viernes, 27 de febrero de 2009

ARTE MENOR


Durante algunos años, pocos afortunadamente, llegué a pensar que un escritor era alguien de una inteligencia superior a la media. Que los pintores todo lo miraban con los ojos poseídos por el color y la perspectiva, y que los músicos caminaban por las calles amagando melodías y silbando tonadas, como si el aire mismo trajera un pentagrama invisible que sólo había que saber leer.

Esas tonterías las pensaba uno porque se veía a sí mismo muy especial. Ya no, ya ha visto uno cómo se van cumpliendo en su triste existencia cada uno de los presagios que barruntaba el tiempo: la panza que se asoma, las sienes blanqueadas como a los que volvían en los tangos de Gardel, los pitos y las flautas que montan nuestros pulmones adictos tras una noche de juerga. Pero como a uno le gustaban todos esos misterios de la creación, igualito que a Jehová, maliciaba, que era muy distinto a la plebe, que estaba bien (la plebe) y había que defenderla de los malos y todo eso, pero no disfrutaban del sagrado ascua de la creación y este detalle no es que a ellos les hiciera inferiores, es que a nosotros, los genios, nos hacía sublimes.

Lennon, confesó alguna vez que cuando chico pensaba: “O estoy loco o soy un genio”. Si las circunstancias no se hubieran aliado felizmente para que Lennon compusiera, junto al bueno de Paul, algunas de las más hermosas canciones de la música pop, probablemente Lennon seguiría vivo, sexagenario y tocando la guitarra en algún sucio garito de Hamburgo, medio alemán ya, fracasado y convencido de que ni era un genio, ni estaba loco, ni nada.

Tendría Lennon algunas canciones bien bonitas compuestas, que interpretaría en las fiestas familiares y que serían muy celebradas por los hijos, las nueras, los yernos y los nietos. Y a lo mejor no hubiese compuesto jamás “Imagine” porque la mayor parte de su vida se la habría pasado tocando polkas, o el “Lili Marlene” frente a patuleas de alemanes borrachos y nostálgicos de los fulgores del nacional socialismo, pasodobles de Manolo Escobar en las asociaciones de emigrantes españoles o clásicos de Chuk Berry en casinos para bailongos talluditos. La humanidad se hubiera quedado sin un ramillete de buenas canciones y Lennon sin sus millones de dólares, sin sus amantes, sin su Yoko Ono, sin fotografías en pelotas y sin su paranoico y asesino admirador fatal.

Se quiere decir que el éxito ese, por el que alguna vez, hace siglos, se ha luchado, cuando el porvenir era largo y el futuro una esperanza y no una amenaza, es una circunstancia tan azarosa y tiene tan poco que ver con el talento como la lotería. Este artículo, por ejemplo, sin ser bueno, ni malo, sino regular, firmado por algún plumífero de relumbrón tendría ante tus ojos, oh lector, un valor añadido, un IVA.

Eso en las artes, claro, porque en el deporte si un tío es capaz de saltar como un mono, o de pegarle a la pelota con un tino y una fuerza bestiales, o de levantar toneladas de peso sin que se muera, no serán precisas subjetividades como “Esto está muy bonito” o “Esto suena muy bien” o “Este cuadro es una maravilla”. Sencillamente llega uno a la cancha deportiva, se pone sus calzones y su camiseta de forzudo y ¡zas! Levanta, chuta o salta. Y la gente se queda estupefacta como cuando íbamos al circo y veíamos las cabriolas de un anciano y una madurita de nalgas cabizbajas, sobre un trapecio.

Entiéndase que hablo del éxito, de la relevancia social y no de la valía de las obras. Siguiendo el ejemplo de nuestro venerable Lennon, si éste hubiese, al final, podido componer “Imagine”, la canción seguiría siendo tan bonita y tan ingenua. La diferencia es que casi nadie se hubiese fumado un porro escuchándola, ni ligado a una hippie tan bonita o más que la canción y tan ingenua o más que la canción, cantándosela al oído en una barbacoa ibicenca.

El manuscrito de “El Quijote” si se hubiese perdido, porque Cervantes hubiera sido aún más desgraciado de lo que fue, o porque Lope de Vega lo hubiera escondido, para brillar él más pero sin valor para la destrucción ni el fuego, como decía Cernuda, al final, de ser descubierto, seguiría siendo “El Quijote” . Una obra mayor de la historia de la humanidad.

O las partituras de Mozart, si el pobre Antonio Salieri las hubiera también escondido en un cofre bajo siete llaves, para llevarse él las rosas y el vino de las monarquías melómanas, al final saldrían a la luz y seguirían valiendo tanto como siempre; más que el oro del Perú.

