Primero ha sido una mosca, gordísima, tanto que en un primer
momento pensé que eran dos, macho y hembra, apareándose. Al final no, al final
era una mosca muy grande y un poco asquerosa, esa clase de moscas que- y que me perdone Don Antonio Machado- no podríamos
evocar posándose ni en el juguete encantado, ni sobre la carta de amor, ni
sobre el libro. En los ojos cerrados de los muertos, sí. Y sobre las heces
cilíndricas de un perro callejero, también. O peor aún: sobre la cara de un
niño hambriento en un poblado africano. Era tan gorda que se obligaba a volar con una gran torpeza y hubiésemos
podido liquidarla, o al menos dejarla un buen rato turulata, de un manotazo,
porque era muy lenta, no como esas moscas pequeñitas e inasibles a las que cada
vez es más difícil dar caza, pero hasta
eso nos dio asco. Después he pensado que tampoco había motivos para vengarse de
ella tan sólo porque fuese así de fea y la he dejado ir.
Tras la mosca, y esto
ha sido un pequeño milagro, se me ha posado en la rodilla una mariposa. Blanca,
moteada por algunos puntos negros. Era muy bonita y parecía, cuando dejaba de
mover las alas, una flor silvestre. Tiene la mariposa un pasado feo, como las
mujeres de la vida, pero hasta en ese pasado ya vimos esperanza de belleza y por
eso las nombramos “crisálidas” que es uno de los nombres más bonitos que se
podían haber pensando para una especie de oruga. A la mariposa no la he echado,
todo lo contrario, he cerrado el libro y me he puesto a mirarla. Una mujer que
estaba sentada cerca se ha quedado mirando también este pequeño prodigio de la
mariposa en mi rodilla, pero ha perdido pronto el interés por mi rodilla y por
todo lo demás, como diciéndose para sí; qué tontería.
Yo creo que la mariposa me ha estado mirando, si es que
miran algo las mariposas y, como la mujer de al lado, ha perdido el interés enseguida, aunque quién
sabe, quizá esos treinta segundos en la vida de una mariposa sean una porción
de tiempo considerable y hemos sido, yo
o mi rodilla, algo muy importante en su vida.
Hace sólo veinte años, que parece mucho tiempo pero que no
son nada, como dice el tango y como sospechan la hermana mariposa y la prima
mosca, me hubiese ido al Larousse o al María Moliner, a buscar información sobre las mariposas (es
posible que también sobre las moscas, tengo días) hubiese buscado una
fotografía de la que ha estado esta mañana conmigo. Esto llevaría algún tiempo
y en el camino, me habría cruzado con “marioneta” , “marina”, “mariolatría”,
“marisabidilla” y sin perder el interés en la mariposa, habríamos visitado
otras muchas palabras, otras habitantes del
idioma. No sé, se puede decir que simplemente habríamos echado el rato,
pero qué rato.
Hoy no ha sido así, he buscado en Google imágenes para ver
si encontraba una fotografía de la mía, de
la mariposa de mi rodilla. He tecleado en el buscador “mariposas” y me
han salido una cantidad de tonterías desconcertantes. Un montón de dibujitos
cursis, algunos como vinilos de esos que ponen en las paredes de las cafeterías
horteras y en los dormitorios de niñas un poco idiotas. Otros dibujos con
grandes pretensiones, mujeres de líneas finas y a las que sale de la cabeza un
enjambre de eso, de mariposas, como un cuadro de Dalí, tan malo, tan
efectista y tan tonto. Ha salido incluso
una fotografía de una joven con dos alas, de espaldas y con el culo fuera. Nos
hemos fijado poco en las alas, la verdad. Apenas dos fotografías científicas y
eran dos fotografías mediocres.
¿Pensaríamos, si fuésemos niños urbanos y no
hubiésemos visto jamás una mariposa, al buscarlas por el internet que son así
de cursis? ¿Qué existen estos insectos sólo en la imaginación poética de esos
dibujantes amanerados? ¿Qué hay mujeres con alas que se pierden en los bosques
para enseñar el trasero sabe dios a quién? Con internet se gana tiempo, eso es
obvio, pero ¿para qué ese tiempo? ¿Para perderlo?.
No he podido evitar acordarme de aquel fragmento de “El
principito” en el que tras dar los buenos días al Mercader, le pregunta el
Principito qué cosa vende al mercader y éste le dice, creo, porque cito de memoria y hace siglos que leí
ese libro, que vende unos frascos con una pócima que quita a las personas la
sed. El “principito” le dice qué eso para qué, lo de quitarse la sed, y el
mercader le relata las virtudes del género que vende, pero en realidad lo mejor
de la pócima y de quitarse la sed, es el
tiempo que tendrán las personas para hacer otra cosa, en vez de estar buscando
líquidos elementos con los que saciarse.
El principito, sin alardes como hacía
todo este personaje, se queda pensativo y el mercader le dice ¿qué harías,
amigo principito, si tuvieras ese tiempo que pierdes en buscar agua para calmar
tu sed? . Y le contesta el principito, que con esos minutos que tendría libres,
caminaría tranquilamente hasta alguna
plaza que tuviese en su centro, una fuente de agua fresca.
Pues todo esto ha venido hoy a nuestra mesa; una mosca,
una mariposa, un mercader y un príncipe.
Como se ve, hay días que tenemos de todo.
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