viernes, 20 de julio de 2007

SÓLO HICIMOS UNA FIESTA

“Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo”

JULIO CORTÁZAR. Historias de Cronopios y de Famas.


Lo mejor de los días de fiesta llega la mañana siguiente. Si uno ha sido hábil y ha podido sustraerse de los envites de la fanfarria, si ha amanecido uno y no se le han aparecido dinosaurios, ni bacterias. Si no ha tenido uno la desdicha de saludar el día regurgitando como un caníbal escrupuloso, acaso porque la víspera no se bebió tanto, ni tan duro. O quizá porque el ron estaba rico y el tabaco suave , o porque los besos - si llegaron- fueron dulces y lascivos a la par, o porque los sueños estuvieron bien y no tuvimos pesadillas, ni demonios que se sientan en la butaquita del dormitorio y le dicen a uno: “Escribe mi poema”.

Si esta constelación de felicidades de andar por casa se produce, podemos tomar un café solitario en una taberna del pueblo. Saludar a las personas que no han tenido noche de bacterias, ni noche de demonios, ni de dinosaurios, etcétera, etcétera. Podemos pedir prestado el periódico de la casa, ¿es de la casa? Sí, cójalo pero es de ayer. Ah vale, perfecto. Y entonces leer inmediatamente, tembloroso como un adicto frente al botín estupefaciente, el horóscopo de la víspera, y los resultados del cupón de la ONCE de ayer, y compararlo con el cupón de la ONCE que compramos para hoy: Tengo el sesenta y nueve para hoy, decía el cuponero, y uno lo compró por eso, por el pregón del cuponero, y ahora reza porque ayer no saliera ese número, el sesenta y nueve, porque sería imposible que hoy se repitiera, porque cuando a las personas nos sale un sesenta y nueve un día, es imposible que se repita al día siguiente.

Abstraerse durante unos minutos en la poesía de los resultados bursátiles y maravillarse de cómo nuestros hermanos financieros celebran sus cuentas de resultados, sentir una dicha misteriosa en nuestro corazón medio partío, cuando leemos que el Corte Inglés multiplica por diez sus beneficios con respecto al año anterior, querer compartir esa alegría con los parroquianos.
Darnos un abrazo todos y elevar al cielo un brindis por el Corte Inglés y por todos los demás, considerando en frío, imparcialmente, recita un camarero; que el hombre es hombre, y más desde que existe la tarjeta de compra del Corte Inglés. Y aplaudirle todos la ocurrencia y desearnos feliz día de San Valentín, igualmente; feliz día de del corpus, igualmente. Feliz cumpleaños, Alicia. Feliz navidad mister Lawerence, feliz carnaval, felicidad que bonito nombre tienes…

En un país libre, puede uno irse hasta la playa muy temprano. En mi pueblo hay un monte (algaida), en mi pueblo hay un río que desemboca, río grande de los poetas, ¡Ojú qué grande es el río y cómo se muere a tu vera!. En mi pueblo hay un monte y en mi pueblo hay un río. Hoy no me tiro al monte. Es un decir. Hoy me tiro – es un decir – al río.




Puede uno en un país libre irse a pasear por el río, como un langostino del trasmallo, como una almeja estupefacta, como una acedía mixta, mora gitana, como un boquerón castizo, como un payo checoslovaco, como un poeta puede irse uno a pasear por el río, con bufandas y todo, con abrigo y todo. Con sombrero y todo, con un pilot punta fina azul.


Pero la guardia civil ya no cree en los poetas y cuando ve a uno como yo, paseando a estas horas por la orilla del río, se cree la Guardia Civil, que uno es un bosquimano, que está esperando fardos de chocolate o que vigila a sus compinches que bajarán de los juanelos fardos de chocolate en vez de acedías. Cuando el coche de la guardia civil pasa por mi lado y los dos guardias civiles que van en él me miran con desconfianza, yo recito con todas mis fuerzas y con todas mis ganas: ¡Ya puedes cortar si gustas/ las adelfas de tu patio! Y el más inteligente de los dos civiles murmura: “Esa debe ser la contraseña” y se largan cagando leches en busca de refuerzos.


Al fin, en mi paseo, me cruzo con un edificio de esos que se construyeron a final de los setenta y cuyas terrazas daban al mar, hasta que se construyo otro delante, y otro, y otro y así hasta la Atlántida.


