martes, 26 de noviembre de 2013

PASEOS


 Digamos que hoy he inaugurado oficialmente la temporada de “paseos matutinos invernales” Cada uno tiene sus ceremonias y sus solemnidades. Los unos harán viajes a países lejanos a los que nosotros jamás iremos y declararán inaugurada oficialmente la temporada itinerante, los otros quitarán el precinto a nuevas aventuras, amoríos y éxitos. Yo me he puesto una gorra que tengo, he met...ido las manos en los bolsillos de la cazadora y me he dicho: Ya está aquí otro invierno, diga lo que diga el calendario, y me he tirado a la calle.

Hace frío, humedad, y es como si al horizonte le hubiesen colgado un cortinaje de niebla. Lo más alegre que se ve por el paseo marítimo es un perro medio loco que ha entablado una especie de pelea con su propio rabo, el perro es calcado a aquel galgo corredor que poseía D. Alonso Quijano y que en vez de irse por esos mundos de dios con su amo, se quedó allí, en la alquería, quizá añorando la caricias del lector impenitente de novelas de caballería.

Estos paseos solitarios son más bien tristes, no sé, a veces pienso que si me encontrase a mi madre, a alguno de mis hermanos, a mi hija, caminando solos por el paseo marítimo, con gorra o sin gorra, que aunque parezca que no tiene su importancia, me preocuparía muchísimo. Mi soledad está bien, está bien incluso mi melancolía y este vagar por la orilla como si no tuviese uno un lugar en el mundo, pero que lo hagan los seres queridos ni me gusta, ni me parece tan bien. Me da escalofríos su soledad.
Yo con gorra soy yo con gorra, pero mi hermano menor con gorra es otra cosa, o mi madre con un sombrero de lana. No sé si me explico.

Se han esfumado los pensamientos sombríos cuando me he cruzado con esta pareja. Él debe andar por los ochenta años, alto y todavía erguido pese a las pendencias de la senectud. Ella algunos menos, setenta y cinco o así, pequeña, delgada y con más coloretes en las mejillas de lo que aconseja la prudencia, como una actriz decadente que todavía suspira por las beldades de antaño. Estaban los dos tirándole fotos a lo poco que podía verse del Coto de Doñana, un manchurrón verde, porque como digo la mañana estaba nublada. Cuando he pasado por su lado han reparado en mí y ha sido ella la que alegremente, andando a saltitos veloces, como una ardilla, me ha dicho si podría echarles, a los dos, una fotografía con la desembocadura al fondo.

Como estaba uno meditando muy profundamente, en plan Fernando Pessoa, no me he enterado a la primera y ella, pensando seguramente que era un poco tonto, me ha hablando con el lenguaje de signos, ha dibujado en el aire con sus dos manitas una cámara, se ha puesto las manos entre los ojos y ha pulsado ese dibujo, abriendo mucho los ojos y arqueando las cejas. ¿Lo entiendes ahora, merluzo?

Ha posado, la pareja, con mucha disciplina, pero al mirar en el visor el resultado de la primera de las fotografías, he comprobado que ha salido hecha una mierda, descuadrada y con una mancha extraña, como un ánima, en el centro. No he dicho nada de esa presencia porque la pareja es muy mayor y no es cuestión de asustarlos estando, por edad, mucho más cerca del más allá que del lado de acá. Vamos a hacer otra, les he dicho, como si fuera ya uno de su pandilla, que ésta ha salido regular. Gracias, gracias, han contestado ambos. Él muy serio, ella muerta de risa. La segunda está ya más decente, incluso me pareció que el paisaje de fondo se había aclarado un poco y podrían enseñarla a los hijos o a los nietos, cuando regresen a casa de vuelta de este viaje. Y de pronto, no sé por qué, me he sorprendido diciéndoles: “bueno y ahora una dándose ustedes un beso, ¿no?”

Yo no sé por qué les he dicho eso. Emilia lo habría dicho casi con toda seguridad y con esa espontaneidad suya que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Recuerdo que una vez que coincidimos con Javier Krahe al que yo trataba casi con reverencias, ella le contó que habíamos estado unos meses antes viéndole cantar y que estuvo bien, pero que tenía un resfriado tremendo, él, Krahe, vamos que cantó como pudo. Y Krahe nos miró como si fuésemos a pedirle que nos reintegrase el importe de la entrada.

Pero yo no soy así y menos las mañanas que salgo a pasear con la gorra puesta. Ya lo había dicho “Ahora, hagamos una dándose ustedes un beso” No pusieron ningún impedimento, al contrario, les encantó, sobre todo a ella, la idea.

La mujer se sostuvo sobre los dedos de los pies, con agilidad sorprendente, como una bailarina de ballet , para así llegar a los labios del hombre tan alto que la esperaba y que la tomó suavemente por la cintura.

Era ese beso, ese movimiento coordinado entre los dos, algo tantas veces repetido que los delataba. Y tenían ambos tan interiorizadas las distancias, la diferencia de altura, que les salió un ósculo perfecto, sin lubricidades ni lenguas, pero a pesar de todo, un beso de amor que testimoniaba que habían sido muchos, que habían sido una pareja que se besa mucho. Y eso, por lo que sea, me conmovió.

Todavía pude verlos marchar, el brazo de él sobre los hombros de ella, el brazo de ella en la cintura de él. Caminando lentamente pero alegres, como si hubiesen perpetrado una pequeña travesura.

A lo mejor un día nosotros damos también ese paseo, con una vida entera detrás. ¿Nos saldrán los besos, las caricias, tan bien como a estos dos amigos? ¿Cuánto de bueno y de malo cargaremos en nuestro zurrón? ¿Qué azares nos habrán hecho dichosos? ¿Cuáles desgraciados? Y así, con estas dudas y estas certezas me he venido aquí. A contarlo.

viernes, 18 de octubre de 2013

MEDIO MILLÓN DE GOLFOS



En el reproche se le nota a esta mujer una gran distancia, diríamos que una distancia infinita. No vamos a decir que sea odio, quizá porque los de arriba, mientras mandan, apenas odian, ellos manejan, deciden o destruyen. Se trata de una afectación casi aristocrática, se trata de un movimiento reflejo del estilo de ese que se le atribuye a María Antonieta “Si no tienen pan, que coman pasteles” . Hemos tenido unos cuantos ejemplos, el famoso “que se jodan” cuando se aprobaban nuevas formas de garrote para los parados, el cínico “tienen pantallas de plasma” o el clasista y casi racista “En Andalucía, los del PER están tomando vinitos en las tabernas”.

Los ricos siempre han sospechado que el mendigo guarda una millonada en los calcetines, que el gitano en la chabola una especie de paroxismo digital de músicas y pantallas y que el subsidiado es un holgazán y un borracho con la nariz roja como un tomate de darle al tinto.
Esta señora, vicepresidenta, se ha engolfado acusando a los parados de fraude, medio millón de golfos, sí señor. Lo repitió varias veces y se le encendían los ojos como a una delegada de clase chivata denunciando a los compañeros.

No le conocíamos esa mirada, no había soltado antes ese rencor de clase.
Cuatrocientos veintiséis euros. Menos sesenta aproximadamente de luz eléctrica: trescientos sesenta y seis euros, menos, pongamos, ciento cincuenta euros de alquiler si han tenido suerte y no viven ya en la calle o en casa de la abuela; doscientos dieciséis euros, menos unos veinte euros de agua y de basura; ciento noventa y seis euros, divididos entre treinta días para una familia de cuatro miembros, tampoco vamos a ponerla numerosa, vienen a quedar: seis euros con cincuenta y tres céntimos diarios para desayuno, almuerzo y cena. Divididos entre cuatro personas (o parias) cada miembro de la unidad familiar recibe, eureka, un euro con sesenta y tres céntimos diarios.

Un euro con sesenta y tres céntimos diarios por persona. Y si alguien, un vecino, un primo, una cuñada, nos dice que le pintemos el techo del garaje somos unos golfos y unos defraudadores. Si buscamos tagarninas o llenamos un cubo de caracoles para venderlos, somos unos delincuentes del comercio. Si echamos cuatro horas los fines de semana sirviendo vinos en la taberna de un amigo, unos burros que ahogamos a la seguridad social con nuestras fechorías.

Así que, en el reproche lleno de aversión a la pobreza que esta señora vicepresidenta nos hace, lo que tendremos que entender es que se puede vivir en nuestro basto país con ese euro con sesenta y tres céntimos por cabeza. Y que si no, si no es posible vivir así, que nos vayamos a Alemania, a Australia o a la mierda.

Por menos temblaron imperios.

sábado, 12 de octubre de 2013

FOLIO EN BLANCO

I

En Word han mantenido,  más o menos,  la iconografía del folio en blanco. Abres ese misterio del procesador de textos y aparece, como un vestigio del pasado. Seguramente se podrá cambiar la configuración, pero uno tiene el ordenador tal y como se lo instalaron.
Si el informático hubiese puesto como salvapantallas una foto de su novia, de su madre o de Marco Polo, ahí estaría  la foto, porque no nos hubiésemos atrevido a cambiarla. Con los expertos en cualquier cosa se comporta uno como con los médicos. Si al primer vistazo te dicen, a lo mejor porque son,  además de médicos,  unos cabronazos: “Tiene usted que dejar los palitos de marisco”, de momento desterramos de nuestra dieta a ese sucedáneo.

