viernes, 24 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD

Deberíamos suspenderlas, estas fiestas quiero decir, deberíamos declararlas perniciosas para la salud mental y absolutamente dañinas para las economías familiares.

Por donde voy me llegan las mismas noticias sobre la - así llamada- nochebuena. Son siempre noticias sobre el hastío que producen, son quejas y más quejas sobre las reuniones familiares donde siempre sobra y falta alguien, son reproches sobre los precios que alcanzan los productos más o menos aparentes con los que se pretenden agasajar a los parientes y a los amigos, son ayes y suspiros de señoras caminando cargadas de alimentos perecederos a los que rotularán con mayonesa y otras salsas de cansina elaboración.

¡Qué coñazo de navidad! Es lo que más escucho a mis paisanos, pocas, escasísimas veces ha oído uno decir a alguien ¡Qué alegría más grande de navidad! . A los chiquillos y las chiquillas y a algún otro más maduro pero de una edad mental semejante a la de los púberes o los infantes. El resto del personal o de la ciudadanía como diría un politicastro de la época, está generalmente hasta los huevos de choco de estas orgía de postres derramados y lucecitas de colores titilando por las plazas y avenidas, que se diría que, otra vez, la ciudadanía en pleno se ha ventilado un tripi y va por ahí gastando lo que no tiene y poniendo caras de idiota colectivo.

Deberíamos suspenderlas para no tener que escuchar más villancicos agitanados, para no tener que tocar la pandereta al lado del cuñado que enseguida se achispa y que cada año pregunta indefectiblemente si hemos cambiado de coche, de una puta vez, la faltaría añadir.

Deberíamos suspenderlas para evitar la cochambre de las calles, para evitar también que nuestros vástagos vomiten por las esquinas los excesos del vino dulce, para que no mueran tantos jóvenes por las carreteras comarcales víctimas de esta irracional alegría fiestera que se torna en tragedia tantas veces.

Deberíamos suspenderlas para quitarnos de la vista la tontería de los muñecos subiendo por las ventanas como ladrones buenos, para ahorrarnos el costo del alumbrado de las plazas con esa estética nórdica como imitando la nieve que nunca caerá por aquí , a no ser que los heraldos del cambio climático lleven razón y esto se convierta en una trapisonda del clima que no entienda ni el niño dios recién nacido.

Deberíamos suspenderla para que el que no tiene nada, como el niño dios recién nacido y en pañales, no se sienta todavía más chinche y más fuera de las ceremonias de su país y su aldea y le entre, al que no tiene nada ni nada puede ofrecer a los suyos, una pena muy grande.

Deberíamos suspenderlas porque son tristes como la pena del parado y del indigente, porque son muy tristes las alcobas alquiladas pendiente de la orden de desahucio, porque son muy tristes los pesebres en los que sestean domesticadas por el monstruo de la crisis todas las sagradas familias obreras del mundo, deberíamos suspender esta mansedumbre de creer y cambiarla por la pelea de conquistar.

Pero si al final las suspendemos tampoco podremos asistir al cachondeo de la zambomba, a las comidas de empresa donde por fin gráciles secretarias echan un polvo extramarital achispadas de cava con el conserje del edificio que está buenísimo sin el uniforme. Si la suspendemos nos perderemos el mensaje de su majestad borbónica que consigue cada año dormir al abuelo como un sedante regio. Nos perderemos el fandango de la prima del campo y la rumba loca de la rubia del tercero que cada año se viene a la fiesta y se levanta una miajita más la falda de volantes y olé.Si la suspendemos nos perderemos también algunos brindis, algunos abrazos que no se dan casi nunca, algunas miradas infantiles llenas de emoción viendo a los reyes magos tirar caramelos duros por las calles. Si las suspendemos nos perderemos algunas copas y eso sí es imperdonable en estos tiempos terribles que estamos padeciendo.


Todo, como se ve, tiene como mínimo dos caras. No me resisto para terminar este artículo estacional a citar un genial verso hecho villancico de Carulla, autor de la Biblia en verso y citado por Josep Pla en sus “Notas del Crepúsculo” :

“Nuestro señor Jesucristo/ nació en un pesebre/ ¡Donde menos se piensa/ salta la liebre”




martes, 14 de diciembre de 2010

HABLANDO DE TODO



Me interrogaba una amiga, amiga a su vez de mi escritura; estos alardes de juntapalabras con los que zascandileamos por la opinión, cómo era posible que anduviese uno ya, a mis años, tan descreído, tan apeado de las Arcadias del porvenir, tan levemente melancólico. Veamos:


No estuve en las trincheras defendiendo la libertad o una idea de la libertad, ciertamente no había por esta parte del mundo silbido de balas ni cañonazos , pero si me hubiesen angustiado de verdad la justicia de mis ideas, si me hubiese faltado el aire imaginando las tropelías y los asesinatos de los villanos del mundo, muy bien podría haber cogido mi hatillo, mi juventud y mis certezas de entonces y largarme a guerrear a Nicaragua o ponerme los avíos de ayudar y partir para el cuerno de África como un misionero marxista.

Pero no anduve en conspiraciones , ni corrí con mi pancarta mientras la policía repartía palos a los rezagados o a los camorristas que pretenden su revuelta por los barrios, que levantan el ascua sagrada de la lucha obrera en forma de tea y queman o destruyen lo que al día siguiente los obreros de siempre, los que no pudieron ir a la manifestación porque el lunes había que currar, tendrán que limpiar y reparar por un sueldo de miseria que bien vale una manifestación y el germinar de una lucha y vuelta a empezar si es que quieres que te cuente el cuento de Juan de la Pipa.

No arriesgué mucho, la verdad. Cuando tuve que cortarme la pelambrera para ganarme el pan lo hice, estuve a esto de cambiar el foulard palestino por una corbata estampada, menos mal que los dueños de los cortijos empezaron, ellos también, a quitarse las corbatas y a vestir informalmente sus camisas con reptiles y sus jerséis equinos y permitieron que a los jóvenes de antaño nos bastara con el aseo y la ausencia de símbolos, entiéndase pegatinas, chapas anti otan o zarcillos en las orejas, para ocupar algún puesto de responsabilidad en sus empresas.

También hice la mili mientras otros muchos compañeros se jugaban la libertad, la libertad esa de los veinte años que es cuando más se ama la libertad. Algún día contará uno cómo hizo el servicio militar, esto será cuando estemos completamente seguros de que han prescrito los delitos contra la patria que uno allí cometió.

Siendo todavía muy joven me propusieron celebrar una boda con la mujer que amaba, atendí los deseos familiares y me dejé secuestrar durante un par de horas en una iglesia, una ceremonia folclórica en la que confortaba comprobar que el opio del pueblo se había transformado en garrafón y que los feligreses del quilombo creían tanto en las poesías medio subnormales que recitaba el cura como el comité del partido en la antigua URSS en la revolución proletaria y en la filosofía de los compadres Marx y Engels.

Frente a un tipo vestido de cantante griego que me miraba a los ojos hablando de amor heterosexual, de compromisos casi de ultratumba y de vomitivos débitos conyugales, como cuando firma uno un contrato, dije públicamente sí, quiero ; y faltó la ovación de la afición que se retuvo hasta llegar a la parcelita donde tras sacrificar un cochino, pelar unos cientos de gambas y producirse la ingesta de varias cajas de vino de la tierra, se oyeron los vítores de rigor y los celebrados novios aprovecharon la confusión de la fiesta para largarse al Sur, garito inexcusable de aquellas noches, vestidos todavía de mamarrachos y terminar de ajumarse (él, ella no) con los amigos de siempre, que ni vitoreaban ni nada.

Dejé que los míos vivieran en función de sus ideas y procuré que las ideas que uno tenía no se filtraran por los sumideros de la educación. Sólo impuse el respeto y la independencia de cada uno, tuve siempre la sensación de que lo que se gana a través de la violencia; orden, autoridad, temor, no valía la pena. Nunca quise que nadie me quisiera por otra cosa que por lo que uno mismo era, la única ambición era vivir y rozar de vez en cuando esas fronteras de la felicidad y de la risa. Me gustó la canción y el poema, hice muchas canciones y montones y montones de poesías. Al principio las regalaba, cuando entendí que también el regalo era una forma de oprimir la tranquilidad de las relaciones, dejé de hacerlo, incluso dejé de leerles las poesías a los pobres incautos que todavía consideraban una cortesía muy buena animar mis ínfulas de rapsoda .

Por todo eso, querida amiga, creo en todo hasta que deja de ser creíble. Por eso ando tan cansado muchas veces y me pierdo en cierto nihilismo ilustradillo que puede parecer cargante. Por eso a veces, apenas me defiendo y me dejó llevar por este río de la vida que nos pongamos como nos pongamos, al final termina- ya Manrique lo dijo y cómo - desembocando en la mar. Que es el morir.

lunes, 6 de diciembre de 2010

ESPEJISMOS

Decía Hemingway que a partir de los treinta años, un hombre es responsable de su cara. La tradición habla también de que la cara es el espejo del alma y yo trato de conjugar con mis precarios avíos analíticos las caras que conozco y veo que efectivamente, ese bigote arrogante, seguro de sí mismo, inhabilitado para la piedad o la compasión que quiso dibujar José Stalin sobre su boca, forma parte de la responsabilidad facial que tuvo Stalin sobre su imagen y la proyección de ésta al mundo. No buscaba la admiración sino el terror y se puso bigote y gorra de plato para habitar en los sueños como quimera y pesadilla, para que en los sueños de, por ejemplo, Bulgakov, uno de los grandes de la novela rusa del siglo XX, se manifestara el padrecito con toda su solemnidad asesina.

También el ridículo bigotito de Adolfo Hitler, insultante, inseguro y cruel , que sólo puede desfavorecer un rostro, ese bigote acomplejado y vengativo fue responsabilidad del monstruo nazi. Si no hubiese cuidado cada mañana Hitler esa imagen dura y demoniaca que le daba su pelusa de fantasía sobre la boca, a lo mejor hubiera sido menos malo, a lo mejor hubiera vivido con menos odio.

Escribo esto no porque pretenda llegar a ninguna conclusión capilar, no porque tenga ningún interés en demostrar empíricamente la relación entre la misteriosa manía del bigote y los arrebatos totalitarios de las personas. A pesar de ello se me ocurren montones de ejemplos ; Pinochet , Videla, Francisco Franco, Himler, Aznar, Taras Bulba…Escribo esto por razones mucho más peregrinas o, si se quiere, más personales.

Esta madrugada, cuando he llegado a casa repleto de amistad y sumido en una ebriedad reconfortante, me dio con la jumera por dibujarme yo también un bigotito en el careto, a ver cómo se me transformaban el humanismo y la tolerancia. Quería modelar yo en mi propia piel un mostacho librepensador pero, se han detenido estos delirios de barbería cuando me he asomado al espejo del cuarto de baño y he visto cómo un desconocido miraba desde dentro, me observaba perplejo y como uno ya a esta edad no cree en los bichos de ultratumba ni en nada que no se pueda encontrar en internet, he retado a mi reflejo durante más de diez minutos. A ver qué tienes que decirme le he dicho al tipo que miraba.

Frente a frente conmigo mismo , he visto en mi mejilla izquierda la huella de un beso de mi abuela que debió suceder sobre el año 1974, mi labio superior todavía estaba marcado por un puñetazo muy doloroso que debieron darme en la década de los ochenta, por mis párpados bajaba una melancolía infinita que pertenece a aquellos años de adolescencia en los que me complicaba la vida con argumentos robados a Raskolnikov o al Hamsum hambriento y helado de Noruega.