Miro una terraza amarilla sobre un fondo de hormigón blanco perlita, y mascullo hermosos recuerdos. Un hombre es también la suma de lo vivido y es bueno tener recuerdos, hasta los malos. Si las cosas (malas) no nos hubieran sucedido, de puta madre, pero ya que nos acontecieron las cosas (malas) es mejor tener todos los recuerdos. Es bueno tenerlos; yo creo que los cigarrones, los pitijopos y las pandorgas no tienen recuerdos y que tú sí los tienes.
Por eso a ti te respeto mucho y llamo a ese respeto derechos humanos, ideología y hasta solidaridad. Tengo solidaridad también para los pitijopos, pero bastante menos. Y de otra forma.

Recuerdo que en el otoño del año 1988, tenía uno veinte años y tenía uno una novia y dos amigos. Poco más tenía uno. Y alquilamos los cuatro juntos uno de aquellos pisos que se alquilaban a estudiantes sólo para el invierno y una mijita de la primavera. En el otoño de 1988, Manolo Domínguez Macías (iba a poner las iniciales nada más, pero no, la historia es la historia). Decía que Manolo Domínguez Macías en esa época entró a trabajar en una cosa que llamaron “Andalucía Joven” y era el primero de nosotros que sabía en qué consistía una nómina, una cuenta corriente y unas obligaciones laborales. Él puso el dinero del alquiler, él puso también el Land Rover de su familia para realizar la misérrima mudanza. Domingo López, (iba a poner las iniciales, pero bla, bla, bla) y yo, pusimos el entusiasmo, el corazón y las poesías. Mi novia ponía un poco de orden y sensatez y también un poco de dinero para tabaco, cervezas y porros.



Nuestra emancipación duró el tiempo que duró el dinero. Como siempre, ya se trate de personas, revoluciones, pueblos o marcianos. Pero el tiempo que duró llenamos aquel desangelado piso, que estaba frío de muerto que estaba hasta que entramos nosotros, de literatura, de pinturas, de músicas.

En el salón había una mesa de comedor de más dos metros, como si supiéramos que apenas íbamos a comer en esa mesa y que dos metros de mesa para una tortilla de papas eran muchos centímetros lineales.
Domingo López puso una máquina de escribir, una de aquellas olivettis legendarias en una esquina.
Manolo Domínguez trajo otra de su casa y la puso en la otra esquina.
Yo no tendría máquina de escribir hasta unos años después, llevé un bolígrafo por disimular y enseguida ejercí de Okupa en la máquina de Manolo, que como era el único que trabaja para mantener aquella parentela de mendigos altivos, llegaba con el crepúsculo, como las poesías y las cartas de amor.


Reunimos nuestras tres bibliotecas, en total habría unos doscientos libros. Y nos pusimos hasta las cejas de Julio Cortázar, de García Lorca, de Borges, de Neruda, de Onetti, de Mario Benedetti, de Henry Miller, de Jack Kerouack y todos los beats, que eran los que más gustaban a Manolo Domínguez Macías; Ferlinguetti, Ginsber, Corso…
A mí el que más me gustaba de aquella pléyade era Henry Miller y a Domingo; Juan Carlos Onetti.

Sólo hicimos una fiesta.

Fue una noche del mes de noviembre. No sé de dónde sacamos el dinero Domingo López y yo, supongo que sableando a nuestros padres, a algún familiar o vendiéndole una revista a algún iluso, una de esas revistas que hacíamos con cuatro folios y cuatrocientas mil ideas en ebullición, que salían a borbotones y más salían cuanto menos posibilidades hubiera de llevarlas a cabo.
El caso es que no queríamos que las cervezas y a lo mejor los dos o tres paquetes de patatas fritas con sabor a jamón, las pagará otra vez nuestro particular mecenas, que hacía poco nos había dicho, cuando Domingo y yo hurgábamos inútilmente nuestros bolsillos, o silbábamos mirando al techo un ragtime inventado, a la hora de pagar en algún garito: ¿Vale que invito yo siempre?.
El Macías fue desde entonces el que invitaba siempre. Él se quitó el apuro de tener que decir como Machado; con mi dinero pago, y nosotros el de mirar al techo, trastear en nuestros bolsillos y el de inventarnos melodías de Ragtime o de Blues.







