De cuando militaron en los partidos de extrema izquierda, de cuando no veían concursos repugnantes en la televisión, de cuando iban a escuchar embobados a Carlos Cano y a Olga Manzano y Manuel Picón, con su rumbeo revolucionario. De cuando follaban a sus mujeres sin pensar en las tetas de plástico de alguna actriz pornográfica de enormes y abisales cavidades íntimas.
De cuando andaban por la vida todavía sin parecer zombies horteras del sistema, que los ha ido modelando para cada ciclo vital.
Luego se marchan, cuando le han vomitado conmovedoramente a uno toda esta mierda encima, y cuando volvemos a fijar la mirada en la letra impresa que tan bien nos había estado acompañando, ya no nos podemos concentrar ni tenemos ganas de leer ni ganas de estar más tiempo tirados por la puta calle.
Nos vamos a casa a buscar en la televisión, ese monstruo multiforme que devora el tiempo de nuestra vida, un concurso de puta madre donde la gente gane montones y montones de euros o donde, como rezaba un viejísimo poema, por cada tres rollos de papel higiénico te regalen una mierda.

domingo, 7 de junio de 2009

PARA BENITO RODRÍGUEZ


Cuando me invitaron, hace ya algunos años, a formar parte de la junta directiva del Ateneo de Sanlúcar, me dijeron que iba a ser el más joven de sus componentes.

Eso era una verdad a medias, enseguida me di cuenta de que había uno por allí más joven que yo: el Presidente del Ateneo D. Benito Rodríguez Ridruejo,.

Benito, para engatusarnos, se ponía siempre traje y quizá se ponía también años coquetamente, cuando ejercía su presidencia en cualquiera de las numerosísimas mesas de la cultura que en aquella vieja sede de la plaza del cabildo, convocábamos ceremoniosamente para inmiscuirnos en los asuntos de los poetas, los filósofos, los ensayistas y los pintores.

La mayoría de los ateneístas de entonces y de ahora, no caían en la cuenta de que un hombre que jamás faltaba a una cita, que nunca se quejaba de nada, que trataba con exquisita elegancia a todas las personas, que no olvidaba los números de teléfono o que bebía con la alegría y el afán de un muchacho el vino de la tierra, no podía tener la edad que nos había confesado.

Benito era el más joven porque son los jóvenes los que emprenden con ilusión los proyectos y era él quien más ilusión ponía por peregrina que pudiera resultar desde fuera, la actividad que programábamos.

Era el más joven porque, como cuando era uno joven, siempre estaba en su sitio, por encima de condescendencias y peloteos y era joven porque se le encendían los ojos en muchas ocasiones; cuando un acto tenía una afluencia decente de público, cuando algún artista daba un recital en condiciones, cuando la manzanilla de la tierra era festejada por los visitantes o cuando alguna muchacha guapa ya fuera poetisa, alguacila, concejala o folclórica, le daba dos besos y le festejaba lo bien que le quedaba el traje.

Benito era el más joven de aquella junta directiva a la que tuve el honor de pertenecer porque venía siempre con su novia, Consuelo y mirarlos tan sonrientes, tan entusiasmados pese al tiempo y sus tristezas, mirarlos sobre todo tan libres y tan juntos, era un regalo añadido a cada noche en el Ateneo.

Para mí, que vengo de otras orillas, de otras batallas y de otras ideas, encontrarme con Benito fue, y él lo sabe, un privilegio que he administrado con todo el afecto, el cariño y el respeto que me merece su figura.

La juventud y la dignidad de este hombre me sorprenden más todavía, cuando ve uno cómo con los años los amigos de uno se van agriando, se van escorando hacia lo primitivo y lo tajante, van dividiendo el mundo en blanco y negro sin atender a ningún matiz, van perdiendo los amigos de uno capacidad crítica o al contrario; todo lo critican como si nada valiese, como si todo fuera en la vida, con perdón, una reverenda porquería.

Y sin embargo, este muchacho al que el tiempo ha vestido de anciano venerable, no quiso meterse en esa obscena jaula de grillos de los que nunca se equivocan, de los que siempre piensan que muerto el perro se acabó la rabia cuando hemos visto cuánta rabia y cuántos perros siguen campeando a sus anchas por el mundo. Este muchacho me miraba a mí, a mis amigos, con una comprensión democrática que todavía me emociona.

Aprendí mucho de este joven pero nunca se lo confesé. No nos andábamos con esas cortesías, yo le pinchaba desde mis posturas más radicales y el me atemperaba con su experiencia, sin aspavientos y sin imposturas.

Los míos, mi mujer, mi hija, me decían cuando llamaba a casa para quedar como dos chiquillos: Te llama tu amigo Benito.

Y desde entonces es como me gusta llamar a este compañero: Mi amigo Benito.

domingo, 24 de mayo de 2009

CHOVINISMO Y FERIAS


Es verdad eso que se dice: Casi nadie está contento con su físico, pero si haces la pregunta, es raro encontrar a alguien que con el mismo desparpajo carente de complejos con que confiesa sus michelines, granos o verrugas, hable de sus carencias intelectuales.

La mayoría, todo lo contrario, parece estar muy feliz con las luces que le tocó en gracia a la hora de repartir el equipaje genético. Es esa especie de chovinismo íntimo y personal con el que, sobre todo los hombres, nos vamos manejando por la vida.

A los pueblos les pasa igual, casi nadie está demasiado contento con las calles, tantas veces levantadas, con los atascos, tantas veces repetidos, con la inseguridad, tantas veces esgrimida como argumento para animar a la represión, es decir: casi nadie está muy satisfecho con la fisonomía que ha terminado teniendo su ciudad sumida en la megalomanía de sus jerifaltes o la profusión de maletines misteriosos cargaditos de comisiones, pero en cuanto les sacas a relucir sus ferias, fiestas patronales, semana santa o romería mariana, es absolutamente previsible la respuesta del paisano, ya sea éste Agamenón, su porquero, intelectual de taberna, concejal de despropósitos o alguacil en prácticas: “La feria de (póngase el pueblo, ciudad o pedanía que cada lector considere conveniente) es la mejor, o mejor: La Mejón der mundo”.

