martes, 26 de noviembre de 2013

PASEOS


 Digamos que hoy he inaugurado oficialmente la temporada de “paseos matutinos invernales” Cada uno tiene sus ceremonias y sus solemnidades. Los unos harán viajes a países lejanos a los que nosotros jamás iremos y declararán inaugurada oficialmente la temporada itinerante, los otros quitarán el precinto a nuevas aventuras, amoríos y éxitos. Yo me he puesto una gorra que tengo, he met...ido las manos en los bolsillos de la cazadora y me he dicho: Ya está aquí otro invierno, diga lo que diga el calendario, y me he tirado a la calle.

Hace frío, humedad, y es como si al horizonte le hubiesen colgado un cortinaje de niebla. Lo más alegre que se ve por el paseo marítimo es un perro medio loco que ha entablado una especie de pelea con su propio rabo, el perro es calcado a aquel galgo corredor que poseía D. Alonso Quijano y que en vez de irse por esos mundos de dios con su amo, se quedó allí, en la alquería, quizá añorando la caricias del lector impenitente de novelas de caballería.

Estos paseos solitarios son más bien tristes, no sé, a veces pienso que si me encontrase a mi madre, a alguno de mis hermanos, a mi hija, caminando solos por el paseo marítimo, con gorra o sin gorra, que aunque parezca que no tiene su importancia, me preocuparía muchísimo. Mi soledad está bien, está bien incluso mi melancolía y este vagar por la orilla como si no tuviese uno un lugar en el mundo, pero que lo hagan los seres queridos ni me gusta, ni me parece tan bien. Me da escalofríos su soledad.
Yo con gorra soy yo con gorra, pero mi hermano menor con gorra es otra cosa, o mi madre con un sombrero de lana. No sé si me explico.

Se han esfumado los pensamientos sombríos cuando me he cruzado con esta pareja. Él debe andar por los ochenta años, alto y todavía erguido pese a las pendencias de la senectud. Ella algunos menos, setenta y cinco o así, pequeña, delgada y con más coloretes en las mejillas de lo que aconseja la prudencia, como una actriz decadente que todavía suspira por las beldades de antaño. Estaban los dos tirándole fotos a lo poco que podía verse del Coto de Doñana, un manchurrón verde, porque como digo la mañana estaba nublada. Cuando he pasado por su lado han reparado en mí y ha sido ella la que alegremente, andando a saltitos veloces, como una ardilla, me ha dicho si podría echarles, a los dos, una fotografía con la desembocadura al fondo.

Como estaba uno meditando muy profundamente, en plan Fernando Pessoa, no me he enterado a la primera y ella, pensando seguramente que era un poco tonto, me ha hablando con el lenguaje de signos, ha dibujado en el aire con sus dos manitas una cámara, se ha puesto las manos entre los ojos y ha pulsado ese dibujo, abriendo mucho los ojos y arqueando las cejas. ¿Lo entiendes ahora, merluzo?

Ha posado, la pareja, con mucha disciplina, pero al mirar en el visor el resultado de la primera de las fotografías, he comprobado que ha salido hecha una mierda, descuadrada y con una mancha extraña, como un ánima, en el centro. No he dicho nada de esa presencia porque la pareja es muy mayor y no es cuestión de asustarlos estando, por edad, mucho más cerca del más allá que del lado de acá. Vamos a hacer otra, les he dicho, como si fuera ya uno de su pandilla, que ésta ha salido regular. Gracias, gracias, han contestado ambos. Él muy serio, ella muerta de risa. La segunda está ya más decente, incluso me pareció que el paisaje de fondo se había aclarado un poco y podrían enseñarla a los hijos o a los nietos, cuando regresen a casa de vuelta de este viaje. Y de pronto, no sé por qué, me he sorprendido diciéndoles: “bueno y ahora una dándose ustedes un beso, ¿no?”

