martes, 3 de julio de 2007

DOSSIERES Y CURRÍCULUMS

Uno que hay por ahí, que escribe, me llama a las dos de la mañana, supongo que para que me entere dónde deben estar los escritores en condiciones a esas horas; taberneando en la noche brava y no sudando como un pollo entre las sábanas maritales, después de haberme tragado un capítulo repetido de “Los hombres de Paco”.

Bueno, lo que este bendito me propone es que me vaya solo, porque no hay presupuesto para acompañante, a dar un recital con mis poesías y a hablar de mi obra en alguna pedanía serrana.

¿Mi obra? ¿la que pretendo hacer en el cuarto de baño en cuanto encuentre a un maestro albañil que me cobre arregladito?.

Yo creo que a uno lo llaman para estas cosas porque se lo ha buscado. A casi todas las extravagancias de la cultura y sus aledaños ha dicho uno que sí y a falta de otro pavo con más prestigio, echan mano de su seguro servidor que sale barato y no es muy malaje.

Encontré la excusa para no participar en este lío, cuando se me comunicó que debía presentar un dossier sobre mi trayectoria literaria y artística, a ser posible con fotos y recortes de prensa. No tengo de eso. No guardo nada y seguramente, algún día echaré de menos esta especie de taxidermia histórica.

Desde muy chico, me aburrieron los cromos y los álbumes con aquella peste a pegamento Imedio. Más me aburren todavía si soy yo, el que sale en el cromo, que siempre me veo más gordo y más feo de lo que me supongo. Sé que es costumbre entre la mayoría de mis colegas guardarlo todo. Una crítica, una entrevistilla, una carta al director de un periódico…Adictos de sí mismos se afanan en ese ejercicio de avaricia curricular. Tienen tarjetas, números de teléfono de gente importante, direcciones que se apuntaron en servilletas, diplomas y placas conmemorativas. Están, como se decía antiguamente, preparados para el turismo. Luego, claro, les salen unos dossieres de puta madre.

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