martes, 18 de diciembre de 2007

FECHAS TAN SEÑALADAS



Desde que las liturgias religiosas fueron suplantadas por las liturgias del corte inglés y de la factoría Disney, nuestras ciudades se transforman en estos días en un gran centro comercial al que no le falta ni la música de fondo, que con esos niños cantores glosando en sus coplas la venida al mundo del Mesías puede sacar de quicio al más templado de los ciudadanos.

Hay mucha gente que detesta la orgía de celebraciones con que amenaza el calendario: . “La Navidad” , con toda su melancolía y su macedonia de empalagos y topicazos, con su vomitona consumista que enajena como una epidemia a casi toda la población.

¿Por qué entonces participamos de la farsa y guardamos las fiestas con más o menos entusiasmo? . Porque la Navidad es una constatación del fracaso o del éxito con que hemos ido caminando por el año.

Si nos fueron bien los negocios, serán dichosas nuestras salidas al mundo de las cajitas de colores y los lazos de papel acharolado. Los hijos lucirán, pues son nuestra imagen y semejanza, nuestro triunfo profesional por las aceras de la urbanización disparando como reporteros de guerra con sus cámaras digitales a todo lo que se mueva o encerrados en la penumbra de sus dormitorios manejando con habilidad de expertos los equipos informáticos.

Nuestros padres recibirán el éxito infame de ventas en las librerías “La verdad sobre la guerra civil contada por Ricardo de la Cierva” “Franco no era tan malo” o “Los dos mil ochocientos mejores ripios en lengua castellana” y nuestras madres camisones y batas que reciben con beatífica sonrisa otro año más.

Si nos ha ido como el culo durante el año. Si somos trabajadores con un horizonte laboral con más incógnitas que una legislatura de Zapatero, si somos parados de larga duración con el subsidio agonizante y las chapuzas perseguidas y fiscalizadas, la Navidad será otra sibilina forma con la que el sistema nos da por el culo y rubrica nuestra condición desgraciada y pobre.

Son estas fiestas, una constatación también, de las tristezas que el año nos ha ido deparando. Si en la familia – esa entelequia que conservamos temerosos de la soledad y el desarraigo- se han producido desgracias, defunciones o cismas, nos reuniremos en torno a la engalanada mesa acompañados de nuestra pena, nuestro rencor o nuestra desolación.

Ninguno de los comensales querrá estar junto a los otros, para todos será un compromiso que se asume con una mueca de resignación. La unidad familiar anfitriona, estará abrumada por los excesos gastronómicos y por el épico fregado que les espera tras la comilona.

Los sobrinos estarán pendientes de los regalos del tío rico y le reirán los chistes y le palmearán ensimismados en la corrupción del aguinaldo el inevitable fandango navideño.

El canto del pobre, del tío pobre, ya se sabe que está prohibido hasta en la más mísera tabernucha.

En definitiva, las fechas tan señaladas que se acercan son como todo en la vida; la adolescencia, el matrimonio, la paternidad o la jubilación. Se tendrá noche de paz si la cartera está llena o tiene, la cartera, capacidad de endeudamiento, se disfrutará de la noche de amor si las cartas que llegan de los bancos no son flagrantes amenazas de desahucio y se disfrutará de la estrella navideña y el árbol si Sevillana Endesa no nos corta el suministro, tras múltiples, y cada vez más obscenas advertencias, por falta de pago.

sábado, 15 de diciembre de 2007

PELMAZOS

Dejando a un lado las enfermedades de transmisión sexual, obviando las modernísimas depresiones matutinas que gozan de gran predicamento entre la afición, haciendo las delicias de psicólogos ociosos que jamás negarán ninguna de las enfermedades mentales con que el paciente sanciona su propia existencia, mientras pague el paciente la minuta de tan abruptas confesiones al sonriente doctor.

Desdeñando el ardor de estómago, el insomnio, la halitosis y otras patologías más o menos confesables, si sufre nuestra contemporaneidad una epidemia de la que ni el más avezado o precavido de los mortales puede salvarse es la de los pelmazos.

Hablamos de ese personaje que cuando entras en el bar, exclama “Pero mira a quien tenemos por aquí”.


Nada importa que finjas despiste, que mires continuamente por encima de su cabeza como si buscaras a alguien que te espera, que ostentosamente consultes el reloj cada poco.

Ninguna de estas vacunas del comportamiento te libraran de su abrazo titánico.

Él , poseso de sí mismo, habla y habla sin parar. Habla sin parar y a destiempo como un músico torpe que se carga las posibilidades de la humana y variopinta orquesta nocturna.

Y es que además, oh mundo insolidario,...todos los parroquianos saben de qué va el pelmazo y nadie se acercará a ti para echarte una mano.
Nadie querrá correr el riesgo de que los multiformes tentáculos del pelmazo le toquen.

Así, mientras envidias la alegre conversación de la pandilla, mientras oyes sus risas y ocurrencias; el pelmazo cada vez más pegado a ti, adherido a tu chaqueta como una lapa, no suelta un instante tu brazo y te sugiere: “Gallardoski, deberías ser más comedido en el lenguaje que utilizas en tus artículos; un hombre con tus lecturas, con tu educación”

Porque como carecen tanto de respeto por los demás como de sentido del ridículo exhiben sus dudosas habilidades para todo. El pelmazo si eres músico rockero te habla de sus discos de “Los Pekenikes” y de que en su primera juventud montó un conjunto que hacía las delicias de las muchachitas ye yés en los guateques .

Si, por mal del demonio, resultas ser poeta lírico o literato , te cuenta que tiene muchos libros (veinte o treinta durmiendo el sueño de los justos en el mueble bar de la salita) y que todos son de un interés tremendo. Te relata con detalle, casi con sadismo, las circunstancias que rodearon la adquisición de cada uno de sus libros o te pregunta con vivísimo interés : “¿Has leído las poesías de Federico García Lorca?

Y si nada de esto lo sacia, termina poniéndose chistoso y cuenta chascarrillos infames de los que él solo se ríe.

El pelmazo a hecho de todo en esta vida y lo que él no ha tenido tiempo de coronar lo hizo su cuñado o su primo, el del zumosol..

El pelmazo además no necesita compañía. Sabe que hace siglos que nadie escucha lo que dice. ¿A qué entonces esa profusión? ¿Crueldad? ¿Saña?.

La única forma de combatirlos – os lo dice uno que posee la extraña habilidad de atraer sobre sí a los pelmazos de todo tipo, pese a lo circunspecto de mis costumbres- es enfrentarlo con uno de su estirpe.

Cuando dos pelmazos coinciden se sienten mutuamente anulados.

Si uno replica el otro esgrime contrarréplicas y así hasta el infinito.

Ellos gustan de nosotros, de nuestra santa paciencia, de esta cortesía pusilánime con que los soportamos. Pero entre ellos mismos terminan por lo general cabreados o tristes y – lo que es más importante en atención a la salud mental de la ciudadanía- por fin, y felizmente, callados.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

VIDA, MUERTE Y FOSFATOS


El ritual cristiano, al que uno por inercia y tradición no puede dejar de pertenecer, ofrece una liturgia para cada una de las etapas del individuo.

No podía faltar la ceremonia final, la del último adiós en la que el sacerdote consagra al cadáver en una suerte de sesión entre espiritual y social, a una fantástica reunión con antepasados, divinidades, ángeles y vírgenes. Nadie se cree nada, claro. Por eso los deudos con toda la razón (ay la razón) lloran la pérdida del ser querido. Ni siquiera el cura, que suele ser un hombre instruido, se traga ni una de sus poéticas preces. Todo se hace por consolar seguramente, por aliviar el dolor que nos produce ese desastre, ese caos del organismo que significa la muerte.

Porque es la muerte el hecho fundamental que da sentido a la vida, verdad de Perogrullo que a nadie se le escapa, pero que apenas queremos enfrentar con nuestro inconsciente día a día. Inventamos la poética religiosa y la farándula de ultratumba con dos objetivos esenciales; por una parte no tener que enfrentarnos a través de la lógica y la razón con una verdad tan absoluta como la disolución. La segunda porque el ser humano es una realidad biológica con sentido y voluntad de trascendencia.

Esa voluntad de trascendencia puede bifurcarse por los caminos del arte, la literatura, la música e incluso la historia y la política, lo malo es que no todos los habitantes del planeta tienen posibilidades, talento o genio para perdurar en la memoria, así que frente a esa melancolía de desaparecer, mejor la poesía, el rito y la farsa de carnes resucitadas y paraísos lejanos.

Un hombre vivo es una maravilla, una mujer, para mí, todavía más.

Un hombre vivo es una representación del mundo, de la evolución, de la esperanza (una mujer, insisto, todavía más) pero muerto, un hombre muerto es exactamente igual que un perro muerto, que un pato muerto, que un rinoceronte muerto. Carne, sangre, huesos inertes que ya nada significan como tal.

Reconozcamos que la obra, las acciones e incluso la descendencia, conformarán esa entelequia que nombramos su memoria. Pero el cuerpo inerte ya no es nada, polvo, cal y fosfatos.

Cuento todo esto porque regreso del entierro de un pariente lejano. No he sentido dolor ya por él, que no podrá ni recibirlo ni agradecerlo, se siente el dolor por los que quedan, por los que tendrán que acostumbrarse a vivir sin su presencia. Porque a pesar del discurso tenebroso del cura, de la luz cenital del templo que invita ciertamente a la reflexión y al recogimiento, la vida fluye maravillosa en cuanto miramos hacia fuera.

Uno se queda mirando el ataúd donde reside el cuerpo que se irá descomponiendo con naturalidad flagrante, uno observa el absurdo existencial y casi se le ponen a uno los pelos de punta constatando el esfuerzo por vivir cada día y la consecuencia final e irreversible de ese esfuerzo, pero todo eso lo hacemos mirando ya el reloj porque tenemos citas, porque tenemos hambre y queremos ir a desayunar, porque tenemos frío y queremos ir a casa a ponernos un abrigo, porque tenemos vida y cada una de las fragancias de estar vivo nos conforma y si sale el sol se nos alegrará el rictus obligado ante esta circunstancia.

La grandeza del ser humano no tendrá pues, nada que ver ni con la muerte que es una putada biológica y hasta filosófica, ni con sus resacas quiméricas de un imposible más allá. La grandeza del ser humano estará en darse cuenta de la vida, en existir no como una vaca, no como un gorrión, sino como una especie que regenta – casi siempre con el culo, eso sí- el destino de todo un planeta.

La grandeza del ser humano será su fantasía, su evocación de los que ya no están y su poder para traerlos al presente a través de la memoria para llorarlos, festejarlos o venerarlos. Esa es la grandeza del ser humano y hasta su divinidad.

Lo demás; los marcianos y los santos, los bichos con tridente y rabo y los entes con barba blanca encima de una nube, con todos mis respetos, no se lo creen ya ni en Disneylandia,