miércoles, 4 de septiembre de 2013

COMO NOSOTROS


 En una de esas cíclicas tragedias que suceden casi siempre a unos cuantos kilómetros, los necesarios para que nos salpique la sangre un poquito, lo justo, estábamos viendo las noticias por televisión y frente a las terribles imágenes de casas bombardeadas, niños perdidos por la ciudad en llamas; despavoridos, como no debiera de estar jamás un niño, madres cubriendo con sus cuerpo...s inútilmente la agonía de sus hijos, charcos de sangre por el suelo y socavones de espanto, mi hija que tendría apenas seis años y que se había quedado unos segundos mirando a la pantalla, probablemente sin dejar de jugar con la sopa, como Mafalda, buscando la escapatoria a esa disciplina de la nutrición, del almuerzo, para ella un coñazo, para millones de niños en el mundo un sueño muchas veces inalcanzable…pues como digo, sin dejar de estar en lo suyo, echó mi hija un vistazo a la pantalla y dijo, con esa bendita inocencia, ante el espectáculo de muerte y desolación: “ Pero, papá, esta gente no se querrá como nosotros, ¿no? “

La cucharada que iba a meterme en la boca se detuvo, en el aire y me quedé mirándola, dudando entre contarle la verdad, o contarle otro cuento, como esos que contaba Sherezade al sultán para evitar con ese encandilamiento que sentía el sultán por la narrativa, la muerte, el degüello.

Es esa distancia infinita que sentimos frente a otros seres humanos, la que nos lleva a valorar la incidencia electoral que puede tener una agresión militar contra Siria. Lo que subiría el petróleo, la caída ya completamente en picado del turismo en todo el norte de África, los costos de la reconstrucción, el desgaste de los mandatarios implicados en la posible coalición de bombarderos.

Como estamos seguros de que no se querrán como nosotros, según entendía mi hija, incapaz de comprender tanta miseria moral, tanta mierda, nos ocupamos de estas menudencias de la vida, cuando estamos prometiéndoles la muerte.

¿Hasta dónde estaríamos nosotros dispuestos a llegar si masacran a nuestras familias, los unos y los otros, si nos condenan al hambre, si nos tratan, no ya a nosotros, a los nuestros, a nuestros hijos, como ratas? ¿Hasta qué punto se elevaría la espiral de venganza si fuésemos nosotros?

¿Y si, al final, pese al desastre y a las bombas que dan a la muerte rango cotidiano, esta gente se quiere como nosotros nos queremos?