El miedo es consecuencia de la
inteligencia humana, de nuestra capacidad para evocar paisajes
futuros y esta circunstancia nos salva de las fatalidades del
instinto.
No tiene miedo el pobre animal que
acude cada día a la charca a saciar su sed, pese a que sabe que
andan por allí los depredadores afilando garras y dientes. Cuando
salte el tigre sobre él, correrá para salvarse, pero ha sido
incapaz el bicho de predecir esa situación luego, no ha sentido
miedo y, por eso, hasta el momento brutal de la muerte violenta, ha
sido feliz como puede ser feliz un animal.
Me recuerdan estas palabras escritas,
otras de mi amigo Cristóbal Puebla, unos versos que tienen ya varias
décadas y que, cito de memoria, decían más o menos; “Hablemos
de esa gaviota que ha apresado a su pez/ y no conoce el crimen/ de
esos peces que huyen sin alentar venganza/ con la certeza absurda del
sino entre los ojos” . Mi amigo tenía unos veintitantos años
cuando escribió estos versos tan hermosos. Un chaval.
Respeto mucho al miedo como atributo
fundamental de la especie humana. Lo único que antepongo al miedo es
la dignidad. La dignidad también es fieramente humana, que diría
otro poeta.
Si no tuviésemos cada día un atracón
tan grande de información e imágenes, hubiese quedado para la
historia universal de la infamia el momento en el que el nazi griego,
subalterno del gran líder, ordena que se levanten los periodistas en
señal del respeto al caudillo. Entre sorprendidos y temerosos todos
los periodistas se levantan; que luego escribirán lo que quieran
escribir, vale, pero esa pequeña victoria de la sumisión ya no
hay quien se la quite a los nazis de mierda (valga la redundancia) .
Se empieza así y se termina en una espiral de mansedumbre y
obediencia que nos lleva a montarnos por nuestro propio pie en los
largos trenes, camino del campo de trabajo o de exterminio.
Los violentos, los matones, los
asesinos, cuentan con nuestro estupor. La soga con la que se nos
oprime se basa en que tengamos siempre algo que perder, porque cuando
no, cuando ya no hay nada que perder, nadie sabe cómo
reaccionaremos. Así que el secreto está en inocularnos una buena
terapia del miedo que eso paraliza e impide que seamos capaces del
más mínimo conato de rebelión, una buena y sádica administración
del horror nos llevará a perder la otra cosa tan importante de la
que hablábamos; la dignidad.
Por eso nos van repartiendo el horror
en pequeñas dosis . Cada jornada una pequeña agresión, un derecho
perdido, un navajazo rastrero que hará que brote la sangre pero que
sigamos agonizando.
Si hace cinco años batallábamos por
una subida de sueldo, hoy lo haremos porque no nos lo bajen, o por
tener un salario al menos.
Nos inventarán enemigos; moros y
negros sobre todo, que esos valen siempre para la culpa ajena.
Parados que hacen chapuzas, incapaces
de vivir los gilipollas con cuatrocientos veintitantos euros al mes,
hijas e hijos de los pobres de la tierra que quieren ir a la
universidad, viejos que no terminan de morirse y a los que hay que
seguir pagando las pensiones, enfermos a los que ni se les ocurre
preguntarse cuánto cuesta el bisturí que los secciona, cuánto la
cama sobre la que yacen, jóvenes que pretenden emanciparse cuando el
futuro será una vieja casa de vecinos familiar, un futuro de
colchones en el suelo con la luz cortada. Jornaleros que creyeron una
vez que la tierra era, no ya para el que la trabaja, sino para
trabajarla.
Nos dirán que se ha acabado el tiempo
en el que podíamos aspirar a ser felices. Y cada mañana algún
vocero pregonará los recién descubiertos delitos; taparse la cara
en una manifestación, taparse la cara cuando la porra dura de los
mensajeros del miedo venga a estamparse contra nosotros, taparse la
cara como los bandidos cuando quieran identificar a nuestros hijos
para pegarles o para meterlos en un calabozo. No os tapéis las
caras, nos dirán, que parecéis terroristas. Y eso nos lo dirá un
tío con casco (con la cara tapada), armado, en posesión del derecho
legítimo de ejercer la violencia, porque así se lo ha ordenado
otro tío con la cara tapada desde la ebúrnea torre donde tiene su
despacho.
Cuando la sociedad se convierte en un
perro apaleado, cuando se levantan los periodistas a la orden de un
nazi, cuando el compañero y la compañera de fatigas es nuestro
enemigo, cuando al que lucha por cambiar las cosas se le convierte en
carne de burla y de parodia, cuando en vez de caminar por la vida,
nos obligan a desfilar y padecer por los caminos, cuando, en fin, nos
atenazan con el miedo porque saben que lo tenemos, deberíamos
sumarnos a los que tratan de espantar como una mosca cojonera ese
miedo. Lo tienen, lo tenemos, pero cuando no haya con qué matar el
hambre, es posible que alguien prefiera morir de pie en la pelea
mientras otros agonizan arrodillados.
Es una batalla muy triste en una guerra
muy larga. ¡Ánimo!
1 comentario:
Viniendo de ti es todo un honor, gracias compañero, aunque no tengo yo tan claro si me hubiera levantado, o no...
En todo caso, la responsabilidad de esas reacciones, es esa rabia, es dolor que te invade cuando te humillan, te desprecian, te ningunean como ser humano, a ti mismo y a los tuyos. Es el haber tenido la suerte a lo largo de la vida de tener compañeros y compañeras que han defendido sus opiniones, lo que les parecia justo, la dignidad a capa y espada, a pesar de las consecuencias..., a veces muy duras.
Es responsabilidad de los compañeras y compañeros como tu con los que he rodado a lo largo de la vida.
Es responsabilidad de la memoria de tanta opresion, de tanto sufrimiento, de tanto dolor... planificados, contra los hombres y mujeres de nuestra clase, de nuestros pueblos...teniendo la certeza de que todos podrimos vivir y desarrollarnos plenamente en armonia con nuestro entorno... Gracias compañero. un abrazo
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