Sólo hicimos esa fiesta. Fue en la terraza, con un tocadiscos viejo en el que escuchábamos una y otra vez , las dos mismas canciones: Días y flores, de Silvio Rodríguez y la larga aquella de Pink Floid que el loco de la colina ponía como sintonía de su programa.
Cada vez que terminaba la canción, Domingo volvía a ponerla y aparecía otra vez por la terraza con una sonrisa como de arlequín Picasiano. Mi novia soportaba aquellas extravagancias porque tenía la sospecha de que yo no me iba a separar jamás de aquellos dos amigos. Y porque Manolo Domínguez Macías había hecho mucha amistad con ella.
“Los artistas son ellos dos, le decía, vayamos nosotros a comernos una brocheta de rape a Bajoguía”
Pero Manolo sabía que si se le ocurría intentar escaparse de nosotros, apareceríamos con algún proyecto loco que al final tendría que financiar, y como nos quería mucho, no se iba, ni me quitaba la novia.

Sólo hicimos esa fiesta. Poco después llegó el desahucio y tuvimos que cargar derrotados con nuestros Kerouack y nuestros Onettis, de nuevo a la casa de nuestros padres. Yo no sabía que nos echaban, pero una mañana, cuando me dirigía a lo que llamábamos “El piso”, observé que alguien había colocado en la terraza un ramo de flores marchitas. Cuando entré en el salón, leí un folio que estaba todavía en el carro de la máquina de escribir. Domingo había escrito una hermosa elegía, una despedida de aquella primera casa en la que vivimos y nos encontramos. Yo, para no ser menos, escribí un poemilla y lo coloqué en el espejo del cuarto de baño. Días después cada uno fue recogiendo sus cosas clandestinamente, procurando no encontrarse con los otros, como un matrimonio que se divorcia.

Yo fui el último en largarme, estuve incluso, aprovechando que tenía las llaves del piso, un mes o más, yendo por allí a retozar con mi novia. Le decía a mi novia que tenía el alquiler de ese mes pagado y nos amábamos mucho y yo creo que bastante bien.
Ya no había libros, ni había amigos, pero estábamos nosotros, tiritando sobre la cama después de hacer el amor, acariciándonos con esa pacífica delicadeza con que un hombre y una mujer se acarician tras haberse saciado.

Ahora Domingo López es, antes también lo era, un magnífico poeta que va siendo reconocido por los países del verso. Es también un narrador excelente que pone el alma en cada renglón que escribe y que ha encontrado con los años un estilo y un universo creativo que yo, de eso estoy seguro, entiendo mejor que nadie, porque gran parte de su talento y de su eficacia literaria se fraguó en aquellos años, en aquellos pisos, en aquellas fiestas y en aquellas servidumbres juveniles.

Ahora Manolo Domínguez Macías, toca la guitarra flamenca y trabaja con gente como Manolo Sanlúcar, tiene la misma mirada que tenía entonces, la misma risa y ese humor que roza siempre el absurdo pero que no se atreve a abismarse en él.
Domingo y yo sí nos abismábamos y cómo.
Ya no me hace tanta falta que me invite siempre, pero lo hace, como siguiendo un impulso que no ha sabido, ni ha querido apaciguar.

Ahora mi novia de entonces es mi compañera y la madre de mi hija. Me aguantó y yo tiro a veces un cohete por la terraza de nuestra casa, para que sepa que todavía tiemblo cuando la veo salir del baño…ejem, ejem…

Ahora yo hago muchas fiestas y bebo mucho vino y escribo mis poesías y mis artículos y no puedo ni quiero olvidarme de los que estuvieron a mi lado, aquellos días, aquellos años a pesar de que nosotros, los de entonces, no seamos los mismos.

miércoles, 18 de julio de 2007

SARAOS

Ya no voy pero hace años tenía que hacerlo; reuniones familiares, comidas de negocios o bodas.

Hasta los treinta, y si has de ganar el pan con el sudor de tu frente, tienes que transigir y hacer el mamarracho en esos saraos insufribles.

Pero si tu compañera se aplica a disculparte “Es que es muy raro” y si además has salido alguna vez en la tele local haciéndote el chulito, el anfitrión del banquete no se tomará a mal que declines la invitación.
Dirá: No, el Gallardo no viene porque es un bohemio.