Mi labio inferior todavía sangra el dulce mordisco de aquel polvo juvenil en una habitación de hotel una noche triste de despedida y guarda restos mi boca del escozor que me dejó la pasión en casi todas mis zonas erógenas .

Mis pómulos se han hinchado con el paso de los años y del rostro afilado que uno tuvo, quedan ahora unas marcas que hablan de cuadrantes, de balances, de traiciones y de tardes de otoño viendo anochecer por la ventana de la oficina. Mis pómulos se convirtieron en cachetes y se pusieron gorditos como se pone gordito a los treinta años el hombre casado.

Mi frente, ay, empieza a estar marchita como en el tango y las arrugas del día se manifiestan con un jeroglífico de vida.

En mis pupilas brillan todavía canciones, paseos por la playa en soledad, libros acumulados en los laberintos del intelecto, bragas y sostenes tirados por el suelo, sexo callejero y manos infartadas entre cremalleras y encajes, sueños, utopías , conciertos, condones y versos.

Y si miro más adentro- porque el del espejo se deja- descubro a mi hermano tocando canciones hermosas y tristísimas en un cuarto helado de la provincia de Madrid, 1990. Abro la boca como el monigote del “Grito” y me salen recitales poéticos en el Topo Andalú, Maiakowski y Cesar Vallejo campeando a sus anchas entre efluvios marihuaneros, abro la boca y el negro Milanés encarnado en el “Jou” trova “Mi dulce niña” entre amigos que llegan y amigos que se fueron.

Mi cara y el tipo del espejo han venido a contarme la vida esta madrugada extraña, entre mis cejas hay un dolor oculto y una venganza de los tiempos, por mis orejas caen como enanitos los enemigos que no han sabido perdonar y en mi garganta la angustia sube y baja al compás de mi nuez.

Luego me duermo pensando en bigotes y sólo se me aparecen beatíficos mostachos: Frank Zappa, Faulkner, Charlot, Cernuda… y zozobro pensando en que cualquier generalización vendrá a ser rebatida inmediatamente por la tozudez de los hechos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

PADRES E HIJAS

Andaba absorta en sus juegos, fabricando esos escenarios de sueños con los que los niños imitan el mundo adulto en el que tienen que desenvolverse. En su caso, lo habitual era que la habitación se transformara en un aula con la pizarra, su par de pupitres y dos o tres muñecos sentados en actitud de docilidad absoluta. Cuando sentía que la llave entraba en la cerradura a eso de las siete y media de la tarde otoñal, corría hasta la puerta para recibir a su padre. Saludaba con un ¡papi! Y se colgaba del cuello del hombre que venía abrumado por las pendencias del trabajo y de la vida, pero que enseguida era hechizado por ese amor irracional y sin condiciones .

El padre tenía un extenso catálogo de tonterías y mamarrachos con los que hacer que la niña riese a carcajadas, con esa risa gutural que dice más de la felicidad que ningún manual de psiquiatría. A ella le gustaba sentarse en la taza del váter y observar cómo el padre se afeitaba, observaba los movimientos de la maquinilla sobre la cara cubierta de espuma y preguntaba siempre cómo era posible que no se cortara. Su padre decía siempre “porque estás tú”. El padre llegaba a tales extremos de gilipollez, que alguna vez, cuando ella se había entretenido y no había podido asistir a la ceremonia del afeitado, se provocaba un pequeño corte y salía del baño haciendo aspavientos ¿ves, como no estabas, hoy me he cortado? . La niña desde entonces asumía aquella observación como un deber.

Desde que entraba en la casa, no se separaba del padre en ningún momento, las fotografías de la época muestran a un hombre de unos veintisiete años leyendo con la niña en brazos, escribiendo con la niña encima de la mesa de trabajo, tocando la guitarra con la niña como un duendecillo asomando por los hombros.

El padre desarrolló una habilidad curiosísima para leer a la vez “Las soledades” de Góngora y “El gato con botas”, para escribir un poema y canturrear simultáneamente érase una vez un lobito bueno, para tocar la guitarra mientras la niña jugaba con el clavijero, aflojaba las clavijas y se producía una suerte de atonales melodías a medio camino entre el zumbido de un sitar indú y una obra de Gyorgy Ligeti.

Ella sabía que el padre cambiaba las historias, que no era posible que en todos los cuentos apareciera una niña con su nombre que además de ser una hermosura, terminaba siendo una justiciera heroína que salvaba al pueblo de ogros, reyezuelos abominables o lascivas madrastras.

El único momento de severidad que descubría en el padre era la hora de los deberes. Temía ese ceño fruncido del hombre que hasta hace un momento era un camarada, cuando le salían mal los dibujos o la letra se iba inclinando cada vez más hacia abajo convirtiendo la tarea en un mamarracho, el padre se levantaba y hacía ademán de abandonarla. Ella procuraba mejorar en el siguiente folio y si lo conseguía, el padre volvía a sonreír, la levantaba en hombros, la llevaba hasta el salón para que aplaudieran la hazaña la madre y quien por allí anduviera de visita. Ella, levantaba los brazos como un futbolista, pero muy tímidamente, algo avergonzada de las payasadas de su padre.

Durante ocho años de su vida, durmió casi cada noche en el pecho del padre y cuando este creía que ya había terminado la jornada paterno filial y con extremo cuidado la acostaba en su cama, ella abría los ojos y reclamaba el cuento de dormirse, que era como llamaban a una antología de historias inventadas pobladas de Juanes sin miedo, gallinas tristes y reyes magos de oriente que actuaban como una ONG por los arrabales de la infancia.

Hoy, buscando una foto que me reclamaban para un periódico donde a lo mejor escribo y donde a lo mejor hasta me pagan, me crucé con otras muchas de ese tiempo en el que yo era muy joven y ella muy niña. Ambos hemos estado riendo, yo desde la nostalgia que suscitan estos cuarenta y dos años, ahora que peino canas y se acabó el orgullo. Ella desde sus maravillosos dieciocho años con otros recuerdos, en los que uno probablemente interviene menos de lo que cree, y con el porvenir asomándose a su vida.


Y uno, mirándola como a una niña pero sabiendo que es ya una mujer, ha sentido el paso del tiempo como un látigo que seguramente nos ha dejado un garabato de heridas y marcas en el alma.
 

domingo, 21 de noviembre de 2010

SANTORAL

Ser santo es una magnífica forma de estar vivo, que nadie piense que es imposible o como mínimo difícil llegar a ese estado venturoso de la existencia . Yo mismo, en mi permeable agnosticismo, conozco como mínimo unos cien o doscientos santos varones y una cifra similar de santificadas señoras.

Una de los motivos por los que ser santo es una magnífica forma de estar vivo es lo bien que se duerme de santo. El santo no precisa jamás de la introspección, su beatitud le llega directamente de la mano divina y, al contrario que el místico, jamás tiene la humana dificultad moral de la duda, jamás investiga las razones del otro y es incapaz de atisbar lo perverso o lo impío de su comportamiento.

El santo puede impunemente asesinar (santones tiene la iglesia) a sus semejantes pero sus armas andan siempre cargadas de coartadas morales, civilizadoras e incluso socio económicas.

El santo cuando empieza su labor de zapa en algún prójimo, no terminará hasta dejar al prójimo en las últimas. Cuando traiciona la confianza que se ha depositado en él monta su castillito de naipes con eximentes y se duerme de un tirón pensando cuánta razón tiene él siempre y cuán equivocada está el resto de la humanidad .

Para ser santo que, como digo es una forma maravillosa de estar vivo, basta con decirse a uno mismo consignas o salmos de este estilo: “Yo tengo un corazón que no me cabe en el pecho” si la salmodia de esta metáfora no resultara suficiente, el santo tiene una habilidad prestidigitadora para encontrar en el otro todas las maldades que hacen al otro merecedor de sus afrentas o sus infamias.

El santo nazi pudo llegar a serlo, pudo convertirse en un grandísimo hijo de puta sin paliativos, gracias a sentir muy, muy dentro como sólo sienten los santos que , pese a sus abominables crímenes, tenía un corazón ario que no le cabía en el pecho y tenía frente a él y a su ario corazón un pueblo enfermo y malvado, un pueblo, el judío, que merecía el exterminio para que sobre la impoluta Alemania se vertiera el dulce néctar de la santidad.

El santo no tiene porque ser un sociópata extremo, puede simplemente manifestarse en la noche, cuando uno más a gusto está oyendo el titilar de los cubitos de hielo en su vaso de güisqui y atendiendo a los efluvios de un Charlie Parquer tormentoso y bravo , puede el santo poner su mano incorrupta sobre tu hombro y decirte : “Hombre…” y a partir de ahí darte la noche. Si le reprochas algo te dirá que él, como santo que es, tiene un corazón que no le cabe en el pecho y que tú eres poco más que una mierda pinchada en un palo.

Hay santos que se cuelan en las colas, que te arruinan, que mienten , que calumnian, que delatan . Santos que torturan y luego besan mansamente las mejillas de sus vástagos al llegar a casa de vuelta del, llamémosle, trabajo. Santos que se plantean seriamente volar por los aires cúpulas, santos que pegan tiros en la nuca a concejales indefensos, santos que explotan , que violan, que pegan a sus mujeres. Ninguno es malo, ninguno. Todos tienen un motivo.

Lo malo es que la sociedad los necesita y por eso cada cuadrilla escudriña en el panorama para buscar los santos de su devoción y una vez elevados a los altares ya nunca serán malos.

El santo célebre o el santo que ostenta un gran liderazgo personifica el dogma; así la patada en los huevos de San Evo Morales a un opositor o lo que fuera que jugaba con él al fútbol, estará rodeada de toda una cochambre de justificaciones por los que han visto en Evo un santo de los gordos, como el Ché Guevara, Lennon o Bruce Lee.

El mercadeo petrolífero de San Hugo Chávez con el imperio yanqui estará santificado por los turistas ideológicos que se descojonan con los tics mussolinianos de este militar.

La política carcelaria de la Santísima Cuba forma parte ya del mismo cielo y cada carcelero cubano es un querubín que alivia con paños húmedos de ortodoxia, las fiebres reaccionarias de esos desviados a los que occidente se empeña en llamar presos políticos.

Este breviario, este santoral, no pretende cebarse con los santos de una corriente, de una ideología, ya tenemos bastantes maldiciones y flamígeras espadas justicieras atacando del otro lado.

Ellos tienen sus cárceles afganas, sus Guantánamos, su delirio bélico de Justicia infinita, sus chantajes democráticos, sus elecciones fraudulentas, sus banqueros y sus confederaciones empresariales, sus pueblos sometidos, sus policías secretas, su neoliberalismo asesino, sus ultras mediáticos. Ellos tienen las llaves del Edén del bienestar y en cuanto pueden nos expulsan para que suframos bien el pan con el sudor de nuestras frentes. Ellos nos apretarán , como Dios padre que aprieta pero no ahoga, hasta conducirnos a la mendicidad laboral o a la ruina; económica, ideológica , moral…

Lo que yo digo es que habría que hacer lo posible por no parecernos a ellos, por no tragarnos ni un sapo más venga de donde venga el puto sapo, por no dar por sentado nada y por no hacer actos de fe de las ideas. Por quitarnos de la cabeza la santidad de los nuestros y traducir bien la máxima aquella que no era “Pienso luego existo” sino; “Dudo, luego existo”. Porque quien se queda en lo que sabe no progresa, porque quien se conforma con lo que le cuentan sus santos de cabecera no sueña, zozobra. Porque quien busca lo conocido, no busca el conocimiento.

viernes, 12 de noviembre de 2010

MELOS MELANCOLÍA


Tras décadas deambulando por los aledaños de la cultura y de la poesía, ha tenido uno la oportunidad de conocer algunos popes literarios, se ha bebido con ellos, se les ha festejado su obra y se les ha agasajado con atenciones que el neófito consideraba reglas de cortesía.

