sábado, 4 de julio de 2009

POLÍTICA DE PUEBLO


Sentir un sucedáneo de la lucidez que parece pegarte golpecitos de atención en la cabeza, verlos a todos ellos desparramarse como en las pantallas místicas de Matrix con sus tonterías e incongruencias, con su fatal discurso demagógico, a ratos patético, a ratos paroxismo del cateto frente al micrófono.
Si la libertad era este espanto de sudorosos salva-aldeas, sumidos en su caudillaje de parcelas y pagos, si la libertad era esta porquería de sonrisas beatas frente a la cámara de la televisión local, si la libertad era esta mendaz apoteosis del marujeo, si la libertad era esta fálica versión de felaciones a micrófono sin pasión, autómatas repitiendo tristísimas consignas, mamadores de propaganda que campean a sus anchas por el desierto sin oasis de la información.
Si esa era la libertad: la infamia y la calumnia, el blanco libro de los gustos y los derechos, el insoportable tomo de los deberes y las obligaciones; ¿quiénes han usurpado la libertad? ¿Quiénes se han vestido de oligarcas de la opinión? Siento un asco muy profundo cada vez que los escucho zozobrar por las posibilidades del idioma, cada vez que los descubro en su estulticia mítica, cada vez que desenmascaro, sin querer, la profunda levedad con que estos jerarcas de pueblo defienden su cortijo, sus sueldos, sus comisiones, sus vergonzantes alianzas.
Ya no puedo, no puedo soportarlos. Cada vez que alzan la voz intuyo una mentira, cada vez que hablan de la vida me acuerdo de la muerte, cada vez que con o sin pamelas, se inmiscuyen en los sagrados territorios del saber y la cultura, se me aparece como en una fantasmagoría de pueblo un violinista que no cobra, un rociero clamando contra las injusticias de Almonte o una soprano eructando.
La ciudad ha sido abismada por la ineptitud de sus gerifaltes.
Lo mismo se emocionan con una orgía gastronómica de ajos camperos y caracoles con aceite, que con un tímido acercamiento a la música de Jazz.
Lo mismo se les ve con la varita de mando en una de esas performances sacras en las que sacan a pasear a hombres barbudos de torturadas pústulas y emocionantes cicatrices, que se advienen a presentar titubeantes una antología poética de alguna gloria lírica provinciana. ¿No les da vergüenza?
¿No siente vergüenza de sí mismo el caudillito que arenga a los desempleados de la construcción? Sin alternativas, sin otro discurso que ese babeo asqueroso contra el albañil del pueblo vecino.
No sé si vendrá otra hornada, sangre nueva y fresca que jubile a estos imbéciles, no sé si esa sangre está ya corrompida por los comités y por las juntas directivas de las penosas asociaciones ciudadanas. Sí sé que con su mierdecita diaria harán buena aquella espeluznante proclama de Mussolini: El mundo no será fascista, pero estará fascistizado.
Están, todos sin excepción, trabajando en ello. Sólo hay que echarles un vistazo a los tristes jóvenes que deambulan por la noche ciudadana borrachos de sí mismos y carentes de un proyecto que mande justamente al carajo la corrupta herencia de sus mayores.