miércoles, 18 de julio de 2007

RAZÓN Y SIN RAZÓN EN GAZA

Siempre había sospechado que la violencia de los soldados y de los uniformados en general contra los civiles tenía que ver más con el desprecio que con el deber. Con un íntimo rencor de casta que con la eficacia laboral que se les exige.

En estos días, viendo el exquisito trato, los compungidos rostros, la pesadumbre con que cumplen (ahora sí) con su deber los soldados judíos que tienen que desalojar de la franja de Gaza a sus hermanos, esta sospecha se ha visto corroborada.
Nunca vimos esa hermosa cautela humanitaria al arrastrar a los resistentes hasta el furgón militar, jamás asistimos a la poética imagen de un soldado judío que llora mientras dispara con su metralleta contra los adolescentes fanatizados de la Intifada.

Por otra parte, lo que estamos viendo también, son las casas en las que vivían hasta ahora los colonos.
A pocos metros la población palestina vive hacinada en barrios sin agua corriente, con una sistema de alcantarillado de los tiempos de los romanos, que por cierto también han ido perdiendo a medida que algún inventor genial del Kibut ha ido perfeccionando los mecanismos de aprovechamiento de las aguas residuales para regar con ellas las huertas del desierto. Como costaba menos dinero utilizar las canalizaciones de aguas residuales palestinas que habilitar una depuradora, el Kibut decidió taponar los vertederos de aguas fecales y derivar las canalizaciones para el riego de los citados huertos, provocando con ello infecciones generalizadas entre la población palestina.

Todo esto duele mucho porque hablamos de un pueblo, el judío, que ha padecido persecución, marginación y muerte durante siglos.

Porque se trata de un pueblo que ha aportado a occidente valores y hallazgos impagables tanto científicos, como artísticos, como morales. Duele mucho porque da la impresión de que los judíos actuales no recuerdan nada de esto, duele mucho porque cada vez se parecen más los poblados palestinos a la tragedia del Ghetto de Varsovia y ese muro de la vergüenza que contra todas las recomendaciones del mundo civilizado han levantado para separar físicamente a los unos de los otros es un grotesco monumento al racismo que abochorna a cualquier persona de bien.

Pero vamos, no vaya a parecer que me estoy poniendo antisemita, todo eso lo hacen los únicos demócratas de Oriente Próximo. Nuestros lejanos primos sefarditas. El odio tiene razones que la razón no entiende pero que pueden explicarse.

Las casas, los jardines, los invernaderos, que están quemando, destruyendo y demoliendo para que nada pueda ser aprovechable por la jauría palestina no ayudarán desde luego a mitigar esos odios.

La ingenuidad, la estupidez o simplemente el cinismo de algún contertulio occidental suele maravillarse con esa prestancia socio económica de los judíos, como si todos los componentes de la diáspora fuesen millonarios, como si todos los judíos rusos que vinieron huyendo del frío, del proverbial antisemitismo eslavo, de los reductos comunistas de algunas antiguas repúblicas soviéticas, llegarán a Israel cargados de oro y de ideas para continuar con los éxitos de la magnánima sociedad hebrea.

Se quiere decir con todo esto que contra el misterioso axioma que afirma que cada uno tiene lo que se busca, contra esa especie de Darwinismo simplificador que señala al miserable como culpable de su propia desgracia, cuando hablamos de pueblos completos e incluso de individuos, debe someterse a un análisis más serio.

Un análisis que comprenda que los palestinos son pobres que nacieron en una tierra pobre, árida y sometida a los designios geopolíticos de occidente.

Primero con los ingleses y a partir del primer sionismo y después de la barbarie del Holocausto nazi, por los judíos.

Deberíamos saber que sin dinero no se construye una mierda ni en el desierto ni en los anillos de Saturno, pero que con él y con la inestimable ayuda de las potencias occidentales se pueden escenificar vergeles en el desierto.

Alguno se remontará unos siglos atrás para justificar este poder del hombre blanco. Nosotros también podemos remontarnos otros siglos más atrás, los siglos del esplendor islámico. Y así, en un juego histórico perverso llegar al primer mono. A la primera trifulca. Porque de ahí no han salido todavía muchos: De la trifulca y las monerías.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo y muy certero artículo, bravo gallardoski.