Yo no sé por qué les he dicho eso. Emilia lo habría dicho casi con toda seguridad y con esa espontaneidad suya que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Recuerdo que una vez que coincidimos con Javier Krahe al que yo trataba casi con reverencias, ella le contó que habíamos estado unos meses antes viéndole cantar y que estuvo bien, pero que tenía un resfriado tremendo, él, Krahe, vamos que cantó como pudo. Y Krahe nos miró como si fuésemos a pedirle que nos reintegrase el importe de la entrada.

Pero yo no soy así y menos las mañanas que salgo a pasear con la gorra puesta. Ya lo había dicho “Ahora, hagamos una dándose ustedes un beso” No pusieron ningún impedimento, al contrario, les encantó, sobre todo a ella, la idea.

La mujer se sostuvo sobre los dedos de los pies, con agilidad sorprendente, como una bailarina de ballet , para así llegar a los labios del hombre tan alto que la esperaba y que la tomó suavemente por la cintura.

Era ese beso, ese movimiento coordinado entre los dos, algo tantas veces repetido que los delataba. Y tenían ambos tan interiorizadas las distancias, la diferencia de altura, que les salió un ósculo perfecto, sin lubricidades ni lenguas, pero a pesar de todo, un beso de amor que testimoniaba que habían sido muchos, que habían sido una pareja que se besa mucho. Y eso, por lo que sea, me conmovió.

Todavía pude verlos marchar, el brazo de él sobre los hombros de ella, el brazo de ella en la cintura de él. Caminando lentamente pero alegres, como si hubiesen perpetrado una pequeña travesura.

A lo mejor un día nosotros damos también ese paseo, con una vida entera detrás. ¿Nos saldrán los besos, las caricias, tan bien como a estos dos amigos? ¿Cuánto de bueno y de malo cargaremos en nuestro zurrón? ¿Qué azares nos habrán hecho dichosos? ¿Cuáles desgraciados? Y así, con estas dudas y estas certezas me he venido aquí. A contarlo.

viernes, 18 de octubre de 2013

MEDIO MILLÓN DE GOLFOS



En el reproche se le nota a esta mujer una gran distancia, diríamos que una distancia infinita. No vamos a decir que sea odio, quizá porque los de arriba, mientras mandan, apenas odian, ellos manejan, deciden o destruyen. Se trata de una afectación casi aristocrática, se trata de un movimiento reflejo del estilo de ese que se le atribuye a María Antonieta “Si no tienen pan, que coman pasteles” . Hemos tenido unos cuantos ejemplos, el famoso “que se jodan” cuando se aprobaban nuevas formas de garrote para los parados, el cínico “tienen pantallas de plasma” o el clasista y casi racista “En Andalucía, los del PER están tomando vinitos en las tabernas”.

Los ricos siempre han sospechado que el mendigo guarda una millonada en los calcetines, que el gitano en la chabola una especie de paroxismo digital de músicas y pantallas y que el subsidiado es un holgazán y un borracho con la nariz roja como un tomate de darle al tinto.
Esta señora, vicepresidenta, se ha engolfado acusando a los parados de fraude, medio millón de golfos, sí señor. Lo repitió varias veces y se le encendían los ojos como a una delegada de clase chivata denunciando a los compañeros.

No le conocíamos esa mirada, no había soltado antes ese rencor de clase.
Cuatrocientos veintiséis euros. Menos sesenta aproximadamente de luz eléctrica: trescientos sesenta y seis euros, menos, pongamos, ciento cincuenta euros de alquiler si han tenido suerte y no viven ya en la calle o en casa de la abuela; doscientos dieciséis euros, menos unos veinte euros de agua y de basura; ciento noventa y seis euros, divididos entre treinta días para una familia de cuatro miembros, tampoco vamos a ponerla numerosa, vienen a quedar: seis euros con cincuenta y tres céntimos diarios para desayuno, almuerzo y cena. Divididos entre cuatro personas (o parias) cada miembro de la unidad familiar recibe, eureka, un euro con sesenta y tres céntimos diarios.

