viernes, 18 de octubre de 2013

MEDIO MILLÓN DE GOLFOS



En el reproche se le nota a esta mujer una gran distancia, diríamos que una distancia infinita. No vamos a decir que sea odio, quizá porque los de arriba, mientras mandan, apenas odian, ellos manejan, deciden o destruyen. Se trata de una afectación casi aristocrática, se trata de un movimiento reflejo del estilo de ese que se le atribuye a María Antonieta “Si no tienen pan, que coman pasteles” . Hemos tenido unos cuantos ejemplos, el famoso “que se jodan” cuando se aprobaban nuevas formas de garrote para los parados, el cínico “tienen pantallas de plasma” o el clasista y casi racista “En Andalucía, los del PER están tomando vinitos en las tabernas”.

Los ricos siempre han sospechado que el mendigo guarda una millonada en los calcetines, que el gitano en la chabola una especie de paroxismo digital de músicas y pantallas y que el subsidiado es un holgazán y un borracho con la nariz roja como un tomate de darle al tinto.
Esta señora, vicepresidenta, se ha engolfado acusando a los parados de fraude, medio millón de golfos, sí señor. Lo repitió varias veces y se le encendían los ojos como a una delegada de clase chivata denunciando a los compañeros.

No le conocíamos esa mirada, no había soltado antes ese rencor de clase.
Cuatrocientos veintiséis euros. Menos sesenta aproximadamente de luz eléctrica: trescientos sesenta y seis euros, menos, pongamos, ciento cincuenta euros de alquiler si han tenido suerte y no viven ya en la calle o en casa de la abuela; doscientos dieciséis euros, menos unos veinte euros de agua y de basura; ciento noventa y seis euros, divididos entre treinta días para una familia de cuatro miembros, tampoco vamos a ponerla numerosa, vienen a quedar: seis euros con cincuenta y tres céntimos diarios para desayuno, almuerzo y cena. Divididos entre cuatro personas (o parias) cada miembro de la unidad familiar recibe, eureka, un euro con sesenta y tres céntimos diarios.

Un euro con sesenta y tres céntimos diarios por persona. Y si alguien, un vecino, un primo, una cuñada, nos dice que le pintemos el techo del garaje somos unos golfos y unos defraudadores. Si buscamos tagarninas o llenamos un cubo de caracoles para venderlos, somos unos delincuentes del comercio. Si echamos cuatro horas los fines de semana sirviendo vinos en la taberna de un amigo, unos burros que ahogamos a la seguridad social con nuestras fechorías.

Así que, en el reproche lleno de aversión a la pobreza que esta señora vicepresidenta nos hace, lo que tendremos que entender es que se puede vivir en nuestro basto país con ese euro con sesenta y tres céntimos por cabeza. Y que si no, si no es posible vivir así, que nos vayamos a Alemania, a Australia o a la mierda.

Por menos temblaron imperios.

sábado, 12 de octubre de 2013

FOLIO EN BLANCO

I

En Word han mantenido,  más o menos,  la iconografía del folio en blanco. Abres ese misterio del procesador de textos y aparece, como un vestigio del pasado. Seguramente se podrá cambiar la configuración, pero uno tiene el ordenador tal y como se lo instalaron.
Si el informático hubiese puesto como salvapantallas una foto de su novia, de su madre o de Marco Polo, ahí estaría  la foto, porque no nos hubiésemos atrevido a cambiarla. Con los expertos en cualquier cosa se comporta uno como con los médicos. Si al primer vistazo te dicen, a lo mejor porque son,  además de médicos,  unos cabronazos: “Tiene usted que dejar los palitos de marisco”, de momento desterramos de nuestra dieta a ese sucedáneo.

Así que seguimos enfrentándonos al temido folio en blanco. A su arrogancia insoportable y pulcrísima que viene a decirnos “A ver qué se te ocurre, con qué vas a llenar este vacío”
Y van, como cagaditas de mosca, las letras formando su hilera, construyendo este otro mundo.

Cesar Vallejo estuvo así, como estoy yo ahora, ante un folio en blanco. Y garabateó en él, con aquella letra suya, elaborada y farragosa, versos enormes:  “Amada, en esta noche tú te has crucificado/sobre los dos maderos curvados de mi beso;/  y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,/y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.”

Seguramente el soneto lo retocó doscientas veces, seguramente tuvo que cuadrar algún acento, a lo mejor hasta contó algunas  sílabas, pero lo que es seguro es que esos dos primeros versos: “Amada, en esta noche tú te has sacrificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso” Esos dos al menos, nacieron de esa cosa,  todavía sagrada,  que sólo  tiene la poesía. De ese enigma maravilloso que convierte la aridez del folio en blanco en un poema, la soledad de un piano en una sonata, la naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa, en  un instante del tiempo detenido por Zurbarán para los siglos venideros.

II

Ese encuentro antes lo buscábamos, nos creíamos capaces de sentir el pellizco y que surgiera el poema. A veces sentíamos el pellizco, bien fuerte, pero lo que nos salía no tenía que ver con lo sublime, más bien era un hematoma, por culpa del pellizco.
Ahora, cuando nos venimos a escribir, no hacemos otra cosa que dar fe de vida. Anotar el día. Si es bueno (el día) lo hacemos con Vallejo, con la música, con los amigos. Si es malo con el presidente del gobierno, con la policía, con las bestias del poder.

III

Pessoa decía haber fracasado hasta en los intentos. Aunque también, otro día, escribió el portugués universal: “Porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”.  Pues casi todos los años, desde que leí esas dos sentencias Pessoanianas y de eso  hace más de veinte, me busco la forma de ponerlas en algún folio en blanco, porque siempre vienen al caso.

IV

Cuando he salido esta mañana, he ido anotando mentalmente  el paseo. Qué extraña perversión literaria, qué manera tan triste de pasearse. Si maulló un gato en un portal, en vez de asistir al espectáculo, estaba, involuntariamente, dándole mi cabeza forma al relato. Me he cruzado también con una mujer que parecía estar como una cabra, hablaba sola y movía mucho los brazos, como si discutiera con el aire, con sus fantasmas. Quedaba también recogida en esa especie de archivo inconsciente que lleva uno encima.

Un poco más tarde he ido a ponerle unos cables de un equipo de música a mi amigo Rafa, de la cafetería “Casa Dueñas” He puesto poca cosa, la verdad, y menos mal que uno de los camareros supo cómo conectar los altavoces para que saliese como un turbión, la música de jazz que leía el reproductor, que si no todavía andaríamos allí, enredados. Entonces ha surgido de la nada , un muchacho con un ordenador portátil que hace campañas publicitarias y cosas para la televisión. Le ha preguntado a Rafa si conocía algún escritor que pudiese escribir unos artículos que ilustraran sus reportajes. Rafa, que me conoce, le ha dicho ahí tienes a uno, él podrá informarte. Y tras toda  una mañana ejerciendo de escritor clandestino, he puesto cara de idiota, he pensando en Vallejo y en Pessoa,  y en vez de ofertarme, le he dado la dirección y el nombre de un amigo. 


No me pregunten por qué. Ya lo hará la familia.