Al principio no, los primeros años de escritura se acercaba uno a los insignes escritores para darles la brasa, para medio afearles alguna conducta, para criticarles impunemente sus libros.
Los insignes ponían cara de asquito o de conmiseración, cuando el todavía adolescente les pretendía corregir un verso, una tendencia, cuando el todavía adolescente, les confesaba a bocajarro a alguno de ellos que su poesía iba filtrándose por los sumideros de la complacencia. Con el tiempo el poetastro adolescente fue asumiendo normas de comportamiento que, por su origen barriobajero y rotundamente proletario, no había podido aprender en las academias. Sobre todo entendió el poetastro adolescente lo atrevido de su ignorancia y lo enorme que era esta ignorancia.

Cuando aprendimos a tratar a nuestros mayores literarios pudimos hacernos buenos amigos de algunos y llegamos a apreciarlos sinceramente. Sin embargo, era bastante frecuente que en muchos de los conocidos artistazos de las letras, descubriéramos una tendencia a la tontería y a la impostura francamente molestas. Pude constatar cómo muchos de ellos andaban más atentos a la cámara de televisión que iba filmándolos mientras charlábamos, que a la propia tertulia en la que yo estaba enfrascado, pude detectar una afectación clasista cuando llegaba algún pavo como yo mismo con sus manuscritos ansiosos, gimiendo por una lectura.

Pude asistir a deliberaciones trucadas de jurados de poesía, a intercambio de amistades y favores, pude comprobar cómo en el cortijo de los laureados habían puesto un metafórico portero de dos metros y medio de envergadura para que ningún rotito, para que ningún pringado, pudiese flanquear las puertas de su más o menos reconocida gloria. Los endecasílabos fluían como parte de un negocio de flores naturales, las conferencias bien pagadas se negociaban con ademanes de contratista de obras públicas, los flashes y las cámaras de televisión eran idolatradas y los contratos se firmaban con mercaderes corruptos sin atisbo de náusea o al menos de vergüenza.

Hace unos años conocí a Carlos Edmundo de Ory, nos vino a visitar a Sanlúcar vestido como un hippi anciano, como un duende sacado de la chistera de Verlaine, con ojos ilusionados y brillantes de poeta jovencísimo, un Rimbaud con arrugas, canas y cicatrices. Tenía yo que leer algunos poemas suyos de su magnífico libro “Música de Lobos” y enseguida me abrazó y me dio un beso de esos de hombre bueno. Pasamos él, Fernando Polavieja que cantaba sus poemas y yo mismo al escenario y tras haber intercambiado tres o cuatro frases solamente, parecíamos ya, los tres, un grupo de buenos amigos.

Carlos enamoró aquella noche de otoño, una por una, a todas las mujeres que asistieron al acto, enamoró también a todos los hombres que allí andábamos haciendo lo que podíamos frente a la energía que irradiaba el poeta.

Yo, como digo, leí algunos de sus poemas y yo leo poesía de puta madre – cómo la escriba ya es otro asunto- además me entusiasmaban sus versos, puse en ellos lo mejorcito de mi dicción y de mi repertorio de cadencias y silencios.

Bien, cuando Carlos comenzó a leer, lo que hasta el momento había sido una correcta lectura poética, se transformó en una íntima fiesta de la palabra, cada poema era alegría y música y en los rostros de los ya arrebatados por el mágico poeta gaditanoparisinouniversal se notaba una alegría olvidada. Carlos era un niño utópico, besaba el aire y levantaba las manos como para abrazar la magia que él mismo había creado.

Fernando Polavieja rasgueaba su guitarra y cantaba suavemente para que todos nos meciéramos en aquella música de lobos que habían dejado de ser manada de solitarios para convertirse en grupo de amigos.

Hoy, a primera hora de la mañana, mi compañero del alma Jota Siroco me mandaba al móvil el siguiente sms: “ Se nos murió en París con aguacero pero con el sol de la caleta en los ojos y en las greñas”

Supe enseguida que el que había muerto era Carlos Edmundo de Ory, aquel viejo amigo que me escribía, me invitaba a su casa en Francia, me llamaba Gallardo el León cuando leía mis poemas, cumplía cada una de sus promesas y me mandaba sus libros dedicados maravillosamente, delicadamente. Desde aquí un abrazo a su compañera Laura, a su amigo del sur Fernando Polavieja y a todos los que sentimos alguna vez su abrazo amistoso y sincero.



Que la tierra le sea leve.
 

lunes, 8 de noviembre de 2010

BOCAZAS

A Sánchez Dragó



El viajero es casi siempre un mentiroso empedernido; la emoción del viaje, las posibilidades novelísticas del anonimato, las íntimas fantasías con las que cada uno gestiona su vida secreta, todos esos factores se concentran y transforman al viajero en novelista y, a veces, en apologista de sí mismo.


Los arrojados marinos que se embarcaban hacia aquellas Indias equivocadas y malditas- lean a Sánchez Ferlosio- contaban a su regreso los más gordos embustes, quimeras de niños chicos; ígneos dragones tropicales, manantiales de oro líquido, bellísimas doncellas desnudas expectantes ante el falo infalible del hombre blanco.

De los cuentos y patrañas del viajero se ha nutrido buena parte de la literatura de aventuras, desde Ulises a Gulliver, pasando por ese viaje alucinado, paradójico y hermosamente demente que emprende Alonso Quijano a lomos de Rocinante.

Los viajeros más mentirosos son los hombres, raro es el viajero solitario que en su deambular por ciudades desconocidas no se haya follado o se hubiera podido follar a muchas mujeres porque, como se sabe, las indígenas desde Nueva York a Pekín no hacen otra cosa que suspirar por los encantos del viajero y más si se trata de un espécimen español de España y olé.

Si fatalmente se produce la nomenclatura “Viajero-escritor” el tamaño de las fábulas con que se adornen al regreso ya sea sobre el papel o en las barras de los bares, será colosal.

Sánchez Dragó es todavía, a sus años, un proyecto de escritor. Su obra ha sido alabada sobradamente sobre todo por él mismo, sus artículos periodísticos están siempre a medio terminar y probablemente sea su mejor novela esa que se ha encargado de vender a jóvenes poetas pajilleros y a enamoradizas poetisas menstruantes; esto es su propia mitología de viajero, impenitente follador, valiente aventurero de las drogas y espiritista fumao que ha visto desde la cara blanca y centroeuropea de dios hasta el terrible rostro descompuesto del demonio.

Su chulería con las dos niñas japonesas le ha salido cara al pobre. Cuanto más viejo y más facha se hace, más tonto se vuelve.

Abomina del estado, como tantos otros conocidos que tiene uno, cuando lleva toda la puta vida viviendo -bastante bien- de los presupuestos generales del mismo.

Echa pestes sobre la televisión y ha venido a ser en el imaginario popular el Espinete del mundo de las letras.

Lanza diatribas morales en cuanto le ponen un micrófono cerca de la boca y nos viene a contar en plan machote de barra cómo se lo montó con las dos chiquillas.

Después ha rectificado, como un avergonzado viejecito verde, y ha venido ha decir que todo es cuento, que como buen español es de los que comen una y cuentan veinte, que tiene mucha imaginación y también mucha cara.

No entraré a valorar las inmundicias del comportamiento de nadie y menos de este neo falangista orgulloso de sí mismo hasta provocar fatiga pero, dejando a una parte cielos que diría Calderón, el pecado de nacer, tiene el Dragó el privilegio de ser nombrado “Bocazas oficial de las letras españolas” .

Te lo has ganado pichabrava y mira que había candidatos.




sábado, 9 de octubre de 2010

ARTICULISTAS

Al final resulta que vamos a ser todos muy formales, que nos vamos a delectar con la leve musiquilla de nuestras prosas y por dejar escrita cualquier tontería nos vamos a ir mesando los cabellos- muchas veces escasos- y zascandilearemos haciendo malabares con las gafas de pasta, como las míticas putas de bolso y de esquina.

Le endilgamos a la afición la chorradita y nos ponemos a esperar, como el pescador de caña en la orilla, la reacciones. A veces la afición pica y otras no, pero ahí estamos nosotros; expectantes; mendigando una lectura, una palmadita en el hombro y hasta algún mosqueo de esos tan graciosos que se agarran algunos lectores como si toda esta farsa le importara una mierda a alguien.

Al final mandamos a los periódicos o a las revistas nuestra hilera de cagaditas de moscas, negro sobre blanco, y acompañamos los folios virtuales con una fotito del careto que tuvimos hace diez o doce años, buscamos siempre la mejor, la que más nos favorece, la que nos convierte por arte de magia en guaperas, la que disimula las pendencias del tiempo.

No hay articulista, ni poeta, ni novelista, ni genio de barriada, que salga en una foto más feo de lo que es, no hay ni uno con los carrillos como un cura con paperas, con las entradas definiendo la pinta de nuestra futura calavera. Ni uno tiene papada, ni barriga si la foto es de cuerpo entero, ni un barrillo asqueroso asomando por debajo de la nariz, como un moco. Todos estamos estupendos, con lo que el Señor o el Niño Dios haya tenido a bien darnos, con nuestro equipaje genético manifestándose, claro.

Hasta el más chulito de los plumíferos pierde el culo cuando es avisado por algún concejal o concejala de cultura, por gilipollas que este concejal o concejala pudiera llegar a ser, que-dicho sea de paso- algunos de ellos han alcanzado esa especie de nirvana de la gilipollez extrema, que a un servidor cada vez le hace más gracia.

Hasta el más vacilón, decía, se pone como una moto si es requerido para presentar una verbena, para dar el pregón de un pastorcito, de una chirigota o para reseñar la importancia social del macramé o del bingo de las viudas.

He visto, como Ginsberg, las mejores mentes de mi generación destruidas por la vanidad, por la avaricia, por la frivolidad. Venderse por un plato muy chiquitito de lentejas, por una edición provincial, por un catálogo de cajas de ahorro, por un despacho o por un póster.

Los he visto rendidos ante los escritores millonarios, adorando el éxito de los veraneantes líricos, adulando hasta la náusea a ancianos cuentasílabas, abrumar con manuscritos y con libros dedicados a quienes jamás leerán nada, ni pensarán ni un minuto de sus fantásticas vidas de vedettes literarias en los patéticos superhéroes de la prensa local.

Al final resulta que vamos a ser todos muy formales, como decíamos al principio, que no vamos a mandar nunca al carajo a quien lo merece, que no vamos a salir corriendo aterrorizados cuando lleguen los viejos verdes y las marujas cachondas de la capital a declamarnos sus cuartetas, sus sonetos o sus coplillas.

Al final no vamos a decirle nunca al que posa en los abismos de la taberna que como siga así se va a terminar de joder el hígado y , total, todo para que le publiquen en la pachanga underground editada por los okupas de un polígono industrial del campo de Gibraltar.

