Ver a ese hombre, con la perilla cana, dándole al badajo y
pegando el campanazo porque su negociado de usuras y finanzas iba a empezar a
cotizar en bolsa es una buena parábola, una poética justicia de la imagen que
quedará para la posteridad. Tras su traje a medida, carísimo, su perilla casi
troskista y su sardónica media sonrisa estaba y está la ruina de un país. Y esa
ruina ya no es una depresión, una tristeza de las ciudades y sus habitantes.
Esa ruina y sus tentáculos están asesinando o hiriendo gravemente a las
personas.
Hay más; la diputada de uno de los dos partidos políticos
que se turnan en el chollo de gobernar- creo que ellos a esa apropiación del
poder le llaman alternancia- exclamando exaltada y posesa de sus telúricos
sentimientos “que se jodan” cuando el sadismo del legislativo aprobaba otra
vuelta de tuerca al vil garrote con el que ahorcan a los parados.
Y si nos ponemos a evocar fotogramas de estos tiempos, se
nos vienen los bienaventurados mansos de la indignación haciendo una pacífica
sentada y siendo apaleados por la policía. Los manifestantes perseguidos por la
jauría hasta sus casas, la jauría buscando carne y sangre por los andenes de
los metros de las grandes ciudades. Las personas que se creyeron el cuento
aquel, tan bonito, de la vivienda digna, del trabajo, de la educación, de la
sanidad.
Los muchachos con pelusilla de barba cubriéndoles la cara conociendo
muy bien todos los derechos que tienen y la policía, el brazo armado del poder,
contestando literalmente al mozalbete que sus derechos se los pasaba la policía por los cojones. Una bonita
juventud tocando sus guitarras acústicas
en las plazas y componiendo eslóganes, la muchachada guapísima viviendo su
bautismo de fuego, excitados por las novedades represoras como si lo que vendrá o puede venirles encima
no fuese con ellos.
Las familias desalojadas de sus casas, las chabolas echadas
abajo por los servicios municipales, las universidades otra vez como siempre ha
sido, prohibidas para los hijos de la clase obrera, a no ser que esos hijos
sean excelentes, medio genios que trabajarán en el futuro a las ordenes del
mediocre que no preciso de la excelencia para estudiar.
Y ha escrito uno todo eso de arriba y ahora lo leemos y
decimos que bueno, que vale, pero sobre todo musitamos para nosotros mismos:
¿Para qué? Es un cansancio intelectual, es constatar lo que sabe todo el mundo,
es abrir el periódico y darle a uno pequeños espasmos morales, cómo es posible,
serán hijos de puta, qué se habrán creído...
Y los telediarios son pena y fútbol.
Y parece ser que mi enemigo tiene que ser un hombre que recibe cuatrocientos
euros de subsidio y tiene, ese hombre, la desfachatez de hacer alguna chapuza,
de currar escondido en un taller y ahora yo tengo que denunciarlo para ser un
buen ciudadano. O al que han tiroteado desde todos los frentes y se le exige
que cumpla con todas las normas tributarias mientras amnistían a la canalla
millonaria, o al negro que además de tratar de ganarse el pan de cada día tiene
que andar esquivando las batidas de caza de la policía. ¿Será que el poder en
vez de esa omnipresente superestructura calculadora y fría, es más bien un
cabronazo lleno de rencores y de odios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario