Soy hipocondríaco. Lo confieso. Antes era
surrealista pero me quité en cuanto vi que el Fondo Monetario
Internacional firmaba con pasión el manifiesto.
De todas las cosas que soy, que fui, o que pude
ser, al final es lo que queda - ¿qué quieres, hija? –: la
hipocondría.
Y no creas, no es fácil serlo en un mundo en el
que en cuanto alguien tiene oportunidad te enseña las cicatrices de
su última intervención quirúrgica. El hipocondríaco, con sus
temores y sus tembleques ante una bata blanca, suscita una extraña
perversión en sus vecinos. Por más que la cara se nos ponga
amarilla según algún desalmado nos va contando cómo le extrajeron
un cacho de cristal de la planta del pie, es prácticamente imposible
conseguir piedad. Cuánto mayor sea nuestra fatiga y nuestro
espanto, más se extenderá él en los estremecedores detalles de la
carnicería.
Por eso, no me gusta decir que soy hipocondríaco
a nadie, porque he asistido a verdaderas exhibiciones casi
pornográficas de enfermedad y de sangre.
Tampoco me gusta decir que soy, pongamos, escritor
porque enseguida el gracioso que te lo pregunta o te incita a
confesarlo, se descojona en tu careto y te dice “tontolculo” en
cuanto te das media vuelta. “Ese tontolculo dice que es escritor”
Ni que soy de izquierdas porque algún
revolucionario de los años setenta saca pecho y grita: Yo sí que
era de izquierdas, aunque ahora sea más facha que yo qué sé.
Ni que soy poeta lírico, porque siempre hay
alguno que te saca la navaja curricular y te arrincona contra la
pared de la taberna inquiriendo: “A ver: ¡Premios, flores
naturales, tournés como trovero del centro andaluz de las letras”.
Por eso, aunque no me guste confesarlo, aunque me
duela, siempre le digo a la gente que me para diciendo “Yo creo
que te conozco... ¿tú no eres?” ¡Hipocondríaco! Respondo
veloz como un rayo.
Tiene una ventaja la hipocondría y es que algunas
muchachas recatadas en cuanto te confiesas, no tienen reparo en
enseñarte la cicatriz que les quedó en una teta tras operarse las
mismas, o el sarpullido que les ha salido en las ingles tras la
depilación veraniega.
Dices que eres hipocondríaco y es como si dijeras
que eres gay, impotente o ciego.
También soy bailarín, pero eso no lo sabe nadie.
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