Así que seguimos enfrentándonos al temido folio en blanco. A su arrogancia insoportable y pulcrísima que viene a decirnos “A ver qué se te ocurre, con qué vas a llenar este vacío”
Y van, como cagaditas de mosca, las letras formando su hilera, construyendo este otro mundo.

Cesar Vallejo estuvo así, como estoy yo ahora, ante un folio en blanco. Y garabateó en él, con aquella letra suya, elaborada y farragosa, versos enormes:  “Amada, en esta noche tú te has crucificado/sobre los dos maderos curvados de mi beso;/  y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,/y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.”

Seguramente el soneto lo retocó doscientas veces, seguramente tuvo que cuadrar algún acento, a lo mejor hasta contó algunas  sílabas, pero lo que es seguro es que esos dos primeros versos: “Amada, en esta noche tú te has sacrificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso” Esos dos al menos, nacieron de esa cosa,  todavía sagrada,  que sólo  tiene la poesía. De ese enigma maravilloso que convierte la aridez del folio en blanco en un poema, la soledad de un piano en una sonata, la naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa, en  un instante del tiempo detenido por Zurbarán para los siglos venideros.

II

Ese encuentro antes lo buscábamos, nos creíamos capaces de sentir el pellizco y que surgiera el poema. A veces sentíamos el pellizco, bien fuerte, pero lo que nos salía no tenía que ver con lo sublime, más bien era un hematoma, por culpa del pellizco.
Ahora, cuando nos venimos a escribir, no hacemos otra cosa que dar fe de vida. Anotar el día. Si es bueno (el día) lo hacemos con Vallejo, con la música, con los amigos. Si es malo con el presidente del gobierno, con la policía, con las bestias del poder.

III

Pessoa decía haber fracasado hasta en los intentos. Aunque también, otro día, escribió el portugués universal: “Porque yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura”.  Pues casi todos los años, desde que leí esas dos sentencias Pessoanianas y de eso  hace más de veinte, me busco la forma de ponerlas en algún folio en blanco, porque siempre vienen al caso.

IV

Cuando he salido esta mañana, he ido anotando mentalmente  el paseo. Qué extraña perversión literaria, qué manera tan triste de pasearse. Si maulló un gato en un portal, en vez de asistir al espectáculo, estaba, involuntariamente, dándole mi cabeza forma al relato. Me he cruzado también con una mujer que parecía estar como una cabra, hablaba sola y movía mucho los brazos, como si discutiera con el aire, con sus fantasmas. Quedaba también recogida en esa especie de archivo inconsciente que lleva uno encima.

Un poco más tarde he ido a ponerle unos cables de un equipo de música a mi amigo Rafa, de la cafetería “Casa Dueñas” He puesto poca cosa, la verdad, y menos mal que uno de los camareros supo cómo conectar los altavoces para que saliese como un turbión, la música de jazz que leía el reproductor, que si no todavía andaríamos allí, enredados. Entonces ha surgido de la nada , un muchacho con un ordenador portátil que hace campañas publicitarias y cosas para la televisión. Le ha preguntado a Rafa si conocía algún escritor que pudiese escribir unos artículos que ilustraran sus reportajes. Rafa, que me conoce, le ha dicho ahí tienes a uno, él podrá informarte. Y tras toda  una mañana ejerciendo de escritor clandestino, he puesto cara de idiota, he pensando en Vallejo y en Pessoa,  y en vez de ofertarme, le he dado la dirección y el nombre de un amigo. 


No me pregunten por qué. Ya lo hará la familia. 


miércoles, 4 de septiembre de 2013

COMO NOSOTROS


 En una de esas cíclicas tragedias que suceden casi siempre a unos cuantos kilómetros, los necesarios para que nos salpique la sangre un poquito, lo justo, estábamos viendo las noticias por televisión y frente a las terribles imágenes de casas bombardeadas, niños perdidos por la ciudad en llamas; despavoridos, como no debiera de estar jamás un niño, madres cubriendo con sus cuerpo...s inútilmente la agonía de sus hijos, charcos de sangre por el suelo y socavones de espanto, mi hija que tendría apenas seis años y que se había quedado unos segundos mirando a la pantalla, probablemente sin dejar de jugar con la sopa, como Mafalda, buscando la escapatoria a esa disciplina de la nutrición, del almuerzo, para ella un coñazo, para millones de niños en el mundo un sueño muchas veces inalcanzable…pues como digo, sin dejar de estar en lo suyo, echó mi hija un vistazo a la pantalla y dijo, con esa bendita inocencia, ante el espectáculo de muerte y desolación: “ Pero, papá, esta gente no se querrá como nosotros, ¿no? “

La cucharada que iba a meterme en la boca se detuvo, en el aire y me quedé mirándola, dudando entre contarle la verdad, o contarle otro cuento, como esos que contaba Sherezade al sultán para evitar con ese encandilamiento que sentía el sultán por la narrativa, la muerte, el degüello.

Es esa distancia infinita que sentimos frente a otros seres humanos, la que nos lleva a valorar la incidencia electoral que puede tener una agresión militar contra Siria. Lo que subiría el petróleo, la caída ya completamente en picado del turismo en todo el norte de África, los costos de la reconstrucción, el desgaste de los mandatarios implicados en la posible coalición de bombarderos.

Como estamos seguros de que no se querrán como nosotros, según entendía mi hija, incapaz de comprender tanta miseria moral, tanta mierda, nos ocupamos de estas menudencias de la vida, cuando estamos prometiéndoles la muerte.

¿Hasta dónde estaríamos nosotros dispuestos a llegar si masacran a nuestras familias, los unos y los otros, si nos condenan al hambre, si nos tratan, no ya a nosotros, a los nuestros, a nuestros hijos, como ratas? ¿Hasta qué punto se elevaría la espiral de venganza si fuésemos nosotros?

¿Y si, al final, pese al desastre y a las bombas que dan a la muerte rango cotidiano, esta gente se quiere como nosotros nos queremos?
 
 
 

jueves, 8 de agosto de 2013

VIRUS

A punto estaba de cuadrar el círculo de fuego, el poema. Me faltaba nada, una sílaba,  para que encajasen por fin la estética y el run run filosófico y de pronto, zas, la pantalla del ordenador se desfigura y aparece un mensaje coronado de logotipos y eslóganes de la policía nacional, la guardia civil, la hacienda pública…la banda, vamos, el golpe de estado, la llamada a la puerta de tu casa sabiendo que no es el lechero.

El estupor duró unos segundos, el tiempo de leer la tontería con la que justificaba ese virus informático su invasión. Fue muy sencillo detectar el timo; errores gramaticales, burradas de la concordancia y,  sobre todo,  la exigencia de cien euracos lo antes posible para perdonar los delitos que, al parecer, había uno cometido y que iban desde atentar contra los derechos de autor y de la propiedad intelectual, a la pederastia, pasando por el terrorismo. Como si dijéramos, todo lo execrable por el pensamiento moderno. Faltaba lo de la drogadicción porque parece difícil chutarse vía internet.

El virus es bastante ingenioso dentro de su mala leche y habrá quien busque la forma de pagar ese dinero antes de que la familia o los jefes,  tengan  que ver lo degenerado que se es o se ha sido.

Debo decir que ya conocía esta estafa, hace algún tiempo le sucedió a un buen amigo que me pidió, por favor, que fuese a socorrerlo porque, para más inri, la pantalla con las acusaciones le había salido en el ordenador de su novia que él estaba manejando en esos momentos.

 Había que vernos a los dos, sin haber hecho nada, ni ser culpables de otra cosa que de haberle visto el culo a bastantes señoritas y de alguna infructuosa búsqueda de Elsa Pataki en la coyunda, zascandileando en el modo seguro de Windows para crear otro usuario que fuese inocente y que pudiese desbaratar aquella inquisición cibernética.

Lo más llamativo – y lo más doloroso- era esa convicción de mi amigo: “Algo habré hecho”. Quizá alguna de esas protuberantes mozas no tuviese dieciocho años, o a lo mejor mi interés por el mundo árabe, por las causas de esta larvada guerra de guerrillas en la que vivimos, o mi curiosidad por descifrar las causas de que existan tantas personas que no quieren ser españoles. No sé, decía sulfurado mi amigo, medio en broma y medio en serio,  puestos a investigarme seguro que merezco la mazmorra, el paredón o el destierro.

Al final conseguí desmantelar la amenaza vírica. Y mi amigo, en agradecimiento, me quiso invitar a un montón de copas. Ya liberado, sin pensar si eso, tomarse unas cuantas copas con un amigo un día de diario, no estaría también penado por alguna institución o por algún observatorio para las buenas costumbres.

