domingo, 24 de mayo de 2009

CHOVINISMO Y FERIAS


Es verdad eso que se dice: Casi nadie está contento con su físico, pero si haces la pregunta, es raro encontrar a alguien que con el mismo desparpajo carente de complejos con que confiesa sus michelines, granos o verrugas, hable de sus carencias intelectuales.

La mayoría, todo lo contrario, parece estar muy feliz con las luces que le tocó en gracia a la hora de repartir el equipaje genético. Es esa especie de chovinismo íntimo y personal con el que, sobre todo los hombres, nos vamos manejando por la vida.

A los pueblos les pasa igual, casi nadie está demasiado contento con las calles, tantas veces levantadas, con los atascos, tantas veces repetidos, con la inseguridad, tantas veces esgrimida como argumento para animar a la represión, es decir: casi nadie está muy satisfecho con la fisonomía que ha terminado teniendo su ciudad sumida en la megalomanía de sus jerifaltes o la profusión de maletines misteriosos cargaditos de comisiones, pero en cuanto les sacas a relucir sus ferias, fiestas patronales, semana santa o romería mariana, es absolutamente previsible la respuesta del paisano, ya sea éste Agamenón, su porquero, intelectual de taberna, concejal de despropósitos o alguacil en prácticas: “La feria de (póngase el pueblo, ciudad o pedanía que cada lector considere conveniente) es la mejor, o mejor: La Mejón der mundo”.

Puede ser que esa llamada “Feria” sea una porquería a nivel de infraestructuras, una mierdecilla sin condiciones de seguridad ni de salubridad para los ciudadanos, pero da igual. Si el recinto ferial no es muy grande, no se dirá nunca que es una birria de recinto, sino que el alcalde de turno o el pavo que ande de delegado de fiestas proclamará: Nuestra feria es recoleta, recogidita y familiar ergo “e la mejón der mundo”.

Si, por el contrario, la feria es tan grande que se deshumaniza y revierte directamente en el descanso de los vecinos menos jaraneros, el mismo delegado de fiestas con otro traje y el mismo alcalde, con otro morro, afirmarán ufanos de sí mismos: Nuestra Feria cada vez crece más para que todos los ( póngase aquí el gentilicio que cada lector considere, nuevamente, oportuno) tengan ocasión de disfrutarla, ergo el macro botellón intergeneracional que es esa feria, vuelve a ser indefectiblemente en boca del alcalde, aláteres y ciudadanos: “La mejón der mundo” .

Si las ferias se dan en circunstancias de modestia económica por parte de los consistorios, tanto que no hay euros ni para portadas, ni para grandes actuaciones místico folclóricas, ni para la asistencia de famosillos por el real, jamás se admitirá que nuestras fiestas no interesan a prácticamente nadie más que a churreros, titiriteros, equipos de gobierno y los cuatro esforzados parroquianos; se nos dirá: Nuestra feria es económicamente débil (como en la película casposa aquella) pero goza del talante de nuestra gente, de la simpatía de nuestros ciudadanos y de la hospitalidad de nuestros garitos, ergo también será “La mejón der mundo” sin ninguna duda.

Lo más seguro es que todos tengan razón, que como decíamos al principio, nadie tenga dudas sobre la excelencia de sus fiestas porque forman parte, las fiestas, de una identidad tribal que como todo lo gregario nos aporta seguridad.

A los marcianos, cuando vengan y se queden flipados con el Obama, el Jomeini ése nuevo del uranio, el Bin Laden (otro marciano) o el mismísimo Zapatero (¿mi presidente?: Er mejón der mundo), le diremos:
Señores marcianos, pese a la manifiesta fealdad de algunos de nuestro próceres, sepan ustedes, hombrecillos verdes de ocho ojos, que el planeta tierra es “er mejón der mundo”. ¡Dónde va a parar!...

domingo, 10 de mayo de 2009

POBRECITOS


Si supiera el conductor del deportivo descapotable cuánto me molesta el eructo de su motor que violenta la fuga de Bach que suena en mi casa, es posible que cesara su rugido insoportable, porque ando leyendo a Rimbaud, tan joven, tan certero y decadente. Acaso si supiera de mis noches, de mi música y de mis poetas, escondería avergonzado su envanecimiento en la riqueza esa tan estúpida con la que ha vestido la miseria o la excelencia de sus días que- y de eso estoy seguro- nada tendrá que ver con la vomitiva potencia de sus centímetro cúbicos de existencia motorizada, pobrecito.

Si supiera el que se cruza en pecho con un cocodrilo para ser, él, solito en medio de la calle, el emperador de los jerseys. Si supiera, digo, cuán ridículo nos parecen su talonario y su barriga, sus amigos notarios mustios como los muebles viejos de oficina, sus atribulados colegas constructores perorando en la sobremesa de Puti clubs, parcelas urbanizables y descapotables patéticos por los que pasear las señales y los símbolos que ellos llaman éxito. Pobrecito.