Al final no vamos a contar nunca el día que borrachos como cubas nos llevó al hotel una mejicana y cuando , agradecido pero fiel, se le advirtió que tenía uno esposa, contestó que bueno, guey, que no importaba pero que si tenía que follar con los dos eran cincuenta euros más.

Ni contaremos las noches heladas durmiendo en la calle, solito como un perro, mientras la gente que entonces tenía nuestra edad entraba en los locales de moda de la ciudad y envidiaba uno mucho todas aquellas risas y pensaba mientras tiritaban azules los astros a lo lejos que le gustaría ser besado incluso por la más fea de las muchachas con tal de asistir a aquellos banquetes de la alegría.

Ni contaremos cómo atardecía en aquel hospital psiquiátrico leyendo a Antonio Machado, mientras veinte o treinta hombres jóvenes se convertían en lobos, lloraban por los pasillos, buscaban pastillas de colores, amenazaban a los enfermeros o eran golpeados sádicamente por estos.

Nada de eso vendremos a contar los cagatintas de pueblo porque acudimos a opinar, como los babosos que vociferan en los programas de variedades esos de la tele, sobre el pleno del ayuntamiento, sobre la unión de hermandades (con su subliminal mensaje incestuoso) del tráfico rodado, o de las penúltimas burradas de los mandamases del cortijo. Nos hemos convertido en adornos y de ahí nuestra pulcritud, nuestra literatura del ratito, nuestro afán por no manchar el bonito parqué que nos cobija.

Brindaré por el que vomite rotundamente sobre ese parqué y sus miserias.






lunes, 27 de septiembre de 2010

DESCRIPCIÓN OBJETIVA

Lo primero que nos llama la atención es la boca. La llevan, la boca, apretada en un rictus a medio camino entre el enfado y la desconfianza. Casi como si pusieran morritos, pero no morritos de besar, que esos nos gustan mucho, sino morritos antesala del esputo.

Si seguimos explorando su faz, observamos la barbilla levantada, queriendo hablar la barbilla, queriendo decir aquí están mis cojones/as.

Los ojos, a veces los llevan medio cerrados y como decía Billy Wilder solo los guiñan para disparar. Otras veces, miran mucho hacia los lados bizqueando fantásticamente. Cuando hacen eso se ponen tan feos/as que hay personas que salen huyendo ante semejante presencia.

En la nariz tienen un tic muy desagradable, como si todo apestase muchísimo. Al fin, la suma de todos estos elementos fisiológicos dan como resultado la jeta universal del gilipollas, del pejiguera, del pringao que todo lo estropea con su estulticia y su arrogancia.

También mueven mucho el dedito índice de la mano derecha, los diestros; los zurdos al revés, cuando hablan. Ese dedito hace en su tensa fisonomía las veces de un puñal, de un revolver, siempre de una amenaza.

Sus más celebres escenografías son las palmitas al camarero, el chasquido de dedos, sus famosos “usted no sabe con quién está hablando, quiero hablar con el encargado, esto no quedará así, tráigame el libro de reclamaciones.”

Es para ellos/as el mundo un valle de repugnancias, las comidas siempre están asquerosas, los hoteles sucios, los obreros sudorosos y con peste. Cuando se les lleva un mueble que han comprado, con esa nariz, con esos ojos, con ese dedito, con esa boca (imaginen las tribulaciones del vendedor) … sacan de un armario que tienen siempre en la cocina un metro y una linterna. Con el metro certifican los milímetros exactos de mesa que han encargado, porque a ellos no los engañan los gañanes del mundo laboral, ¡menudos son ellos y sus santos cojones/as! Y con la linterna exploran frente a los estupefactos currantes las posibles variantes que el barniz haya podido sufrir sobre la madera.

Las hembras de la manada suelen repetir tres veces, como Pedro antes de que cantara el gallo, no, no y no. Los machos hacen unos ruidos con la boca, como si escupieran sin saliva. Son unos ruidos muy tristes y muy insultantes.

Cuando miran una pera o un melocotón en el mercado, la ponen como Macbeth la carabela y se diría en atención a su gesto, que está podrida toda la fruta del mundo.

Ellos pueden tener un bigote (a veces ellas también, pero sin querer) y se ponen polos estrechitos que los apelmazan y los embarazan. Por debajo se ponen para cubrirse pantalones de color rojo o beige y parecen muy tontos cuando van con esas pintas paseando por las animadas calles los sábados por la mañana.

En la ropa de ellas no nos fijamos casi nunca, sabemos que hay blusas, estampados, bolsos y maquillaje pero no podemos ir más allá. Cuando llegan ellas a los mostradores estamos ya muy melancólicos o se nos ha perdido la vista en la pescadera que en el puesto de al lado muestra el canalillo cuando se agacha para coger un lenguado.

Uno no sabe si han sido siempre así o fue la vida la que les llevó a convertirse en especímenes insoportables. No puede uno imaginarlos riendo si no es con risas de cinismos y sarcasmos, ni sabe uno cuántas veces se lavaran las manos y las ingles antes y después de echar un polvo, ni intuimos qué elementos poéticos se posarán en sus noches más solitarias, si tienen melancolía, si se emocionan con la música de Bach, si han leído “Laborare stanca” de Cesare Pavese, si sienten deseos al mirar un tren, si lloran o no pueden hacerlo porque acaso tengan de plomo las caravelas como decía Federico.

Nos gustaría pensar que sí, que a pesar de todo siguen perteneciendo a la especie humana, por más que su comportamiento y su asquito existencial los desmientan.

sábado, 18 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE

Este camino- decía el Haiku de Basho- ya nadie lo recorre, salvo el crepúsculo. Es cierto; tras la orgía de cuerpos derramados por la arena y la diaria verbena de las orillas, se apaciguan los atardeceres y vuelve a oírse el mar como un rumor de caracolas en concierto.

Las gaviotas posan para un cuadro de Sorolla o alzan el vuelo y bailan con el viento de levante. Sabe uno que podrá sentarse en una de las la barcas naufragadas panza arriba de Bajo Guía y mientras apura un pitillo , aliñado o no, perder la mirada en el horizonte de Doñana .

Ni siquiera hace falta llevarse un libro, tiene uno en la cabeza el poema del crepúsculo y sabe que éste acudirá sin falta a la cita. No habrá interrupciones, el tumulto de los niños con flotadores y las madres con la intendencia bajo las sombrillas se ha acabado. Los niños vuelven al colegio con legañas y tristezas y las madres recuperan su territorio de apacibles soledades.

Los hombres adosados al vaso de tinto no gritarán los resultados de los partidos de fútbol amistoso como locutores psicópatas. Han dejado de pasearse en calzoncillos por el pueblo y recuperan el mono de trabajo o la chaqueta de cagatintas. Ya nada es amistoso, ni los partidos ni la vida.

Los jóvenes musculosos no se tirarán al mar como superhéroes, dando saltos mortales o dibujando en el aire primorosas volteretas. Se recuerda uno mojándose primero una muñeca, después la otra; más tarde dándose unas friegas en la nuca y luego, por fin, planeando con poca gracia sobre el agua y asume como un dogma cruel, certero y perverso, las sanciones de la edad, las físicas servidumbres del cuerpo cuarentón.

Tampoco, en esta tarde de septiembre, en esta paz en que estamos, enseñarán las chicas sus pechos a la concurrencia masculina que disimula cuando lo hacen, mirando de soslayo pero como si nada les importara la belleza expuesta impunemente sobre la arena.

Ya se han ido los excursionistas con sombrero jipijapa y descansa en sus guaridas del norte de Europa el hombre blanco, mirando con melancolía las mil fotos que se hizo en el sur, en el dulce verano, cuando su piel era roja, como la de Jerónimo, y los días se medían en litros de cerveza y en noches de risa.

Vuelve uno a saludarse con la tarde de horas cortas y es como reencontrarse con los viejos amigos que los rigores del verano alejaron del paseo: El hombre gordo que camina sulfurado, amenazado de muerte por el médico de cabecera y por los pérfidos camareros que en los asadores le tientan con cachos de carne de buey a la plancha, regresa el gordo del colesterol a su costumbre y a su peregrinar sin mirar a nadie, como un héroe romántico que se enfrentara a los dragones de la enfermedad y la grasa.

Vemos al joven poeta poseído de un malditismo enternecedor, con su pañuelo al cuello y su cuaderno de genialidades, que dan ganas de decirle como Valle; tenga cuidado usted con el talento no sea que se lo pise.

A la muchacha que pasea a su perro, enfundada en un chándal que moldea su trasero y compite en esplendor con el crepitar del atardecer y la paleta de colores que sobre el mar va vertiendo el sol.

La tarde de septiembre por fin cae y la función se va terminando. Vuelve uno a la ciudad y nos cuesta unos minutos adaptarnos al ruido y la furia , a las terrazas de verano todavía abiertas, tristísimas sin pareos ni calzones. Sin el bullicio de la holganza y la ebriedad.

Septiembre es un mes hermoso al que contamina la rutina. Un día seremos libres y pasearemos por el tiempo pidiendo a la tierra, sudor que nos corresponde, que nos de nuestra existencia a nosotros mismos.
 
 
 
 
 
 
 
foto: Carmen Álvarez

sábado, 4 de septiembre de 2010

HISTORIA DEL HOMBRE (por capítulos)

CAPÍTULO I.-. Trascendencia del tiempo.-.

El hombre se levantó, se lavó la cara, se cepilló los dientes, peinó más o menos su hirsuta cabellera.

Era el primer lunes laborable tras las vacaciones de verano.

El hombre miró el reloj de la cocina y pensó: "Cada vez es más tarde. Cada vez falta menos"


CAPÍTULO II.-. Apoteosis de siempre lo mismo.-.

El hombre tomó asiento en una de las mesas, es decir; en una de las sillas, que había libres en una taberna.

Enseguida llegó un amigo suyo, poeta también. Pidieron sus cervezas, encendieron sus pitillos, dejaron caer la tarde entre proyectos inviables y risas.

El hombre dijo mirando las esquinas: "Mira, por ahí vengo yo".


CAPÍTULO III.-. Anulación del ser.-.

El hombre llegó al hotel y dio su nombre al tipo que estaba detrás del mostrador. Pues usted no está aquí,
dijo el hombre que atendía tras el mostrador mirando las fichas.

El hombre rápidamente llamó a su novia y le dijo: "No estoy aquí porque estoy contigo".

CAPÍTULO IV .-. Ráfaga.-.

El hombre pensó: El mundo es todavía el sueño de dios, por eso es perfecto pero confuso.

Y no sabía el hombre, ni sabe, si ese pensamiento era suyo, o de cualquier poeta de esos que hay.

CAPÍTULO V.-. Sexo.-.

El hombre miró a la cucaracha que se movía alrededor de la pata de la mesilla de noche. Miró la cortina que era suavemente mecida por el viento.

El hombre miró la llave como de castillo antiguo que colgaba en la cerradura de la habitación y miró el hombre la bombilla a la que se había pegado decenas de mosquitos suicidas.

Luego le dijo a la mujer: "te amo" y ella que no podía contestarle movió la cabeza asintiendo y el hombre dejó de ver por unos segundos y ella se fue.

CAPÍTULO VI.-. Santas escrituras.-.

El hombre le dijo al cura:

¿Se sabe o se ha cuantificado la cantidad de espanto, la magnitud de la angustia que tuvo que sentir Lázaro
cuando, por segunda vez, se sintió morir?