Yo no tuve esos temores, la verdad. La pornografía me parece una celebración fálica bastante aburrida cuyos cúlmenes son unas eyaculaciones admirables en alguna parte, cuanto más rara mejor, del cuerpo de la mujer. Gimnastas jadeantes en posturas ridículas. En su momento, cuando apareció el Emule, me bajé música para varias vidas, que por cierto ya no escucho nunca porque en You Tube está todo y con minimizar la pantalla tenemos música de fondo para todo el día. Y, en cuanto a  mis inquietudes geopolíticas las dirimo, todavía, en libros de papel. Es curioso, sin embargo, cómo ese primer momento, cuando somos acusados, todos hacemos un fugaz inventario de nuestras pequeñas fechorías. Tanto y tan bien nos ha acostumbrado la maledicencia contemporánea  a pensar mal del vecino. Tanto y tan bien se ha instalado la sospecha en nuestros corazones y aplicamos sin tapujos a cualquiera esa mendacidad, ese “Algo habrá hecho” que como en la fantasmagoría  Orwelliana nos aplicamos a nosotros mismos, como hizo mi amigo. Ese tristísimo:  Algo habré hecho”.
 
 

miércoles, 17 de julio de 2013

EN LA COLA


La cantidad de hombres y mujeres es proporcionada, paritaria, como dicen los burócratas de los partidos políticos. Hay algunos que se manejan con bastante soltura y te dicen para qué sirve tal número,  o a qué pantalla debes permanecer atento por si apareciera tu nombre, como en una rifa, y junto a tu nombre el número de una mesa y de un despacho.

 Está, como en casi todos los sitios, prohibido fumar y por eso hay un grupo de hombres y mujeres que lo hacen en la acera, llueva, nieve o truene. No se alejan mucho y fuman casi pegados al portal para escuchar el pito que avisa de los turnos, no sea que se pase eso, el turno, y que se pase  puede condenar a alguien a no tener ni un euro que echarse al bolsillo durante un mes o más,  porque se cumplen los plazos. Es decir que los turnos, la pantalla, los nombres, las mesas y los formularios son importantísimos, cuestión de vida o muerte.

Los cigarros que fumamos en la acera son cigarros muy baratos, casi todos de una marca de contrabando con nombre mágico y sabor asqueroso; Elixir.  Hay un rastro de colillas diarias, algunas con carmín y otras no, que a saber qué angustias, qué esperanzas y qué frustraciones sosegaron, ahí, mientras se esperaba el turno; el puto turno.

Los hombres y las mujeres tienen carpetas azules de cartón y goma elástica, unas carpetas muy tristes que contienen fotocopias del libro de familia, de los certificados de empresa, de los salvoconductos de la ruina. Pero también hay algunas señoritas, seguramente fueron secretarias de algún constructor o comerciales de una inmobiliaria, que cargan con maletines ostentosos, como si no pudieran asumir su nueva condición de parias. Todavía visten como cuando iban al trabajo cada mañana, con faldas cortas y camisas bonitas. Se las ve algo avergonzadas de estar tan cerca de los pobres. No quieren ni mirarlos, están todo el tiempo con el teléfono móvil y  sólo levantan la vista,  deseosas de salir de allí,  cada vez que suena, por si les tocara a ellas, el pito. (Se quiere decir, el timbre que avisa).

Los más acostumbrados se saludan entre sí y se preguntan qué tiempo les queda a cada uno, como los enfermos terminales.

Ese tiempo se refiere al subsidio, la ayuda o la migaja que todavía perciban por haber trabajado una temporada. Se dice continuamente, como un mantra que fluctúa;  para solicitar, para renovar o para echar la ayuda, aunque es claro que la ayuda se la echan a ellos. Hay caras de angustia, sí, pero hay también bromas, buen humor, chascarrillos porque parece que no han podido robarnos la alegría. Aún.

Y por supuesto hay quejas, indignación, causas por las que valdría la pena meterle fuego a, no sé, la mesa donde se amontonan los formularios de colores.

Una mujer de unos cuarenta años está sublevada porque de la miseria que cobra cada mes, el gobierno le ha robado treinta euros, porque trabajó dos horas al mes, contratada. ¡Para eso prefiero que no me contraten! , exclama y todos le damos la razón, asentimos con la cabeza y hasta las dos pijas recién llegadas al fabuloso mundo de las oficinas de (ji ji ji) empleo, levantan la cabeza y miran como diciendo que hay que ver y que vaya mierda de país.

La peña se va animando y se ponen a contar cada uno de ellos la fechoría a la que han  sido sometidos. Uno, jovenzuelo, grita que lo que tenemos que hacer es no votarlos, no dice partidos,  pero se entiende que a ninguno de los que se presenta a las elecciones. Otro, de más o menos mi edad, afirma: “Esto tiene que reventar” y casi todos dicen que sí, que tiene que reventar y se diría que lo más les gustaría a la mayoría es eso; que reventase de una puta vez. El amigo que ha dicho esto ve de pronto su nombre en la pantalla y se le aplaca bastante el ímpetu revolucionario, mira a un lado y a otro buscando el despacho y la mesa indicadas y corre mansamente  hacia allí porque parece que prefiere que reviente cuando ya tenga él echados los papeles para ir cobrando.

Los demás no, los que estamos esperando seguimos con la tertulia. Y sale el yerno del rey, que si se enterase de lo que le hemos llamado, seguro que devolvía hasta el último céntimo o se moría de la pena. Sale el presidente del gobierno, que tiene que haber llegado a eso por generación espontánea, porque votarle parece que no le ha votado ni dios. Salen, en verdad, todos los partidos políticos y lo más bonito que se les dice a todos ellos es ladrones, cabronazos   o hijos de puta.  La canciller alemana también sale un poco y a ésta creo que había que ahorcarla. Me parece que dos o tres  personas sabían cómo arreglarlo todo: “Esto lo arreglaba yo”. Da un poco de pena que los arreglos más tajantes tuvieran siempre un chero fascista.

Con Zapatero estábamos mejor, dice una señora que ha metido su cuerpo  serrano en unas mallas de color gris y a la que muchos hombres,  algunos barrigones y alopécicos y otros no, le han echado fugaces miradas al trasero,  y otra le replica que ese, Zapatero, es el que nos ha llevado a la ruina. Lo hace esta con mucho rencor, no sé si a Zapatero o a las lorzas de la otra que están siendo tan celebradas por la masculina concurrencia.

Algunos no intervenimos en nada, pero no paramos de decir que sí con la cabeza y de hacer visajes con la cara, como diciendo; ¡Ay, si yo te contara!

En algún momento llega nuestro turno y saludamos al foro. Siente uno la solidaridad de una forma sinuosa, es como si estuvieran los compañeros diciéndonos, a ver cómo escapas, camarada. Entramos con los hombros caídos y pensando en qué papelitos nos faltará, si nos tocará un funcionario bueno o uno con cara de perro. Si no habrán cambiado la ley hace un rato, si no nos harán preguntas que sólo conducen a la melancolía; dónde le gustaría trabajar, estaría usted dispuesto a irse de su ciudad, de su comunidad autónoma, sabe usted idiomas, qué otras habilidades maneja, además de las que vierte usted por la tinta de su currículum. Cosas tan peregrinas que tiene uno ganas de decir que es un gran bailarín de merengues y bachatas, que si se anima nos lo hacemos allí mismo, lo del baile, y salimos al patio de los parados los dos, enlazados como en un musical, haciendo las delicias de todos los postulantes al subsidio. Pero no decimos nada, o decimos que sí a todo. Y nos vamos de allí, con la música a otra parte. ¿ A qué parte? A la oficina de correos que está hasta la bola de gente pagando el recibo de la luz minutos antes de que la corten. 

A eso recibo una llamada: oye, que si quieres venir a recitar poesías a un sitio. Miro con vergüenza a mi alrededor, no sea que alguno de los míos haya escuchado esto, y digo que no, que ando muy ocupado.
 
 

jueves, 20 de junio de 2013

CAÑAMERO EN LA CAVERNA


No tenía ganas de ver el programa. Sé cómo las gasta esa caterva de extremistas que dan alguna entidad a un gazpacho ideológico donde el tomate, el color, lo pone un conservadurismo estomagante, en cuanto a costumbres, sexualidad y moral, y el sabor ese extraño liberalismo- dizque de influencia anglosajona-  que se ciñe sólo a lo económico, obviando otros respetos democráticos. Pero como en mi casa se hace lo que yo obedezco, terminamos mirando y escuchando esa tertulia a la que habían invitado a Diego Cañamero, del SAT.

Pusieron como aperitivo, tras un cara a cara entre el banquero Mario Conde y el propio Cañamero,  un reportaje- llamemos así a un panfleto tendencioso y zafio- en el que se afirmaba que entre las hazañas del SAT estaba, por ejemplo,   la agresión a una cajera de supermercado, hablaban literalmente de un asalto violento en el que una cajera resultó herida (no añadieron de gravedad porque todavía no hace mucho de esta acción audaz del sindicato, pero todo se andará, al tiempo) se relataba también que los sindicalistas ocupaban las fincas para hacer paellas y para bañarse en las piscinas de los terratenientes. Y así con todo.

Yo pensé; esto va a durar poco porque ahora el amigo Cañamero va a levantarse con gran dignidad  de la mesa, no sin antes denunciar la encerrona de los cavernícolas ilustrados y lanzar, si puede, una enfática diatriba contra la manipulación y por la lucha obrera.

