1.-No me gusta la confesionalidad mal disimulada del estado.
Lo normal sería que la religión se quedara en la casa de cada uno. Que
asumiéramos su enorme importancia en nuestra cultura, que valorásemos la
aportación del cristianismo a la contención de los instintos más salvajes de la
especie. La culpa, el pecado, la conciencia, son todos valores que tienen que
ver con ese gazpacho greco latino, judaico y orientalista que se preparó para mejorar la
condición humana y su propensión a la barbarie. Que más tarde volviese la
bestia a hacer de las suyas en nombre precisamente de la cristiandad, es culpa
de los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Se quiere decir con esto que
nos merece un gran respeto la religión y su aportación al mundo tal y como lo
conocemos. Pero ya está. Ninguna de las íntimas convicciones que pertenecen al
territorio de la fe debiera imponerse a los ciudadanos de la aldea. Ninguna apreciación
sobre sexualidad, educación, moralidad o estructura social y económica de la comunidad debiera
tener públicamente más valor que el respeto al que lo dice. Y por doloroso que
pueda ser para quien siente devoción a las figuras que ilustran la fe o la
mitomanía, tendrán que respetar también nuestra indiferencia e incluso nuestro
desprecio por la escayola o nuestro interés puramente artístico, sin más
misticismo que el lírico, por las músicas, las pinturas, las poesías, la filosofía y las magníficas obras que en todas las
disciplinas artísticas nos ha legado el sentimiento religioso de la humanidad.
Que cada uno sea libre de creer en dios, en Buda o en los juncos de la ribera,
pero que esa necesidad o gusto personal no se inmiscuya en la vida civil. Y si
esas creencias se ponen muy estupendas y pretenden limitar la libertad de la
gente, no sé; ablación de clítoris, aborto, persecución de la homosexualidad, que
prevalezca siempre la razón frente al
sofisma de ultratumba.
2.-No me gustan los toros, quiero decir que los toros me dan
igual, lo que no me gusta son las
fiestas que alrededor de ellos y de su sufrimiento y muerte se organizan. Me
dan igual los toros como me dan igual las palomas que, salvo para alguna poesía, jamás me acuerdo de
ellas. Así que no entiendo cómo, tú, que dices conocerme, me hablas de José
Tomás, que será un artista y será un esteta, pero que a mí, no gustándome su
disciplina y pareciéndome bárbara la pública muerte del animal, me sorprende cómo
me banderilleas con esa conversación.
Yo no digo que tú seas un salvaje. Conozco gente de gran
sensibilidad y buen gusto a los que, sin embargo, les conmueve esa danza del
hombre con montera en torno al mítico astado. Y a lo mejor todo ese lío de que
si quitamos las corridas se extingue el bicho es cierto. También es cierto que
el toro, por bravísimo que sea, tiene un sistema nervioso y que las
banderillas, la lanza con la puya desgarrando tejidos, y la espada que entra a matar y mata, darán muchísima gloria al
torero, a la tarde, al respetable, a la presidencia e inspirarán sentidos y emotivos pasodobles,
pero concédeme que al toro no le entusiasme esa verbena.
Y al final los trofeos, como último escarnio a la bestia yacente. Se
les corta una oreja, dos si la faena ha estado mejor y hasta el rabo, si ya la
estocada ha sido sublime. No sé si los huevos no se los cortan para que no
hagan las mentes calenturientas comparaciones entre la taleguilla del maestro y
las pelotas del bicho. El toro no se muere por estética, ni para decorar la
parranda de las ferias. Se muere matado y con gran sufrimiento.
Yo sé que a ti no te
gusta el Rock duro, por eso cuando vienes a mi casa en vez de ponerte la
discografía de AC/DC mientras departimos amigablemente sobre el fondo monetario
internacional, ten pongo, yo qué sé; a Joan Manuel Serrat que le gusta a todas
las personas de España. No sé si me explico.
3.-No me gusta la monarquía. Cualquier análisis por
epidérmico que sea, caerá inmediatamente en la cuenta de que la monarquía es un
absurdo avalado, eso sí, por la historia. Pero la historia es un balbuceo y
está escrita y hecha la historia por personas como tú y como yo. Sí, sí, sé que
jode a nuestro particular universo mítico pensar que Nerón a lo mejor lo único
que tuvo fue suerte. Que seguramente tenía muchas cosas en común con el vecino
ese que tan gordo te cae y que no bajó de ningún Parnaso heroico. Por eso no me
gusta la monarquía, porque se sostiene en la herencia de la sangre y su bravura
(como los toros) y esto implica que por gilipollas que pueda ser un individuo,
ese equipaje genético de plaquetas, leucocitos y hematíes, lo faculta para
reinar sobre un pueblo. Algunas veces nos tocan monarcas gilipollas y otras
monarcas campechanos. Si no quiere uno
que maten a un toro, que según los adeptos “nace para morir en la plaza” , cómo
va a querer uno que maten -o guillotinen que parece que es la forma preceptiva
de ejecutarlos- a un monarca, sea este gilipollas o simplemente campechano.
Lo más a lo que llegaríamos sería a destronarlo. A decirle a
él y a su hemofílica estirpe, bueno chavales, se acabó el chollo; ahora vamos a
echar unas semanas en la vendimia francesa (la monarquía borbónica, por ejemplo
tiene su origen allí) Ya sé que Mao y su revolución cultural aplicaron estos
métodos de reeducación y que el emperador las pasó canutas y nos produjo gran
pena y consternación verlo rebajado a aquellas humildes tareas. Pero la
vendimia dura poco y después podrán, él y toda la familia trapisonda, acogerse
al subsidio agrario, o a los cuatrocientos euros. No les dejaremos en la
estacada. Y cuando vayan a las tabernas a beberse el vino triste de los primeros
días del subsidio, les animaremos todos y festejaremos su campechanía mientras
vamos pidiendo otra media botella y una ración de papás con melva. Si luego,
con su esfuerzo y trabajo, alguno de la familia medra, lidera, inspira o
entusiasma y llega, pongamos a presidente/a del gobierno de la república,
nosotros seremos los primeros en jalearlo públicamente, como los rumberos. Y
contará con todos nuestros respetos y a lo mejor, hasta le devolvemos la corona
para que se la ponga en carnavales o cuando esté cachondo/a y en tanga con su
pareja, se la coloque en su noble testa o donde quiera y pueda colocársela.
4.-Hay que ver cómo me he levantado hoy. Mientras me afeitaba frente al espejo y antes de haber hablado con nadie, he musitado: Ni dios, ni patria, ni rey. Entonces ella me ha dicho; anda y vete a comprar el pan, .
Durruti.
2 comentarios:
Genial, como siempre
Genial, como siempre
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