CAPÍTULO VII.-. Con Ortega.-.

Al genio de la lámpara le dijo el hombre: "Ser yo"

Y el genio lo convirtió en sus circunstancias.

CAPÍTULO VIII .-. Parejas.-.

La novia del hombre duerme todas las noches con el hombre, pero nunca sueñan juntos.


(CONTINUARÁ, creo)

jueves, 26 de agosto de 2010

MILITANCIA

Algunas veces me quedo sin ideas. No se trata de quedarse uno completamente en blanco como un imbécil, se trata de no tener ganas de abrazarse al calorcillo siempre reconfortante de la consigna y el dogma.

Se trata de no escuchar nada más que lo que nos gusta, se trata de leer otras cosas además de las que nos subrayan el argumento, se trata de no echarle mucha cuenta a las proclamas que nos erigen como los mejores, que nos elevan sobre el resto del mundo que anda, como siempre sordo y mudo, y que no se entera de nada.

Se trata, en fin, de estar todo el día dándole a la almendra porque si la almendra se abre y se queda estática se pone enseguida rancia.

Cuando me quedo sin ideas imagino un mundo en el que todo es cuestionable, me imagino un mundo gobernado por personas como yo, más listas seguramente, pero con sus debilidades como tiene uno las suyas, y me dan temblores.

Me imagino al héroe sumido en las villanías cotidianas y me voy, poquito a poco, quedando sin ideas.

Me gusta acordarme de Nietzsche cuando sentencia que la única frase inteligente que se lee en el nuevo testamento es aquella pregunta terrible que Pilatos lanza a la cara del Galileo que justifica su martirio apelando a que defiende la verdad y el viejo zorro Pilatos inquiere: ¿Qué es la verdad? . Lenin hubiera dicho que la verdad es siempre revolucionaria pero a lo mejor ese mismo razonamiento podía haberle estallado a Lenin cuando otras verdades vinieran como espectros a ocuparle la tribuna.

Cuando me quedo sin ideas me entra como una epilepsia intelectual y zascandileo de un lado a otro y no me encuentro a mí mismo en ese romanticismo fetichista que adora a sus santos revolucionarios con boina. A mí también me gustan las camisetas chulas, pero abomino del arte sacro estampado y de la idealización economicista del currelo, me acuerdo de la reflexión aquella de Marx de que el comunismo constituye una sociedad sin clases y de que “el hecho de ser un trabajador productivo no significa tener suerte sino mala fortuna” Y estoy de acuerdo con el barbas.

Cuando perdí la fe, esa fe adquirida a través del cordón umbilical con que la sociedad nos va conformando, supe que ya no podría abrazar otras creencias por muy bonitas y flamencas que esas creencias se pusieran para asomarse a mi vida.

Muchos amigos se hicieron comunistas, pero yo no podía ser comunista completamente. Otros se hicieron fachas pero yo no podía, ni quería ser, ni una mijita facha.

Para entenderme conmigo mismo me fui diciendo que yo era un hombre de izquierdas pero no estaba dispuesto a cargar con todo el equipaje, no estaba dispuesto a vindicar como mías la barbarie del Padrecito, ni los asesinatos del chino, ni la criminal arrogancia del Iñaki con sus cuarenta apellidos vascos.

Estaba siempre hecho un lío, porque me daba mucha pereza y algo de vergüenza asumir los errores de los que consideraba “los míos” .

Quería cambiar la sociedad pero sin hacer el cafre. Quería ponerle una rosa en el cañón del fusil del enemigo pero me dijeron que cada día estaba más gilipollas.

Me ponían por delante un sinfín de banderas y en todas ellas veía yo un cagajón repugnante, en todas veía una mancha de sangre inocente y empezaba a darme asco besar, jurar, ningún trapo de colores. Es que era uno muy escrupuloso.

Ahora milito en el asco al sistema financiero y en el asco al neoliberalismo que ha sido el galgo terrible de la época, la cabalgata, la jauría desatada que diría Neruda. En eso milito los días de rabia.

Los días buenos, milito en el cuerpo de una mujer, en la risa de mi hija, en las guitarras troveras, en los abrazos de los amigos y en los brindis de la madrugada.

Por lo demás sigo hecho un lío.

lunes, 16 de agosto de 2010

AQUELLOS DÍAS



Aquellos días me hicieron
acariciar los sueños,
Eran sueños modestos;
dormir tranquilamente,
sentirme un poco amado,
poder comprarme un libro,
decir como Machado:
“Con mi dinero pago”.

Nos parecía imposible no ser un día felices. Quería ser mejor que los cantamañanas, que los novios primeros, ser su poeta cantor, su compañero del alma. Ella me miraba y apenas comprendía quién era el tipo aquel con el que se había casado. Yo la miraba a veces, cómo no haber amado sus grandes ojos fijos, fingiendo que sabía mucho, que era muy sabio. Que mientras estuviéramos juntos, estábamos salvados.

Era comprar un libro un acontecimiento. Con él llegaba a casa; Celine, Henry Miller,Onetti o García Márquez. Se lo enseñaba a ella y ella me sonreía. (Teníamos muchas risas y muy poco dinero.)

Nos parecía imposible no ser un día felices. Creíamos que teníamos, los dos, todo el derecho. También teníamos discos que nos había regalado amigos que encontraron refugio en aquel piso. Venían todas las noches y cenábamos tortillas y palitos de marisco. Domingo ponía siempre en el plato a Milton Nascimiento: Corazón americano. Y teníamos ganas de marcharnos muy lejos, de hacernos brigadistas en Nicaragua, de buscar por París a la Maga o de abrazarnos en Cuba a un póster del Ché Guevara.

Mientras hacíamos la cena, descorchaban botellas los amigos, botellas del banquete de bodas que habrían sobrado y que alguno de ellos hurtó para nosotros, liaban canutos o miraban los folios que yo había perpetrado y que dejaba siempre en un sitio visible
por ver si los leían, antes de emborracharnos.

Luego, nos quedábamos solos, comprendiendo que nos amábamos mucho y nos comíamos a besos. Besos de los que se dan por gusto y se dan por todo el cuerpo.

Aquellos días me hicieron acariciar los sueños.

jueves, 12 de agosto de 2010

Pensamientos míos

Y es que escribir sigue siendo hoy viento fugitivo y publicar, columna arrinconada, que clamaría Blas de Otero. Uno se especializará al fin en una suerte de teoría literaria que no va a interesar a nadie, en una introspección que terminará siendo, como todas las miradas hacia dentro, desasosegante y dañina.

Se preguntará uno qué extraño mecanismo nos lleva nuevamente a convocar a las palabras que a veces salen aguerridas, bien pertrechadas de argumentos, como si pudieran, pobrecitas las palabras, nombrar el mundo, sus miserias y grandezas.

Y otras salen como si anduvieran masticándose a sí mismas, pervertida su verdad por las argucias del estilo, del oficio o de la gracia que uno más o menos haya podido ir puliendo con la práctica y el tiempo.

Empiezo a tener ganas de apartarme de manera definitiva del ridículo juego de extravagancias y vanidades que rodea el arte y sus especímenes. por minoritario, provinciano, paleto y cejijunto que pueda ser ese arte.

Huir de las molestas y modestísimas polémicas que a veces suscita una opinión, decir a todo el mundo cuando lo cuestionen a uno: “Qué razón lleva usted, jamás volveré a hablar así o a decir esto o lo otro”.

Prometerle a los que no soportan que vaya uno, a su edad, disfrazado de rockerillo cantautor, poeta de pueblo, carapapa medio pijo, medio hippi tonto el haba, empresario cagalástima, rojillo de pacotilla, guitarrista esclerótico, sabinita de barriada, pringao del barrio alto, borracho de taberna, revolucionario de botellón, vanidoso, Narciso, yoísta enfermizo y ……………(ponga usted aquí, que tiene mucho arte, lo que se le vaya ocurriendo).

Prometerle a todos- íbamos diciendo- como en la supurante canción del año catapún “No lo volveré a hacer más, no lo volveré a hacer más”………………. (ponga usted aquí, que tiene una gracia que no se puede aguantar, una miaja de su parte y tarareé la mítica copla “El Jardín prohibido”).

Porque al final, de toda esta pereza que siento ante el murmullo y la cochambre del patio de vecinos, me vengo a quedar con los buenos, con los amigos que llegan siempre, con los que me he criado y me siguen criando y enseñando cada día. Todo lo demás han sido aledaños, anécdotas o farsas.

Ya hemos vivido unas pocas noches hermosas de verano, hemos tenido alrededor amigos y salud. Muy poco dinero, eso sí, pero muchas ganas de estar juntos y de reconfortarnos los unos a los otros, de reír, de soñar, de cantar canciones y de olvidar unas horas el duro chantaje de la crisis, sus puñaladas traperas.

Hemos perseverado en nuestro deseo de ser felices y me he sentido en algún momento, tras asistir al diario prodigio del crepúsculo, de la mano de mi compañera y con cinco euros en el bolsillo, dichoso como un budista emporrao mirando una cabra.

He ejercido, algunas noches, de sibarita de los sentidos y me he puesto a leer en voz alta : “Todo se me ha vuelto insoportable menos la vida” y , con lo tonto que es uno, parece por momentos entenderlo todo, asumir la levedad de estos tiempos. La gloria nocturna de ser grande no siendo nada. La majestad sombría del esplendor desconocido, que más o menos diría Fernando Pessoa.

Yo he vivido estas noches y la voy cantando por ahí. Los días son a veces como un susurro y a veces como una onomatopeya de tebeo de posguerra. Un día somos el héroe y otros el caricato.

Ponga usted, que sabe mucho más que uno, a qué día corresponde esta perorata.

viernes, 6 de agosto de 2010

SOLUCIONES

Cada vez que una de esas que tiene un chicle pegado en el paladar y habla como un dibujito animado, exclame “oigs, qué mal gusto tiene vistiendo mi asistenta” La mandaremos a cortar uva, a recoger fresa o a quitar mierda en un edificio de oficinas, le daremos un marido parado, un hijo cani empastillado y una quinceañera preñada, y por las noches que se vista como le salga del alma.


Cada vez que un barrigón enchaquetado, se lamente por el teléfono móvil del retraso de las obras porque los albañiles van muy lentos, le pondremos una camiseta sin mangas, un casco y le daremos una pala. Y estaremos mirándolo durante horas bajo los venerables treinta y ocho grados de nuestro exquisito verano.

Cada vez que un juez mande a alguien al trullo, porque no ha tenido tiempo ni ganas de ponderar los atenuantes, le quitaremos la toga y lo llevaremos al penal, para que explique en el patio, entre los compañeros del talego, que tiene mucho trabajo y que la justicia es, a veces, muy controvertida.

Cada vez que una señora se queje de la lentitud de un camarero que lleva ni se sabe cuántas horas poniendo cervecitas y tapitas en la terraza, la levantaremos de la mesa, le daremos un delantal y una bandeja, y la pondremos a dar vueltas por la terraza, sumida en la vorágine de la sed de nativos y turistas.

Seremos implacables, no nos darán pena, y con Nicolás Guillén, cuando creamos que van a darnos pena, pensaremos en los largos días sin zapatos ni rosas, sin camisa ni sueños, en los largos días de pieles prohibidas.