Un euro con sesenta y tres céntimos diarios por persona. Y si alguien, un vecino, un primo, una cuñada, nos dice que le pintemos el techo del garaje somos unos golfos y unos defraudadores. Si buscamos tagarninas o llenamos un cubo de caracoles para venderlos, somos unos delincuentes del comercio. Si echamos cuatro horas los fines de semana sirviendo vinos en la taberna de un amigo, unos burros que ahogamos a la seguridad social con nuestras fechorías.

Así que, en el reproche lleno de aversión a la pobreza que esta señora vicepresidenta nos hace, lo que tendremos que entender es que se puede vivir en nuestro basto país con ese euro con sesenta y tres céntimos por cabeza. Y que si no, si no es posible vivir así, que nos vayamos a Alemania, a Australia o a la mierda.

Por menos temblaron imperios.

sábado, 12 de octubre de 2013

FOLIO EN BLANCO

I

En Word han mantenido,  más o menos,  la iconografía del folio en blanco. Abres ese misterio del procesador de textos y aparece, como un vestigio del pasado. Seguramente se podrá cambiar la configuración, pero uno tiene el ordenador tal y como se lo instalaron.
Si el informático hubiese puesto como salvapantallas una foto de su novia, de su madre o de Marco Polo, ahí estaría  la foto, porque no nos hubiésemos atrevido a cambiarla. Con los expertos en cualquier cosa se comporta uno como con los médicos. Si al primer vistazo te dicen, a lo mejor porque son,  además de médicos,  unos cabronazos: “Tiene usted que dejar los palitos de marisco”, de momento desterramos de nuestra dieta a ese sucedáneo.

Así que seguimos enfrentándonos al temido folio en blanco. A su arrogancia insoportable y pulcrísima que viene a decirnos “A ver qué se te ocurre, con qué vas a llenar este vacío”
Y van, como cagaditas de mosca, las letras formando su hilera, construyendo este otro mundo.

Cesar Vallejo estuvo así, como estoy yo ahora, ante un folio en blanco. Y garabateó en él, con aquella letra suya, elaborada y farragosa, versos enormes:  “Amada, en esta noche tú te has crucificado/sobre los dos maderos curvados de mi beso;/  y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,/y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.”

Seguramente el soneto lo retocó doscientas veces, seguramente tuvo que cuadrar algún acento, a lo mejor hasta contó algunas  sílabas, pero lo que es seguro es que esos dos primeros versos: “Amada, en esta noche tú te has sacrificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso” Esos dos al menos, nacieron de esa cosa,  todavía sagrada,  que sólo  tiene la poesía. De ese enigma maravilloso que convierte la aridez del folio en blanco en un poema, la soledad de un piano en una sonata, la naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa, en  un instante del tiempo detenido por Zurbarán para los siglos venideros.

II

Ese encuentro antes lo buscábamos, nos creíamos capaces de sentir el pellizco y que surgiera el poema. A veces sentíamos el pellizco, bien fuerte, pero lo que nos salía no tenía que ver con lo sublime, más bien era un hematoma, por culpa del pellizco.
Ahora, cuando nos venimos a escribir, no hacemos otra cosa que dar fe de vida. Anotar el día. Si es bueno (el día) lo hacemos con Vallejo, con la música, con los amigos. Si es malo con el presidente del gobierno, con la policía, con las bestias del poder.

III

Pessoa decía haber fracasado hasta en los intentos. Aunque también, otro día, escribió el portugués universal: “Porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”.  Pues casi todos los años, desde que leí esas dos sentencias Pessoanianas y de eso  hace más de veinte, me busco la forma de ponerlas en algún folio en blanco, porque siempre vienen al caso.