Sin embargo, cuando iba, lo que son las cosas, como enseguida me agarraba al vino y a los cubatas, me transmutaba. Era de los primeros en danzar al son de la porquería que el enfermo mental encargado de la música tuviera a bien programar.

En la mesa solía ser un buen contertulio y defender, pongamos, la exquisitez en su juego de Zidane y la elegancia estética de sus movimientos. En mi vida he visto yo a ese hombre jugar al fútbol, pero algo habría oído y como Athusser con el marxismo, amagaba yo la impostura y el timo.

¿Chistes? ¡Sabía mogollón! los contaba sin pretensiones de imitar al mariquita o al palurdo y la gente solía agradecerlo. Y si ya la borrachera era de esas que terminan en la taza del water como un cuadro de Jackson Pollock, era mi costumbre acabar cantando, guitarra en mano, todo mi repertorio que abarca desde Albert Hammond hasta Camela.

Cuando surgía alguna controversia en conversaciones de cierto nivel, cuestiones de siglos o de dinastías monárquicas, siempre había alguien que decía: “A ver Gallardo, tú que lees tantísimo: ¿En qué año comenzó la desamortización de Mendizabal, que estos no se enteran?.

Solía atragantárseme el cacho de pulpo aliñado que ya llevaba rato mascando como un chicle castizo. No tengo ni puta idea, yo no leo más que novelitas, ensayos inútiles y poesías anticuadas.

A lo mejor he dejado de ir a esas fiestas para evitar que me examinen y se de cuenta todo el mundo de que soy uno de esos que parece muy listo y muy inteligente y solo sabe que no sabe nada, como el griego.

RAZÓN Y SIN RAZÓN EN GAZA

Siempre había sospechado que la violencia de los soldados y de los uniformados en general contra los civiles tenía que ver más con el desprecio que con el deber. Con un íntimo rencor de casta que con la eficacia laboral que se les exige.

En estos días, viendo el exquisito trato, los compungidos rostros, la pesadumbre con que cumplen (ahora sí) con su deber los soldados judíos que tienen que desalojar de la franja de Gaza a sus hermanos, esta sospecha se ha visto corroborada.
Nunca vimos esa hermosa cautela humanitaria al arrastrar a los resistentes hasta el furgón militar, jamás asistimos a la poética imagen de un soldado judío que llora mientras dispara con su metralleta contra los adolescentes fanatizados de la Intifada.

Por otra parte, lo que estamos viendo también, son las casas en las que vivían hasta ahora los colonos.
A pocos metros la población palestina vive hacinada en barrios sin agua corriente, con una sistema de alcantarillado de los tiempos de los romanos, que por cierto también han ido perdiendo a medida que algún inventor genial del Kibut ha ido perfeccionando los mecanismos de aprovechamiento de las aguas residuales para regar con ellas las huertas del desierto. Como costaba menos dinero utilizar las canalizaciones de aguas residuales palestinas que habilitar una depuradora, el Kibut decidió taponar los vertederos de aguas fecales y derivar las canalizaciones para el riego de los citados huertos, provocando con ello infecciones generalizadas entre la población palestina.

Todo esto duele mucho porque hablamos de un pueblo, el judío, que ha padecido persecución, marginación y muerte durante siglos.

Porque se trata de un pueblo que ha aportado a occidente valores y hallazgos impagables tanto científicos, como artísticos, como morales. Duele mucho porque da la impresión de que los judíos actuales no recuerdan nada de esto, duele mucho porque cada vez se parecen más los poblados palestinos a la tragedia del Ghetto de Varsovia y ese muro de la vergüenza que contra todas las recomendaciones del mundo civilizado han levantado para separar físicamente a los unos de los otros es un grotesco monumento al racismo que abochorna a cualquier persona de bien.

Pero vamos, no vaya a parecer que me estoy poniendo antisemita, todo eso lo hacen los únicos demócratas de Oriente Próximo. Nuestros lejanos primos sefarditas. El odio tiene razones que la razón no entiende pero que pueden explicarse.

Las casas, los jardines, los invernaderos, que están quemando, destruyendo y demoliendo para que nada pueda ser aprovechable por la jauría palestina no ayudarán desde luego a mitigar esos odios.

La ingenuidad, la estupidez o simplemente el cinismo de algún contertulio occidental suele maravillarse con esa prestancia socio económica de los judíos, como si todos los componentes de la diáspora fuesen millonarios, como si todos los judíos rusos que vinieron huyendo del frío, del proverbial antisemitismo eslavo, de los reductos comunistas de algunas antiguas repúblicas soviéticas, llegarán a Israel cargados de oro y de ideas para continuar con los éxitos de la magnánima sociedad hebrea.

Se quiere decir con todo esto que contra el misterioso axioma que afirma que cada uno tiene lo que se busca, contra esa especie de Darwinismo simplificador que señala al miserable como culpable de su propia desgracia, cuando hablamos de pueblos completos e incluso de individuos, debe someterse a un análisis más serio.

Un análisis que comprenda que los palestinos son pobres que nacieron en una tierra pobre, árida y sometida a los designios geopolíticos de occidente.

Primero con los ingleses y a partir del primer sionismo y después de la barbarie del Holocausto nazi, por los judíos.

Deberíamos saber que sin dinero no se construye una mierda ni en el desierto ni en los anillos de Saturno, pero que con él y con la inestimable ayuda de las potencias occidentales se pueden escenificar vergeles en el desierto.

Alguno se remontará unos siglos atrás para justificar este poder del hombre blanco. Nosotros también podemos remontarnos otros siglos más atrás, los siglos del esplendor islámico. Y así, en un juego histórico perverso llegar al primer mono. A la primera trifulca. Porque de ahí no han salido todavía muchos: De la trifulca y las monerías.

MENTIRAS PIADOSAS

Si alguien me dice :”Pues yo puedo hablar con los muertos” yo rápidamente
contestaré:”Pues yo creo que usted es un mentiroso” .

Eso me quitará de algunas conversaciones y producirá el rechazo de algunos amigos que acaso hasta dejen de serlo, pero tengo claro que no quiero amigos mentirosos y
menos amigos que hablen con los muertos.

Ni quiero amigos espiritistas que dicen que invocan a Jimi Hendrix y a Elvis y le preguntan quién va a ser el próximo rey del Rock and roll, y van Jimi Hendrix y Elvis y le contestan que Alejandro Sanz o uno por el estilo.

Y lo hacen en castellano, moviendo el vasito de aquí para allá, porque todos sabemos de las habilidades políglotas de las almas en pena y que el mismísimo Lucifer, cuando aparece, la virgen María o los marcianos , hablan siempre en español de España,
como dicen los ordenadores.

jueves, 5 de julio de 2007

Desánimo

A veces se cansa uno. Se aburre de pendencias miserables, de envidiosos sin motivo, porque yo les puedo asegurar, señores envidiosos, que en lo que respecta a este pobre diablo, no hay motivo alguno para la envidia.

Se cansa uno también, de tener que estar cada día, tras las obligaciones laborales que nos dan de comer, pero que no pueden darnos de vivir porque buscamos algo más, se cansa uno, digo, de esta alerta continua; tardes de ensayo en un local que en verano es el puto infierno y en invierno un iglú, con un equipo de sonido que unos días es fino como una damisela versallesca y otros se pone en plan salvaje, que lo único que se puede tocar es el repertorio de Manolo Cabezabolo, cantautor filo punki muy celebrado en tierras mañas y en festivales de verano, donde siempre hay una jovencita medio hippi a lomos de su novio, con las tetas fuera, como en Woodstock .

A veces se cansa uno de montar todo el entramado eléctrico que componen esos recitales de música, que encima nombramos “acústicos”, como si pudiera ser de otra manera. Y cantamos las canciones, y decimos muchas gracias, muy amables, estimado público y somos como la borracha que en un rincón, sola, fea y descuidada por la vida, baila nuestra pachanga, somos digo, la antología, la eternidad de la fiesta y la verbena. A veces se cansa uno de meter trastos valiosísimos en la destartalada furgoneta, a las tantas de la madrugada, cuando los guapos y las guapas ya están completamente castizos y se insinúan entre ellos y se ponen cariñosos por culpita de la bebida y las substancias. Es entonces cuando uno se larga, con la música a otra parte como el titiritero, ale hop!.