Cada vez que alguien diga que hay que mantener la presión en la frontera del Líbano, para contener a la guerrilla islamista, lo meteremos en un avión, lo llevaremos a la frontera libanesa, lo soltaremos y le daremos un megáfono bien gordo para que defienda desde allí su proclama.

No conseguiremos la paz, ni la justicia, ni por supuesto la libertad, pero evitaremos ya para siempre que la gente diga tantas gilipolleces. Por algo se empieza.

miércoles, 28 de julio de 2010

ADIÓS LUZ DE VERANOS


Las tardes se hacían eternas. Con aquellos años no podíamos comprender que nuestros padres oscurecieran la casa echando las persianas y pasaran tranquilamente dos horas durmiendo. Eso era como morirse un poco cada día, eso era como derrotarse frente al laberinto de colores de la vida, del verano, de las olas que en la playa seguían arrastrando ociosos cuerpos medio desnudos. Eso era renunciar a los castillos de arena y al buceo macarra sin aletas y con tubos para respirar hechos de caña.

Dormir era una derrota, una tristeza que no queríamos sentir, era no estar en el mundo, perderse las pelotas de Nivea que ya estaría lanzando el avión publicitario. Era no comerse la tortilla de patatas y no sentir en la boca el sabor a agua salada, no morder arena y tortilla, ni pringarse el cuerpo entero de crema, ni embadurnarse de arena después y rodar otra vez hasta la orilla para sentir el frescor de la espuma y meternos mucho más adentro en el mar de lo que nos dejaban nuestros padres, y buscar la pérdida de pie para ser más chulos, y quitarnos los bañadores en cuanto podíamos para bañarnos en pelota y para enseñarnos las pichas y los pelos que, a algunos más que a otros, empezaban a cubrirnos la entrepierna.

Eso era la siesta para nosotros. Un exilio cruel de la felicidad. La prohibición de hacer ruido porque el viejo madrugaba más de lo acostumbrado durante el verano para tener las tardes libres. Dos horas con doce años sin poder gritar nuestras célebres Katas en el portal de la casa mientras emulábamos a Bruce Lee y casi nos echábamos abajo la cara a puñetazos mi hermano y yo. Dos horas sin poder escuchar a la ELO, a Mody Blues, a The Knack o a los Beatles que eran los grupos de rock que nos gustaban entonces. Dos horas sin poder agarrar una escoba , transformarla en guitarra y convertirnos en estrellas del rock and roll bailando como posesos y saltando sobre aquel colchón de muelles que fuimos poco a poco destrozando. Fueron esas siestas las que lo aficionaron a uno a la lectura, cogía de la mísera biblioteca familiar el Platero y yo, y entre la pena que uno tenía por no poder solazarse y la retórica lacrimosa de Juan Ramón preguntándole al burrito “Platero ¿tú nos ves? “ comenzaron ciertas cosquillas poéticas a picarle a uno.

Había cada verano un niño que se ahogaba, casi por ley, nada más comenzar la temporada de baños. Eso provocaba la prohibición de ir solos a la playa y teníamos que someternos a la tiranía de la siesta, hasta que algunos buenos amigos nos fueron enseñando a mentir y buscábamos cualquier excusa para escapar de la tristeza del descanso vespertino y tirarnos a la calle. Nos bañábamos en calzoncillos y cuando volvíamos a casa, buscábamos una fuente de agua dulce para disimular el sabor a salitre de nuestra piel porque se nos había metido en la cabeza que nuestra madre nos chuparía el brazo y descubriría así la vileza de nuestra traición.

Cuando oscurecía íbamos al parque, siempre había un juego por jugar, una aventura que buscar por las casas en ruinas, por los campos con guardas psicóticos capaces de pegarle un tiro a un chaval que roba peras. Exhaustos tras las pequeñas batallas diarias llegábamos por fin al banco del parque donde se sentaban cada tarde las muchachas y allí como guerreros con mocos ensayábamos nuestras primeras seducciones.

El verano le quitaba a las chiquillas la solemnidad de los uniformes de los colegios de monjas y nos las mostraban por fin con sus pieles, sus mínimos escotes, sus caderas y sus piernas. Era raro que cada semana no anduviera uno enamorado de alguna y los temblores que sentimos ya no volverán jamás, porque no volverán los primeros besos en el cine, temiendo siempre el rechazo, los primeros manoseos y esas eyaculaciones que parecían un pis curioso cuando nos pegábamos a las chicas en las esquinas y descubríamos el gozo de la anatomía, las tersuras maravillosas de la carne y el sabor a fruta fresca de las bocas. El verano era la vida y el misterio, enamorarse como en las coplas de una niña de otro pueblo, convertir el mes de agosto en una eterna travesía, ir al cine sin techo y mirar más las estrellas del cielo que las estrellas de la pantalla.

El verano era también la penumbra de esas tardes, leyendo a Juan Ramón y a Antonio Machado, haciendo versos en cuadernos de rayitas e inventando canciones con dos acordes de guitarra - más o menos como ahora-
El verano era para estar con los amigos, para sentarse en el patio de la casa de vecinos hasta las tantas y escuchar a los mayores contar historias terroríficas de muertos y de guerras. El verano era un niño con un polo derretido, una pionera con los pechos al sol vigilada por diez mocosos pajilleros, un tiburón de mentira que siempre aparecía por la costa, una noche de verbena mirando con devoción a los músicos de la orquesta. Pan con manteca y casera blanca, dos cigarros rubios marca Fortuna para cuatro o cinco, un circo patético con payasos alcohólicos y trapecistas rubias de muslos inasibles.

El verano era la primavera de nuestras vidas.

miércoles, 14 de julio de 2010

CORRESPONDENCIA Y FATIGA

Hay cosas que dan asco; la nata de la leche, las venas de las personas, un fascista, un yogurt con trocitos de fruta…Y ese asco no puede uno evitarlo, se eriza el vello, el estómago burbujea como una lavadora antigua y no se vomita por educación y porque también sufre uno mucho con esas convulsiones estomacales.

El mismo hecho de vomitar es algo que da asco, sobre todo cuando el amargor- porque ya no hay nada más que echar por la boquita- inunda nuestra garganta y una amarillenta porquería llamada bilis rubrica la taza del váter como diciendo “tu alma era esto, esta amarga y cochambrosa macedonia”.

La petulancia da bastante fatiga, la propia y la ajena.

Hace muchos años, cuando uno no sabía nada y era un amasijo de intuiciones, iba uno por la vida de espabilado, de joven promesa, de pedantorro circunstancial y era capaz de escribir “Voy estando bastante de acuerdo con Marcuse en su definición de la sublimación subjetiva” y como encima en los periódicos de barrio o de pueblo le publicaban a uno estas paridas, ha quedado constancia escrita de las mismas. Algunas de estas tonterías que se lanzaban a los mares de la letra impresa le dan a uno asco y otras risa, eso va por días.

Que empiece a darte asco algo o alguien es muy peligroso para hacer un análisis objetivo de la realidad, porque antes de enfrentarte empíricamente con el objeto de tu náusea, ya has interiorizado su forma, su olor, su sabor o su discurso. Cuando me temo que alguien me va a soltar el rollo; mi libro, mi disco, mi cuadro o mi miembro en erección, enseguida noto como una bajada de tensión.

La mala educación también me pone fatal; esos que nunca dicen por favor, ni muchas gracias. La gente que tira porquerías por la ventanilla de su coche, o la que pega voces como si se estuviera loca.

Hace unos días recibí en mi correo electrónico una carta asquerosa y anónima que transcribo:

“Sr. Gallardo o Gallardoski como le gusta a usted que lo llamen: Me gustaría saber lo que entiende usted por cultura y por qué se dedica usted a criticar todo lo que no le gusta (nota marginal mía: sería raro abominar de lo que me gusta) cuando usted y sus amigos se dedican a ponerle faltas a todo sin ser capaces de aportar nada positivo y que el pueblo haga suyo. Este verano Sanlúcar estará plagada de actos culturales a los que usted por cierto no asiste nunca porque ustedes solamente asisten a los actos que organizan que como todo el mundo sabe son siempre conciertos desafinando y solanescas obras de teatro en las que no tienen ni el detalle de aprenderse el papel y tienen que leerlo, faltando el respeto al público y a ustedes mismos. Mire sr. Gallardo, sepa que en lo que de mí dependa se las va a ver usted negras para participar en cualquier actividad cultural en la que yo pueda decidir algo, así podrá usted seguir escribiendo esos artículos negativos que ustedes consideran graciosos en contra de los que sí creemos y sí queremos hacer cosas por nuestra ciudad, Sanlúcar de Barrameda. “

Como el correo es anónimo y enviado a través del blog “Gallardoski” no sé quién es el o la lumbrera que ha perpetrado esta chorrada. Que me diera asco el estilo es cosa mía y no debo hacer referencia a mis personales predilecciones. No, lo que me da asco y una fatiguita enorme es la burda amenaza final que hace el gracioso/a respecto a las posibilidades de boicot, ninguneo o censura a mis artísticos desvaríos.

Seguramente esto no será más que una broma de esos que andan todo el día por internet dando la brasa en los blogs, jugando con su anonimato a ser alguien, opinando de todo como los tertulianos incansables de los medios. Porque no creo que ninguna de las personas que trabajan en la cultura local, y que por lo tanto tienen alguna capacidad de decisión sobre lo que se me pueda ocurrir en el futuro para solaz de mis compinches, tengan nada en contra mía, más bien al contrario; muchos son amigos y hasta cómplices de alguna de las cosas que ha organizado uno en la ciudad, a saber; desmemoriadas lecturas, desafinados conciertos y artículos sin gracia ninguna.

Todo eso no quita que la lectura de este nuevo anónimo- recibe uno por desgracia bastantes a la semana, claro como es gratis- me haya producido esta mañana la temida fatiga. Estaría bonito que dieran la cara, que dijeran quiénes son, no vaya a ser que alguno de esos anónimos se siente a la verita nuestra cualquier día y sea uno- ajeno a todo- tan gilipollas de invitarlo a una cerveza.

miércoles, 30 de junio de 2010

Escritura peregrina.




Mi mujer me dice que ya no escribo. Quiere decir que ya no mando tres o cuatro artículos a la semana por ahí, la mayoría gratis. Quiere decir que ya no me quedo algunos fines de semana casi hasta el amanecer absorto en esa suerte de contubernio que montaban las musas, para que surgiera el verso y susurrara candente el poeta en la alta madrugada “eureka”.

Quiere decir que ya apenas asisto a ningún sarao literario, que no presento a escritores célebres poniendo acento de Valladolid y en plan canallita de pueblo que sabe más que la hostia pero que no ha tenido suerte en la vida, quiere decir que no mando ni recibo cartas de artistazos, que no contesto casi nunca a las pocas cartas de artistazos que recibo, que no echo cuenta si el ordenador se me bloquea o si me amenazan con cortarme internet por falta de pago, que parece que me diera lo mismo quedarme en blanco, callarme como el poeta un minuto o un siglo, que me importa un carajo que sepan o no sepan que no he muerto, que para algunos preferiría rezar por muerto, así ellos estarían contentos con mi exterminio y yo tranquilo, sin pelmazos.

Un amigo me dice también que debiera aprovechar el tiempo, que debiera ponerme de una vez en serio con esa novelita de la que él ha leído un amago y dice que está de puta madre y yo sé que lo dice porque es mi amigo. Porque mira uno su novelita y cada vez le cuesta más pasar de la página diez, y es más triste todavía constatar el fracaso de la prosa de uno cuando mira el tocho de páginas impresas, algunos cientos, como animalitos muertos sobre la mesa, negro sobre blanco mareante que ya nada significa para nadie. Una novela que como diría Nietzsche, ya ha nacido póstuma.