IV

Cuando he salido esta mañana, he ido anotando mentalmente  el paseo. Qué extraña perversión literaria, qué manera tan triste de pasearse. Si maulló un gato en un portal, en vez de asistir al espectáculo, estaba, involuntariamente, dándole mi cabeza forma al relato. Me he cruzado también con una mujer que parecía estar como una cabra, hablaba sola y movía mucho los brazos, como si discutiera con el aire, con sus fantasmas. Quedaba también recogida en esa especie de archivo inconsciente que lleva uno encima.

Un poco más tarde he ido a ponerle unos cables de un equipo de música a mi amigo Rafa, de la cafetería “Casa Dueñas” He puesto poca cosa, la verdad, y menos mal que uno de los camareros supo cómo conectar los altavoces para que saliese como un turbión, la música de jazz que leía el reproductor, que si no todavía andaríamos allí, enredados. Entonces ha surgido de la nada , un muchacho con un ordenador portátil que hace campañas publicitarias y cosas para la televisión. Le ha preguntado a Rafa si conocía algún escritor que pudiese escribir unos artículos que ilustraran sus reportajes. Rafa, que me conoce, le ha dicho ahí tienes a uno, él podrá informarte. Y tras toda  una mañana ejerciendo de escritor clandestino, he puesto cara de idiota, he pensando en Vallejo y en Pessoa,  y en vez de ofertarme, le he dado la dirección y el nombre de un amigo. 


No me pregunten por qué. Ya lo hará la familia. 


miércoles, 4 de septiembre de 2013

COMO NOSOTROS


 En una de esas cíclicas tragedias que suceden casi siempre a unos cuantos kilómetros, los necesarios para que nos salpique la sangre un poquito, lo justo, estábamos viendo las noticias por televisión y frente a las terribles imágenes de casas bombardeadas, niños perdidos por la ciudad en llamas; despavoridos, como no debiera de estar jamás un niño, madres cubriendo con sus cuerpo...s inútilmente la agonía de sus hijos, charcos de sangre por el suelo y socavones de espanto, mi hija que tendría apenas seis años y que se había quedado unos segundos mirando a la pantalla, probablemente sin dejar de jugar con la sopa, como Mafalda, buscando la escapatoria a esa disciplina de la nutrición, del almuerzo, para ella un coñazo, para millones de niños en el mundo un sueño muchas veces inalcanzable…pues como digo, sin dejar de estar en lo suyo, echó mi hija un vistazo a la pantalla y dijo, con esa bendita inocencia, ante el espectáculo de muerte y desolación: “ Pero, papá, esta gente no se querrá como nosotros, ¿no? “

La cucharada que iba a meterme en la boca se detuvo, en el aire y me quedé mirándola, dudando entre contarle la verdad, o contarle otro cuento, como esos que contaba Sherezade al sultán para evitar con ese encandilamiento que sentía el sultán por la narrativa, la muerte, el degüello.

Es esa distancia infinita que sentimos frente a otros seres humanos, la que nos lleva a valorar la incidencia electoral que puede tener una agresión militar contra Siria. Lo que subiría el petróleo, la caída ya completamente en picado del turismo en todo el norte de África, los costos de la reconstrucción, el desgaste de los mandatarios implicados en la posible coalición de bombarderos.

Como estamos seguros de que no se querrán como nosotros, según entendía mi hija, incapaz de comprender tanta miseria moral, tanta mierda, nos ocupamos de estas menudencias de la vida, cuando estamos prometiéndoles la muerte.

¿Hasta dónde estaríamos nosotros dispuestos a llegar si masacran a nuestras familias, los unos y los otros, si nos condenan al hambre, si nos tratan, no ya a nosotros, a los nuestros, a nuestros hijos, como ratas? ¿Hasta qué punto se elevaría la espiral de venganza si fuésemos nosotros?

¿Y si, al final, pese al desastre y a las bombas que dan a la muerte rango cotidiano, esta gente se quiere como nosotros nos queremos?
 
