Es un gato. Vivimos en un segundo y no me explico qué salto
mortal, seguramente con felinas piruetas, habrá dado este bicho para estar
ahora ahí, en la terraza y mirándome con esos ojos hipnóticos. Yo he salido a
la terraza porque escuché ruidos y como soy el hombre de la casa tenía que ir a
ver, a proteger la caverna. Para esas cosas son más listas y hacen valer su
feminidad, vaya hombre.
Es un gato, he dicho. Échalo, han contestado al unísono las
dos. ¿Cómo se echa a un gato? ¿Con la escoba? Por cierto; ¿tenemos escobas?. Soy el hombre de la casa.
El gato se ha quedado quieto, como los gatos esos de Egipto
y su pose es también faraónica. Ha maullado un poco, muy poco, una forma de
saludar, o quizá de decir; a ver qué haces ahora, chulo.
Yo he encendido un cigarro y me he puesto a mirar al gato,
sin desafíos. Hola, hermano gato, le he dicho telepáticamente, cómo te va, qué
cosas no habrás visto tú, tantas
madrugadas por ahí, por los tejados, cuántas historias conoces, hermano gato,
mirando por las ventanas a los amantes, voyeur incorregible. Cuántos tajarinas
hablando a las farolas te has cruzado en tu camino, cuántas botellas rotas han
volado en tu búsqueda porque tu sinuoso acecho molestaba a los vagabundos, a
las putas, a los yonkis de las esquinas y a todas las criaturas con que la
noche se prestigia.
Si el gato me hubiese atacado, estoy casi seguro que me
habría dado una paliza, tan sedimentada está ya la bestia humana, tan oculto el
salvaje y eso que desbocada esa bestia, la humana, es capaz de las más
espantosas aberraciones. Pero yo soy una bestia humana domesticada hasta la
abulia y le temo tanto a un arañazo, o peor; a un mordisco de una fiera gatuna,
que seguro que saldría corriendo y cerraría la puerta de la terraza mientras el
gato desde la calle maullaría su victoria, como carcajeándose. Eso si no se mea
en los maceteros para ver quién es ahora el rey de la selva. El gato de la
casa.
Pero el hermano gato no ha hecho nada, mirarme también y
hemos estado los dos muy tranquilos, yo fumando y él no. Después ha vuelto la
cabeza y se ha puesto a mirar muy interesado hacia el balcón de al lado, el del
vecino. Ha pegado un salto y sin despedirse, como suelen hacerlo los gatos, ha
tomado ese otro territorio.
El vecino también es el hombre de la casa y ha salido
enseguida. Ni se han mirado porque ha dicho el vecino, el gato no, el gato no
ha dicho nada, muy fuerte y con muchísima autoridad ¡Chape! Y el gato ha
literalmente volado hasta el callejón de enfrente. Después de decir ¡Chape! El vecino
ha querido añadir: ¡Hijo de puta gato!.
Yo creo que eso sobraba, pero bueno.
¿Ya lo has echado? Han preguntado ellas, pensando que ese
¡Chape! , era cosa mía. Sí, claro, les he mentido y me he copiado del vecino
añadiendo: ¡Hijo de puta gato!
Soy el hombre de la casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario