martes, 26 de agosto de 2008

VERANO DE NIÑO POBRE


El verano del niño pobre comenzaba el día en que la madre sacaba de un armario los harapos veraniegos del año anterior, la ropa de verano, como pomposamente llamábamos a los pantalones vaqueros cortados a tijera y unos vergonzantes bañadores de cuadritos, o con un delfín amarillo dibujado justo a la altura de la picha con los que íbamos haciendo colosalmente el ridículo por las playas y las piscinas públicas de la ciudad

Los veranos de la infancia, eso lo ha dicho casi todo el mundo, eran largos y en nuestro caso; tediosos y miserables. La mayor parte del día andábamos buscando una casapuerta fresquita desde la que veíamos pasar el tiempo con un existencialismo ágrafo que hubiera hecho las delicias del Jean Paul Sartre, lo nuestro no era náusea, claro, lo nuestro era fatiga, fatiga de vivir y de la vida.

Hasta los momentos felices como la playa dominguera con los papás, se iban estropeando a medida que la unidad familiar se derrotaba durante el tortuoso camino que llevaba hasta la orilla, cargados de sombrillas, toallas, fiambreras y neveras de plástico. La colocación de la sombrilla en la arena iniciaba el desastre y ponía en peligro la vuelta a aquella verbena playera. El padre echaba el día poniéndose ciego en el chiringuito, la madre se aburría y dedicaba la jornada a joderle el baño a los niños y por fin, cuando empezaban a pasar los ambulantes con sus sultanas y sus carritos de helados, el niño pobre se comía la penuria de su condición.

El niño pobre envidiaba los churretes de helado de chocolate del vecino de sombrilla, por eso hacía con los dientes un agujerito en el envase del plástico del polo de a peseta, para beberse el caldito y esperaba a que se derritiese la nieve para que durase más aquel placer miserable.

El niño pobre envidiaba a los niños que daban clases particulares y no se acercaba a ninguna chiquilla veraneante porque le parecían aristócratas inalcanzables.
Por eso el niño pobre se mataba a pajas y sentía mucha consternación y mucho arrepentimiento la mayor parte del día, como si tuviera él la culpa de no tener de nada.

miércoles, 20 de agosto de 2008

YO PUEDO RESISTIRLO TODO MENOS LA TENTACIÓN

Estoy alucinando con mi cuerpo. Y no es que esté apuntado en un gimnasio y vaya modelando mi musculatura como un Miguel Ángel de las carnes y las grasas. Hace años, después de un verano de dulces excesos, me apunté a un gimnasio.

Me compré mi ropa deportiva marca buena, mi buen par de zapatillas y hasta una cinta para el pelo, como Rocky Balboa. Fui dos o tres veces - vestido de calle, no de mamarracho- a echar un vistazo a los atletas. Había espejos por todas partes en los que los tipos hechos y derechos, se miraban el contorno de sus bíceps sin demostrar el más mínimo pudor, uno se mira en los espejos, a qué ocultarlo, pero disimulando, como si le diera a uno igual. También había un grupo de señoras y señoritas bastante estupendas, enfundadas en unas mallas, bailando una suerte de danza zulú, mientras el zulú, quiero decir; el monitor, las encandilaba con su acento sabrosón y sus carnes morenas y cubanas, que no sabía uno si adelgazaban las muchachas fruto del baile o de la pulsión sexual que el maromo les provocaba.

La chica que me tomó los datos el primer día, hacía de cicerone en aquellas visitas. Me enseñaba las máquinas milagrosas que eliminarían mis michelines y pondrían en su lugar unos abdominales de puta madre, que por lo visto yo tengo a pesar de no haberlos visto en mi vida. Me mostraba encantada el resultado que habían dado las sesiones de sudor y supongo que lágrimas, bailoteando y haciendo flexiones, en un par de jóvenes.

¿Los ves? Me decía, pues hace seis meses estaban peor que tú, concluía la señorita sin hacerse cargo del daño profundo que esa inocente aseveración me infringía. A la quinta de mis visitas, con la ropa deportiva sin estrenar todavía en mi mochila, la señorita me dijo cuando me vio llegar: ¿Tú no vas a empezar nunca, verdad? .
Asentí apenado y concluí mi relación con aquella muchacha y con el mundo deportivo.

Decía que estoy alucinando con mi cuerpo, y de ahí esta perorata, porque le van sucediendo cosas que nunca antes había conocido. Yo fumo. Fumo mucho y cuando estoy de copas, fumo el doble. Pero esto ha sido siempre así, desde los trece o catorce años. Mi cuerpo, esa ingesta de nicotina, alquitrán y toda la porquería que seguro acompaña el placer de mis cigarritos, lo metabolizaba más o menos bien. Al día siguiente se levantaba uno, esputaba rotundamente, tiraba de la cadena para olvidar, como se tiran las viejas cartas de amor o los poemas desesperados de la adolescencia, para olvidar y curarse uno.

Y nada, se salía a la calle silbando alguna coplilla y encantado de la vida porque era sábado o era domingo y el mundo arde los días de fiesta. El cuerpo este, el que tengo, se amanece ahora susurrando una letanía terrorífica. Por tarde que se haya uno acostado, por más que haya uno narcotizado su vigila, el cuerpo como un reloj, sea fiesta de guardar o no, me despierta a la hora de cada día, a las horas laborales. Y como ve el cuerpo que no hago caso de sus requerimientos, me flagela con un silbido en el pecho que trato de no escuchar, pero que se mantiene hasta que comienza a entrarme ese miedo humano y natural que tiene todo hombre a su propio espíritu.

Porque ando convenciéndome de que es mi espíritu, al que jamás he visto (como a mis abdominales) el que me llama.

Al principio eran pequeños suspiritos que hasta me hacían cierta gracia. Ahora ya no, ahora son requerimientos muy desagradables que incluso alguna vez han desvelado a la que a mi lado duerme. ¿Eso que suena es tu pecho? Me pregunta incrédula la mujer. No, es mi espíritu, contesto siempre fingiéndome tranquilo, cuando en realidad tengo más miedo que una Santa a una tentación. Por cierto, lo meto aquí de matute, decía Oscar Wilde: Yo puedo resistirlo todo menos la tentación.

Yo sé que mi espíritu lo que quiere es que deje el tabaco, que abandone los líos nocturnos y me porte bien los fines de semana, porque no tiene bastante mi espíritu con mi docilidad diaria, con mis gestiones, mi trabajito, mis formalidades, mis buenos días un café, por favor, o mis encantado de saludarle señor director de la entidad financiera que me esquilma.

Mi espíritu quiere que vaya a votar en las elecciones , que pague mis impuestos, que guarde las fiestas de guardar y que honre a mi padre y a mi madre. Que controle mis propias erecciones. Mi espíritu lo hace todo por mi bien, aunque me asusta.
Dicen los que saben de esto que lo mejor para exorcizarlos, a los espíritus, es un cura un poco majara, con una botella de agua bendita y un crucifijo de madera noble. Pero lo malo es que yo creo que el espíritu este que me posee, es un cura. Y llamar al demonio, aunque no creo en ese malaje azufrado , me da mucho miedo.

jueves, 14 de agosto de 2008

COSTUMBRES MARCIALES

En Liberia, los oficiales castigaban duramente a los soldados que consumían drogas o que se excedían con la bebida en los cuarteles, pero cuando llegó la hora de matar, violar, asesinar y cortar la cabeza al enemigo, los oficiales se ocupaban de que al obsceno pelotón de matarifes no le faltara el alcohol ni los narcóticos más excitantes, así, cuando iba cayendo la tarde, los ojos de aquellos soldados brillaban consumidos por una grotesca lujuria de depredación y sadismo.

El código de honor del ejército ruso, que viene del otrora glorioso Ejército Rojo, considera el asalto y el pillaje una degradación intolerable del militar, que podía ser castigada como falta muy grave, sin embargo; cuando la aviación ha terminado su asesinato en masa, se insta a la tropa a entrar en las casas destruidas a llevarse lo que les plazca como botín de guerra. En este botín se incluyen como es lógico la violación, milenaria arma de guerra, y la tortura, afición unánime de los ejércitos del mundo.

Los habitantes de Osetia del Sur, saben que el ejército de Georgia es afecto a la OTAN, y eso los deja mucho más tranquilos porque mientras son masacrados por las bombas, saben que sus cachos de carne serán utilizados como prueba en el tribunal occidental que se inventen los buenos, para castigar los crímenes del conflicto bélico.

La soldadesca yanki tiene debilidad por ametrallar afganos cuando éstos van a contraer matrimonio. Saben que siempre saldrá un general bien afeitado y saludable que cubrirá legalmente los excesos de los chicos, que ofuscados por las salvas de celebración nupcial, no tuvieron más remedio que disparar, para salvar vidas, pongamos que en Chicago.

¿De qué gente se nutren los ejércitos? , ¿en cuál de ellos alistamos al cafre que mató a puñetazos a un hombre por haberle arañado el coche?

martes, 12 de agosto de 2008

TABERNA LOS ASES DEL ARTE

Para Rafael Vázquez.

Las paredes son un paseo por la edad porque cada una de las fotografías testimonia las inquietudes y aficiones por las que ha pasado su propietario.

Son también un recorrido caótico y sin prejuicios por el mundo del arte. No en vano el titular de esta taberna a la par extravagante y sobria, ha decidido llamarla así; “Ases del Arte”.

Ubicada en pleno barrio alto de la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, en la calle san Agustín, visitar este garito es como meterse en el camerino (no es mucho mayor que un camerino desahogado) de alguna antigua estrella de la copla o del teatro.

En sus paredes conviven en paz Picasso y Dalí, Silverio Franconetti y Jagger, la saga de los Agujetas y Dylan, todos ellos en un entorno castizo andaluz suavizado por minúsculas láminas del Bosco, fotogramas de viejas películas de Harold Lloid o fotografías tamaño carnet de Goethe y Juan Ramón.

Los viernes al mediodía o los sábados, días de gloria para el proletariado y para el lumpen del proletariado que componen esa casta de parados y rentistas sexagenarios de la pensión de una madre que no muere para no dejar al hijo fracasado en la indigencia en un último y poético acto de amor maternal, muchos se transforman en cantaores con la garganta rota, en guitarristas de bronco compás, en tertulianos que defenderán hasta la exaltación a algún torero o al cante grande frente a la mixtificación contemporánea.

Rafael Vázquez, gerente y titular del garito, se erige entre el tumulto y se confiesa sin modificar el gesto delante de sus parroquianos, poeta, pintor artístico y guionista cinematográfico, y observa tras la barra con el mentón levemente alzado por encima de la trifulca de vasos de vino y aceitunas amargas como un quejio, la ebriedad de sus coetáneos mientras grotescos ajais pendencieros estremecen las tardes de levante la zozobra de los transeúntes y la ciudad vive de espaldas a su historia entre tortitas de camarones, jerseys con cocodrilos y medias raciones de chocos.

JUAN ANTONIO GALLARDO.-. AGOSTO DE 2008

NOTA DEL AUTOR:

No lo lean aquí: En la taberna de Rafael Vázquez, perdido entre el marasmo de dibujos y fotos está este articulillo colgado, tiritando entre tanto cante grande y tanto arte.Sin otras amputaciones que las propias de la soledad y la mala vida, a veces nos parece haber penetrado en una barraca de feria de aquellas en las que vivían los maravillosos engendros de Tod Browning,

sábado, 2 de agosto de 2008

BILINGÜISMO Y MANIFIESTOS

Había que hablar fino. Primero para que se nos entendiera y segundo para evitar la burla. Nuestro acento había sido tristemente usurpado por chistosos y chirigoteros que todo lo celebraban como sarasas folclóricas, y nosotros, que éramos letraheridos cargados de pudor existencial y empachados de la poesía de los suicidas, necesitábamos apartarnos de aquella chusma populista y rumbera.

Por eso no nos mirábamos nunca como farsantes cuando, durante nuestro farandulear diario por los madriles, impostábamos las eses con avaricia de neófitos del castellano más puro, aún sabiendo que aquella era una primera renuncia a la identidad y que en el territorio de las renuncias y las traiciones, todo es empezar.

Quizá por eso, cuando arribábamos a la casa de pensión, recuperábamos el deje de nuestra tierra y ceceábamos con rotundidad, como el hermano chico de Mafalda.

También cuando nos achispábamos en los bares y las lecturas poéticas a las que acudíamos para poner faltas y para ver si estrechábamos la mano de algún pope disfrazado de Verlaine castizo, recuperábamos el andaluz en nuestra plática, salpicado de giros lingüísticos de Madrid o Madriz, resultando de nuestra pronunciación, una cadencia híbrida, entre psicoanalista argentino y Chiquito de la Calzada.

Con los años fuimos perdiendo timidez y ganando orgullo, y ya nunca más recitamos poesías como Luís del Olmo, reivindicamos la calidad de nuestro tono y volvimos al andaluz sin sonsonetes.

Dejamos de ser bilingües, como los nacionalistas catalanes. Por eso a uno le cuesta firmar algunos manifiestos. No vaya a ser que no se nos entienda.