 
 

jueves, 8 de agosto de 2013

VIRUS

A punto estaba de cuadrar el círculo de fuego, el poema. Me faltaba nada, una sílaba,  para que encajasen por fin la estética y el run run filosófico y de pronto, zas, la pantalla del ordenador se desfigura y aparece un mensaje coronado de logotipos y eslóganes de la policía nacional, la guardia civil, la hacienda pública…la banda, vamos, el golpe de estado, la llamada a la puerta de tu casa sabiendo que no es el lechero.

El estupor duró unos segundos, el tiempo de leer la tontería con la que justificaba ese virus informático su invasión. Fue muy sencillo detectar el timo; errores gramaticales, burradas de la concordancia y,  sobre todo,  la exigencia de cien euracos lo antes posible para perdonar los delitos que, al parecer, había uno cometido y que iban desde atentar contra los derechos de autor y de la propiedad intelectual, a la pederastia, pasando por el terrorismo. Como si dijéramos, todo lo execrable por el pensamiento moderno. Faltaba lo de la drogadicción porque parece difícil chutarse vía internet.

El virus es bastante ingenioso dentro de su mala leche y habrá quien busque la forma de pagar ese dinero antes de que la familia o los jefes,  tengan  que ver lo degenerado que se es o se ha sido.

Debo decir que ya conocía esta estafa, hace algún tiempo le sucedió a un buen amigo que me pidió, por favor, que fuese a socorrerlo porque, para más inri, la pantalla con las acusaciones le había salido en el ordenador de su novia que él estaba manejando en esos momentos.

 Había que vernos a los dos, sin haber hecho nada, ni ser culpables de otra cosa que de haberle visto el culo a bastantes señoritas y de alguna infructuosa búsqueda de Elsa Pataki en la coyunda, zascandileando en el modo seguro de Windows para crear otro usuario que fuese inocente y que pudiese desbaratar aquella inquisición cibernética.

Lo más llamativo – y lo más doloroso- era esa convicción de mi amigo: “Algo habré hecho”. Quizá alguna de esas protuberantes mozas no tuviese dieciocho años, o a lo mejor mi interés por el mundo árabe, por las causas de esta larvada guerra de guerrillas en la que vivimos, o mi curiosidad por descifrar las causas de que existan tantas personas que no quieren ser españoles. No sé, decía sulfurado mi amigo, medio en broma y medio en serio,  puestos a investigarme seguro que merezco la mazmorra, el paredón o el destierro.

Al final conseguí desmantelar la amenaza vírica. Y mi amigo, en agradecimiento, me quiso invitar a un montón de copas. Ya liberado, sin pensar si eso, tomarse unas cuantas copas con un amigo un día de diario, no estaría también penado por alguna institución o por algún observatorio para las buenas costumbres.

Yo no tuve esos temores, la verdad. La pornografía me parece una celebración fálica bastante aburrida cuyos cúlmenes son unas eyaculaciones admirables en alguna parte, cuanto más rara mejor, del cuerpo de la mujer. Gimnastas jadeantes en posturas ridículas. En su momento, cuando apareció el Emule, me bajé música para varias vidas, que por cierto ya no escucho nunca porque en You Tube está todo y con minimizar la pantalla tenemos música de fondo para todo el día. Y, en cuanto a  mis inquietudes geopolíticas las dirimo, todavía, en libros de papel. Es curioso, sin embargo, cómo ese primer momento, cuando somos acusados, todos hacemos un fugaz inventario de nuestras pequeñas fechorías. Tanto y tan bien nos ha acostumbrado la maledicencia contemporánea  a pensar mal del vecino. Tanto y tan bien se ha instalado la sospecha en nuestros corazones y aplicamos sin tapujos a cualquiera esa mendacidad, ese “Algo habrá hecho” que como en la fantasmagoría  Orwelliana nos aplicamos a nosotros mismos, como hizo mi amigo. Ese tristísimo:  Algo habré hecho”.