Para lo que uno necesita no debiera
hacer falta hacer una revolución. Eso demuestra que el mundo está
mal hecho, no es necesario proveerse de grandes ideas, ni de un
corpus moral por el que todo lo vivido se vaya filtrando.
Para lo que uno necesita no debiera
hacer falta llenarse de argumentos, los argumentos y los millones de
páginas escritas para argumentar los argumentos han hecho falta
porque el mundo está mal hecho. También podríamos añadir; mal
repartido. Y si nos ponemos a añadir añadidos, al final tendremos
otro tocho revolucionario.
Si falta agua en el mundo, en buena
parte del mundo siendo este planeta prácticamente el planeta “Agua”
que no sabemos porque fue bautizado de otra manera, tendríamos que
trabajar sin descanso para potabilizar todo el agua que fuera posible
y que nadie pasara sed. Eso de pasar sed en el planeta “Agua” es
una guarrería moral tan grande que a lo mejor hace falta una
revolución; acuática.
Lo del hambre también es un malísimo
chiste negro. Todos sabemos que la condena al hambre de miles,
millones, de seres humanos es otra guarrería (no se me ocurre otra
palabra) y que si no fuésemos como somos, nadie debería conciliar
el sueño sabiendo que hay personas que agonizan, que se comerían
gustosos los restos de nuestro cubo de la basura. Esto de pasar
hambre en un mundo repleto de recursos naturales y repleto de sobras,
caducos alimentos, cosechas desperdiciadas, es una guarrería moral
tan grande que a lo mejor hace falta una revolución; del hambre.
Cuando era mi hija pequeña, veíamos
en la televisión uno de esos reportajes en los que un niño, casi
siempre negro, trataba de succionar del pecho de su madre un poco de
alimento. No había nada en aquella mujer raquítica y veía la mujer
cómo poco a poco iba su fracasado lactante desfalleciendo hasta
morir. Mi hija, que a tan tierna edad comenzaba a asumir las
distancias del etnocentrismo occidental, me preguntó; ¿Pero papá,
ellos no se quieren como nosotros, verdad? . Y no me acuerdo muy bien
de mi respuesta, pero creo que le mentí. Que unos niños mueran y
que otros puedan hacer esas preguntas y recibir de su padre atención
y cariño, pero también alguna piadosa mentira, a lo mejor precisa
de una revolución; de la verdad.
Que un día llegue uno, como en los
chistes, y diga; pues a partir de ahora tendríamos, compatriotas,
que odiar intensamente a los vecinos. Porque nos han quitado el agua
(hay para repartir) y nos roban la comida (que ya sabemos que también
sobra) y encima quieren que su verdad sea nuestra verdad cuando todo
el mundo sabe que la verdad es nuestra y no suya, su verdad. Y los
ciudadanos de un pueblo, barrio, parroquia o país, se sientan
impelidos a degollar, bombardear, saquear y violar a los ciudadanos
de otro pueblo, barrio o país, cuando alabemos los honores de la
guerra y la gloria asquerosa (otra vez, otra vez esta palabra) de las
batallas, cuando besemos las banderas sin pensar que hay que guardar
los besos para las novias y los novios, para los hijos, los nietos,
para quien merece ser besado, no una puta bandera, no un miserable
trapo por el que muchas personas han muerto y ya a nadie podrán
besar. Para evitar que nos metan en esa mierda asesina de la guerra,
a lo mejor hace falta una revolución, de la paz.
Si una mujer es como yo, pero a mí me
gusta más que yo y que mi amigo, porque es mujer y me gustan sus
cosas; sus pechos(no me gustan los pechos de mis amigos) sus muslos
(no me he fijado en mi vida en los muslos de mis amigos) su trasero
(me entra la risa si pienso en el trasero de mis amigos, pero me
entra otra cosa si pienso en el trasero de las mujeres) Si, en
definitiva, una mujer es como yo pero a mí me gusta más. ¿Cómo es
posible que podamos condenar a las mujeres a vivir supeditadas a un
tío? ¿Cómo es posible que con lo guapas que son queramos taparles
las turgencias, correr un velo por sus rostros, como si diera
vergüenza esa belleza, como si no fuésemos los hombres capaces de
soportarla sin grosería, de venerar sin agresión? ¿Tan poco nos
fiamos los hombres de nosotros mismos? ¿Tan asquerosos (otra vez)
somos? . A lo mejor para evitar este complejo fálico de las
sociedades hace falta una revolución; sexual.
Si, como hemos dicho, el mundo está
mal hecho. ¿Por qué tenemos la obligación de rendir culto y
pleitesía al que supuestamente perpetró semejante chapuza? No nos
convence ese dios que asesina, mata y quema a las personas. Ese dios
que cuando más a gusto estamos, pongamos en Sodoma, pongamos en
Gomorra, llega y bombardea la ciudad. Ese dios que cuando Eva y Adán
empiezan a encontrarle un sentido al paraíso, comiendo, devorando
lascivamente, todas las manzanas de la prohibición, se cabrea. No
queremos un dios cabreado porque nosotros estamos más que cabreados
con él, con su inexistencia, con su ubicuidad, con su divino desdén,
con su iracunda justicia. Queremos vivir aquí, con pan, con agua, en
paz, con sexo y con libertad. A lo mejor para escapar del pecado
original hace falta una revolución; laica y vagamente pecaminosa.
Lo de la revolución, va quedando
demostrado, para lo que uno necesita no debiera hacer falta; unos
libros, algo de música, si no hay aparatos reproductores da igual;
un guitarra, una flauta, un tambor.
Parece mentira que sí, que para lo que
uno necesita haga falta, tanta falta, una revolución.
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