Puede ser que esa llamada “Feria” sea una porquería a nivel de infraestructuras, una mierdecilla sin condiciones de seguridad ni de salubridad para los ciudadanos, pero da igual. Si el recinto ferial no es muy grande, no se dirá nunca que es una birria de recinto, sino que el alcalde de turno o el pavo que ande de delegado de fiestas proclamará: Nuestra feria es recoleta, recogidita y familiar ergo “e la mejón der mundo”.

Si, por el contrario, la feria es tan grande que se deshumaniza y revierte directamente en el descanso de los vecinos menos jaraneros, el mismo delegado de fiestas con otro traje y el mismo alcalde, con otro morro, afirmarán ufanos de sí mismos: Nuestra Feria cada vez crece más para que todos los ( póngase aquí el gentilicio que cada lector considere, nuevamente, oportuno) tengan ocasión de disfrutarla, ergo el macro botellón intergeneracional que es esa feria, vuelve a ser indefectiblemente en boca del alcalde, aláteres y ciudadanos: “La mejón der mundo” .

Si las ferias se dan en circunstancias de modestia económica por parte de los consistorios, tanto que no hay euros ni para portadas, ni para grandes actuaciones místico folclóricas, ni para la asistencia de famosillos por el real, jamás se admitirá que nuestras fiestas no interesan a prácticamente nadie más que a churreros, titiriteros, equipos de gobierno y los cuatro esforzados parroquianos; se nos dirá: Nuestra feria es económicamente débil (como en la película casposa aquella) pero goza del talante de nuestra gente, de la simpatía de nuestros ciudadanos y de la hospitalidad de nuestros garitos, ergo también será “La mejón der mundo” sin ninguna duda.

Lo más seguro es que todos tengan razón, que como decíamos al principio, nadie tenga dudas sobre la excelencia de sus fiestas porque forman parte, las fiestas, de una identidad tribal que como todo lo gregario nos aporta seguridad.

A los marcianos, cuando vengan y se queden flipados con el Obama, el Jomeini ése nuevo del uranio, el Bin Laden (otro marciano) o el mismísimo Zapatero (¿mi presidente?: Er mejón der mundo), le diremos:
Señores marcianos, pese a la manifiesta fealdad de algunos de nuestro próceres, sepan ustedes, hombrecillos verdes de ocho ojos, que el planeta tierra es “er mejón der mundo”. ¡Dónde va a parar!...

domingo, 10 de mayo de 2009

POBRECITOS


Si supiera el conductor del deportivo descapotable cuánto me molesta el eructo de su motor que violenta la fuga de Bach que suena en mi casa, es posible que cesara su rugido insoportable, porque ando leyendo a Rimbaud, tan joven, tan certero y decadente. Acaso si supiera de mis noches, de mi música y de mis poetas, escondería avergonzado su envanecimiento en la riqueza esa tan estúpida con la que ha vestido la miseria o la excelencia de sus días que- y de eso estoy seguro- nada tendrá que ver con la vomitiva potencia de sus centímetro cúbicos de existencia motorizada, pobrecito.

Si supiera el que se cruza en pecho con un cocodrilo para ser, él, solito en medio de la calle, el emperador de los jerseys. Si supiera, digo, cuán ridículo nos parecen su talonario y su barriga, sus amigos notarios mustios como los muebles viejos de oficina, sus atribulados colegas constructores perorando en la sobremesa de Puti clubs, parcelas urbanizables y descapotables patéticos por los que pasear las señales y los símbolos que ellos llaman éxito. Pobrecito.

Si intuyera el lameculos literario el infinito desprecio con que ha sido tratado por los popes provincianos, cuando el mundo es una provincia infame.
Lo poco que han importado en los cenáculos certameneros sus endechas y lo mucho que pesaron sus panegíricos y sus peloteos. Si intuyera que su farsa hace que otros se descojonen a su costa y en los márgenes de su obra, cagaditas de mosca contemporánea que conformarán al fin una poesía completa editada por algún corrupto mínimo, a cambio de un plato de lentejas. Pobrecito.

Si supiera el destilador de bilis y cucarachas qué poco tiempo han ocupado en las noches de uno, coronadas de risas y de amigos que vienen y de amigos que se van, sus envidias y sus estrategias, sus bagatelas mediocres y sus fruslerías demagógicas.
Si supiera el que sospecha siempre, cómo resolvimos el crimen tan antiguo entre canciones y poemas, si supieran los enemigos lo bien que hemos estado sin dinero, lo bien que hemos follado con amor y con todas las perversiones divinas en la cabeza, lo bien que hemos sido abrazados por los que nos quieren y no nos juzgan. Pobrecitos.

No cambio a mis amigos por nada. Pobrecitos los que a fuerza de mezquindad y porquería se van quedando solos. Ganas me dan de abrazarlos yo también, muy fuerte, de acariciarles la cabeza llena de monstruitos y de decirles pobrecitos, pobrecitos, pobrecitos.

viernes, 1 de mayo de 2009

Mayo


Esta mañana, me dije, voy a dormirla hasta el mediodía. Así homenajearé la fiesta del trabajo. Ya no voy a manifas de esas de gritar consignas pareadas, ni llevo banderas rojas como la sangre.

En estos tiempos terribles me he pasado de la parte contratada a la parte contratante y así, como un chiste del increíble Groucho Marx, se me ha liado la pelota y aunque yo creo que soy bueno, bastante bueno en el buen sentido de la palabra bueno, hay personas que me miran con los ojos inyectados de odio, de desconfianza.

No seré tan bueno como creo, cuando suscito esas miradas, o seré bueno pero más tonto que un muerto con mocos, porque mocos es los que uno va teniendo a estas alturas del cuento. Mocos y deudas.

La mayoría de la gente ha cambiado la manifestación obrera del primero de mayo por el baile simiesco de las primeras comuniones. Este año con menos marisco y menos o peores solomillos, con el mismo trajecito espantoso del año pasado las marujas, sus estampados psicópatas y los escotes pecosos, con el mismo traje de la boda los maromos, con sus ojeras desempleadas y sus barrigas hinchadas por la cerveza triste del mediodía en la taberna, oyendo en la televisión la vomitona de tribulaciones con las que tendremos que lidiar los pobres de siempre una buena temporada.

