martes, 18 de diciembre de 2012

GARZÓN


Vimos la entrevista a ese hombre que era juez. No sé, hay mucha gente que le tiene gran consideración y que alaba su trayectoria de cuando era eso, juez. A mí, dejando a un lado las vicisitudes de su oficio, me ha parecido este hombre siempre de una vanidad brutal y creemos con Cioran que la vanidad exagerada casi siempre conduce hacia alguna forma de crueldad.

 La entrevista se la hizo uno que era cómico y ahora pasa por ser uno de los grandes periodistas del país. Es cierto que posee este entrevistador/cómico,  la capacidad de tocarle las pelotas a los entrevistados y de ponerlos en evidencia. Célebres son algunas de sus interviús; al noble señorito andaluz al que sacó de sus casillas y se hizo el solo un buen retrato, a algunos corruptos de la vida política, económica y policial del momento. Pero, en esta entrevista se les veía a ambos, el ex juez y el ex cómico, bien relajados. Si soltaba alguna pulla el entrevistador lo hacía con mucha suavidad y sin cargar las tintas. El ex juez se defendía con gran soltura, daba la impresión de que no hubiese cometido nunca un error, de que todo lo que en la vida le haya ido mal,  ha sido por culpa de conspiraciones y alineamientos misteriosos de los planetas.

Uno malicia que ha de ser este  un hombre que si tiene, no lo permita dios, un gatillazo en la cama con la esposa, novia o amante, argumentará que la otra parte no estuvo a la altura, que no se puso la otra parte el tanga bueno, el de las erecciones memorables, que no se había depilado las ingles o, en fin, que no supo la otra parte ponerle calentorro.

Este ex juez montaba en sus buenos tiempos unas redadas multitudinarias por el norte y a los pocos días, muchos de los que habían sido detenidos en esas redadas salían en libertad y sin cargos. Yo, en mi ignorancia supina, considero que eso es un error bastante grave. A lo mejor un juez e incluso; un ex juez, está acostumbrado a la policía y a las cárceles y a los calabozos de las Audiencias nacionales, pero la mayoría de las personas no lo estamos. Y los padres de esos chavales que luego ni eran asesinos ni nada, cuando veían a sus hijos ser conducidos al trullo no deben haber olvidado las excelentes operaciones multimedia de este hombre.

También ya talludo y bien informado, se metió a lo de la política con un partido que en ese momento andaba enredado en múltiples corrupciones y fundamentalmente en un proceso por crímenes de estado, que se escribe pronto. Tampoco le merece este suceso capital en su vida ni un “Perdonen ustedes, la cagué” . Y es que quizá no la cagara, quizá sabía perfectamente dónde, cómo y con quiénes se metía. Saca el ex juez esa vocecilla aflautada que así, en la tele, hace mucha gracia pero habrá que oírla en su despacho, interrogando o diciendo al sospechoso que se va a comer un marrón bien gordo, y dice que estuvo bastante bien aquello de irse y venirse de la política.

Más o menos nos recuerda y nos advierte, para el que no lo supiera, que él fue el que dirigió la liberación de Ortega Lara, alude de paso al trabajo de la benemérita, pero poquito, para decorarse todavía más sus laureles,  como el arquitecto que contemplando el chalé dice; Y el jefe de obra también es un máquina…Y, más o menos así, toda la entrevista, hagiográfica por el mismo entrevistado y porque, en este caso, el entrevistador no podía evitar las simpatías que le suscitaba este hombre.

Y es cierto que estuvo con lo  de la droga y algo hizo contra sus oligarcas, y con lo de Pinochet, con las víctimas de  los crímenes de la dictadura argentina, con lo de Franco y con algunas otras nobles causas. Pero insisto, como se dice en mi pueblo; tiene un cherito…

Para terminar de epatarla, el ex juez hace una afirmación que a sus acólitos dejaría bien satisfechos: Soy juez, sí, pero de izquierdas soy. Y lo repite alguna vez más; soy de izquierdas. Y entonces, henchido en su pleonasmo, afirma que jamás, en ninguna sentencia o actuación judicial llevada a cabo por él (y para decir eso reta al presidente del gobierno, claro, alguien de su nivel, no va a retar a la administrativa de la Audiencia), decía que reta al presidente del gobierno a que demuestre si en alguna de sus actuaciones ha influido el ser de izquierdas.

En Cádiz, le diríamos; no, picha, no. Serás de izquierdas y el copón pero no se te nota. Y posiblemente también serás ecologista cuando saquen unas camisetas monas, pero cuando te vemos de cacería por ahí con ministros y otros revolucionarios magníficos, o mandando cartas entrañables al presidente del Banco de Santander, pues mira, no se te nota nada. Ya digo; en lo espectacular sí y ahora con lo de Julian Assange, pues de puta madre también, lo tuyo con el de la Wikileaks es como lo de Sabina y Serrat, un buen show y dos pájaros de un tiro.

