Esa beligerancia de una parte de la población contra la
posibilidad de que dos personas del mismo sexo, mayores de edad, plenamente
responsables de sus actos, decidan casarse, nos parecería folclórica, si no
fuera porque resulta que es una
beligerancia contemporánea. Quizá, si el mundo prefiere avanzar y no
involuciona hacia las cavernas, en el futuro nos parezca eso; otro ejemplo del folclore reaccionario. E incluso nos veamos obligados a explicarle a
nuestros nietecitos, que es que había gente así, mientras nuestros nietos nos atenderán
atónitos, como si les estuviésemos
contando un cuento.
Hay prejuicios tan interiorizados que no precisan ni
decorarse con los abalorios de la ideología. Y todo lo que tiene que ver con la
libertad de los otros, suele estar lastrado por estas resacas del
comportamiento social.
Hace algún tiempo, mantuvimos un grupo de amigos, un debate, o mejor; una conversación, sobre los roles masculinos y femeninos en el
hogar. No es que fuésemos ninguno especialistas en nada, nuestra especialidad
era, en todo caso, la propia experiencia de la vida en pareja, que para charlar
un rato, da.
Era muy curioso observar como algunas de las mujeres, quizá
en una defensa de sí mismas, de su propia dignidad a través de sus “hombres”,
repetían con cierta insistencia que sus maridos “las ayudaban”. Al principio no. En una primera exposición se
les hacía a los maridos todos los reproches domésticos; haraganería,
insensibilidad, dejadez y falta de compromiso. Mas, a medida que
profundizábamos en la conversación e iban quedando esos maridos bastante
desmejorados por el retrato que hacían de ellos su esposas y – a veces- ellos
mismos con sus intervenciones, las propias esposas trataban de arreglar el
asunto y era cuando surgía ese argumento tan peregrino y traicionero: “Mujer, se decían entre ellas, Manolito me
ayuda/echa una mano, etc…”
Uno no piensa que esas mujeres estén sometidas por el hombre
y vivan unas vidas horribles debido a esa sumisión. Ni cree que esos amigos, ni uno mismo, seamos totalitarios especímenes de una
relación entre dos personas. Lo que uno piensa es que por más que cambiemos
nuestro traje y por buena y justa que sea esa alerta intelectual que nos hace
pensar o intentar no ejercer el
machismo, al final seguimos respondiendo a esos atavismos y seguimos
considerando nuestro compromiso doméstico, eso: Una ayudita que nuestra generosidad
otorga a la que, por condición social y hasta biológica, está facultada para
ello, para llevar la casa.
Así que, cuando entre personas que teorizan- a veces de
manera bastante alegre y ágrafa- sobre la emancipación de la humanidad, la
revolución socialista y hasta de las miserias de la filosofía, se reproducen
estos vicios naturales; ¿cómo habrán de ser los prejuicios con los que lastran
su vida los que, por el contrario, abogan por postulados conservadores, a
veces, y francamente reaccionarios, otras?
Uno de los más socorridos argumentos que esgrimen los que se
declaran contrarios al matrimonio entre dos personas del mismo sexo, es el de
la perpetuación de la especie. Hombre, y eso pudiera ser hasta cierto si al
final resulta que la homosexualidad es algo tan maravilloso, que como una
epidemia del placer, toda la humanidad se adscribiera a esas prácticas olvidándose
para siempre de otras ambrosias, las heterosexuales.
Pero pensamos que no, que a una gran mayoría de hombres les
seguirán gustando las mujeres y viceversa. Incluso si se diera esa
fantasmagoría sexual de que no, de que a todos los Pepes nos enamorase el Pepe de
enfrente y a todas las Marías, la María del bloque de al lado, el ser
humano está lo bastante evolucionado como para asumir su compromiso genético y,
aunque fuese haciendo un grandísimo esfuerzo, uno sería capaz de echarle un
polvo, digamos a Elsa Pataki, sin ganas ningunas, o alguna Josefita, hacerlo con el
Brad Pitt, sólo por eso, porque la especie no se abismara a su propia
autodestrucción.
Si quitamos, por inconsistentes, esos argumentos genetistas
de la procreación ¿qué nos queda para oponernos a esa convención social del
matrimonio entre personas del mismo sexo?
“Lo Natural” Eso lo he oído decir yo más de una vez y casi
siempre viene enlazado con el mito occidental de la fecundidad.
Pienso que lo natural, contrariamente a la tendencia que lo
venera desde una suerte de panteísmo místico/ecologista, no lleva implícito
“bondad”. Es más, creo que afortunadamente el ser humano ha ido sobreponiéndose
a esas subordinaciones de la naturaleza, y ha sido capaz de domesticar al medio
y a los habitantes de otras especies que pululan por el medio.