Pero que no escriba tanto como antes, que haya podido conmigo cierto desánimo existencial que tendrá mucho que ver con la edad y con la ruina económica y vital por la que uno va pasando, no quita que siga en el fondo, hurgando, hurgando, siga teniendo uno esa llamita de la esperanza, esa puta verde de la esperanza que nos vuelve medio majaras cuando somos jóvenes y que nos engatusa y tima de flagrante manera cuando empezamos a ser mayores.
Esa puta verde de la esperanza es capaz de llevarnos otra vez a cometer errores, a decir lo que no se debe, a pedir a quien nunca va a dar nada, a buscar consuelo en quien no tiene por qué ofrecerlo. Cometer errores. Pedir nuevamente atención a quienes nunca atenderán, no resignarse, pensar que hay posibilidades, cometer ese error. Nuevamente.

Hace unas semanas deambulé con mi motocicleta por la carretera, apuré la velocidad de la que dispone el artefacto, compré un sobre tamaño folio y metí allí toda la porquería en prosa que se me había ocurrido, más o menos un primer borrador de la novela chorra de la que he hablado.
Llegué al chalé de un insigne escritor y traté de introducir el sobre con mis genialidades de manera clandestina en el buzón pero no había manera, no entraba el puto sobre tamaño folio en el ridículo buzón del insigne escritor a prueba de manuscritos y de obras completas inéditas de pringados de la provincia.
Lo dejé allí, fuera del buzón, colgando el sobre como un pájaro muerto, feo y deforme, de la figura de alambre de otro pajarraco que adornaba el buzón. Me fui corriendo, como si hubiese cometido un delito. Miré antes de arrancar la moto y observé que el sobre tamaño folio abría su triste boca desde la distancia porque no habría yo juntado suficiente saliva para pegarlo. Al carajo, pensé y le metí caña a la moto.

Nada más largarme empezó a llover, a caer un chaparrón de dos pares de cojones, me puse como una sopa y pensé en mi sobre tamaña folio abierto, mi prosa dentro como una sopa también,, mi trocito de mierda de prosa dentro mojándose como yo, la tinta deslizándose por los folios como la representación de una derrota ridícula y total. Me daba igual, en esos momentos hubiera preferido mejor la destrucción, el fuego.
Al día siguiente decidí ir a rescatar mi sobrecito tamaño folio con mi prosa de mierda dentro. Era posible que el insigne escritor no estuviera en casa, que anduviera el insigne escritor por ahí recogiendo o repartiendo dadivas y prestigios literarios, era posible que mi pequeña fechoría quedara solo para mí y para mi antología del ridículo.

Llegué nuevamente con la moto a toda hostia hasta la misma puerta del insigne escritor, pero el insigne estaba allí, en la misma puerta, hablando con algún operario de reformas o de jardines, no sé, no pude oírlo. Me cagué en medio cielo, ya saben; dios, la virgen, los misterios de la trinidad... se abismaron en segundos mis últimos y tóxicos residuos líricos y quise ser muy joven para no verme a mí mismo tan patético.

El sobre ya no estaba, no había remedio. El ridículo y el patetismo habían sido nuevamente por fin convocados. El insigne escritor, si había llegado durante el diluvio, habría comprobado que hay gente en el pueblo que no lo va a dejar tranquilo nunca. Si el temporal se llevó, ojalá, mi obra por los senderos del viento, hasta la misma Argónida, a dónde sea, a tomar por el culo, se habría hecho, por lo menos, un poco de justicia poética.


Desde esta aciaga mañana de esperanza – que ya no tengo, hombre, que ya se me ha quitado- escribo poco o nada. Mi mujer me lo recuerda muchas veces y no sé si lo hará como reproche o como agradecimiento.

lunes, 14 de junio de 2010

LOS MACARRAS, LOS ASESINOS




Veremos a los asesinos entrar en el garito, pedir bebida dura y cara, los veremos matar con su mirada la inocencia del borracho solitario, de la joven seductora. Veremos a los asesinos ser más fuertes y más crueles cada día, soportaremos la mueca del asesino, la fuerza con que impone su dialéctica de navajas, pistolas y sangre.

Nosotros no hemos nacido para eso, no hemos crecido para pelear hasta la muerte por cualquier nimiedad, por cualquier anécdota nocturna elevada a trágica categoría. Veremos, de hecho lo hemos visto, al asesino partir contra el suelo una botella y dirigirse con los ojos inyectados de un odio incompresible a asesinar a un hombre desvalido, los veremos patear el cuerpo del que ha caído tras un puñetazo traidor, tras un botellazo cobarde.

Veremos a los asesinos seguir consumiendo la noche y sus substancias psicotrópicas, riendo sin que asome la conciencia tras el dolor infringido a cualquier pobre muchacho que haya podido caer en las fauces de ese monstruo insaciable de violencia y odio.

Veremos a los asesinos jaleados por la grey que les acompaña, veremos sus dedos anillados manchados de la sangre inocente del joven educado para la paz, la diversión, el juego.

Veremos a los asesinos en automóviles enormes y carísimos, imponiendo su ley del escándalo por la madrugada, los veremos embestir salvajemente con sus carísimos y enormes artefactos contra cualquiera que les censure su conducción, su tumulto, su mala educación.

Nosotros no hemos leído, cantando, escrito, viajado, para eso. Para morir en un semáforo porque los asesinos no aceptan que censuremos su espantosa ordinariez.

Nosotros hemos criado a nuestros hijos para que nos besen, para que sean besados, para que conozcan cada día la hermosa legitimidad moral de la caricia, para que cuando alguna cosa nos salga bien podamos abrazarnos sin pudores.

Veremos a los asesinos perseguir a algún chiquillo aterrado por las desoladas plazas de la noche, veremos a los asesinos incapaces de asumir el rechazo de sus novias, veremos a los asesinos pegar a sus mujeres, follarlas como trozos de carne, someterlas al imperio repugnante de la brutalidad y el horror.

Los asesinos crecerán tras una singladura de trapicheos, de engaños, de palizas, de odio y derramada bilis. Habrá una parte del mundo habitada exclusivamente por los asesinos, una parte del mundo colmada de arañazos y bofetadas, una parte del mundo en las que los asesinos sigan siendo cobardes y traidores. Una parte del mundo en la que los asesinos se sientan reconfortados frente a la fascinada muchacha que ha buscado al cafre más abrupto de la manada para sentirse poseída como una cabra, segura entre los musculosos brazos del asesino.

Nosotros no queremos vivir en esa parte del mundo. Venimos del mismo sitio, del mismo arroyo pero queremos vivir para crear una alegría, para sentarnos a mirar el crepúsculo algunas tardes, para pasear con muy poco dinero y disfrutar de los días por amargos que sean los tiempos.

Nosotros no somos asesinos.

viernes, 4 de junio de 2010

DE LA FERIA Y SUS MÁRGENES




Huyendo de una fiesta que ya no les pertenece, de una fiesta que ha sido ocupada por la insaciable generación del botellón que tiene en la bebida y el hedonismo más extremo sus básicos principios de comportamiento, se celebra para muchos, un año más la feria de Sanlúcar, de la manzanilla. como le gusta decir a nuestra babosita clase política, en Punta Umbría, en Chiclana o en una casita de la sierra de Cádiz.

Hay motivos para huir de los festejos, y son muy variados; esa sensación de sentirse mayor a ciertas horas, cuando los primaverales cuerpos jóvenes empiezan a tomar su territorio y se comprende que su territorio es el mundo entero.

Esa antiquísima náusea frente al paseillo de caballos con jinetes zozobrantes por la borrachera y arrogantes como señoritos ufanos de su cortijo.

Esa vergüenza ajena cuando la corporación casi en pleno hace el saltito a la pata coja para cruzar la portada de la feria, tan bonita y tan utilitaria, y dan ganas al verlos , de irse no unos días del pueblo, sino para siempre de esta ciudad de la gracia, el arte, el salero y olé.

Esa lamentable música ensuciando el aire con sus crónicas del camino del rocío, su mística y su erótica, su vindicación de lo hortera ahora y en la hora de nuestro asco, amén.

Esa corrida de toros con todo el casticismo haciendo ensayo general de su poderío, de su telúrica legitimidad pueblerina

Los señores y señoras del proletariado que nunca querrían ser llamados así por nadie, como si el nombre de la cosa -que diría el otro- definiera a la cosa y al decirles clase obrera o proletarios, tuvieran que tomar partido, dejar de jugar los chantajes ventajistas del sistema, pelear por el porvenir y no por la limosna, comprender la situación de ruina a la que hemos ido abocándonos todos, descubrir a los verdaderos culpables de esa infamia y no buscar en el pobre diablo más cercano las razones del desastre.

Algunos proletarios, decíamos, en un último alarde huyen en tropel de los festejos locales, buscando en estos días rozar, si se pudiera, los flecos, los estertores últimos de la felicidad.

Se colmarán los hoteles costeros de aguerridas familias exigiendo como yonkis del asueto su diezmo de pulseritas, su parcelita de sombra en los jardines, sus trampolines desde los que lanzarse estilo bomba a la piscina con las últimas fuerzas cuarentonas y borrachas de cubata.

Habrá un bullicio paleto en los pasillos y los guiris se mirarán entre ellos sorprendidos de esta suerte de revolución que ha ocupado los palacios de la primavera, sin otra ideología que consumir hasta el paroxismo en los bufés, sin otro discurso que el consabido hostia-pare-picha-mestoyponiendohastaelculo.

Durante esa reclusión voluntaria olvidarán las traperas puñaladas de estos tiempos del cólera que vamos viviendo como si estuviéramos viendo la película de nuestras vidas.

En la ciudad los charlatanes pregonarán sus tristes regalos de tómbola, sus desangelados peluches, sus jurásicas guitarras y sus televisores de plasma. Los peruanos volverán a tocar "El cóndor pasa" versión yanki medio en serio, medio en playback.

El mimo se plantará otra vez en la calzada cada vez más artrítico, cada vez más blanco.

Los niños volverán a engullir fantasías de algodón o piñonate para que los dentistas hagan su agosto en el mes de julio, las madres engalandas con sus trajes de farales recuperarán algo de la picardía que tuvieron cuando follaban por gusto y no por débito conyugal.

Los maromos pedirán otra media botella y palmearan la gracia de la parienta cuando se levante la falda una miaja enmedio de la rumba loca.

Los adolescentes se pondrán como cada fin de semana hasta el culo de alcohol y de substancias, se partirán la cara por cualquier tontería y mearán libremente por los rincones de la noche llenado el amanecer de ese tufo a podredumbre y porquería y sembrando el asfalto de pañuelos de papel con restos de micción, menstruación, mierda o semen.

Tarumbas estarán los que se queden y tarumbas volverán los que huyen. Tras la resaca el mundo otra vez, abiertas las fauces de la catástrofe económica, otra vez sobrios los banqueros que tanto y con tanto tronío cantaban y bailaban en la caseta.

El mundo necesita meter unos días entre paréntesis la pena y la ruina, aunque sepa el mundo lo que vendrá después.

Tras la resaca, la convalecencia.

martes, 11 de mayo de 2010

Seguramente volveré muy pronto a escribir por aquí. En estos días todo el viento
del mundo- como decía la copla- corre en dirección contraria a las inquietudes
que uno tiene.