Y coñas aparte, la pregunta que uno le hubiese hecho: ¿Y para qué queremos los ciudadanos de este perro mundo, eminencia, que un juez sea de izquierdas, que ya cuesta creerlo,  si esa orientación no le va a condicionar absolutamente en nada a la hora de ejercer su profesión? ¿Para hacerle la ola? 

domingo, 16 de diciembre de 2012

GABINETE DE FUTUROLOGÍA



“Jesús nació en un pesebre/ en  cualquier sitio/ salta la liebre”

La biblia en verso.Citado por Josep Pla.


Yo ya sé que la campaña de la delegación de fiestas a cuenta de  esto de las navidades va a ser, a pesar de las dificultades  que por la crisis sufre la corporación municipal, un éxito. Y que el delegado asomará la cabeza por la prensa del pueblo y dirá más o menos exactamente que el  ayuntamiento se felicita por lo bien que ha ido todo. Eso es como si yo pido el micrófono en la plaza pública para felicitarme de lo bien que me ha salido un artículo, o una copla, o un polvo. ¡Ciudadanos, hay que ver para la edad que tengo cómo me ha salido el… (artículo, la copla, el polvo, lo que sea)

Y sé perfectamente que la cabalgata de los reyes magos, si bien más austera que otros años, habrá vuelto a llenar de ilusión y alegría las calles de nuestra ciudad. Sé que este titular magnífico coronará las primeras páginas de los periódicos locales, ya sean estas páginas cibernéticas o de papel y será ilustrada la noticia con una fotografía, seguramente muy mala, como si el fotógrafo en lugar de tomarla en la calle ancha, sentado en una cafetería,  lo  hubiese hecho en Kabul, sorteando obuses y balas y no hubiera podido por eso mejorar la “instantánea” .

Yo sé que todos (absolutamente todos)  los eventos, tinglados y  banquetes que se celebren en estas fechas, señaladas como una menstruación en los almanaques del año, serán maravillosos; el de la asociación de viudas, el sarao de la orden de los reyes magos, la cena benéfica de los fulanos, el concurso de belenes de los zutanos, todo saldrá estupendamente y con mucha fatiga, leeremos; Un año más la trompetada o zambomba organizada por tararí tarará ha sido un rotundo éxito.

Yo sé que el primer premio de la lotería nacional va a estar muy repartido y que los suertudos agraciados entre botellas de champagne, vecinos eufóricos y micrófonos, balbucearán que con los millones van a tapar algunos agujeros (económicos) y van a hacer una viajecito, y lo dirán así, en diminutivo, como si aún no asumieran su nueva condición de millonarios.

Yo sé que habrá una catástrofe, terrestre, marítima o aérea y que morirán bastantes personas. Que el borbón dirá unas palabritas con una dicción como de mongolito emporrado y sé que prácticamente ningún ciudadano normal le escuchará. Me sé lo de las uvas y los brindis y los deseos que se piden, deseos tan prosaicos como conservar el trabajo el que lo tenga, conseguirlo el que lo perdió. Deseos de andar por casa y de renquear por la crisis.

Me sé también lo de la pelea que tendrán treinta o cuarenta pelones adolescentes en las primerísimas horas del año dos mil trece en la que habrá heridos por arma blanca. También sé que habrá estrenos en los cines, películas con lacito, como los regalos a los que podrá ir toda la familia. Y que los centros comerciales se transformarán otra vez en una Arcadia colmada de venturas, hechizos y músicas de fondo.


Yo sabía, que al final tendría que escribirla, que por mucho que me propusiera no escribir esta cosa, ni dedicarle unas líneas a la verbena, al final acabaría haciéndolo. Mi mujer ha dicho; yo también lo sabía, así que le he contestado con una de esas burlas que las parejas de larga duración se infringen y se aceptan entre la resignación y el cariño:  Fun, Fun, Fun…

domingo, 2 de diciembre de 2012

APUNTES DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA


La primera parte de esta historia, aunque nos empeñemos en vivir en Babia, esa tierra tonta donde toda semilla germina, que dijo el poeta, la conocemos.

Y entonces leeremos:

Era un país en el que millones de personas se despertaban cada día con una llamada de teléfono de alguien  que les increpaba desde un despacho, como hacía la mafia con sus rehenes económicos, y desde ese despacho se les exigía pagar recibos de cosas que habían sido adquiridas cuando el mundo parecía bonito, de colores, cuando la vida era una tómbola, como en la copla. Muchos de esos teléfonos hacía ya tiempo que sólo podían recibir llamadas porque las compañías suministradoras del servicio habían suspendido la posibilidad de emitirlas, las llamadas, pero habían dejado lo de recibirlas para que tuvieran los bancos,  por ejemplo, un número al que dirigirse y con el que perturbar a las personas, que eran también unos números. Rojos.

Y seguiremos leyendo en esa crónica futura:

Muchas de esas personas se tiraban desde los balcones de sus hipotecadas viviendas el día que la comisión judicial iba hasta sus casas a decirles a los suicidas que ya no, que ya no eran sus casas, que todo había sido una estafa, una mentira, un sueño hermoso en el mejor de los casos y que había un sitio, secretísimo, donde trajeados y repeinados oligarcas se estaban meando y cagando todo el día sobre el papel donde se podía leer todavía, entre manchas de orín y churretazos de mierda pura, lo de la vivienda digna, lo del derecho al trabajo y un montón de chistes macabros más, todos  del mismo estilo.

