viernes, 31 de mayo de 2013

LOS BRUJOS


 
Una tarde, el ser humano no era perseguido por algún bicho más fuerte, más ágil y más letal que él mismo. Aquella tarde, por lo que fuera, estaba siendo tranquila y en vez de dar saltos de risco en risco mientras el  tigre de dientes de sable agarraba al más débil de la tribu, o al más lento y se lo zampaba en dos o tres mordiscos, se quedaron nuestros ancestros mirando cómo iba poniéndose el sol.

Uno de ellos que, pongamos, se había quedado cojo en alguna de esas persecuciones y que como apenas participa en otras a la inversa, la caza por ejemplo del oso cavernario, se vio obligado a nutrirse con raíces y tubérculos, porque la tribu no había descubierto aún lo de las prestaciones por invalidez,  ni la ley de dependencia. Para eso faltaban algunos millones de años y duraría, el descubrimiento, lo que dura una revolución, nada, un corto espacio de tiempo.

Así que,  mientras los chulos se comían la carne cruda de la caza, nuestro renco antepasado tenía que conformarse con plantas silvestres y con algún gusano que por allí reptara o anduviera. Entre esas plantas descubrió algunas que elevaban su mente a estadios de percepción rarísimos, serían seguramente antepasadas del peyote o de la amanita muscaria, con aquellas melopeas y con el estómago medio vacío, nuestro amigo cojo amagaba extrañas danzas, gruñía como una bestia malherida y a veces daba risa al resto de la tribu, y a veces daba miedo.

 Cuando daba risa, si alguno de los machos se hartaba de la tabarra del cojo, le pegaba con un hacha de piedra un hachazo en la cabeza y se acababa la ópera. Pero, la mayoría de las veces, el cojo daba miedo, porque hasta de su cojera, es decir de su dolor se olvidaba cuando estaba inmerso en alguno de aquellos momentos alucinados y viajaba su cerebro a inexplicables regiones de maravilla e inconsciencia.

Fascinados por ese estado de fantasía y de ebriedad, los carnívoros glotones empezaron a pedirle que compartiera su magia y él, dueño del secreto, fue repartiendo con cicatería las dosis a los compañeros a cambio, al principio porque no se atrevía a más, de algunas sobras del banquete, pero poco a poco exigió para él los mejores cachos. Los más nutritivos y exquisitos.

Así, este marginado social, se fue haciendo con el poder en la tribu. Ya digo, si sobrevivía a la risa y al garrotazo y conseguía provocar miedo entre sus congéneres.  Acabábamos de inventar la ebriedad  y la brujería.

Erigido ya en brujo, se fue corrompiendo como lo hace todo poder.  No se conoce poder que no haya sido corrupto, como no se conoce cadáver  que tampoco, salvo el brazo de Santa Teresa y, me parece, que la momia de Lenin.

Empezó nuestro brujo cojitranco a tener caprichos y poco a poco iba haciendo sus apuestas, que eran cada vez más arriesgadas. Les decía a sus coetáneos, ya casi súbditos y sumidos todos en una borrachera considerable gracias a sus preparados de raíces y savias, como no me traigáis un buen entrecot  de Mamut ese sol que estáis viendo ponerse entre las montañas y que mañana debiera salir otra vez, no lo hará, no habrá amanecida y será la noche eterna. Y entre la trompa que llevaban y el miedo al castigo que tenían, hasta los más cachas de los cavernícolas se plegaban a los deseos del antaño marginado social.

Los caprichos cada vez eran más delirantes y las amenazas de no cumplirlos, más apocalípticas. Fuegos eternos en los que se quemarían los cuerpos, diluvios universales que ahogaría a todos, quimeras monstruosas que emergerían de los mares para zamparse a conocidos y vecinos. El brujo tenía ya altares en los que echaba cosas, una tienda de campaña hecha con pieles de bisonte más buena y más lustrosa que las del resto, sin moscas asquerosas y enormes alrededor chupando los restos de carne del animal muerto. Incluso se hizo con una pequeña policía que le protegiera de posibles revueltas. Acabábamos de inventar la religión y el poder.