No voy, de todas formas, a derrotarme, los que estamos desde
siempre en la pelea no tenemos derecho a la derrota. Sí al fracaso, sí al desastre,
sí a la infamia y la calumnia, sí a la incomprensión y al desafecto pero no a la derrota porque la batalla sigue cada amanecer.

Seguramente pronto volveré a sentir el cosquilleo extraño de la opinión o del poema,
de la confesión o del hartazgo. Sé que habrá alguien ahí, leyendo y escuchando.

Los unos para festejar y los otros para afilarse los vampíricos colmillos del rencor.

Nos vemos pronto. Gallardoski.

sábado, 3 de abril de 2010

MI MÚSICA ES PARA ESTA GENTE


Al final somos gente que ha crecido leyendo a Julio Cortázar y recitando a Mario Benedetti, al final somos gente que ha tomado sus buenos cafés conspirando revistas, grupos de rock and roll y lecturas poéticas.

Al final somos gente que se ha ido haciendo mayor comprometiéndose con la libertad, cantando canciones de Silvio Rodríguez en cuanto aparecía una guitarra y escuchando al viejo Bob Dylan en nuestros cuchitriles sin piscina ni nada que se le parezca.
Al final somos gente que ha llorado escuchando “Mar Muerto” aquella canción estremecedora de Javier Gallardo, de cuando andaba por Madrid solito y muertecito de frío como un inmigrante rumano, con sus comics del Víbora, sus discos de Triana y sus canciones melancólicas y hermosas.

Al final somos gente valiente, gente que ha bordeado los territorios de la marginación y que no escupe a los que no supieron librarse de esas derrotas, somos gente que da tabaco e invita a una copa al tipo destruido por las drogas y los años sin pedir a cambio más que respeto y discreción.

Al final somos los que nos besamos porque nos vamos queriendo con los años, porque aunque este puto pueblo rociero y cañí no ha podido con nuestras inquietudes.

Al final somos gente que deambula por la vida, sabiéndose cada vez más solos en esta orgía de postres derramados, de consignas y panfletos.

Nos tacharán de cosas, los que andan siempre eliminando sus propios recuerdos, su propia trayectoria, no nos perdonarán la edad, ni que balanceemos nuestras ya rotundas fisonomías al compás de un guitarreo de AC/DC, nos querrán quitar la gorra que tuvimos puesta una época, cuando como un cristito de barro nos miraba el Ché Guevara desde su limbo revolucionario.

Al final somos gente que quedaremos cuando ya nadie quiera levantar la voz, y tocaremos gratis en los garitos de humo, y recitaremos a Neruda cuando los estetas digan que oisch Neruda ese juntasílabas comunista…

Al final somos gente que tendrá un risa insultante, que habrá amado la vida, que no se habrá resignado a la porquería de convertirse en muñequitos de goma con los que moldear el tiempo.

A los tristes y a los descastados no puede dejar de joderles nuestra música, nuestra poesía, nuestra comezón, nuestra alegría.

Que les jodan.


Foto: Muchatela en el Almacén. Foto de Carmen Álvarez.

martes, 16 de marzo de 2010

MANERAS DE JODER A SU VECINO



Partamos de la base de que utilizamos aquí el infinitivo del verbo “Joder” en su acepción más misérrima y peregrina. Que no instruiremos en métodos y astucias para beneficiarse al maromo del quinto o a la pelirroja excelsa del ático.
No, de lo que se trata - ya que uno ha sido triste víctima de cada uno de los malos modos con que un vecino o vecindario pueda perturbar la mínima paz que un hombre necesita para sus escasos momentos de asueto- es de ofrecer una serie de procedimientos y técnicas con las que conseguirá usted poner de los nervios, deprimir, extenuar, joder, en definitiva a su vecino.

Aconsejo comenzar de una manera suave. El vecino, esto es; el enemigo, debe ir notando la hostilidad y el desprecio dosificadamente. No niego que si la primera noche montamos en casa la caravana del orgullo gay o un ensayo general del himno del Cádiz con los mas exquisitos de nuestra peña futbolera, tendríamos en pocas horas los resultados que de otra forma solo conseguiremos tras un par de semanas de concienzuda estrategia y labor de zapa, pero la venganza – ya lo dijo el otro- es un plato que debe servirse frío.

Molestar, importunar, agredir, es una venganza social que se comete. Un rencor educativo, una impiedad y un fracaso de la civilización. No caigamos pues en la vulgaridad, seamos sibilinos y cadenciosos en nuestra afrenta. Recomiendo que la primera noche, cuando el galán de ídem de nuestro vecino comience en su terraza a aromatizar el ambiente y se disponga el infeliz a entregarse a la lectura de pongamos, “Los límites de la conciencia” de Ernst Pöppel, salgamos nosotros a nuestra terraza y silenciosamente comencemos a lanzar contra la fragua de la barbacoa nuestra media docena de sardinas o en su defecto un guiso moderno de coliflores noctámbulas.

Desde nuestra atalaya veremos al puto intelectual removerse en su asiento, encender un cigarrillo tras otro y cerrar por fin el libro y meterse en la casa, cerrando con aspavientos, la terraza a cal y canto. Primer asalto ganado.

El siguiente día habrá que esperar a que sean aproximadamente las dos o las tres de la mañana, si es posible observemos el momento en el que se apaga la luz del dormitorio del infeliz. Cuando esto ocurra y tras unos diez minutos, esos maravillosos diez minutos en los que el primer sueño nos arropa como una madre bondadosa, nuestra esposa deberá levantarse a beber un vaso de agua. Lo hará en bragas , pero no olvidará calzarse los zapatos de tacón más puntiagudos que se tengan, y trotará nuestra señora del frigorífico al inodoro y de éste hasta la cama cual grácil gacela pese a sus carnes manifiestas. Les garantizo y podrán ustedes comprobarlo que ese martilleo produce en la mayoría de los vecinos, una inquietud y un desasosiego que les impide coger de nuevo el sueño hasta bien entradas las cinco o las seis de la mañana.

Si el vecino tiene, además, que levantarse cada amanecer para cumplir con sus obligaciones laborales, pueden ustedes asomarse al rellano de la escalera y mondarse de risa entre codazos cómplices con sus hijos y demás parentela, viendo las ojeras del vecino y la tristeza infinita con la que acude a su puesto de trabajo.

Para las noches siguientes, ya lo tenemos en el bote, podemos ir subiendo la intensidad de la guerra. Si tenemos- eso entra ya en el territorio de lo sublime- algún cuñado que toque la guitarra española y que se sepa todas y cada una de las coplas de Ecos del Rocío, invitémosle a una de nuestras veladas. Jaleemos cada una de las sevillanas porque a estas alturas el vecino estará ya como ausente, completamente sonao, o buscando el tubo de tranquimazín, o la caja de marihuana, o la soga, o dándose cabezazos contra la pared, o apretando dientes y puños como el increíble Hulk antes de convertirse en bicho verde o escribiendo un artículo como catarsis, que decían los griegos.

JUAN ANTONIO GALLARDO.-.

sábado, 6 de marzo de 2010

PROFESIONES MODERNAS




Los cambios sociales y culturales que vamos viviendo van a producir nuevas ocupaciones, carreras y oficios. Cuando la cruzada antitabaco alcance su próximo paroxismo, agotadas ya las imágenes truculentas, los mensajes terroríficos en las cajetillas, que se diría que no hay enfermedad o tribulación de nuestros cuerpos que no sea provocada por la diabólica nicotina, se instaurará en nuestras ciudades, pueblos, aldeas y pagos, la figura del “Olisqueador”.

Para acceder a tan reputado puesto, el Olisqueador tendrá que hacer un ciclo medio de enfermería o de prevención de riesgos. Adquirido ese título, añadiéndole vocación que al Olisqueador , como a los soldados el valor, se le supone y con una pituitaria adecuada, el Olisqueador podrá ejercer su novísima profesión y dedicarse a entrar en los garitos con la nariz respingando a la búsqueda de algún pecador contra sí mismo y contra terceros, contra el medio ambiente y contra el buen gusto, que cometa la osadía de fumarse un cigarrito, ese delito moderno al que nos abocaron desde chiquillos, héroes cinematográficos, mitos literarios y hasta iconos políticos como Santiago Carrillo.

El Olisqueador podrá denunciar al fumador aunque ya esté el cigarrillo apagado porque se sabe que su formación le faculta para ello. Los Olisqueadores irán vestidos de paisano, para despistar a los pérfidos fumetas, pero cuando se monten cenas de gala o se otorguen medallas al Olisqueador más arrojado (el que se cuela por la ventana en el despacho de alguien y lo pilla fumando, el que se infiltra en los lupanares y observa cómo clientes y meretrices festejan la consecución orgásmica con un pitillo) podrán ponerse el uniforme oficial del Cuerpo Nacional de Olisqueadores. Los atributos del uniforme, vestido o disfraz los dejo para la imaginación que presumo en mis lectores, esa inmensa minoría, que dijo Juan Ramón para consolarnos a los junta palabras fracasados.

Los Olisqueadores se llevarán muy bien con los Vigías. Los Vigías necesitarán para ejercer su trabajo una titulación análoga, serán como los Olisqueadores producto de los nuevos tiempos y de las nuevas tecnologías y sus atribuciones laborales no serán otras que las de observar desde una computadora más grande que Barcelona, los movimientos internautas de sus vecinos. Si un vecino, pongamos, se dedica en sus horas de asueto a visitar páginas pornográficas en Internet, el vigía lo cazará in fraganti y luego, en la comunidad de vecinos tendrá todo el derecho y la obligación de denunciarle.

Huelga decir que cada comunidad de vecinos deberá, por ley, tener un vigía. El vecino denunciado no sufrirá más sanción que el público escarnio al que será sometido por la junta de propietarios y por supuesto la sospecha ya eterna, de que entre esas páginas pornográficas que el vecino visita con los pantalones por las rodillas y la mano tonta haciéndole cosquillas en el glande, pudiera haber alguna foto en la que un menor de edad, es grotescamente vejado. El Vigía puede además trabajar conjuntamente con el Olisqueador y conseguir entre ambos que nadie se sienta seguro, lo que a su vez propiciará que todos estemos mucho más seguros. Esto parece una paradoja pero no lo es.

Porque para que las paradojas y los contrasentidos no nos perturben nuestro intelecto, será creada una profesión, ésta ya de un nivel alto en la baremación profesional y con necesidad de doctorado en las universidades creadas a tal fin por los poderes públicos. Les hablo, queridos amigos, del “Eufemista”.

El “Eufemista” actuará como un poeta perverso y se prodigará en la propaganda. Cuando se enchirone y torture a un detenido, el “Eufemista” saldrá en las televisiones locales (todas las televisiones locales y toda la prensa provincial contará entre sus filas con un “Eufemista” como mínimo ) y dirá: “Al detenido se le ha aplicado una presión física moderada por su negación a colaborar con la justicia”.

El futuro es Orwelliano y siniestro, caballeros, crearemos vendedores de alfombras voladoras, opinólogos visionarios, domadores de medusas, tasadores de ingles, intelectuales cofrades, psicólogos de muertos, boletos de alegría, boletos de pena, boletos de deseo…un mundo de cobardes y mediocres que harán suyo aquel verso premonitorio de Miguel Hernández “El hombre acecha al hombre”.

JUAN ANTONIO GALLARDO.-.