Esperaba, de verdad, esa reacción que era la única que me parecía normal y hasta decente. Pero, ay,  el poderoso canto de sirenas de los teatros  y las vanidades que el foco despierta en las personas, mantuvieron sentado al sindicalista. El amigo Cañamero no dijo ni una palabra sobre el reportaje, a lo mejor no lo vio y en ese intermedio del programa lo llevaron a tomarse una tapita, porque de haberlo visto, digo yo que algo tendría que haber dicho.

Así que el debate continuó. Cañamero defendió su discurso que se sabe bien, no sólo porque lo haya repetido en los tablaos de montones de pueblos de Andalucía, sino porque creé sinceramente en lo que dice y no necesita llenarlo de florituras literarias, pero uno estaba ya un poco mosca con lo del reportaje y lo que terminó de ponerme nervioso fueron algunos cariños que se hacían, ¡oh San Fidel de las sierras! , el jornalero y el banquero Mario Conde.

Que diga yo esto,  que frente a algunos excesos verbales de amigos míos he sido el primero en censurarlos, en defender urbanidad incluso en medio de la revuelta, puede parecer sorprendente para quien me conozca. Pero es que me parece que a esos sitios, o bien no vamos, o si vamos que sea para liarla. Sin otra violencia que la del gesto, tampoco se va poner uno a tirarle tartas de merengue  a la cara al presentador (que bueno, todo es pensarlo detenidamente) o se va a bajar los pantalones para enseñar el trasero como los punkis, pero siempre habrá cuando andemos en manos de estos demócratas de toda la vida, oportunidad y espacio para eso, para un gesto. En el caso del programa que nos ocupa, me parece a mí, que tenía que haber sido tras el reportaje.

Porque lo que siguió después, las preguntas más o menos capciosas a la que sometieron al jornalero y de las que, en general, salió airoso, las supuestas coincidencias en lo obvio de la banda esa con los argumentos del SAT, las parrafadas nauseabundas a pesar de la brillantina buenista y cristiana, del señorito banquero, incluso los halagos envenenados que le hacían unos y otros a Cañamero, nos dejaron muy tristes,  porque sentía uno que estos tertulianos le tenían ese respeto insalubre que se le tiene a lo exótico y que trataban al camarada, que es lo más parecido a nosotros que sale en televisión , como al buen salvaje.
 
 

sábado, 15 de junio de 2013

VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS


Acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva la muerte”. Y yo, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor.” En este momento, Millán Astray no se pudo detener por más tiempo, y gritó: “¡Abajo la inteligencia!” ¡Viva la muerte!”, clamoreado por los falangistas. Pero Unamuno continuó: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”

Me siguen emocionando estas palabras de Miguel de Unamuno. También estas otras de Miguel Hernández:

Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

También cuando Vallejo escribe:  

Lo han matado, obligándole a morir/ a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquel/ que nació muy niñín, mirando al cielo,/ y que luego creció, se puso rojo/y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos./Lo han matado suavemente/entre el cabello de su mujer, la Juana Vázquez,/a la hora del fuego, al año del balazo/y cuando andaba cerca ya de todo./Pedro Rojas, así, después de muerto/se levantó, besó su catafalco ensangrentado,/lloró por España/y volvió a escribir con el dedo en el aire:/«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»./Su cadáver estaba lleno de mundo.

Y si leo a Machado, casi se me llenan los ojos de lágrimas, conmovido:


Se le vio caminar... Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Esto y muchos más es lo que tenemos nosotros. Ellos tienen esta fotografía tan asquerosa. Repele esa pose, esa chulería marcial, esa arrogancia de los asesinos. Ese saberse poseedores de las armas, esas armas que dispararán contra el pueblo, su enemigo. Todo lo demás es humo y apaciguamientos de la conciencia de esa mala gente que camina y va apestando la tierra. 

lunes, 3 de junio de 2013

LUNES DE RESACA

La playa estaba preciosa.  Dicho así parecería el primer verso de una rumba y luego; el mar bañaba tu piel…Pero precisamente, andábamos por allí huyendo de eso; de la rumba loca y del cante por sevillanas. A un lado la feria del pueblo con todos sus excesos, no por conocidos, menos desconcertantes. Al otro la playa y nosotros paseando, casi solos, ni siquiera los del deporte,  que habrán hecho un paréntesis en sus rigores y andarán recuperando en esta semana los diez kilos que llevan intentando quitarse de la panza y de las cachas desde el mes de septiembre.

A lo lejos vimos a un hombre nadando y algunos de los relámpagos de luz del crepúsculo casi doraban su torso. En la orilla le esperaba una muchacha bellísima, blanca y rubia, como el hada madrina de Pinocho. Cuando el hombre, un jovencito en realidad, salía del agua le echaba la novia una foto con su teléfono móvil y pudimos ver que también era hermoso aquel muchacho, pero vamos, dije enseguida, la novia es mucho más guapa. Y ella asintió y yo apreté el puño y absurdamente hice el gesto que hace Fernando Alonso cuando gana algo de lo suyo, como diciéndole al efebo ¡toma, chaval!...

Podríamos montar una asociación los pocos que nos venimos cada tarde a celebrar las celosías del crepúsculo, no sé, quedar luego en una terraza y entre cervezas irnos comentándonos los detalles. “Te diste cuenta de cómo se ocultó esta vez el sol, a toda prisa, como si tuviese prisa por cederle el trono a las estrellas” “¿viste lo hermosas que se ven todas las muchachas cuando miran el mar, como Alfonsina pero esperemos que sin tragedias”. Las mujeres parecen siempre más interesantes cuando solas, miran el mar, o leen un libro en el banco de una estación. Como Penélope, la de la copla.

Nos daba un poco de pena no tener ninguna gana de cruzar la frontera que delimitaba aquella paz, para meternos de lleno, como caídos en la marmita de la fiesta, en eso, en el cachondeo.
 Y nos íbamos engañando el uno al otro, bordeamos los límites haciendo una inspección por los puestos de cachivaches y ropas de mercadillo, porque la negritud este año no ha venido o han venido muy pocos. Eso me ha quitado de quedarme embobado mirando la Kora o el Djembe , instrumentos cuyos nombres ya suenan a lo que son en sí mismos, como ponerle de nombre a un chiquillo Pelayo, ya suena a lo que son sus padres porque el chiquillo no tiene culpa de nada. De momento.

Allí, entre las tristes Jaimas que les han puesto este año, me compré una pulserita de cuero. Tres euros. Le di diez al africano que las tenía allí expuestas, en un telar y me contó que no tenía cambio.
Yo tenía dos euros cincuenta que me habrían sobrado de alguna cosa en el bolsillo y tentando estuve de ofrecérselos, para hacer lo del regateo y de paso hacerme el chulito, pero inmediatamente me avergoncé de mí mismo. Hay muchos cretinos que dicen que no regatearles el precio a estos comerciantes es casi una falta de respeto, pero yo eso no me lo creo y me suena a aquello de que a los gitanos les gusta vivir sin agua corriente y sin luz eléctrica, o que a las muchachas vistosas y con minifalda si les hace algún perro asqueroso algo, es porque van provocando.

El joven africano buscó cambio y ella le dijo que hiciera el favor de ponerme él la pulserita, que yo era muy torpe. No sé si eso lo dijo o lo escuchó uno como una música de fondo. El caso es que mientras me la ponía, la pulsera, me fijé en sus manos, unos dedos larguísimos como de pianista de jazz, completamente negros por delante pero en las palmas de color carne un poco estropeada, la verdad, como si esa blancura que en nosotros es completa, fuese lo más feo de sus manos, del estilo de la psoriasis.

Dos puestos más adelante encontré que esa misma pulsera estaba a un euro con cincuenta céntimos y los dos nos miramos y convenimos que la mía era mejor, de más calidad, y nos echamos unas risas porque nos dimos cuenta enseguida de que nos estábamos mintiendo como el zorro con las uvas.
Por fin llegamos al alboroto y saludamos a unos amigos. Estaban todos bastante borrachos porque no habían ido ni a ver atardecer, ni a hacerse los cosmopolitas por los tenderetes, habían preferido los amigos beberse bastantes vasos de vino y muchísimas cervezas.

Me habría gustado estar como ellos, ebrio y no tan melancólico. Sobre todo me habría gustado no pegarles mi melancolía, como una infección, porque si cuando llegue acababan de terminar de bailarse una canción de Joaquín Sabina muy graciosa y seguían cantándola aún, poniendo la voz esa de crápula derrotado y musitando que “lo de ellos había durado lo que duran dos peces de hielo en un vaso de güisqui” a los diez o quince minutos de estar conmigo, terminamos todos hablando de la muerte. Sí, ni más ni menos, mientras que en la caseta aquella sonaban tonadas de ole que ole la alegría de mi tierra y cosas así, catetas y simples, mis dos amigos y yo filosofábamos sobre la disolución.

Y ahora era yo el que pretendía poner algo de humor en aquellos ánimos taciturnos que seguramente eran culpa de la melopea, pero también de mí aptitud, que como un heraldo negro, había ido dejando tristísimos mensajes aciagos. Por fin dije: Bueno, tíos, vamos a hablar de otra cosa, que la muerte es lo último. Y con esta broma un poco negra, conseguí que los amigos recuperasen su sonrisa e incluso que siguieran con la copla de Joaquín Sabina unos minutos más. Pasando de la consternación al choteo, como la vida misma. Quizá también como la muerte, eso no lo sé.