Si intuyera el lameculos literario el infinito desprecio con que ha sido tratado por los popes provincianos, cuando el mundo es una provincia infame.
Lo poco que han importado en los cenáculos certameneros sus endechas y lo mucho que pesaron sus panegíricos y sus peloteos. Si intuyera que su farsa hace que otros se descojonen a su costa y en los márgenes de su obra, cagaditas de mosca contemporánea que conformarán al fin una poesía completa editada por algún corrupto mínimo, a cambio de un plato de lentejas. Pobrecito.

Si supiera el destilador de bilis y cucarachas qué poco tiempo han ocupado en las noches de uno, coronadas de risas y de amigos que vienen y de amigos que se van, sus envidias y sus estrategias, sus bagatelas mediocres y sus fruslerías demagógicas.
Si supiera el que sospecha siempre, cómo resolvimos el crimen tan antiguo entre canciones y poemas, si supieran los enemigos lo bien que hemos estado sin dinero, lo bien que hemos follado con amor y con todas las perversiones divinas en la cabeza, lo bien que hemos sido abrazados por los que nos quieren y no nos juzgan. Pobrecitos.

No cambio a mis amigos por nada. Pobrecitos los que a fuerza de mezquindad y porquería se van quedando solos. Ganas me dan de abrazarlos yo también, muy fuerte, de acariciarles la cabeza llena de monstruitos y de decirles pobrecitos, pobrecitos, pobrecitos.

viernes, 1 de mayo de 2009

Mayo


Esta mañana, me dije, voy a dormirla hasta el mediodía. Así homenajearé la fiesta del trabajo. Ya no voy a manifas de esas de gritar consignas pareadas, ni llevo banderas rojas como la sangre.

En estos tiempos terribles me he pasado de la parte contratada a la parte contratante y así, como un chiste del increíble Groucho Marx, se me ha liado la pelota y aunque yo creo que soy bueno, bastante bueno en el buen sentido de la palabra bueno, hay personas que me miran con los ojos inyectados de odio, de desconfianza.

No seré tan bueno como creo, cuando suscito esas miradas, o seré bueno pero más tonto que un muerto con mocos, porque mocos es los que uno va teniendo a estas alturas del cuento. Mocos y deudas.

La mayoría de la gente ha cambiado la manifestación obrera del primero de mayo por el baile simiesco de las primeras comuniones. Este año con menos marisco y menos o peores solomillos, con el mismo trajecito espantoso del año pasado las marujas, sus estampados psicópatas y los escotes pecosos, con el mismo traje de la boda los maromos, con sus ojeras desempleadas y sus barrigas hinchadas por la cerveza triste del mediodía en la taberna, oyendo en la televisión la vomitona de tribulaciones con las que tendremos que lidiar los pobres de siempre una buena temporada.

A las manifestaciones del primero de mayo irán unos pocos entusiastas, o algunos aristócratas de la clase obrera que van a defender los derechos que la gran mayoría hemos ido perdiendo estos últimos años. Gritarán algunas tonterías entre tambores y pitos de fiesta, menuda fiesta…corearán estribillos recurrentes como que hace falta ya una huelga general o que la crisis la paguen ellos. ¿Ellos? Ellos van a pagar una mierda.
Como no sea con el pasamontañas y el Kalashnikov, aquí pagamos los mismos de siempre.

Los más arrojados será empujados al delito, los más cobardes dirán que “Es triste de pedir, pero más triste es de robar” y los más perseverantes tratarán de salvar sus trabajos, sus empresas, el pan suyo de cada día.

Esta mañana quise dormir, como dije al principio, hasta el mediodía pero los laberintos de la vida diaria me han echado de la cama, me he tirado a la calle y me he dado un largo paseo por la playa. Como era muy temprano, sólo me encontré con los peregrinos en chándal del colesterol, mujeres y hombres caminando a paso ligero de una punta a otra del paseo marítimo. También he visto a un gato que, no es coña, hojeaba un periódico tirado en el suelo y he visto a unos gorriones gordos que se tambaleaban como borrachos en vez de dar esos saltitos ridículos con los que acostumbran a pasearse por las plazas.

Me he sentado a fumar un cigarro en ayunas, he tosido casi clandestinamente, como debe estornudar un mejicano en un aeropuerto con lo de la gripe porcina, y un hombre mayor, quiero decir mayor que yo , quiero decir viejo, me ha pedido un cigarrito.

Se lo he dado, claro, y fuego también. Ha tosido él también con esa tos espeluznante que nos hermana a los adictos a la nicotina.

Cuando el cataclismo respiratorio pulmonar se ha atemperado, el hombre dando una fuerte calada al cigarro, ha dicho mientras miraba la orilla de enfrente; “Hay que ver, tener que pedir tabaco…”

Y con esa frase se me han ido mucho y para siempre al carajo toda la verborrea economicista, toda la porquería moral de los poderosos y todos los misteriosos indicios de recuperación que nuestro sonriente presidente del gobierno ve cada mañana, cuando despierta como cada uno de nosotros, observa la ropa interior de su señora, se pone palote, se pega un chute de micebrina mezclada con marihuana y con un colocón de puta madre se dedica a largar fiestas por los micrófonos del mundo.