Eso no quita que, aún a riesgo de equivocarnos, ayudaríamos -por omisión- al arte si pudiéramos esconder nosotros los cuadritos de Tapies, los libros de Rosa Montero, las películas de puñetazos y bombazos gringas y las chuminadas de treintañeros promiscuos del cine madrileño, o la música molestísima de esos delincuentes intelectuales llamados “Il Divo” Haríamos, además, un gran bien a la humanidad. Como Lennon con su Imagine y Cervantes con su Quijote.

sábado, 14 de febrero de 2009

CANCIÓN ANDALUZA

Ni una palabra sé sobre tus mitos.
No entiendo casi nada de tus días,
las luces que de pronto no hacen falta,
las tardes que demoran su caída,
crepúsculos de fiesta que constatan
el fin de otra jornada irrepetible,
el paso inexorable de la vida.

Si apenas se me enciende la bombilla
fugaz del intelecto, me pierdo tontamente
mirando a una muchacha que pasea
que actúa frente a mis ojos encantados
por ese contoneo de sus caderas,
(por esa palpitante insinuación que asoma
por su escote adolescente.)

Bendigo las calores de mi tierra
que ventilan las carnes y el misterio
de los cuerpos que pronto se reirán
de los negros rigores del invierno.
No tengo otra ambición en este día
que darle un buen abrazo a quien proceda
mujer, amigos, hija, parentela
que necesito asir ya como un naufrago.
Qué tablas tan pueriles que nos salvan
qué luces condenadas del ocaso.
Me duele la cabeza, es la resaca
o un oculto dolor que no confieso.
Feliz, soy andaluz, me nombro ajeno
al brillo de la gracia o del talento,

del baile que enamora el pensamiento,
extraño de la estirpe que provengo
que se me cae a pedazos de las manos,
que no supe aprehender cuando hubo tiempo,
no tengo nada y sí por el contrario
voy teniendo ya edad para ir teniendo.

ANSIEDAD


Uno piensa mientras está plácidamente tumbado en el sofá, sumido en la lectura de, pongamos: “En torno al casticismo” de Unamuno, que andarán por ahí los amigos solazándose a base de bien, tomando copas. Que andarán los amigos y las amigas tocándose sus cosas, entre los rincones menos iluminados de los clubes, sublimando con las salivas de los besos la humedad de la madrugada, que otros habrán concluido ya, por fin, esa novela magnífica que los llevará directamente a la fama y a los programas de televisión de Sánchez Dragó.

Y uno aquí, iluminado por una lamparita, que parece la alcoba de los tiempos de Unamuno con esta luz cenital, leyendo a Don Miguel, feliz con su intelecto, pero extrañamente consternado, como si a uno le faltara algo. Por eso entre párrafo y párrafo me gusta echarle un vistazo al careto de Unamuno, ese hombre que como no soporta la inexistencia de dios, se inventa todo un sistema filosófico positivista y confuso, pero estimulante.

Unamuno está bien cogerlo de mayor, porque de joven si lo lees mucho te quedas calvo del tirón, la adolescencia se te va sin fiestas ni alegrías con las muchachas, en los guateques te relegan a pincha discos, o a encargado de los recados, si de lo que se trata es de uno de esos botellones contemporáneos.

Porque yo miro a los chicos- un poco- y a las chicas – bastante más- y pienso: ¿Cuánto Unamuno habrán leído estos zagalillos?. Y uno que dice: “ofú pisha, qué punto ma Güeno tengo” me ofrece la gráfica respuesta.

Unamuno tiene una prosa lenta, muy pensada aunque poco brillante, y dolorida, porque ya se sabe cómo le dolía a este hombre España, pero su existencialismo sobre lo colectivo resulta muy moderno y muy esclarecedor con respecto a sus posiciones, primero de apoyo a la república, después de rechazo y , posteriormente de apoyo y rechazo al levantamiento militar del dictador de orientación católico fascista, Francisco Franco. Entro en detalles como deferencia a mis lectores más jóvenes, esos que en vez de a Unamuno le prefieren a uno…a pesar de estos pareados.

Una carcajada callejera , entra por el balcón como un Mefistófeles de bruma. ¡Vente - parece decirme incitante y zumbón - y disfruta de la ebriedad con que el hombre maduro apura sus noches de salud y fanfarria!. Y me entran ganas de tirar el libro porque además Unamuno ahora está metido en un jardín descriptivo-dialéctico que me revuelve el estómago.