De ahí, los amigos empezaron a competir por ver quién de ellos me quería más. Esto parece muy halagador, pero es muy incómodo y no sabe uno qué decir. También decía uno que me entendía mucho mejor que el otro, lo que me puso otra vez triste, porque yo pensaba que si había que descifrarme era porque nunca había sido tan claro y tan sincero como yo me las prometía.

Pasado un rato, desaparecí de aquella convención sin despedirme, digamos que huyendo casi de puntillas que entre tantísimo estruendo y algarabía seguramente no hacía falta porque nadie iba a oírme ni a echarme de menos.

Al rato se vino ella que se había quedado un rato más con esa pandilla. Nos sentamos con otros amigos y como apenas se podía hablar porque la música (es un decir) seguía declamando atavismos romeros, bebíamos muchas cervezas y fumábamos mucho. Ese truco lo deben saber los propietarios de las casetas de feria y por eso lo primero que contratan cuando van a montar los chiringuitos son los enormes altavoces, que luego cuelgan de cualquier modo en las esquinas. Si no le dejamos ni conversación ni tregua, tendrán que ponerse hasta el culo y entonces será cuando podamos mercarles toda esta fantasía de garrafón y chocos fritos retorcidos.

De vez en cuando yo la miraba por ver si se decidía a dar por concluida la conversación y así volver a mi cuarto y ponerme a leer sin esa angustia de que se me viene encima el amanecer y tendré que levantarme para el trabajo, sin apenas haberme acostado.

Al final los amigos y nosotros mismos decidimos que ya estaba bien y que deberíamos retirarnos a nuestros aposentos, como los marqueses. Y ese momento fue el más feliz para todos, nos levantamos en comandita y ese momento, con el frescor de la madrugada y pudiendo por fin dirigirnos los unos a los otros la palabra sin gritos y sin parecer que estábamos discutiendo de política o de fútbol, me animó mucho.

Les hubiera dicho que ahora podríamos dar otro paseo por la playa, todos juntos, y charlar de nuestras cosas, nuestros hijos, nuestros trabajos, nuestras ruinas y nuestros proyectos. Pero a esas horas la playa estaría llena de amantes copulando y de borrachos y borrachas meándose, cagándose y vomitándose. Eso si no se habían emboscado allí cuadrillas de bandidos feriantes esperando a los incautos y a los románticos para enseñarles las navajas.


A medida que nos alejábamos de los ruidos de la feria y quedaban ya, tan pronto, como un eco del pasado, parecíamos decirnos el uno al otro, sin hablarnos, que otro año más, que otra feria, que lo habíamos aguantado más o menos dignamente y que habían toboganes en los que habíamos derrapado y caído, melancolías en las que nos habíamos ensimismado algunos días, alegrías cicateras a las que seguíamos asiéndonos como el náufrago a su tabla y algunas, demasiadas ausencias. Un año más, juntos. 


viernes, 31 de mayo de 2013

LOS BRUJOS


 
Una tarde, el ser humano no era perseguido por algún bicho más fuerte, más ágil y más letal que él mismo. Aquella tarde, por lo que fuera, estaba siendo tranquila y en vez de dar saltos de risco en risco mientras el  tigre de dientes de sable agarraba al más débil de la tribu, o al más lento y se lo zampaba en dos o tres mordiscos, se quedaron nuestros ancestros mirando cómo iba poniéndose el sol.

Uno de ellos que, pongamos, se había quedado cojo en alguna de esas persecuciones y que como apenas participa en otras a la inversa, la caza por ejemplo del oso cavernario, se vio obligado a nutrirse con raíces y tubérculos, porque la tribu no había descubierto aún lo de las prestaciones por invalidez,  ni la ley de dependencia. Para eso faltaban algunos millones de años y duraría, el descubrimiento, lo que dura una revolución, nada, un corto espacio de tiempo.

Así que,  mientras los chulos se comían la carne cruda de la caza, nuestro renco antepasado tenía que conformarse con plantas silvestres y con algún gusano que por allí reptara o anduviera. Entre esas plantas descubrió algunas que elevaban su mente a estadios de percepción rarísimos, serían seguramente antepasadas del peyote o de la amanita muscaria, con aquellas melopeas y con el estómago medio vacío, nuestro amigo cojo amagaba extrañas danzas, gruñía como una bestia malherida y a veces daba risa al resto de la tribu, y a veces daba miedo.

 Cuando daba risa, si alguno de los machos se hartaba de la tabarra del cojo, le pegaba con un hacha de piedra un hachazo en la cabeza y se acababa la ópera. Pero, la mayoría de las veces, el cojo daba miedo, porque hasta de su cojera, es decir de su dolor se olvidaba cuando estaba inmerso en alguno de aquellos momentos alucinados y viajaba su cerebro a inexplicables regiones de maravilla e inconsciencia.

Fascinados por ese estado de fantasía y de ebriedad, los carnívoros glotones empezaron a pedirle que compartiera su magia y él, dueño del secreto, fue repartiendo con cicatería las dosis a los compañeros a cambio, al principio porque no se atrevía a más, de algunas sobras del banquete, pero poco a poco exigió para él los mejores cachos. Los más nutritivos y exquisitos.

Así, este marginado social, se fue haciendo con el poder en la tribu. Ya digo, si sobrevivía a la risa y al garrotazo y conseguía provocar miedo entre sus congéneres.  Acabábamos de inventar la ebriedad  y la brujería.

Erigido ya en brujo, se fue corrompiendo como lo hace todo poder.  No se conoce poder que no haya sido corrupto, como no se conoce cadáver  que tampoco, salvo el brazo de Santa Teresa y, me parece, que la momia de Lenin.

Empezó nuestro brujo cojitranco a tener caprichos y poco a poco iba haciendo sus apuestas, que eran cada vez más arriesgadas. Les decía a sus coetáneos, ya casi súbditos y sumidos todos en una borrachera considerable gracias a sus preparados de raíces y savias, como no me traigáis un buen entrecot  de Mamut ese sol que estáis viendo ponerse entre las montañas y que mañana debiera salir otra vez, no lo hará, no habrá amanecida y será la noche eterna. Y entre la trompa que llevaban y el miedo al castigo que tenían, hasta los más cachas de los cavernícolas se plegaban a los deseos del antaño marginado social.

Los caprichos cada vez eran más delirantes y las amenazas de no cumplirlos, más apocalípticas. Fuegos eternos en los que se quemarían los cuerpos, diluvios universales que ahogaría a todos, quimeras monstruosas que emergerían de los mares para zamparse a conocidos y vecinos. El brujo tenía ya altares en los que echaba cosas, una tienda de campaña hecha con pieles de bisonte más buena y más lustrosa que las del resto, sin moscas asquerosas y enormes alrededor chupando los restos de carne del animal muerto. Incluso se hizo con una pequeña policía que le protegiera de posibles revueltas. Acabábamos de inventar la religión y el poder.

Y con esta milonga ha vivido y vive la humanidad su historia, soporta las más grandes infamias y las tribulaciones más horrorosas, pendiente de una vida ultraterrena, que cada brujo cuenta a su manera. Y cohabitan el planeta quienes andan convencidos de que con un chaleco de dinamita y saltando en pedazos para llevarse por delante a unos cuantos infieles, tocarán un cielo de huríes, con los que con anillos de diamantes y palacios de oro exigen humildad y votos de pobreza a cambio de ser propietarios, tras la muerte, del reino de los cielos, o como mínimo de una parcelita en el Edén.
La brujería no existe, pero los embrujados sí.

domingo, 19 de mayo de 2013

REITERO


Si antes lo escribe uno, antes salta la jauría a retratarse. Hablaba por aquí hace unas semanas de esa suerte de urticaria moral que les produce a algunos paisanos de la vida el hecho de que pudieran las personas del mismo sexo tener los mismos derechos para vivir en común que disfrutamos  los que gustamos de otras formas de acoplamiento carnal. Y hemos visto estos días cómo unas bestias de la gran Rusia golpeaban ferozmente a los manifestantes gays, también hemos leído por ahí que uno de cada cuatro homosexuales europeos ha sufrido agresiones homófobas  y todo eso nos produce una gran consternación.

Las agresiones se dan cuando los gays o las lesbianas levantan un poco el dedo y dicen “aquí estamos”, mientras permanezcan en la mesa camilla y hagan sus intercambios genitales en la intimidad, el bestia que pega las tortas y el cafre  que decora su ancestral repugnancia con moralinas y argumentaciones delirantes, no se meterán con ellos ni nada.  Pero, que no osen estos desviados  tomar la plaza pública con sus  mariconadas y sus exigencias intolerables porque entonces iremos a correrlos a garrotazos si fuere menester.