Que la ha liado parda en muchísimas ocasiones, está
clarísimo, pero que en general, el ser humano vive más y mejor, cuanto más y
mejor ha sabido dominar a la naturaleza, parece fuera de toda duda también. Ese
“más” que he utilizado no pretende
ser un elemento cuantitativo de perdurabilidad, sino más bien, un elemento cualitativo. Lo digo, no vaya a
ser que alguien me salga con eso del viejecito de la tribu que –dice tener-
ciento veinte años. Los viejos de las tribus también mienten…naturalmente.
Y no quiero circunscribir esta disertación (hoy estoy que me
salgo) sobre lo natural al ámbito puramente ecológico o de supervivencia
humana. También quiero interesarme por eso que filosóficamente se ha denominado
“La Naturaleza Humana”. La naturaleza humana, que me perdone mi dilecto
Rousseau, a mí me parece, así, en bruto, un espanto de egoísmo criminal.
Si algo nos debiera distinguir de las bestias es esa
posibilidad que tenemos- a saber de dónde nos viene- de ponernos en el lugar
del otro. El progreso, la civilización y la cultura nos han ido depurando poco
a poco y, esa facultad de considerar al otro, nos permite vivir en sociedad.
Sin ella, gobernándonos naturalmente por el mundo, pudiera suceder que ande uno
paseando con un amigo y le entren, pongamos, a este amigo ganas de orinar, o
peor aún; de defecar alegremente y se baje los pantalones, si es que no es tan
natural que ni los lleva puestos, y se ponga así, a cagar delante nuestro. Esta
sería una reacción natural a un estímulo fisiológico que un fundamentalista de
lo natural pudiera considerar normal. Afortunadamente no es así y hemos ido
aprendiendo a contener nuestros esfínteres y a valorar la intimidad para la
ejecución de ciertas actividades que sólo a nosotros mismos debieran
concernirnos.
De manera que el argumento de “Lo natural” aguanta pocas
porfías. Además de que parece lo más natural del mundo dejar que procesen los
sentidos sus tendencias. Probablemente, y para acabar con la bisoñez de esta
idea de que lo natural es la unión entre hombres y mujeres, tendríamos que
recurrir a la bisexualidad como el estado natural de los seres humanos.
Después, la vida en sociedad, una vez superados los ciclos lactantes, anales y
genitales, irá perfilando nuestras preferencias. No creo yo, salvo algunos
desajustes genéticos, que nadie nazca heterosexual, como no puedo creer que
nadie nazca completamente facha. El mundo tendrá mucho que ver y que decir
sobre la evolución del cachorro humano.
Yo creo que nos queda “Lo moral”. Una moral, sólo eso, que
como todas las morales tienen por un
lado, sus componentes íntimos, personales e intransferibles y por otro, una dimensión social.
Sobre la parte personal, nada que decir. Como la religión,
el gusto culinario, el onanismo o las afinidades deportivas, que cada uno, con
su pan se lo coma. Pero la controversia surge cuando esa moral, que ya hemos
dicho es personal e intransferible y nos conduce hacia unos parámetros de
comportamiento ciudadano, viene a erigirse en “La moral” y sin otros argumentos
que mi propia forma de vida, mi propia forma de entender las relaciones entre
las personas y mi propia forma de relacionarme con el mundo, y pretende ser la única forma de vivir, la
moral buena, la moral “pata negra”, como si dijéramos.
Uno tenía que haber empezado por decir que el matrimonio,
aparte de para facilitar ciertas servidumbres administrativas, sirve para poco
y le parece a uno, una soberana tontería. Que ni ata ni une nada
está más que demostrado, que lo que ata o une a las personas es otra cosa, otro
misterio. Pero no estamos hablando de utilitarismos ni de fantasías amorosas,
creo. Creo que estamos hablando de derechos. (No sé por qué digo estamos
hablando, así, en plural. Ay)
Y, por fin, llega la confirmación de la sospecha: Creo que
lo que molesta y enerva de esa manera a los que se manifiestan contrarios a
cómo quieran organizar su vida otras personas, es eso, que tengan ese derecho.
Que tengan los mismos derechos que ellos, habiendo declarado
públicamente no ser “iguales” que ellos. Ahí radica casi todo el sustento
filosófico de la reacción: que los que han testimoniado su diferencia,
pretendan vivir junto a mí como iguales.
1 comentario:
Magnífico Juan Antonio
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