Me pongo a pensar en ese cuadro, casi fotograma ya, que conformamos a veces. Nuestras chaquetas, nuestras camisas y la levedad calculada de nuestra pinta de artistas o por lo menos de maestros de escuela. Añoro ese rincón de conversación elevadísima entre cubatas en el que aviamos tranquilamente desde la crisis de identidad de los ciudadanos de el Pago las Minas, hasta la cochambre moral de la Unión Europea que destruye un muro en Berlín para levantar otro más alto y más facha en Melilla.

Unamuno apenas puede convencerme ya de nada. Me han vencido otras impaciencias y a eso de las dos de la mañana me dispongo a buscar faena en las tabernas. Salgo enfermo de ansiedad a buscar a esos que siempre le cuentan a uno lo bien que se lo pasan, lo elevadas que son las conversaciones cuando uno no está, o la de miradas furtivas de mujeres hermosas que cazaron en los pubs exquisitos.

Mas, como siempre, los ansiados amigos no son hallados en la noche ciudadana. En su lugar una jauría de envenenados vampiros plúmbeos y pelmazos se empeñan en narrarme sus hazañas. Huyo, espantado por la naturaleza humana, y les digo mientras lo hago:

¡Venceréis pero no convenceréis, mamones!

Más o menos como Unamuno a Millán Astray. Todavía uno, ofendido y bastante borracho me inquiere:

“Pues nosotros por lo menos no nos hemos aburguesado y tenemos mucha vidilla. “

-¡ Pues, viva la muerte! -Le grito- como hizo el facha de Millán Astray a Unamuno.

jueves, 5 de febrero de 2009

UNA FLAMENCA GUAPA Y DE SU CASA

Una flamenca guapa, de mirada luminosa y sonrisa complaciente. Que baile devota y casta a la luz de las candelas, siguiendo grácil el compás que nuestras palmas vayan, entre copita y copita, marcando. Que se afane porque no falte en el plato la comida y que cuide la intendencia de nuestra afable reunión. Que sea, por nuestros compadres, venerada sin lascivia y vean las otras hembras de la manada en ella, un ejemplo a seguir.

Que friegue grandes perolas tras la fiesta cojonuda, canturreando todavía una bella coplilla andaluza, y que adecente a las crías que desde tan tierna edad van asumiendo sus roles como si nada hubiera cambiado en este último siglo.

Una flamenca guapa, una mujer de su casa; y también la compañera que comprenda nuestros múltiples defectos, que asuma nuestros más inconfesables errores. Que reconforte con paños de agua fría nuestra convulsionada frente cuando vomitemos tras la fanfarria y los cantes. Y que finja –decentemente- cuando sobre ella ejerzamos nuestro derecho al sexo , voraces y babeantes de deseo.

Otras veces precisaremos ser comprendidos cuando la enojosa flaccidez del loado atributo, se empeñe crudamente en negar nuestra fanfarrona fama de mástiles genitales o cuando la precocidad ridícula de nuestros seminales suspiros expliquen la olimpiada de polvos con los que batimos cada noche, nuestro récord en la barra del bar.
Querremos oír de los labios de nuestra esclava conyugal, que los tristes gatillazos, son producto del estrés tan grande que sufrimos para poder así llevar a nuestro hogar un sueldo buenecito , que es el que consigue que ni a ella ni a los chiquillos les falta nunca de “ná” y vayan a comuniones, bodas y bautizos más bonitos que un San Luis.

Que no tenga ojos para el resto de los hombres. Que siga siendo nuestra Eva virginal en medio de la multitud y el caos. Que no sea capaz de distinguir entre nuestro agradecido estómago y el tórax casi insultante del vecino de sombrilla cuando vamos a la playa.
Que asuma la decadencia de su cuerpo, al que la época le exige una tersura y belleza nunca antes conocida en la historia, mientras nosotros seguimos celebrándonos como adolescentes frente a las chicas en flor, imbuidos por el mito de la fertilidad.

Que no cometa la imprudencia de buscar su propio placer, de leer sus propios libros, de fantasear con sus propios sueños lúbricos, de encontrar su espacio en el mundo, su círculo de amigos. De convertirse en una persona independiente.

Porque si así lo hace no sabremos administrar su libertad ni la nuestra. Si así lo hace es posible que alguna mañana no haya tenido tiempo de plancharnos la camisa.

Es posible que alguna noche también ella llegue a casa con una copa de más y quiera hacernos el amor con un deseo que no comprenderemos.
Es posible, en definitiva, que un buen día la guapa flamenca diga basta. Y se descubra a sí misma y le parezca que el maromo con el que comparte sus días no es tan estupendo, ni se merece tantas atenciones.