Por eso, cuando algún buen amigo nos recuerda que la sexualidad, es algo tan íntimo que no entienden que de ella se haga batalla política, tenemos que contestarle que es íntimo eso del sexo, pero no tanto como para que haya que mantenerlo en secreto, que es lo que les pasa a muchas personas porque temen rechazo, desprestigio y hasta puñetazos si hacen pública su condición. Luego ya con el asunto de la adopción, los argumentos son tan de tertulia de rocieros ajumados, que para qué va uno a decir nada, mejor un buen viva la blanca paloma, o un viva el rey, o un viva España, o quizás un viva la muerte.

Y, hablando de la muerte y de la vida, también nos inmiscuimos un poco en el asunto del aborto  en esa parrafada a la que quizá le estemos dando ya  demasiada importancia, y nos cuentan que, en el Salvador, una chica de veintidós años puede morirse en el parto porque está bastante hecha polvo,  padece el lupus eritematoso discoide y una insuficiencia renal grave. Lo del lupus con esos apellidos,  ya nos pone los pelos 
de punta con solo leerlo.

Resulta además, para que no le falte al caso de nada, que el feto que va a traer al mundo esa chica de nombre Beatriz, como la amada de Dante, va a morirse en cuanto nazca porque tiene el feto anencefalia, que quiere decir que  le falta una parte del cerebro y aunque conozcamos a muchos anencefálicos metafóricos por estos pagos, la enfermedad real impide que el recién nacido sobreviva poco más de un rato, a no ser que algún piadoso lumbrera científico lo enchufe a algo y se dedique a estudiarlo. Como un botánico.  
Por lo visto la iglesia católica es muy beligerante con este caso y ha optado por el rato de vida que pueda tener el recién nacido y porque Beatriz sucumba a la muerte para nada, a sus veintidós años.

Además es tan infame  la  iglesia que se dedica a difamar y calumniar a la chica, como si anduviera despechada porque haya tenido Beatriz tan mala suerte y la ponga en ciertas dificultades morales.  

Si en vez de andar, como es lógico, completamente destrozada  y aterrorizada  por esa muerte casi segura que le espera, Beatriz, abriese sus manos y mirando al cielo dijera que quiere traer al mundo el fruto de su vientre, la iglesia católica en vez de decirle a la chica que no sea gilipollas y que se deje de alardes místicos, la elevaría a los altares y la coronarían mártir del derecho a la vida de los no nacidos (que suena eso de los no nacidos a película de ciencia ficción de serie B) .

La dura realidad viene a reafirmarme en mis argumentos, ya me hubiera gustado a mí lo contrario y dejar así mis argumentos en las últimas, porque para qué queremos llevar razón en el espanto. 

domingo, 28 de abril de 2013



Un poco de angustia, porque estoy leyendo “Los enemigos del comercio” de Antonio Escohotado  y no paran de salir referencias a otros pensadores y a gran parte de ellos no los hemos leído, o lo ha hecho uno superficialmente, frecuentadas solamente sus obras más populares, así Hayek, Schumpeter, Plutarco o el mismo Kant.  

Y viene la angustia porque seguimos pensando en clave de vida eterna, quiero decir, que seguimos suponiendo que vamos a tener ese instante continuado de paz algún día, que vamos a disfrutar, por fin, en alguna época de ese sosiego que nos permitirá inmiscuirnos en el conocimiento humano. Comprender de una vez cómo se sostienen los sistemas económicos y los satélites del cielo, cómo se desarrollan las relaciones mercantiles entre un extremo del mundo y de la idea (China) y otro (EEUU) 
Cómo,  mientras una parte nuclear de la humanidad maneja los azares del resto, va el resto vociferando algunas ideas elementales, que pretenden, la mayoría de las veces, para más escarnio, ser libres, personales, originales e independientes.

E imagina uno esos consejos de administración con enormes mesas de juntas en los que se certifica la venta de 994.000  barriles diarios de petróleo (año 2011) por la República Bolivariana de Venezuela a los Estados Unidos de América. 

No sabemos cuánto de revolucionarios tendrán los delegados comerciales a los que afectan poco o nada las turbulencias diplomáticas entre los dos supuestos antagonistas políticos. Y seguramente estará bien aplicarles a esos comerciantes la vieja máxima del pragmatismo ciudadano: “Con las cosas de comer no se juega”. Pero, eso no quita que nos rasquemos simiescamente la cabellera cuando andamos en procesión  tras una pancarta en la que pudiera leerse fuera los yanquis de América Latina y desde la extravagancia demagógica o el convencimiento ideológico, que eso no lo sé, se nos azuza para extremar ese grito y ese desafecto del yanquis go home, mientras los mismos que nos animan a  hacerlo desde sus tribunas, sancionan más tarde, en esos casi clandestinos consejos de administración de los que hablamos, la relación comercial más intensa que se recuerda entre esos dos países.

La base de los conflictos es bastante elemental, porque el conflicto llega cuando las secuencias de la negociación y del lucro se abisman. Y por ello nos vale, aquella frasecita casi infantil, creo que de Valéry,  que rezaba: “La guerra son hombres que no se conocen y se matan, para el provecho de  hombres que sí se conocen y no se matan”

miércoles, 24 de abril de 2013

MATRIMONIO ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO


Esa beligerancia de una parte de la población contra la posibilidad de que dos personas del mismo sexo, mayores de edad, plenamente responsables de sus actos, decidan casarse, nos parecería folclórica, si no fuera porque resulta que es  una beligerancia contemporánea. Quizá, si el mundo prefiere avanzar y no involuciona hacia las cavernas, en el futuro nos parezca eso;  otro ejemplo del folclore reaccionario.  E incluso nos veamos obligados a explicarle a nuestros nietecitos, que es que había gente así, mientras nuestros nietos nos atenderán  atónitos, como si les estuviésemos contando un cuento.

Hay prejuicios tan interiorizados que no precisan ni decorarse con los abalorios de la ideología. Y todo lo que tiene que ver con la libertad de los otros, suele estar lastrado por estas resacas del comportamiento social. 

Hace algún tiempo, mantuvimos un grupo de amigos,  un debate, o mejor; una conversación,  sobre los roles masculinos y femeninos en el hogar. No es que fuésemos ninguno especialistas en nada, nuestra especialidad era, en todo caso, la propia experiencia de la vida en pareja, que para charlar un rato, da.

Era muy curioso observar como algunas de las mujeres, quizá en una defensa de sí mismas, de su propia dignidad a través de sus “hombres”, repetían con cierta insistencia que sus maridos “las ayudaban”.  Al principio no. En una primera exposición se les hacía a los maridos todos los reproches domésticos; haraganería, insensibilidad, dejadez y falta de compromiso. Mas, a medida que profundizábamos en la conversación e iban quedando esos maridos bastante desmejorados por el retrato que hacían de ellos su esposas y – a veces- ellos mismos con sus intervenciones, las propias esposas trataban de arreglar el asunto y era cuando surgía ese argumento tan peregrino y traicionero: “Mujer, se decían entre ellas, Manolito me ayuda/echa una mano, etc…”

Uno no piensa que esas mujeres estén sometidas por el hombre y vivan unas vidas horribles debido a esa sumisión.  Ni cree que esos  amigos, ni uno mismo,  seamos totalitarios especímenes de una relación entre dos personas. Lo que uno piensa es que por más que cambiemos nuestro traje y por buena y justa que sea esa alerta intelectual que nos hace pensar  o intentar no ejercer el machismo, al final seguimos respondiendo a esos atavismos y seguimos considerando nuestro compromiso doméstico, eso: Una ayudita que nuestra generosidad otorga a la que, por condición social y hasta biológica, está facultada para ello, para llevar la casa.

Así que,  cuando  entre personas que teorizan- a veces de manera bastante alegre y ágrafa- sobre la emancipación de la humanidad, la revolución socialista y hasta de las miserias de la filosofía, se reproducen estos vicios naturales; ¿cómo habrán de ser los prejuicios con los que lastran su vida los que, por el contrario, abogan por postulados conservadores, a veces, y francamente reaccionarios, otras?

Uno de los más socorridos argumentos que esgrimen los que se declaran contrarios al matrimonio entre dos personas del mismo sexo, es el de la perpetuación de la especie. Hombre, y eso pudiera ser hasta cierto si al final resulta que la homosexualidad es algo tan maravilloso, que como una epidemia del placer, toda la humanidad se adscribiera a esas prácticas olvidándose para siempre de  otras ambrosias, las  heterosexuales.

Pero pensamos que no, que a una gran mayoría de hombres les seguirán gustando las mujeres y viceversa. Incluso si se diera esa fantasmagoría sexual de que no, de que a todos los Pepes nos enamorase el Pepe de enfrente y a todas las Marías, la María del bloque de al lado, el ser humano está lo bastante evolucionado como para asumir su compromiso genético y, aunque fuese haciendo un grandísimo esfuerzo, uno sería capaz de echarle un polvo, digamos a Elsa Pataki, sin ganas ningunas, o alguna Josefita,  hacerlo con el  Brad Pitt, sólo por eso, porque la especie no se abismara a su propia autodestrucción.

Si quitamos, por inconsistentes, esos argumentos genetistas de la procreación ¿qué nos queda para oponernos a esa convención social del matrimonio entre personas del mismo sexo?

“Lo Natural” Eso lo he oído decir yo más de una vez y casi siempre viene enlazado con el mito occidental de la fecundidad.