También hastía este oficio de tinieblas, esta aplicación a la narrativa, al artículo periodístico y en los momentos más sexis, a la poesía. Le dan ganas a uno de dejarlo todo, de dormitar las tardes de calina, tan sensuales, de no formarse la opinión sobre las cosas, porque además, uno está cada vez más liado. Entiende cada vez menos a los políticos y nada se le ocurre sobre ellos que no haya sido dicho ya por toda la caterva de plumillas con o sin prestigio, que pululan por la prensa escrita y por la prensa oral (con perdón) .

Se cansa uno de esos majaras que con una edad para estar viviendo la vida, para estar follando tras las dunas de cualquier chiringuito de nuestras hermosas costas después de una barbacoa fantástica, se ponen, los descerebrados a transportar kilos de bombas para que más tarde o más temprano estallen, y mutilen, y maten, y destrocen las vidas de unas cuantas personas, así; por su cara bonita y por su puñetero afán de independencia y otras mamarrachadas que nada tienen que ver con la justicia en el mundo, con darle de comer al hambriento o de beber al sediento. A saber de dónde les vienen estos efluvios asesinos, este rencor, esta disposición al asesinato a esos chavales tan catetos. Tan catetos como los que se ponen su mochila bomba en la espalda y se encomiendan a un dios, que es sordo y es mudo, como dice el tango refiriéndose a la vida.


Se cansa uno también de las metralletas y los bombarderos, de ser iraquí se cansa uno y de ser palestino, y de que entren en la casa de uno, donde guarda uno sus libros, sus discos, sus cosas en definitiva, y a punta de pistola, los guardianes del imperio ese, el norteamericano, nos registren o nos detengan para llevarnos a cualquier parte del mundo a darnos una somanta palos, sin que haya juez, país de esos que se dicen defensores de los derechos humanos o superhéroe de Marvel, que lo libere a uno de esos delincuentes todopoderosos y armados hasta los blanquísimos dientes.


A veces se cansa uno y dice; lo dejo todo una temporadita. Pero uno no lo hace, sigue escribiendo, cantando, indignándose y equivocándose. Aguanta como puede las ganas de decirle a alguien que se vaya mucho y para siempre al carajo, pone cara de circunstancias en las convenciones sociales y al final, relee el artículo que acaba de escribir, preocupado porque nota que cuanto más cansado, más tacos dice y así no hay quien pueda terminar de tejer ese traje de infinito desdén y elegante equidistancia con que ha visto, que los más chulitos, van por la vida .

martes, 3 de julio de 2007

DOSSIERES Y CURRÍCULUMS

Uno que hay por ahí, que escribe, me llama a las dos de la mañana, supongo que para que me entere dónde deben estar los escritores en condiciones a esas horas; taberneando en la noche brava y no sudando como un pollo entre las sábanas maritales, después de haberme tragado un capítulo repetido de “Los hombres de Paco”.

Bueno, lo que este bendito me propone es que me vaya solo, porque no hay presupuesto para acompañante, a dar un recital con mis poesías y a hablar de mi obra en alguna pedanía serrana.

¿Mi obra? ¿la que pretendo hacer en el cuarto de baño en cuanto encuentre a un maestro albañil que me cobre arregladito?.

Yo creo que a uno lo llaman para estas cosas porque se lo ha buscado. A casi todas las extravagancias de la cultura y sus aledaños ha dicho uno que sí y a falta de otro pavo con más prestigio, echan mano de su seguro servidor que sale barato y no es muy malaje.

Encontré la excusa para no participar en este lío, cuando se me comunicó que debía presentar un dossier sobre mi trayectoria literaria y artística, a ser posible con fotos y recortes de prensa. No tengo de eso. No guardo nada y seguramente, algún día echaré de menos esta especie de taxidermia histórica.

Desde muy chico, me aburrieron los cromos y los álbumes con aquella peste a pegamento Imedio. Más me aburren todavía si soy yo, el que sale en el cromo, que siempre me veo más gordo y más feo de lo que me supongo. Sé que es costumbre entre la mayoría de mis colegas guardarlo todo. Una crítica, una entrevistilla, una carta al director de un periódico…Adictos de sí mismos se afanan en ese ejercicio de avaricia curricular. Tienen tarjetas, números de teléfono de gente importante, direcciones que se apuntaron en servilletas, diplomas y placas conmemorativas. Están, como se decía antiguamente, preparados para el turismo. Luego, claro, les salen unos dossieres de puta madre.