A las manifestaciones del primero de mayo irán unos pocos entusiastas, o algunos aristócratas de la clase obrera que van a defender los derechos que la gran mayoría hemos ido perdiendo estos últimos años. Gritarán algunas tonterías entre tambores y pitos de fiesta, menuda fiesta…corearán estribillos recurrentes como que hace falta ya una huelga general o que la crisis la paguen ellos. ¿Ellos? Ellos van a pagar una mierda.
Como no sea con el pasamontañas y el Kalashnikov, aquí pagamos los mismos de siempre.

Los más arrojados será empujados al delito, los más cobardes dirán que “Es triste de pedir, pero más triste es de robar” y los más perseverantes tratarán de salvar sus trabajos, sus empresas, el pan suyo de cada día.

Esta mañana quise dormir, como dije al principio, hasta el mediodía pero los laberintos de la vida diaria me han echado de la cama, me he tirado a la calle y me he dado un largo paseo por la playa. Como era muy temprano, sólo me encontré con los peregrinos en chándal del colesterol, mujeres y hombres caminando a paso ligero de una punta a otra del paseo marítimo. También he visto a un gato que, no es coña, hojeaba un periódico tirado en el suelo y he visto a unos gorriones gordos que se tambaleaban como borrachos en vez de dar esos saltitos ridículos con los que acostumbran a pasearse por las plazas.

Me he sentado a fumar un cigarro en ayunas, he tosido casi clandestinamente, como debe estornudar un mejicano en un aeropuerto con lo de la gripe porcina, y un hombre mayor, quiero decir mayor que yo , quiero decir viejo, me ha pedido un cigarrito.

Se lo he dado, claro, y fuego también. Ha tosido él también con esa tos espeluznante que nos hermana a los adictos a la nicotina.

Cuando el cataclismo respiratorio pulmonar se ha atemperado, el hombre dando una fuerte calada al cigarro, ha dicho mientras miraba la orilla de enfrente; “Hay que ver, tener que pedir tabaco…”

Y con esa frase se me han ido mucho y para siempre al carajo toda la verborrea economicista, toda la porquería moral de los poderosos y todos los misteriosos indicios de recuperación que nuestro sonriente presidente del gobierno ve cada mañana, cuando despierta como cada uno de nosotros, observa la ropa interior de su señora, se pone palote, se pega un chute de micebrina mezclada con marihuana y con un colocón de puta madre se dedica a largar fiestas por los micrófonos del mundo.

jueves, 9 de abril de 2009

SEMANA SANTA

No me molesta.

No me molesta esta exhuberancia de la fiesta con vergüenza de la fiesta, no me molesta este sacro paganismo que hará las delicias de hosteleros en los duros tiempos que viven las personas normales, que son las que viven y sufren la zozobra del mundo, de la política, de los ejércitos, de las policías, de los errores ultra financieros, las misérrimas alegrías de cuando el dinero estaba y que ahora, misteriosamente, se ha volatizado como el espíritu santo tras su mítica inseminación artificial, allá por el año cero de nuestra era.

No me molesta el rostro compungido de la anciana que ve vida, y hasta vida eterna, en los muertos ojos de la figura torturada que carga con su cruz por la ciudad, no me molesta la melancólica música que tocan las bandas de tambores y cornetas, su raquítica armonía, su sobriedad siciliana entre tanto exceso de latigazos, pústulas, oros, claveles y rosas.

No me molesta esta luz maravillosa del atardecer en el castillo de Santiago, mientras empiezan a encenderse como en un aquelarre medieval los cirios de los penitentes, anónimos, encapuchados, devotos de una fe en la que se funden felizmente la guasa carnavalera de hace unos meses con el rigor delirante de una religión que considera que es la vida un valle de lágrimas.

Muchos de mis amigos lanzan pestes, como si anduvieran los pobres endemoniados, frente a esta celebración trágica de la primavera. Mi beligerancia no va por ahí, me inquietan las arrogancias de los jerifaltes católicos, me inquieta que quienes tendrían, como su dios, que comprenderlo todo, apenas sean capaces de perdonarle al vecino su pequeña fechoría.

Me molestan los fachas, pero me molestan con cirio y sin él, y si me apuran me molestan menos con el cirio en la mano, quizá porque mientras que anden pendientes de los abalorios de su virgen magnífica no estarán barruntando cómo poner coto a la libertad de los demás.

Y lo que menos me molesta de toda esta escenografía popular de la Semana Santa, son esas personas que hacen estación de penitencia porque piden algo, agradecen algo o desean algo. En sus rostros adivino ese sendero humano, demasiado humano, que va de la esperanza a la pena sin fondo, lorquiana, con que el pueblo andaluz vive su tribulación y su enfermedad.

¿Cómo puede molestar a un poeta toda esta metáfora surrealista? Mi me molestan ni tengo el menor interés en molestarlos a ellos porque además, avezado trasnochador y bebedor que es uno, sé cómo se diluyen esos conatos de fanatismo cuando las mujeres
( y seguramente los hombres) se visten de domingo, se ponen guapas y empiezan a enseñar las carnes que durante el invierno anduvieron ateridas y ocultas.

El azahar, el incienso, los perfumes de las mujeres…el hedonismo campeará por sus anchas en cuanto llegue la madrugada y no hay nada cómo la noción del pecado para convocar a los demonios que habitan en nuestras entrepiernas. Yo creo que eso lo sabe hasta dios, que en paz descanse.
.

domingo, 5 de abril de 2009

LIBRO DE RECLAMACIONES

Hemos creado, seguramente entre todos, castas que se sienten con derecho a todo y esta certeza lleva a una infantilización de las personas que van por el mundo enseñando los morros y exigiendo con aspavientos de atildados caballeretes y señoreadas señoras, el libro de reclamaciones al guía que los pasea en camello por el desierto.