Pienso que lo natural, contrariamente a la tendencia que lo venera desde una suerte de panteísmo místico/ecologista, no lleva implícito “bondad”. Es más, creo que afortunadamente el ser humano ha ido sobreponiéndose a esas subordinaciones de la naturaleza, y ha sido capaz de domesticar al medio y a los habitantes de otras especies que pululan por el medio.

Que la ha liado parda en muchísimas ocasiones, está clarísimo, pero que en general, el ser humano vive más y mejor, cuanto más y mejor ha sabido dominar a la naturaleza, parece fuera de toda duda también. Ese “más” que he utilizado no pretende ser un elemento cuantitativo de perdurabilidad, sino más bien,  un elemento cualitativo. Lo digo, no vaya a ser que alguien me salga con eso del viejecito de la tribu que –dice tener- ciento veinte años. Los viejos de las tribus también mienten…naturalmente.

Y no quiero circunscribir esta disertación (hoy estoy que me salgo) sobre lo natural al ámbito puramente ecológico o de supervivencia humana. También quiero interesarme por eso que filosóficamente se ha denominado “La Naturaleza Humana”. La naturaleza humana, que me perdone mi dilecto Rousseau, a mí me parece, así, en bruto, un espanto de egoísmo criminal.

Si algo nos debiera distinguir de las bestias es esa posibilidad que tenemos- a saber de dónde nos viene- de ponernos en el lugar del otro. El progreso, la civilización y la cultura nos han ido depurando poco a poco y, esa facultad de considerar al otro, nos permite vivir en sociedad. Sin ella, gobernándonos naturalmente por el mundo, pudiera suceder que ande uno paseando con un amigo y le entren, pongamos, a este amigo ganas de orinar, o peor aún; de defecar alegremente y se baje los pantalones, si es que no es tan natural que ni los lleva puestos, y se ponga así, a cagar delante nuestro. Esta sería una reacción natural a un estímulo fisiológico que un fundamentalista de lo natural pudiera considerar normal. Afortunadamente no es así y hemos ido aprendiendo a contener nuestros esfínteres y a valorar la intimidad para la ejecución de ciertas actividades que sólo a nosotros mismos debieran concernirnos.

De manera que el argumento de “Lo natural” aguanta pocas porfías. Además de que parece lo más natural del mundo dejar que procesen los sentidos sus tendencias. Probablemente, y para acabar con la bisoñez de esta idea de que lo natural es la unión entre hombres y mujeres, tendríamos que recurrir a la bisexualidad como el estado natural de los seres humanos. Después, la vida en sociedad, una vez superados los ciclos lactantes, anales y genitales, irá perfilando nuestras preferencias. No creo yo, salvo algunos desajustes genéticos, que nadie nazca heterosexual, como no puedo creer que nadie nazca completamente facha. El mundo tendrá mucho que ver y que decir sobre la evolución del cachorro humano.

Yo creo que nos queda “Lo moral”. Una moral, sólo eso, que como todas las morales tienen  por un lado, sus componentes íntimos, personales e intransferibles y por otro,  una dimensión social. 

Sobre la parte personal, nada que decir. Como la religión, el gusto culinario, el onanismo o las afinidades deportivas, que cada uno, con su pan se lo coma. Pero la controversia surge cuando esa moral, que ya hemos dicho es personal e intransferible y nos conduce hacia unos parámetros de comportamiento ciudadano, viene a erigirse en “La moral” y sin otros argumentos que mi propia forma de vida, mi propia forma de entender las relaciones entre las personas y mi propia forma de relacionarme con el mundo,  y pretende ser la única forma de vivir, la moral buena, la moral “pata negra”, como si dijéramos.

Uno tenía que haber empezado por decir que el matrimonio, aparte de para facilitar ciertas servidumbres administrativas, sirve para poco y  le parece a uno,  una soberana tontería. Que ni ata ni une nada está más que demostrado, que lo que ata o une a las personas es otra cosa, otro misterio. Pero no estamos hablando de utilitarismos ni de fantasías amorosas, creo. Creo que estamos hablando de derechos. (No sé por qué digo estamos hablando, así, en plural. Ay)

Y, por fin, llega la confirmación de la sospecha: Creo que lo que molesta y enerva de esa manera a los que se manifiestan contrarios a cómo quieran organizar su vida otras personas, es eso, que tengan ese derecho.

Que tengan los mismos derechos que ellos, habiendo declarado públicamente no ser “iguales” que ellos. Ahí radica casi todo el sustento filosófico de la reacción: que los que han testimoniado su diferencia, pretendan vivir junto a mí como iguales.
 
 
 
 

domingo, 7 de abril de 2013

LA MALDAD


Parece que los de la plataforma de afectados por la hipoteca son malos. Muchos de ellos son grandes propietarios con chalés y con segundas residencias y para uno o dos que pueda haber con dificultades, la que están liando. Malos.

Parece que el actor ese, Toledo, es malo, pero no mal actor, sino un mal tipo. Y como él otros cuantos, todos ricos y saciados de fama, sexo y bonísimas viandas. Muy malos y muy falsos.
Parece que los sindicatos, pero no los sindicatos, más bien la noción de sindicalismo de clase, es una cosa mala. Los del SAT más malos porque hacen las cosas como a principios del siglo XX, qué importa que los métodos del patrón vengan  involucionado precisamente a ese tiempo. Malos y además antisistema, más malos que la quina.

Parece que las personas que se manifiestan por plazas y avenidas, son casi todas ellas, malas personas, que además obligan a los guardias a salir en fotos y vídeos muy feos y muy tristes.  Malos y chivatos de la infamia de la época. Malísimos.

Parece que las mujeres que se defienden de la garra multiforme del patriarcado son malas mujeres, que no será lo mismo que mujeres malas. Malas, machorras y feas.

Parece que los que mandan cartas desde la cárcel para que de una vez por todas se tome alguien en serio la posibilidad de la paz, la oportunidad de la paz, son más malos que un asesino.

Parece que los ancianos que firmaron con sus bancos una estafa monumental  y que han perdido así los ahorros de su vida, son malos, pero no por ser ancianos, sino por poner en peligro la estabilidad financiera de este” basto” país.

Parece que quienes consideran en el  siglo XXI una rareza folclórica la existencia de una familia tocada por el dedo divino que puede reinar sobre el resto de los ciudadanos, así, por la cara o por la resaca de batallas y exterminios inmemoriales, pues parece que la gente que eso lo ve una injusticia y una bofetada a la razón, son malas gentes.

Parece que los negros que atravesaron medio continente africano,  con la esperanza de una vida que sea vida o que se le parezca a la vida, son malos, que hicieron esa dura travesía con el único objetivo de venirse a las esquinas de Babilonia a delinquir y a pervertir a nuestros vástagos. Malos y negros, como demonios.

Parece que los que fuman son malos y que son malos los que beben. Malos los que todavía cantan y malísimos los que aman la libertad de besarse Manolos con Manolos y Felisas con Felisas, esos son de una maldad inmoral.

Casi todos mis amigos son malos. Casi todo en lo que creo es  malvado, casi todas las alegrías que tengo son malas y, por qué no decirlo,  un poco guarras. Se diría que me he convertido en una suerte de demonio pervertido.

Menos mal que sé perfectamente quiénes son y a qué se dedican los buenos. 

sábado, 30 de marzo de 2013

TERRIBLES OCHENTA





Lo moderno se queda anticuado enseguida, ya sé que esto es una obviedad y que es  la esencia de la moda, pero los muy modernos cuando inmersos en esa suerte de arrogancia despectiva -yo voy a la última y tú no, tú eres un paleto- no suelen caer en que esos trapos y peinados que hoy están exhibiendo como un trofeo del gusto, dentro de nada, serán muy ridículos.

Los años ochenta, por lo que fuere, estuvieron plagados de gente modernísima. Ahora,  cuando vemos imágenes de ese tiempo,  nos da la risa floja  y cuando testimonian las fotografías que hubo una época en que  las personas vestían así, como si hubiesen salido de una enfermedad,  no sé; la polio por ejemplo, asumimos lo fugaz que es todo y como las tiranías de la moda abismaron a personas que pensábamos normales a esa barbarie de hombreras en las chaquetas, guardapolvos para irse a lo del baile, cardados de fantasía con mechas inverosímiles y todo un repertorio de cosas dañinas para la salud mental.

Vemos una fotografía de un señor paseando por las calles en 1915, y nos parece ese señor más de nuestra época, más contemporáneo,  que esas de los años ochenta como salidas de una pesadilla de Almodóvar (dios, da escalofríos pensarlo) , con tantos colores que a fuerza de querer desprenderse de la tristeza y la depresión de los años oscuros, producen un cansancio visual (e intelectual) comparable a una tarde en la feria de Arco.

Porque esa es otra; la moda artística. Yo creo que como andaban estos muchachos y muchachas todo el día de fiesta en fiesta, bebiéndose sus buenos cuba libres y metiéndose tiritos en los retretes, no tenían mucho tiempo para cuidar su obra. Pero era un bucle, porque muchos de ellos, pintores, diseñadores, poetas rarísimos, si no llevaban su pachanga a las galerías de arte o a los colegios mayores, no eran invitados a las fiestas para ajumarse y ponerse ciegos perdidos de cocaína, de manera que algo tenían que hacer y entre vomitera y sudores, sacaban los pinceles y plasmaban allí, como colofón a todas esas nocturnidades, su churrete de colores, o sus poesías, o sus canciones, como diciendo ¡toma ya, ahí queda eso!.

