martes, 16 de marzo de 2010

MANERAS DE JODER A SU VECINO



Partamos de la base de que utilizamos aquí el infinitivo del verbo “Joder” en su acepción más misérrima y peregrina. Que no instruiremos en métodos y astucias para beneficiarse al maromo del quinto o a la pelirroja excelsa del ático.
No, de lo que se trata - ya que uno ha sido triste víctima de cada uno de los malos modos con que un vecino o vecindario pueda perturbar la mínima paz que un hombre necesita para sus escasos momentos de asueto- es de ofrecer una serie de procedimientos y técnicas con las que conseguirá usted poner de los nervios, deprimir, extenuar, joder, en definitiva a su vecino.

Aconsejo comenzar de una manera suave. El vecino, esto es; el enemigo, debe ir notando la hostilidad y el desprecio dosificadamente. No niego que si la primera noche montamos en casa la caravana del orgullo gay o un ensayo general del himno del Cádiz con los mas exquisitos de nuestra peña futbolera, tendríamos en pocas horas los resultados que de otra forma solo conseguiremos tras un par de semanas de concienzuda estrategia y labor de zapa, pero la venganza – ya lo dijo el otro- es un plato que debe servirse frío.

Molestar, importunar, agredir, es una venganza social que se comete. Un rencor educativo, una impiedad y un fracaso de la civilización. No caigamos pues en la vulgaridad, seamos sibilinos y cadenciosos en nuestra afrenta. Recomiendo que la primera noche, cuando el galán de ídem de nuestro vecino comience en su terraza a aromatizar el ambiente y se disponga el infeliz a entregarse a la lectura de pongamos, “Los límites de la conciencia” de Ernst Pöppel, salgamos nosotros a nuestra terraza y silenciosamente comencemos a lanzar contra la fragua de la barbacoa nuestra media docena de sardinas o en su defecto un guiso moderno de coliflores noctámbulas.

Desde nuestra atalaya veremos al puto intelectual removerse en su asiento, encender un cigarrillo tras otro y cerrar por fin el libro y meterse en la casa, cerrando con aspavientos, la terraza a cal y canto. Primer asalto ganado.

El siguiente día habrá que esperar a que sean aproximadamente las dos o las tres de la mañana, si es posible observemos el momento en el que se apaga la luz del dormitorio del infeliz. Cuando esto ocurra y tras unos diez minutos, esos maravillosos diez minutos en los que el primer sueño nos arropa como una madre bondadosa, nuestra esposa deberá levantarse a beber un vaso de agua. Lo hará en bragas , pero no olvidará calzarse los zapatos de tacón más puntiagudos que se tengan, y trotará nuestra señora del frigorífico al inodoro y de éste hasta la cama cual grácil gacela pese a sus carnes manifiestas. Les garantizo y podrán ustedes comprobarlo que ese martilleo produce en la mayoría de los vecinos, una inquietud y un desasosiego que les impide coger de nuevo el sueño hasta bien entradas las cinco o las seis de la mañana.

Si el vecino tiene, además, que levantarse cada amanecer para cumplir con sus obligaciones laborales, pueden ustedes asomarse al rellano de la escalera y mondarse de risa entre codazos cómplices con sus hijos y demás parentela, viendo las ojeras del vecino y la tristeza infinita con la que acude a su puesto de trabajo.

Para las noches siguientes, ya lo tenemos en el bote, podemos ir subiendo la intensidad de la guerra. Si tenemos- eso entra ya en el territorio de lo sublime- algún cuñado que toque la guitarra española y que se sepa todas y cada una de las coplas de Ecos del Rocío, invitémosle a una de nuestras veladas. Jaleemos cada una de las sevillanas porque a estas alturas el vecino estará ya como ausente, completamente sonao, o buscando el tubo de tranquimazín, o la caja de marihuana, o la soga, o dándose cabezazos contra la pared, o apretando dientes y puños como el increíble Hulk antes de convertirse en bicho verde o escribiendo un artículo como catarsis, que decían los griegos.

JUAN ANTONIO GALLARDO.-.

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