Envalentonados por conocer más o menos de oídas las excelencias garantistas de nuestro sistema, siempre arrojan su ira contra los más débiles, a los que no pueden dejar de considerar vagos, maleantes o tarados.

Esgrimen su “Yo pago mis impuestos” en cuanto tienen ocasión – habrá que ver qué impuestos pagan – y esta coartada moral les vale para atacar a sus enemigos naturales; los pobres.

Nunca se les ve ponerse iracundos con los accionistas mayoritarios, ni con los prestigiosos médicos de privadísimas consultas, ni con las grandes constructoras y sus jefes de negociado.

Para ellos tienen otros moditos, otras complicidades. Pero ¡ay! Del camarero con su contrato detritus que sirve el cóctel, si no es capaz de poner la puta aceituna en el lugar adecuado del mejunje. Será víctima de toda esa rabia, contenida entre sus brillantinas y permanentes.

Y el narcotraficante reconvertido en orondo hombre de negocios comprará con sus euros conciencias, vallas publicitarias y pancartas de partidos políticos, y será invitado al banquete aquel que Martí, llamaba de tiranos, mientras que el yonki que alimenta el timo de la prohibición con sus tribulaciones, sus mellas y sus pústulas de adicto, será perseguido por la policía total del desprecio.

Somos tan moralmente pobres que ya ni siquiera pedimos un trabajo digno sino un trabajo decente, para seguir siendo pobres pero honrados.

O putas que además pagan la cama. ¿Dónde habrán puesto el libro de reclamaciones de esta farsa?

viernes, 27 de febrero de 2009

ARTE MENOR


Durante algunos años, pocos afortunadamente, llegué a pensar que un escritor era alguien de una inteligencia superior a la media. Que los pintores todo lo miraban con los ojos poseídos por el color y la perspectiva, y que los músicos caminaban por las calles amagando melodías y silbando tonadas, como si el aire mismo trajera un pentagrama invisible que sólo había que saber leer.

Esas tonterías las pensaba uno porque se veía a sí mismo muy especial. Ya no, ya ha visto uno cómo se van cumpliendo en su triste existencia cada uno de los presagios que barruntaba el tiempo: la panza que se asoma, las sienes blanqueadas como a los que volvían en los tangos de Gardel, los pitos y las flautas que montan nuestros pulmones adictos tras una noche de juerga. Pero como a uno le gustaban todos esos misterios de la creación, igualito que a Jehová, maliciaba, que era muy distinto a la plebe, que estaba bien (la plebe) y había que defenderla de los malos y todo eso, pero no disfrutaban del sagrado ascua de la creación y este detalle no es que a ellos les hiciera inferiores, es que a nosotros, los genios, nos hacía sublimes.

Lennon, confesó alguna vez que cuando chico pensaba: “O estoy loco o soy un genio”. Si las circunstancias no se hubieran aliado felizmente para que Lennon compusiera, junto al bueno de Paul, algunas de las más hermosas canciones de la música pop, probablemente Lennon seguiría vivo, sexagenario y tocando la guitarra en algún sucio garito de Hamburgo, medio alemán ya, fracasado y convencido de que ni era un genio, ni estaba loco, ni nada.

Tendría Lennon algunas canciones bien bonitas compuestas, que interpretaría en las fiestas familiares y que serían muy celebradas por los hijos, las nueras, los yernos y los nietos. Y a lo mejor no hubiese compuesto jamás “Imagine” porque la mayor parte de su vida se la habría pasado tocando polkas, o el “Lili Marlene” frente a patuleas de alemanes borrachos y nostálgicos de los fulgores del nacional socialismo, pasodobles de Manolo Escobar en las asociaciones de emigrantes españoles o clásicos de Chuk Berry en casinos para bailongos talluditos. La humanidad se hubiera quedado sin un ramillete de buenas canciones y Lennon sin sus millones de dólares, sin sus amantes, sin su Yoko Ono, sin fotografías en pelotas y sin su paranoico y asesino admirador fatal.

Se quiere decir que el éxito ese, por el que alguna vez, hace siglos, se ha luchado, cuando el porvenir era largo y el futuro una esperanza y no una amenaza, es una circunstancia tan azarosa y tiene tan poco que ver con el talento como la lotería. Este artículo, por ejemplo, sin ser bueno, ni malo, sino regular, firmado por algún plumífero de relumbrón tendría ante tus ojos, oh lector, un valor añadido, un IVA.

Eso en las artes, claro, porque en el deporte si un tío es capaz de saltar como un mono, o de pegarle a la pelota con un tino y una fuerza bestiales, o de levantar toneladas de peso sin que se muera, no serán precisas subjetividades como “Esto está muy bonito” o “Esto suena muy bien” o “Este cuadro es una maravilla”. Sencillamente llega uno a la cancha deportiva, se pone sus calzones y su camiseta de forzudo y ¡zas! Levanta, chuta o salta. Y la gente se queda estupefacta como cuando íbamos al circo y veíamos las cabriolas de un anciano y una madurita de nalgas cabizbajas, sobre un trapecio.

Entiéndase que hablo del éxito, de la relevancia social y no de la valía de las obras. Siguiendo el ejemplo de nuestro venerable Lennon, si éste hubiese, al final, podido componer “Imagine”, la canción seguiría siendo tan bonita y tan ingenua. La diferencia es que casi nadie se hubiese fumado un porro escuchándola, ni ligado a una hippie tan bonita o más que la canción y tan ingenua o más que la canción, cantándosela al oído en una barbacoa ibicenca.

El manuscrito de “El Quijote” si se hubiese perdido, porque Cervantes hubiera sido aún más desgraciado de lo que fue, o porque Lope de Vega lo hubiera escondido, para brillar él más pero sin valor para la destrucción ni el fuego, como decía Cernuda, al final, de ser descubierto, seguiría siendo “El Quijote” . Una obra mayor de la historia de la humanidad.

O las partituras de Mozart, si el pobre Antonio Salieri las hubiera también escondido en un cofre bajo siete llaves, para llevarse él las rosas y el vino de las monarquías melómanas, al final saldrían a la luz y seguirían valiendo tanto como siempre; más que el oro del Perú.