Y con esta milonga ha vivido y vive la humanidad su historia, soporta las más grandes infamias y las tribulaciones más horrorosas, pendiente de una vida ultraterrena, que cada brujo cuenta a su manera. Y cohabitan el planeta quienes andan convencidos de que con un chaleco de dinamita y saltando en pedazos para llevarse por delante a unos cuantos infieles, tocarán un cielo de huríes, con los que con anillos de diamantes y palacios de oro exigen humildad y votos de pobreza a cambio de ser propietarios, tras la muerte, del reino de los cielos, o como mínimo de una parcelita en el Edén.
La brujería no existe, pero los embrujados sí.

domingo, 19 de mayo de 2013

REITERO


Si antes lo escribe uno, antes salta la jauría a retratarse. Hablaba por aquí hace unas semanas de esa suerte de urticaria moral que les produce a algunos paisanos de la vida el hecho de que pudieran las personas del mismo sexo tener los mismos derechos para vivir en común que disfrutamos  los que gustamos de otras formas de acoplamiento carnal. Y hemos visto estos días cómo unas bestias de la gran Rusia golpeaban ferozmente a los manifestantes gays, también hemos leído por ahí que uno de cada cuatro homosexuales europeos ha sufrido agresiones homófobas  y todo eso nos produce una gran consternación.

Las agresiones se dan cuando los gays o las lesbianas levantan un poco el dedo y dicen “aquí estamos”, mientras permanezcan en la mesa camilla y hagan sus intercambios genitales en la intimidad, el bestia que pega las tortas y el cafre  que decora su ancestral repugnancia con moralinas y argumentaciones delirantes, no se meterán con ellos ni nada.  Pero, que no osen estos desviados  tomar la plaza pública con sus  mariconadas y sus exigencias intolerables porque entonces iremos a correrlos a garrotazos si fuere menester.

Por eso, cuando algún buen amigo nos recuerda que la sexualidad, es algo tan íntimo que no entienden que de ella se haga batalla política, tenemos que contestarle que es íntimo eso del sexo, pero no tanto como para que haya que mantenerlo en secreto, que es lo que les pasa a muchas personas porque temen rechazo, desprestigio y hasta puñetazos si hacen pública su condición. Luego ya con el asunto de la adopción, los argumentos son tan de tertulia de rocieros ajumados, que para qué va uno a decir nada, mejor un buen viva la blanca paloma, o un viva el rey, o un viva España, o quizás un viva la muerte.

Y, hablando de la muerte y de la vida, también nos inmiscuimos un poco en el asunto del aborto  en esa parrafada a la que quizá le estemos dando ya  demasiada importancia, y nos cuentan que, en el Salvador, una chica de veintidós años puede morirse en el parto porque está bastante hecha polvo,  padece el lupus eritematoso discoide y una insuficiencia renal grave. Lo del lupus con esos apellidos,  ya nos pone los pelos 
de punta con solo leerlo.

Resulta además, para que no le falte al caso de nada, que el feto que va a traer al mundo esa chica de nombre Beatriz, como la amada de Dante, va a morirse en cuanto nazca porque tiene el feto anencefalia, que quiere decir que  le falta una parte del cerebro y aunque conozcamos a muchos anencefálicos metafóricos por estos pagos, la enfermedad real impide que el recién nacido sobreviva poco más de un rato, a no ser que algún piadoso lumbrera científico lo enchufe a algo y se dedique a estudiarlo. Como un botánico.  
Por lo visto la iglesia católica es muy beligerante con este caso y ha optado por el rato de vida que pueda tener el recién nacido y porque Beatriz sucumba a la muerte para nada, a sus veintidós años.

Además es tan infame  la  iglesia que se dedica a difamar y calumniar a la chica, como si anduviera despechada porque haya tenido Beatriz tan mala suerte y la ponga en ciertas dificultades morales.  

Si en vez de andar, como es lógico, completamente destrozada  y aterrorizada  por esa muerte casi segura que le espera, Beatriz, abriese sus manos y mirando al cielo dijera que quiere traer al mundo el fruto de su vientre, la iglesia católica en vez de decirle a la chica que no sea gilipollas y que se deje de alardes místicos, la elevaría a los altares y la coronarían mártir del derecho a la vida de los no nacidos (que suena eso de los no nacidos a película de ciencia ficción de serie B) .

La dura realidad viene a reafirmarme en mis argumentos, ya me hubiera gustado a mí lo contrario y dejar así mis argumentos en las últimas, porque para qué queremos llevar razón en el espanto.