En las ventas de carretera castizas que van quedando, por las fotos, los carteles de toros y los cachivaches que se exponen para la venta y para el asombro del viajero, podríamos tener las claves de la vida, del pensamiento político, de las preferencias futbolísticas y artísticas del dueño del negocio. Es como si dijeran los propietarios de esos boliches; “Aquí ando, todo el día tras esta barra y con este mandil, viendo cómo pasáis por aquí camino de otros destinos, así que como todo lo que soy está en mi garito, os cuento un poco mi vida”. Eso ocurre en las que todavía no han sido fagocitadas por una multinacional y forman así parte de una cadena comercial que hace que todas las ventas sean iguales, lo que unido a la monotonía de las autopistas convierten el viaje en triste travesía.
En los expositores de estas genuinas tabernas cuelgan muchas
veces llaveros horribles con la cabeza calva de Francisco Franco labrado de
perfil como en los duros antiguos. La efigie del dictador nacional/católico
está como aplastada, como si la bota de la historia hubiese hecho justicia
poética. Otras, el que mira, esta vez de
frente, es el Ché Guevara, ole, hasta para los llaveros tiene uno sus
debilidades.
También tienen mucha
afición las efigies del Camarón de la Isla y los escudos del Barcelona y del
Real Madrid. Allí andan colgados los llaveros antagónicos, unidos por la
mercadotecnia cañí.
Me gustan mucho las ventas que tienen presidiendo la barra, una foto de
algún artista famoso cogiendo del hombro al dueño, como si fuesen amigotes de
toda la vida. La foto está firmada, primorosamente enmarcada y es la joya de la
corona decorativa del lugar.
El tabernero es en ocasiones hombre de gran fantasía y si le
pregunta uno cómo fue que Sarita Montiel anduvo por aquel local digamos… tan
modesto, puede servirnos el hombre una
historia magnífica a la vez que nos sirve esa ensalada enorme e insípida. Puede
incluso permitirse familiaridades con la célebre clientela; Sara, desde ese día ya no dejó de pasar por
aquí cada vez que iba camino del esteticista o del psiquiatra. Y le da el
tabernero a esa foto anecdótica y firmada con prisa por la diva, rango de
categoría.
Esa vanidad tonta de conocer gente de relumbrón no es
exclusiva de los gerentes de venta de carretera, aunque les guste más una foto
firmada que un llavero hortera.
Hemos visto a amigos a los que un día les dio la mano Paco
de Lucía y ya, desde entonces, cuando hablan del guitarrista algecireño dicen;
“Sí, porque Paco…” y tú, si no eres
tonto, tienes que entender enseguida que se trata de ese Paco, del de Lucía.
Es como si la luz divina que desprenden los salvados, los
triunfadores de este mundo les iluminara a ellos, como si por estar cerca del
suertudo que compuso una copla de éxito, escribió un poema ye yé o pintó un churrete en un lienzo y se forró,
fueran a hacerse también ellos listos, guapos o millonarios.
Y también están los que viven de eso, los que ha tenido un
padre cantante, un tío poeta fusilado, o
un primo que fue pintor de vanguardia y dejó en un garaje abandonado una
ingente obra a medio terminar que poco a poco va saliendo al mercado.
Un ejemplo: el hermano de García Márquez se viste igual que
García Márquez. Pantalón de lino blanco y guayabera, se busca las habichuelas
dando conferencias sobre su hermano y soltado sandeces como:
“A veces, preferiría
no ser hermano de Gabo, para así poder hablar con libertad”. Y nos quedamos
perplejos ante tamaña tontería porque; ¿Quién demonios tendría interés en escuchar a
este Jaime García Márquez si no fuese hermano del escritor colombiano?
También cuenta en una entrevista reciente que hace dos años que
no ve al hermano, pero que este llama a su casa todos los días para hacerlo a
él, a ese hermano al que no ve desde hace más de dos años, depositario de su
memoria. Habrá que creerle. Porque seguramente dentro de poco sacará el hermano
clon de García Márquez un libraco donde de buena cuenta de esas confidencias
telefónicas y así, podrá seguir unos cuantos años más, cuando duerma Gabo el
sueño de los justos, disfrutando de la
franquicia “García Márquez y hermanísimos S.L.” .
Es curioso que en sus memorias, bastante tediosas, García
Márquez siempre se refiera a su hermano Jaime para subrayar su condición de seismesino y su debilidad.
“Jaime, que ya tenía
diez años, había sido el que más tardó en apartarse del regazo materno por su
condición de seismesino”
“La casa nueva y
recién amueblada tenía un aire de fiesta y un hermano nuevo: Jaime, nacido en
mayo bajo el buen signo de Géminis, y además seismesino”
“Mi madre sólo parecía pendiente de la salud de Jaime, el hijo
menor, que no había logrado superar su condición de seismesino.”
No se sabe
qué jode más al genio en sandalias peregrinas; que su hermano fuese así, seismesino o que su madre, tan
importante en su vida desde ese viaje iniciático y absurdo para vender una casa
vieja en Aracataca, lo cuidara más que a él.
Si yo
tuviera un hermano como García Márquez, que para aludir a mí en sus memorias se
limitara siempre a constatar, no sé, que uno se operó de fimosis y estuviera
todo el tiempo:
“Mi hermano J.A. que se operó de fimosis”
o “Vi salir de un tren en aquella ciudad
helada del norte de Europa a mi hermano J.A., que se operó de fimosis” o
también: “Detuvieron en una redada en
Buenos Aires a mi hermano J.A., que se operó de fimosis” pensaría con razón
que mi hermano por mucho premio Nobel que tuviera en sus vitrinas estilo
colonial, era más bien un cabronazo.
Los genios
- lo digo porque yo he conocido en mi vida y sólo en mi pueblo a quince o
veinte; de la música, de las letras, de los monigotes, de las chirigotas- no
son de fiar. Cuando son incomprendidos porque serán capaces de la más grande
villanía para que se les reconozca y cuando son reconocidos porque empiezan a
mirar a la fauna humana como si tuviera que estar agradecida a su pedo lírico,
a sus cien años de soledad o a su espantosa sinfonía atonal.
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