Eso no quita que, aún a riesgo de equivocarnos, ayudaríamos -por omisión- al arte si pudiéramos esconder nosotros los cuadritos de Tapies, los libros de Rosa Montero, las películas de puñetazos y bombazos gringas y las chuminadas de treintañeros promiscuos del cine madrileño, o la música molestísima de esos delincuentes intelectuales llamados “Il Divo” Haríamos, además, un gran bien a la humanidad. Como Lennon con su Imagine y Cervantes con su Quijote.

sábado, 14 de febrero de 2009

CANCIÓN ANDALUZA

Ni una palabra sé sobre tus mitos.
No entiendo casi nada de tus días,
las luces que de pronto no hacen falta,
las tardes que demoran su caída,
crepúsculos de fiesta que constatan
el fin de otra jornada irrepetible,
el paso inexorable de la vida.

Si apenas se me enciende la bombilla
fugaz del intelecto, me pierdo tontamente
mirando a una muchacha que pasea
que actúa frente a mis ojos encantados
por ese contoneo de sus caderas,
(por esa palpitante insinuación que asoma
por su escote adolescente.)

Bendigo las calores de mi tierra
que ventilan las carnes y el misterio
de los cuerpos que pronto se reirán
de los negros rigores del invierno.
No tengo otra ambición en este día
que darle un buen abrazo a quien proceda
mujer, amigos, hija, parentela
que necesito asir ya como un naufrago.
Qué tablas tan pueriles que nos salvan
qué luces condenadas del ocaso.
Me duele la cabeza, es la resaca
o un oculto dolor que no confieso.
Feliz, soy andaluz, me nombro ajeno
al brillo de la gracia o del talento,

del baile que enamora el pensamiento,
extraño de la estirpe que provengo
que se me cae a pedazos de las manos,
que no supe aprehender cuando hubo tiempo,
no tengo nada y sí por el contrario
voy teniendo ya edad para ir teniendo.

ANSIEDAD


Uno piensa mientras está plácidamente tumbado en el sofá, sumido en la lectura de, pongamos: “En torno al casticismo” de Unamuno, que andarán por ahí los amigos solazándose a base de bien, tomando copas. Que andarán los amigos y las amigas tocándose sus cosas, entre los rincones menos iluminados de los clubes, sublimando con las salivas de los besos la humedad de la madrugada, que otros habrán concluido ya, por fin, esa novela magnífica que los llevará directamente a la fama y a los programas de televisión de Sánchez Dragó.

Y uno aquí, iluminado por una lamparita, que parece la alcoba de los tiempos de Unamuno con esta luz cenital, leyendo a Don Miguel, feliz con su intelecto, pero extrañamente consternado, como si a uno le faltara algo. Por eso entre párrafo y párrafo me gusta echarle un vistazo al careto de Unamuno, ese hombre que como no soporta la inexistencia de dios, se inventa todo un sistema filosófico positivista y confuso, pero estimulante.

Unamuno está bien cogerlo de mayor, porque de joven si lo lees mucho te quedas calvo del tirón, la adolescencia se te va sin fiestas ni alegrías con las muchachas, en los guateques te relegan a pincha discos, o a encargado de los recados, si de lo que se trata es de uno de esos botellones contemporáneos.

Porque yo miro a los chicos- un poco- y a las chicas – bastante más- y pienso: ¿Cuánto Unamuno habrán leído estos zagalillos?. Y uno que dice: “ofú pisha, qué punto ma Güeno tengo” me ofrece la gráfica respuesta.

Unamuno tiene una prosa lenta, muy pensada aunque poco brillante, y dolorida, porque ya se sabe cómo le dolía a este hombre España, pero su existencialismo sobre lo colectivo resulta muy moderno y muy esclarecedor con respecto a sus posiciones, primero de apoyo a la república, después de rechazo y , posteriormente de apoyo y rechazo al levantamiento militar del dictador de orientación católico fascista, Francisco Franco. Entro en detalles como deferencia a mis lectores más jóvenes, esos que en vez de a Unamuno le prefieren a uno…a pesar de estos pareados.

Una carcajada callejera , entra por el balcón como un Mefistófeles de bruma. ¡Vente - parece decirme incitante y zumbón - y disfruta de la ebriedad con que el hombre maduro apura sus noches de salud y fanfarria!. Y me entran ganas de tirar el libro porque además Unamuno ahora está metido en un jardín descriptivo-dialéctico que me revuelve el estómago.

Me pongo a pensar en ese cuadro, casi fotograma ya, que conformamos a veces. Nuestras chaquetas, nuestras camisas y la levedad calculada de nuestra pinta de artistas o por lo menos de maestros de escuela. Añoro ese rincón de conversación elevadísima entre cubatas en el que aviamos tranquilamente desde la crisis de identidad de los ciudadanos de el Pago las Minas, hasta la cochambre moral de la Unión Europea que destruye un muro en Berlín para levantar otro más alto y más facha en Melilla.

Unamuno apenas puede convencerme ya de nada. Me han vencido otras impaciencias y a eso de las dos de la mañana me dispongo a buscar faena en las tabernas. Salgo enfermo de ansiedad a buscar a esos que siempre le cuentan a uno lo bien que se lo pasan, lo elevadas que son las conversaciones cuando uno no está, o la de miradas furtivas de mujeres hermosas que cazaron en los pubs exquisitos.

Mas, como siempre, los ansiados amigos no son hallados en la noche ciudadana. En su lugar una jauría de envenenados vampiros plúmbeos y pelmazos se empeñan en narrarme sus hazañas. Huyo, espantado por la naturaleza humana, y les digo mientras lo hago:

¡Venceréis pero no convenceréis, mamones!