Algunos diseñaban sillas en las que sólo podía sentarse un contorsionista ( y de los buenos) otros dibujaban rayas para arriba y para abajo (en qué andarían pensando) los teatreros sacaban en todas las obras a una muchacha desnuda y a veces a un muchacho,  con la picha engurrumida por el frío, cuando ibas a verlos, pagabas tu entrada y como premio, la chica desnuda (con abundante vello púbico porque lo de las ingles, como todo, también tiene sus modas) te tiraba en la cabeza el contenido líquido de un orinal, o el muchacho, con la picha ya un poco más repuesta, te perseguía por los palcos del teatro, como diciendo te voy a poner bien, estimado público.

En las poesías salía siempre una cabina de teléfonos (ya casi no hay) y eran muy del gusto de aquellos poetas hablar del ojo del culo de la gente, las irreverencias con las monjas y cosas de navajas brillando como la luna. Como el romancero gitano, pero con más smog.

Los cineastas glosaban la escena en la que una adolescente, una niña casi, echaba una meada sobre una maruja medio demente. Y los cantantes, que bailaban como si les hubiera dado una trombosis y anduvieran en rehabilitación, cantaban que eran metálicos en el jardín botánico, y ese verso, tan tonto, se convertía en himno y divisa generacional.

Pues toda esta verbena, aunque los jóvenes de hoy en día no den crédito, marcaba tendencias e influía en la vida cotidiana. Eran un grupo, una élite, pero consiguieron tanta presencia social y mediática, que han pervertido la historia y se diría que todo el que tuvo en esos años menos de treinta , estaba con ellos, viviendo esa vida tan loca, tan bohemia y tan cachonda.

Pero no, la mayoría de las personas vivían una vida perra, trabajando cuando trabajaban en trabajos mal pagados y de mierda. Los jóvenes del extrarradio, sin dinero para lentejuelas y otras bisuterías, se dejaban crecer unas melenas leoninas y se compraban en el Disco Play una camiseta con un bicho horroroso estampado en ella. Los modernos cuando los veían, decían ¡uy!...y decían ¡ay!, porque eran rockeros y eso del rocanrol estaba muy antiguo, existiendo Mecano, y había quedado para los yonkis de Carabanchel alto y para cuatro o cinco rojazos de pueblo, medio hippies y anti otan, incapaces de asir la intrínseca belleza de una canción que decía,  sombra aquí y sombra allá, maquíllate, maquíllate…¡Con dos cojones!

Viendo la banda de pijos, de nobles apellidos muchos de ellos, que conformaron aquella fantasmagoría ochentera, entiende uno el acierto con que dieron nombre a ese momento: La movida. Sus padres o sus abuelos, cuarenta años antes llamaron a su orgía de sangre “El movimiento”. 

domingo, 24 de marzo de 2013

AL VUELO





I

Por si estoy muy equivocado, uno de los ejercicios habituales a los que me someto, así, por la cara,  es la lectura de libros de la otra parte. Del otro bando si queremos ponernos belicosos. Tengo muchos amigos que sólo leen a sus partidarios y, de verdad, no le veo yo interés a esto, es como alimentarse de sí mismos en una suerte de endogamia bastante triste, bastante árida. Con eso, con la lectura casi psicótica de lo que nos reafirma,  poca perspectiva se consigue y corremos el  riesgo de transformar la idea en panfleto y la razón en dogma. Yo no he venido hasta aquí, (sea “aquí” lo que sea)  para vivir entre panfletos y dogmas.

II

Todo el mundo tiene derecho a conservar la fantasía de la infancia, y eso es bonito y es justo, pero, por ejemplo,  convertir a una persona en momia, como se pretendió con el cadáver de Hugo Chávez, tiene tanto de romería, de atavismo religioso, contra el que, creo yo, deberíamos ir peleando, que uno se queda un poco estupefacto y barrunta que no vaya a ser que la revolución se transforme en una cosa cateta y monacal donde tengan más importancia las estatuas, uniformes y banderas (y las momias) que ese proyecto, humano de emancipación.

III

Porque así, dándonos tanto la razón,  terminamos como en esas reuniones de amigos borrachos de unanimidad,  donde a todo decimos vale y a todo decimos sí, porque somos de puta madre todos y cada uno de nosotros,  y que la revolución no se ha hecho todavía, pero que está al caer. Luego salimos a la calle y constatamos que como escribía Alfonso Sastre: “ Miro por la ventana y veo que es domingo/ y que en la calle vestida de domingo/ la gente parece muy conforme con el domingo/ y con toda la vida en general”.

IV

También están los que el ímpetu revolucionario les viene de dentro, como el color de los ojos y  no necesitan ni libros, ni tratados, ni mucho menos razonamientos porque en la razón se aloja,  como una lapa reaccionaria, la duda. Y con la cabeza llena de dudas (razonables) a ver quién es el guapo que coge un fusil. No sé si me explico.

V

A mí la propaganda me parece estupendamente para tomar la plaza pública, para vender perfumes y hasta para echarse una novia, pero para la alerta intelectual y el propio criterio, me parece la propaganda perniciosa.  Como si fuésemos por la vida siempre intoxicados.

VI

Todo esto lo escribo porque encontré en un mercadillo el manifiesto de Partido Alemán de los Trabajadores,  traducido por al español por uno de la época y he leído hasta donde la náusea me ha permitido. Buscaba en el texto analogías fundacionales con otras causas extremas, buscaba los nexos grandilocuentes por donde la verborrea hermana ideologías opuestas, pero no, de verdad que no. Tiene uno cierta facilidad para ponerse en el lugar de los otros, pero por más que pretendan ahora los revisionistas,  equiparar al  nazismo y  al comunismo,  y hacer tabla rasa de todas las ideas más o menos mesiánicas, más o menos radicales, no son comparables ni los principios, ni los medios, ni sobre todo los fines de estos dos grandes vértices del pensamiento,   la lucha y la guerra del siglo XX. Los crímenes cometidos por los unos y los otros, sí.

VII

Ya metidos en faena, he leído otra vez ese estremecedor diario que escribió Manuel Barbadillo, casi simultáneamente a cómo  iba transcurriendo  los hechos del drama del primer año de ocupación de Sanlúcar de Barrameda por las tropas del general fascista Francisco Franco.
Consideraciones literarias al margen, este libro “Excidio” conmueve el doble porque está escrito por una persona de derechas. Se siente en su relato el temor y la pleitesía, a veces incluso cierta levedad aristocrática. Pero ni la afinidad ideológica del autor con los militares y con los falangistas, ni algunas de las justificaciones de los asesinatos cometidos por éstos, son capaces de evitar el sentimiento de horror y hasta de piedad, que este hombre siente por sus vecinos fusilados. A veces, con gran elegancia, el autor desliza el crimen, supuesto o real, por el que fueron hechos presos y, como decimos, posteriormente asesinados en cualquier tapia de cementerio o en medio de unos viñedos estas personas. Los crímenes son tan difusos, tan insignificantes, que el hecho de citarlos, no puede ser otra cosa que una denuncia, no de ese crimen, sino del otro, del verdadero que perpetraba impunemente ese glorioso ejército nacional y sus ayudantes, los temibles paisanos falangistas.

VIII

Insisto; cuando se dice que no, que todas las ideas, cuando grandes y revolucionarias,  son iguales, cuando se tiende a ese relativismo moral, puede ser bastante esclarecedor hacer una pequeña (y macabra) relación de a quiénes mataban los fascistas, quiero decir de a qué se dedicaban los que fueron exterminados.
En este librito, “Excidio”, se dan de una manera casi notarial, nombres, apellidos y ocupación de los asesinados. Echemos un vistazo:

Manuel Brito Vidal, confitero. Miguel Valencia Serrano “Chavera”, gitano. José López Chía, aguador. José Blasco Romero, albañil. El campana, cantaor. Manuel  Gutiérrez Pérez “La osa” afeminado. Juan Gil Gómez, marinero. Juan Domínguez, electricista. Agustín Lara, torerete. Francisco Galán, gitano. Tomás Ponce Fanega, camarero. Antonio González Raposo, campesino. Manuel reyes, ex guardia de arbitrios. Antolino, operador de cine. Palma, marinero
Y así muchos más, muchísimos; campesinos, panaderos, obreros carpinteros…también algunos militantes socialistas, anarquista o simplemente republicanos.

No sé si el señor Manuel Barbadillo tuvo intención de esclarecer  algo con su meticulosa información de los nombres y profesiones de cada uno de los asesinados. Lo que uno sí siente, comprende y sabe,  es que resulta, efectivamente, muy esclarecedora esa macabra lista. Lo que uno comprende enseguida, es  a quiénes consideraban los falangistas “El enemigo” y  contra quiénes luchaban. Ya digo; albañiles, campesinos, marineros, oficinistas…