Podemos lanzar la pregunta al aire pero
sabemos muy bien la respuesta. ¿Ha pasado el tiempo por nosotros?
¿Ha hecho el tiempo de las suyas? La bruja del cuento le preguntaba
al espejo mágico quién era la más bella del reino y una mañana,
el espejo mágico, le escupió en la cara su repuesta temible: “Tú
ya no”. No fue, me parece, que otra belleza la desbancara de su
trono a la bruja, porque ,por otra parte , Blancanieves tenía una
cara de pánfila que daba grima. El “Tú ya no” del espejo era un
constatación del tiempo transcurrido, del inexorable marchitarse del
cuerpo humano.
Y es que vivimos sin perspectiva de
nosotros mismos. La mayoría jamás nos hemos visto la espalda y
seguramente nos iremos de este mundo sin verla. Es posible que en
alguna travesura sexual nos hayamos puesto frente a un espejo para
ver cómo movemos el culo, pero en esas circunstancias especiales
tampoco nos fijamos mucho, además; de hacerlo probablemente nos
daría la risa y se nos relajaría con la risa el cuerpo y la mente,
y la sangre que tenía que llegar al pito no llegara y el pito
cabizbajo nos quitara las ganas de reír. O , peor, provocara la
carcajada de ella.
Yo, tras más de cuarenta años
deambulando por la vida, no sé si tengo un lunar a la altura de los
riñones, tirando al centro. No tengo ni idea. Y a lo mejor resulta
que ese lunar, si lo tengo, un día puede ser la causa de una
infección, de un tumorcito de esos que te mandan al otro barrio.
Puede ser el causante ese lunar que desconozco y que me acompaña
probablemente desde que nací, el motivo principal por el que me dejó
aquella novia, porque puede ser que el lunar tuviese unos pelillos
repugnantes y la novia no pudo soportarlo. No nos dijo nada, claro,
porque cómo confesar a los amigos y a las amigas de la pandilla que
iba a abandonar a un muchacho por un lunar. Con pelos.
No sé tampoco que aspecto tiene mi
nuca. Creo que a esta parte de mi anatomía la conozco de cuando me
cortaba el pelo a navaja en las barberías de hombres. El barbero
cuando había terminado la faena te ponía un espejo superpuesto
sobre el reflejo de otro y te preguntaba ufano de su labor: ¿Qué te
parece? Nunca escuché a nadie que dijese “regular”. Todos los
hombres y los muchachos de la barbería estábamos encantados con
nuestras nucas. Siempre nos parecía bien. A veces incluso muy bien.
Ahora me corto el pelo en las peluquerías conocidas tradicionalmente
como de “Señoras” y ya no me hacen ese truco de los espejos para
que pueda verme la nuca. Ni me afeitan, ni me untan por la cara esa
lociones que escocían tanto, después de que el barbero te hubiese
echado media cara abajo con la afilada navaja.
Una noche soñé que tenía una calva
en la nuca. Que nadie me lo decía porque todos sabían que eso me
provocaría una tristeza muy grande. A eso de las cuatro de la mañana
me levanté de la cama, encendí la luz y lo primero que hice fue
poner los dos espejos del armario frente a frente y mirarme la nuca.
Mi mujer me preguntó qué estaba haciendo y cuando le dije; ¡Estoy
comprobando si tengo una calva en la nuca!, ni se extrañó ni nada,
murmuró un ¡ay, qué hombre! Con una resignación que, tengo que
decirlo, me hirió bastante. No había calva afortunadamente, lo que
no quita que en cuanto termine de escribir estas líneas eché un
vistazo para ver si la cosa sigue bien. A lo mejor incluso me miro lo
del lunar, pero no sé...no creo, andan por aquí mi compañera y mi
hija y ya han visto bastantes extravagancias de un servidor.
Hoy, liberado de las pintas a las que
me obliga el trabajo, me he puesto una camiseta negra, tirando a
rockera. Con esta camiseta ha dado uno bastantes conciertos, esta
camiseta tirando a rockera me ha vestido cuando cantábamos en los
chalés de los pijos canciones de los Stones y de los Beatles. Como
era uno de los músicos, nadie me echaba por ir en camiseta. Con esta
camiseta he recitado versos de mi primo/hermano Siroco en clubes de
jazz, me las he dado de cantautor en chiringuitos de playa y he
presentado libros en bibliotecas de pueblo. Y nadie me dijo nunca,
como con la nuca, eh, camarada, deja de ponerte esa camiseta tirando
a rockera que te sienta como el culo. Piensa uno que, entonces, no
nos sentaba mal la dichosa camiseta. Hoy, cuando me la he puesto,
las letras impresas se abultaban dolorosamente a la altura de la
barriga. Y no quiero ni hablar de cómo ceñía la camiseta, mis
antaño pectorales, convertidos ahora en tetas.
Me he dirigido cabizbajo, como el pito
aquel de la historieta, a una farmacia. Me he subido en la máquina,
me he puesto en posición de firmes bastante serio y he esperado el
resultado. La máquina ha escupido un papelito con una tabla de
magnitudes y proporciones. Yo siempre he dicho que medía un metro
con ochenta y cuatro centímetros, porque una vez me tallaron para la
mili y me dijeron eso. Ahora mido un metro con ochenta y un
centímetros. He menguado. No contenta con esto, la máquina ha
dictaminado que una masa corporal de hasta “26” estaba bien. Y yo
tengo “27”. Abajo, como una última injuria, ponía en el
papelito en negrilla; “Sobrepeso”.
Le he dicho al mancebo de la farmacia;
Hola, buenos días, ¿ese peso funciona?. El mancebo me ha mirado de
arriba abajo (recordemos que llevaba puesta la camiseta tirando a
rockera) y ha contestado fríamente: “El peso sí”. ¿Por qué me
habrá dicho eso? .
1 comentario:
Son cosas de la edad. No le des más vueltas Juan
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