Más o menos como Unamuno a Millán Astray. Todavía uno, ofendido y bastante borracho me inquiere:

“Pues nosotros por lo menos no nos hemos aburguesado y tenemos mucha vidilla. “

-¡ Pues, viva la muerte! -Le grito- como hizo el facha de Millán Astray a Unamuno.

jueves, 5 de febrero de 2009

UNA FLAMENCA GUAPA Y DE SU CASA

Una flamenca guapa, de mirada luminosa y sonrisa complaciente. Que baile devota y casta a la luz de las candelas, siguiendo grácil el compás que nuestras palmas vayan, entre copita y copita, marcando. Que se afane porque no falte en el plato la comida y que cuide la intendencia de nuestra afable reunión. Que sea, por nuestros compadres, venerada sin lascivia y vean las otras hembras de la manada en ella, un ejemplo a seguir.

Que friegue grandes perolas tras la fiesta cojonuda, canturreando todavía una bella coplilla andaluza, y que adecente a las crías que desde tan tierna edad van asumiendo sus roles como si nada hubiera cambiado en este último siglo.

Una flamenca guapa, una mujer de su casa; y también la compañera que comprenda nuestros múltiples defectos, que asuma nuestros más inconfesables errores. Que reconforte con paños de agua fría nuestra convulsionada frente cuando vomitemos tras la fanfarria y los cantes. Y que finja –decentemente- cuando sobre ella ejerzamos nuestro derecho al sexo , voraces y babeantes de deseo.

Otras veces precisaremos ser comprendidos cuando la enojosa flaccidez del loado atributo, se empeñe crudamente en negar nuestra fanfarrona fama de mástiles genitales o cuando la precocidad ridícula de nuestros seminales suspiros expliquen la olimpiada de polvos con los que batimos cada noche, nuestro récord en la barra del bar.
Querremos oír de los labios de nuestra esclava conyugal, que los tristes gatillazos, son producto del estrés tan grande que sufrimos para poder así llevar a nuestro hogar un sueldo buenecito , que es el que consigue que ni a ella ni a los chiquillos les falta nunca de “ná” y vayan a comuniones, bodas y bautizos más bonitos que un San Luis.

Que no tenga ojos para el resto de los hombres. Que siga siendo nuestra Eva virginal en medio de la multitud y el caos. Que no sea capaz de distinguir entre nuestro agradecido estómago y el tórax casi insultante del vecino de sombrilla cuando vamos a la playa.
Que asuma la decadencia de su cuerpo, al que la época le exige una tersura y belleza nunca antes conocida en la historia, mientras nosotros seguimos celebrándonos como adolescentes frente a las chicas en flor, imbuidos por el mito de la fertilidad.

Que no cometa la imprudencia de buscar su propio placer, de leer sus propios libros, de fantasear con sus propios sueños lúbricos, de encontrar su espacio en el mundo, su círculo de amigos. De convertirse en una persona independiente.

Porque si así lo hace no sabremos administrar su libertad ni la nuestra. Si así lo hace es posible que alguna mañana no haya tenido tiempo de plancharnos la camisa.

Es posible que alguna noche también ella llegue a casa con una copa de más y quiera hacernos el amor con un deseo que no comprenderemos.
Es posible, en definitiva, que un buen día la guapa flamenca diga basta. Y se descubra a sí misma y le parezca que el maromo con el que comparte sus días no es tan estupendo, ni se merece tantas atenciones.

viernes, 30 de enero de 2009

MISANTROPÍA


Supongo que será culpa mía que no puedo mantener a raya ese impulso misántropo del que desde siempre, he ido tratando de zafarme. La forma de hacerlo, de quitarme esa explosiva mezcla de timidez, arrogancia y aburrimiento, ha sido mi disponibilidad manifiesta para atender a los amigos, ir diciendo que sí a casi todo porque, hombre, casi todo era legal e inofensivo.

Cuando se escribe, se termina teniendo amigos escritores. Eso les pasa también a los jugadores de golf que deben ser millones en nuestro país, a tenor de la demanda que hay de campitos en urbanizaciones privadas, para hacer el subnormal con un palito y un agujero, con la de maravillas que con elementos de esa índole puede el ser humano inventar.

El caso es que, si mis amigos escritores, me proponían presentar un libro yo siempre decía que sí, ya saben, por lo de la misantropía que tengo y todo ese rollo. Pero lo malo es que con el tiempo, algunos que no eran mis amigos, me decían que habían escrito un tocho sobre los infinitos tipos de piedrecitas que podemos encontrar en cada una de las playas de la provincia, y que si se lo presentaba yo, y yo decía que sí, que lo presentaba.

El autor del libro, que había dedicado a esa búsqueda entre mística y gilipollas varios años de su vida, me llamaba por teléfono, me decía que si necesitaba algún dato de su currículum él, amablemente, se encargaría de facilitármelo. Yo solía contestar que no, que ya me buscaría la vida. Y eso era lo que hacía: buscarme la vida en los jardines de la palabra, en los barrios pobres de la palabrería y en la prestancia mediática de la verborrea.

Aproximadamente una media hora antes del acto, me llevaba el susodicho librito, un par de folios y un bolígrafo a alguna taberna de los alrededores de la biblioteca, galería de arte, centro cultural, asociación de vecinos o librería glamorosa. Leía por encima algunos textos, me quedaba con el estilo del genio de turno y le buscaba algún parecido con algún pope literario con prestigio, vaguedades como:

“El tono general de el libro, aunque originalísimo, no nos puede hacer olvidar el influjo y el magisterio que Miguel de Cervantes, ha ejercido sobre nuestro autor, que sigue de esta manera la más alta tradición de nuestra prosa”.

Es muy difícil que un autor no asienta ostentosamente con la cabeza cuando se le compara con el manco de Lepanto. Me hincaba entre pecho y espalda un par de cuba libres con ron blanco, encendía un cigarrito rubio, me echaba para arriba los cuellos de la chupa de cuero para parecer más moderno, más poeta y más canalla que casi todos los jipis, progres con gafitas y maestros de lengua y literatura que asistirían al acto y llegaba siempre unos cinco minutos después de la hora, como un Bukowskito de periódico de barrio.

Los más emperifollados siempre eran el escritor, que si resultaba un medio alternativo cuarentón, se ponía un atuendo tipo Joaquín Sabina, muy hortera pero bastante cuidado. Y, por otra parte, la representación municipal; algún delegado de cultura o, mejor, delegada que siempre cerraba los actos literarios diciendo la sandez más gorda de la noche, más gorda aún que la mía.

