La primera parte de esta historia, aunque nos empeñemos en
vivir en Babia, esa tierra tonta donde toda semilla germina, que dijo el poeta,
la conocemos.
Y entonces leeremos:
Era un país en el que millones de personas se despertaban
cada día con una llamada de teléfono de alguien que les increpaba desde un despacho, como
hacía la mafia con sus rehenes económicos, y desde ese despacho se les exigía
pagar recibos de cosas que habían sido adquiridas cuando el mundo parecía
bonito, de colores, cuando la vida era una tómbola, como en la copla. Muchos de
esos teléfonos hacía ya tiempo que sólo podían recibir llamadas porque las compañías
suministradoras del servicio habían suspendido la posibilidad de emitirlas, las
llamadas, pero habían dejado lo de recibirlas para que tuvieran los
bancos, por ejemplo, un número al que
dirigirse y con el que perturbar a las personas, que eran también unos números.
Rojos.
Y seguiremos leyendo en esa crónica futura:
Muchas de esas personas se tiraban desde los balcones de sus
hipotecadas viviendas el día que la comisión judicial iba hasta sus casas a
decirles a los suicidas que ya no, que ya no eran sus casas, que todo había
sido una estafa, una mentira, un sueño hermoso en el mejor de los casos y que
había un sitio, secretísimo, donde trajeados y repeinados oligarcas se estaban
meando y cagando todo el día sobre el papel donde se podía leer todavía, entre
manchas de orín y churretazos de mierda pura, lo de la vivienda digna, lo del
derecho al trabajo y un montón de chistes macabros más, todos del mismo estilo.
La historia continuará narrando que:
Toda una generación de jóvenes hijos de las clases más
deprimidas y castigadas por la gran cochambre económica, perdieron la
posibilidad de estudiar en las universidades porque se creó, contra esta gente,
una mitología del mérito que se basaba fundamentalmente en méritos jerárquicos,
de linaje y de clase. Había, como siempre, jóvenes que sin tener dinero podían
terminar sus estudios superiores, pero estos eran casi genios que a los capos
sistémicos les interesaba becar para que alguien mantuviese el pulso intelectual de la aldea.
Se contará que:
En los comedores sociales, el color de piel de las largas
colas para entrar por la sopa triste
había ido destiñéndose y cabizbajos padres de familia con su prole, guardaban
cola todavía ataviados con sus jerséis lacoste en algunos casos y con sus
vaqueros de etiqueta, testimonio de
otros tiempos y otros afanes. Casi todas las personas del país sabían cómo
sellar el carné de paro por internet, qué requisitos había que juntar para
recibir con muchísima suerte, cuatrocientos euros al mes que cada viernes, los
sicarios de los capos sistémicos, amenazaban con quitarle a la pobre gente.
Se nos asombrará contando que:
Los trabajadores firmaban los contratos sin leerlos,
llegaban al tajo sin preguntar el precio de su jornada, a muchos se les bajaba
el sueldo y los representantes sindicales organizaban solemnes reuniones para
administrar las migajas. También que la Seguridad Social precintaba negocios
porque no pagaban estos negocios las cuotas que mantendrían así, saneado el
sistema, cuando cerraban esos negocios iban tres o cuatro trabajadores a la
plaza pública a meterse las manos en los bolsillos, a los pocos días a
solicitar el desempleo y en breve a cobrar el subsidio que partía de esa misma
Seguridad Social que no había recibido el dinero para pagarles y que ahora iba
a pagarles ese dinero a esos hombres que se habían quedado sin empleo porque habían
hecho cumplir la ley esas personas tan sabias que administraban el cuento de
Juan de la Pipa.
Nos rasgaremos las vestiduras al comprobar que:
En este contexto de drama social, una nueva clase erigida al
calor de los dineros públicos, andaba untando y untándose millones de euros en
corrupciones asquerosísimas, cobraban jubilaciones millonarias, los bancarios
que habían arruinado el sistema con engañifas y caramelos envenenados, eran
gloriosamente rescatados de su ruina y para pagarles a ellos, a los capos
sistémicos y a sus sicarios, a los junteros de los consejos de administración
de las cajas de ahorro donde había muchos socialistas ( ja, ja ,, ja)
comunistas (jua jua jua) y sindicalistas (ja jua ja jua ) para pagar este atroz
banquete de tiranos, se les quitaba subsidios a los parados, a los viejecitos se les negaba una
revalorización de las pensiones, se les cobraba el precio de su senilidad y sus
achaques en farmacias arruinadas y se les conminaba a estar solos porque no
habría ley de dependencia que pudiera protegerles de esa soledad ni de la
muerte.
Para conseguir todo esto, continuáremos leyendo:
Se montaron enormes aparatos de propaganda, se suministró a la población ingentes cantidades
de fútbol con rivalidades irreconciliables entre equipos de grandes capitales
de provincia, se montaban dispositivos policiales en los que cabía la cosa a un
policía por cada dos manifestantes, se les metió a las personas , como un virus
maléfico, un rosario de miedos, mejor;
de espanto, para que fuesen dóciles y comprendieran que ninguna otra
cosa se podía hacer, que no había más remedio, me cachis en la mar, no podemos
hacer otra cosa niños, además; es por vuestro bien.
Y por este miedo a perder la casa, a perder el trabajo, a
perder el subsidio, a perder el diez o el quince por ciento del salario, a perder un ojo por mor de una pelota de goma en una
manifestación, a perder la libertad, a perder los derechos sociales, a perder a
la familia, a perder cualquier atisbo de alegría, un día llegó a importarle una
reverenda mierda a la gente perder todas
esas cosas y se vio la gente en la fotografía de la época y sintió la gente más
vergüenza que miedo, que suele ser cuando aparece la dignidad, y dijeron
algunos que ya estaba bien, que hasta allí habían llegado…la segunda parte de esta historia está por escribirse
.
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