Se dice, se sueña, se escribe o se piensa, que de todas esas
formas se pueden hacer frases; “Se me
rompe el corazón” y tiene uno que
pararse a admirar lo certero que puede ser a veces el idioma: “Se me rompe el
corazón”… esa punzada de angustia y de tristeza, justo ahí, en el pecho, que
nos oprime tan fuerte, que nos produce tanta pena que nos hace sentir el corazón, verdaderamente roto.
A mí se me ha roto el corazón pocas veces, seguramente
gracias al pastorcito divino que viene protegiéndome de los infiernos abisales,
pero cuando lo ha hecho, cuando el corazón ha hecho ¡chof! O ¡Crash!, que eso
depende de la magnitud del desengaño sufrido, cuesta trabajo recomponer ese
músculo. Luego hay roturas pequeñitas del corazón, son daños, accidentes, que no lo hacen añicos pero le dan un buen
pellizco. A mí, viendo a mi hija estos días llorar por un desengaño amoroso, se
me ha roto un poquito el corazón. Sobre todo cuando me dijo, mientras tenía
lágrimas en los ojos, que se acordaba del muchacho y le entraba pena. Así lo
dijo, con esa naturalidad en la tristeza o en el fracaso que su padre nunca
tuvo, jamás ha confesado uno así, tan sencillamente, que había perdido.
Uno perdía y ya está,
se iba silbando una canción como de espagueti western
con las manos en los bolsillos a mirar las gaviotas a la playa, a tomarse un
café en los sitios más tristes del invierno o a beber el vino triste y
solitario en las tabernas. También es verdad que uno, como le escribió en un
poema una vez un amigo, jamás tuvo veinte años. Y sobre todo que siempre he pensado
que lo peor estaba por venir. No sé,
también lo mejor, claro, pero ese sentido fatalista de la existencia robustece
mucho el músculo del que hablamos, el corazón.
Sabemos que el cerebro recoge emisiones y que emite a su vez
órdenes extrañísimas como el amor, la gratitud, el goce…que todo ese engranaje
de sentimientos y vida parte de esa suerte de coñazo estructuralista que es
nuestro cerebro, pero por algo que pertenece tanto al territorio de lo
coloquial como de lo místico, cuando alguna cosa nos duele mucho, nadie viene a
decir “Se me ha roto el cerebro” porque es el corazón lo que se nos rompe.
En todo caso, cuando las circunstancias y las dificultades de esta espuma que
es la vida y son los días nos atosigan mucho, diremos que “Nos va a estallar la cabeza” de tanta cuita y tanta
tribulación.
Porque el lenguaje, el idioma, aparte de ser la única patria
en la que nos reconocemos, valdrá tanto o más que mil imágenes. Cuando la
suerte, como en el tango, es grela y falla y falla y todo parece que a una
persona o a varias alrededor va a salirles mal, es muy socorrida esa otra
expresión que dice “Se me cae el mundo
encima”. ¿Quién lo dijo por primera vez? ¿Quién sintió esa amenaza, ese
grandísimo desasosiego del mundo entero soportado sobre las espaldas como
Atlas, el Titán, que a pesar de su gran fuerza gemía de dolor cada vez que la
bóveda celeste se le montaba en el afligido lomo?
Los poetas que cogieron las palabras, las mezclaron a su
sabor, y formaron las frases se han trascendido a sí mismos y , lo más
importante, han trascendido la literatura y forman ya parte del acervo.
A mí me gustaría que con los años se pusieran de moda
expresiones, mejor versos, como aquella dedicatoria de Miguel Hernández a Ramón
Sijé: “Se
me ha muerto como del rayo” con ese posesivo “me”
tan íntimo y tan doloroso. O que ante la melancolía y la ansiedad creativa que
puede esta a veces propiciar, dijeran las personas como si fuese un refrán; “Joder, estoy que puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Y la gente
no se burlase ni hiciera cuchufletas.
O cuando el reo frente al juez no tuviese ya argumentos para
defenderse sentenciara: “mire, señoría,
todo lo que usted diga, pero es que hay golpes tan fuertes en la vida, yo no sé.”
Y con esa confesión Vallejiana, dicha así, sinceramente, empezaran a fluir
sobre el carpetón de la justicia todos los atenuantes, siquiera líricos, que
beneficiaran al reo.
O que pudiéramos decir al empleador (antiguo patrón) “Me
matan si no trabajo y si trabajo me matan”. Y que el patrón (hoy empleador)
no tuviera más remedio con este axioma que negociar jornal y jornada. Siendo
ahora Nicolás Guillén nuestro mejor enlace sindical.
O cuando, por ejemplo como decíamos al principio, el amor
nos diera uno de sus testarazos, llamásemos a los amigos y sólo tuviésemos que
decirles: ¡Tengo miedo de quedarme con mi
dolor a solas! Y nuestros amigos y amigas, sabiendo lo extremo que es tener
que acudir a las rimas de Becker para comunicar nuestra necesidad, nos montaran
grandes fiestas, con serpentinas y con canciones que empezarían todas ellas con
aquello de Goytisolo, de que la vida es bella ya verás y que a pesar de los
pesares tendremos amigos y tendremos amor, otros amores y otras rupturas.
Ya sé que así no se pude ni vivir ni alternar, ni nada. Que
parecería la vida un musical de esos que hay, tan odiosos con las personas
bailando por cualquier tontería y cantando canciones que todos se saben.
Pero imposible no es. Porque ya puestos a flipar con las
posibilidades del lenguaje; ¿No hemos quedado en llamar al patrón, empleador, a
la guerra “misión humanitaria”, al ejército y su ministerio de la guerra
“ministerio de defensa”, al vicio “ludopatía” , a la miseria y a los pobres
“exclusión social y excluidos” , a la rebelión “terrorismo”, a la usura
“Mercado financiero” , a los recortes “reformas” y a las privatizaciones (y
esta es digna de un premio Nobel) “Externalización de la gestión”.
Pues así con todo. Yo le diré para reconfortarlas, a las
personas que amo y que tengan eso; pena, lo que Antonio Machado al olmo
seco:
“Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”
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