El publico estaba compuesto casi siempre por el mismo grupo humano; dos o tres viejitas viudas mirando al techo, como queriendo asir allí el vuelo de las inteligentes palabras que desde la tribuna se despachaban. Otro par de amigos y parientes muy cercanos del escritor y algún escritor más joven que todos nosotros que iba o bien para aprender, modosito y sumiso como uno de esos chiquillos de operación triunfo, que aceptan cualquier ordinariez con tal de no ser expulsados de la parcelita de fama, o para dar por culo, en plan “menuda banda de pijos y catetos literarios de pueblo”.

Si para colmo venía la prensa local o –¡albricias!- alguna televisión de estas que hay ahora tantas, tipo vídeo comunitario, ya es que nos poníamos todos estupendos, ensayando gestos que hemos visto desde siempre en nuestras casas, ya saben: la manita en la cara como si se prestara una atención tremenda a cuanto se dice, la dicción como si viniéramos todos de Valladolid y fuésemos más finos que un presentador del telediario. Vamos que nos convertíamos en un grupo de fantoches celebrándose a sí mismos.

Por todo eso, tengo una crisis del carajo con esto de la misantropía. Me dan ganas de esconderme un minuto o un siglo, como decía el poeta, pero sin embargo, y por eso escribo aquí y donde me dejan; ¡Que todos sepan que no he muerto!.

viernes, 23 de enero de 2009

SOLDADITO


Tu novia compra un vestido, un jarrón, unas flores, visita alegremente otra inmobiliaria,
estáis buscando piso, siguen costando caros pero tienes tu sueldo, tu uniforme, tu prestigio social. Cogida va del brazo de su mejor amiga y teje cada tarde sueños occidentales. Lechera con su jarra, ajena a los fracasos, normal y previsible, fantasías modestas. Tú sigues en campaña, si apuntas a un afgano, si ofreces cobertura a un convoy mercenario lleno de gente presa, que llevarán de viaje por los cielos del mundo con barbas y chilaba, si haces todo eso te ponen dos medallas, con dos cojones.

El precio de sus vidas compromete tu espacio, pero apenas arriesgas el fulgor de una lente. ¿A cuánto está el pleonasmo a esta altura del curso? ¿Cuánto vale ahora mismo el precio del dinero?

Con cada mensualidad vas poniendo un ladrillo, reestructuras los tonos del gran cuarto de baño en el que al principio os amareis como fieras, tú y ella, felices, ¿y esta gente que lucha por otros paraísos o por vivir como pueden sus días en la tierra?. Esta gente tan rara que todavía reza, salmodia desolada de quienes mueren en Gaza, en una boda en Kabul, o a puñetazos y esputos en las prisiones de Bragam.

Qué poco nos falta para estar siempre juntos, para tener nuestro niño y gastar muchos euros en convertirlo en imbécil. La guerra con el moro es ya tan antigua que puedes contar chismes tabernarios, decir que son capaces de pegar machetazos a un blanquito decente, que no les marea la sangre del enemigo caído, que saltan y hacen fiestas como bestias sin alma.

Tus bombas que destrozan mantienen esa prestigiada y perversa distancia con la que matamos la gente civilizada.
¿Qué podrás oponer a su espanto diario, cuando apareces tú; el moderno cruzado? ¿qué dirás si preguntan quién te trajo a esta guerra? ¿Un puñado de euros, un chalé, una parcela?

viernes, 16 de enero de 2009

RECITAL


Una de las cosas más tristes del mundo es llegar a una ciudad otoñal, solito y sin que nadie lo conozca a uno. Arribar hasta la casa de pensión y explicarle a ese hombre tan afligido que tras el mostrador atiende a los viajeros, que hay una reserva hecha a tu nombre.

No hay cosa tan patética como ver al hombre afligido no encontrar en su cuaderno ni rastro de tu nombre hasta que por fin, en un alarde detectivesco, entre los dos, viajero y hospedero, concluimos que ese José Manuel Galiardo que aparece bajo el epígrafe de “ El Poeta” debo ser yo mismo.

Sentarse sobre una cama extraña, descorrer las cortinas tiesas y mirar por la ventana como un bardo decadente, buscando una bonita vista con la que engañar la angostura de nuestro pesar. Encontrar en lugar de esa vista un descampado horrible, coronado por un cartel que reza: Próxima construcción de catorce viviendas de lujo. Y piensa uno la cantidad de millones que costará cada una de las viviendas y las pocas posibilidades que se tienen de ser alguna vez propietario de alguna de ellas.

Depositar los carpetones líricos sobre la mesa de escritorio y trastear como un chiquillo con el mando a distancia de la televisión portátil buscando acaso un canal porno para cuando los rigores de la soledad nocturna nos señalen nuestra insignificancia.

Mi madre sentiría mucha pena si viese a su hijo comer en una venta de carretera una merluza empanada y unas lechugas de contornos marchitos, acompañado de una copa de vino blanco. Silencioso y absorto en la lectura de la prensa como un viajante de comercio, un evadido de la justicia o un malcasado. Si viese a su hijo subir una empinada cuesta camino de la biblioteca municipal, levantados los cuellos del abrigo y marcando su presencia en la oscuridad , la intermitencia leve de un cigarrillo rubio que aspira con fruición pese al cansancio cual si fuera eso ya, el tabaco, lo único a lo que aspira. Tan joven y tan viejo.

¿Han sido ustedes alguna vez testigos de la profunda melancolía que invade a las bibliotecas de pueblo al anochecer, los días laborables? . Si a esa endémica melancolía le añadimos la feliz idea de algún concejal o concejala de lustrar su expediente mensual con la lectura poética de un autor como yo mismo, es que las paredes, el encerado y hasta el cuarto de baño chorrean pesadumbre y congoja.

Uno siente la necesidad frente a las cuatro personas que componen el público asistente de decirles ¿ por qué no lo dejamos, por qué no suspendemos esta tontería y nos vamos cada uno a nuestra casa? . Tengan piedad, por dios, del periodista local que tiene que cubrir este esperpento, del concejal que tiene que sonreírme a mí y a todos, de ese chico joven y nervioso que como siga por este camino de noches poéticas va a terminar como uno; de modestísima y baratísima vedette poética de la categoría Regional Preferente. Y tengan piedad, por favor, de mí mismo.

Pero, inexorablemente, ya me está presentado un desconocido que jamás ha leído nada mío, y me presenta como José Manuel Galiardo, joven poeta andaluz cuya obra poética se caracteriza por la emoción de sus sentimientos y el ritmo tan personal de sus poesías. Que es tanto como no decir nada. Que es lo que tendría uno que hacer, quedarse decentemente en silencio como Juan Rulfo, y esperar que los cuatro gatos vayan levantándose de sus asientos y vayan las luces , lenta y sensatamente, apagándose

viernes, 9 de enero de 2009

GAZA

Esta obscena representación de la bestia que desde el cielo asola y destruye, siembra la desesperación y el dolor entre los supervivientes, colma de de hombres y mujeres a pedazos los hospitales, muestra niños inertes sobre improvisados sudarios, ilumina con la belleza atroz de la muerte el horizonte de la ciudad sitiada, reduce una sociedad herida y vapuleada durante décadas a escombros, a un paroxismo de horror; es catalogada con grotesca socarronería por babosos opinólogos y por mierdas escribientes de distinto pelaje, como un gusto por el exhibicionismo del pueblo palestino.

Otro sinvergüenza afirma que la capacidad de dolor del pueblo palestino es muy superior a la del pueblo judío, ergo la respuesta al puto cohete del miliciano de Hamás, debe ser así de asquerosa, así de desproporcionada.

Veremos a un joven israelí, como de película bélica barata, morir y ser apaleado su cadáver por una turba fanática y vengativa y eso nos partirá el corazón, porque aunque nuestra testuz y nuestras costumbres se parezcan más al palestino, nos identificaremos de inmediato con el héroe.

Todos los héroes son blancos, todos los héroes son guapos y los palestinos no son ni blancos ni guapos y sus muertos no tienen glamour cinematográfico ninguno.

Habrá un alto el fuego, los mediadores internacionales brindarán por el acuerdo, las putas de lujo harán sus completos en los hoteles donde los embajadores se relajan de las tensas negociaciones.

Se estrecharán las manos y este nuevo episodio irá diluyéndose por los sumideros de la actualidad periodística. Los muertos callarán para siempre.

Nosotros también, como si estuviéramos muertos.

martes, 6 de enero de 2009

FINLANDIA


El otro día un amigo intelectual ¡cómo no!, me decía: “No voy a poder tomarme la última contigo porque mañana salgo para Finlandia”.

Yo tengo mucho mundo (interior) y cuando alguien me espeta algo de esta envergadura, actúo como si me pareciera lo más natural del mundo. ¡Ah, vale, pues si te vas a Finlandia nada, lo dejamos para otro día, hombre!.

La verdad es que cuando un intelectual por amigo y brillante que sea, me dice que se va a Finlandia o a Estepona, que para mi caso lo mismo da, de lo que me entran ganas es de decirle “me cago en tus muertos” porque yo tengo una envidia fugaz pero muy rotunda. Luego vuelven, los afortunados, de estos viajes; La Gran China, Nueva York, Finlandia… y parece que no les hubiera sucedido nada.

Yo creo que todos mentimos, ellos haciéndose los chulitos y yo haciéndome el que no voy a Finlandia porque no me sale de las narices. Sin embargo, a veces se siente uno muy mediocre y muy impresionable.

Como cuando llegabas tirao por la vida errante y bohemio a la casa de algún camarada y te dejaba un cuarto y un catre donde hospedarte una temporada y el camarada salía por la mañana a trabajar y tú te quedabas solo en aquella casa extraña y procurabas no tocar nada, pero no podías dejar de fijarte en los detalles del día a día de tu amigo.

El libro abierto sobre la mesa de centro del saloncito (en las casas de mis colegas a todas las dependencias se les podía aplicar con total justicia el diminutivo), el cenicero colmado de las colillas de la víspera, la copa de vino tinto que tiñe todavía la transparencia del vidrio, el disco de los Doors tirado de cualquier manera sobre un sofá, las cartas amontonadas sobre el frigorífico, la pasta de dientes estrujada y enrollada sobre sí misma para aprovechar hasta el más mínimo aliento de flúor.

Uno si no fuera escritor y poeta lírico, a esta forma de escudriñar la intimidad de los amigos, la llamaría cotilleo y simplezas de Marujón. Pero alguna ventaja tiene este, llamémosle oficio, y es la capacidad de evocación que nos otorga. (Aparte de poder irte unos días a Finlandia para perorar, pongamos, sobre la novela estructuralista mesetaria en un congreso del copón)

Se quiere decir que mientras que algunos viven sólo una vida, esa que sucumbe en cada momento presente y que acaso se sostiene en las posibilidades futuras, otros prestamos una gran atención al pasado, a lo acontecido, y eso es lo que caracteriza a los grandes novelistas, a los sublimes poetas y a los articulistas majarones.
Vivimos así, casi sin vivir en nosotros como la santa, pero sabemos que si vamos a Finlandia algún día dedicaremos el resto de nuestra obra a glosar la memorable hazaña.

Es como cuando un desconocido te saluda y te dice: “Eh, tío, de puta madre el artículo que escribiste el otro día”. Y ponemos cara de estar muy acostumbrados a estos halagos.
“Gracias, muchas gracias” contestamos, quitándole importancia al halago y, por supuesto al artículo.
Después en la taberna, quitándole importancia también, comentamos como quien no quiere la cosa: “Pues parece ser que el artículo del otro día ha tenido mucho éxito entre la concurrencia” y convertimos, con ese patetismo tan común entre los escritores, toreros y cantantes, a nuestro admirador en legión y a sus palabras de aliento en tendencia.
No me acuerdo ya quién dijo aquello de “Lo que no se cuenta será como si no hubiera sucedido” pero asumo esa sentencia como asume Finlandia su paisaje de costa herida por un fiordo.