La historia continuará narrando que:

Toda una generación de jóvenes hijos de las clases más deprimidas y castigadas por la gran cochambre económica, perdieron la posibilidad de estudiar en las universidades porque se creó, contra esta gente, una mitología del mérito que se basaba fundamentalmente en méritos jerárquicos, de linaje y de clase. Había, como siempre, jóvenes que sin tener dinero podían terminar sus estudios superiores, pero estos eran casi genios que a los capos sistémicos les interesaba becar para que alguien mantuviese el  pulso intelectual de la aldea.

Se contará que:

En los comedores sociales, el color de piel de las largas colas para entrar  por la sopa triste había ido destiñéndose y cabizbajos padres de familia con su prole, guardaban cola todavía ataviados con sus jerséis lacoste en algunos casos y con sus vaqueros de etiqueta, testimonio de  otros tiempos y otros afanes.  Casi todas las personas del país sabían cómo sellar el carné de paro por internet, qué requisitos había que juntar para recibir con muchísima suerte, cuatrocientos euros al mes que cada viernes, los sicarios de los capos sistémicos, amenazaban con quitarle a la pobre gente.

Se nos asombrará contando que:

Los trabajadores firmaban los contratos sin leerlos, llegaban al tajo sin preguntar el precio de su jornada, a muchos se les bajaba el sueldo y los representantes sindicales organizaban solemnes reuniones para administrar las migajas. También que la Seguridad Social precintaba negocios porque no pagaban estos negocios las cuotas que mantendrían así, saneado el sistema, cuando cerraban esos negocios iban tres o cuatro trabajadores a la plaza pública a meterse las manos en los bolsillos, a los pocos días a solicitar el desempleo y en breve a cobrar el subsidio que partía de esa misma Seguridad Social que no había recibido el dinero para pagarles y que ahora iba a pagarles ese dinero a esos hombres que se habían quedado sin empleo porque habían hecho cumplir la ley esas personas tan sabias que administraban el cuento de Juan de la Pipa.

Nos rasgaremos las vestiduras al comprobar que:

En este contexto de drama social, una nueva clase erigida al calor de los dineros públicos, andaba untando y untándose millones de euros en corrupciones asquerosísimas, cobraban jubilaciones millonarias, los bancarios que habían arruinado el sistema con engañifas y caramelos envenenados, eran gloriosamente rescatados de su ruina y para pagarles a ellos, a los capos sistémicos y a sus sicarios, a los junteros de los consejos de administración de las cajas de ahorro donde había muchos socialistas ( ja, ja ,, ja) comunistas (jua jua jua) y sindicalistas (ja jua ja jua ) para pagar este atroz banquete de tiranos, se les quitaba subsidios a los parados,  a los viejecitos se les negaba una revalorización de las pensiones, se les cobraba el precio de su senilidad y sus achaques en farmacias arruinadas y se les conminaba a estar solos porque no habría ley de dependencia que pudiera protegerles de esa soledad ni de la muerte.

Para conseguir todo esto, continuáremos leyendo:

Se montaron enormes aparatos de propaganda,  se suministró a la población ingentes cantidades de fútbol con rivalidades irreconciliables entre equipos de grandes capitales de provincia, se montaban dispositivos policiales en los que cabía la cosa a un policía por cada dos manifestantes, se les metió a las personas , como un virus maléfico, un rosario de miedos, mejor;  de espanto, para que fuesen dóciles y comprendieran que ninguna otra cosa se podía hacer, que no había más remedio, me cachis en la mar, no podemos hacer otra cosa niños, además; es por vuestro bien.

Y por este miedo a perder la casa, a perder el trabajo, a perder el subsidio, a perder el diez o el quince por ciento del salario,  a perder un ojo  por mor de una pelota de goma en una manifestación, a perder la libertad, a perder los derechos sociales, a perder a la familia, a perder cualquier atisbo de alegría, un día llegó a importarle una reverenda  mierda a la gente perder todas esas cosas y se vio la gente en la fotografía de la época y sintió la gente más vergüenza que miedo, que suele ser cuando aparece la dignidad, y dijeron algunos que ya estaba bien, que hasta allí habían llegado…la segunda parte de esta historia está por escribirse

domingo, 18 de noviembre de 2012

MANIFESTACIONES Y HUELGAS (ÉXITOS Y FRACASOS)


No ha sido un éxito la huelga general, esto parece bastante claro si no miramos las cosas con las gafas en tres dimensiones de la ideología, la organización  y las banderas. Si hubiera sido un éxito no notaríamos, tras unos pocos días,   esa melancolía ciudadana que sigue recorriendo las calles, que sigue llenando las mañanas en las plazas de hombres sin empleo, de mujeres fregando escaleras para llevar un cacho de pan a la casa, de parejas jóvenes mirando el precio de los billetes de avión para emigrar otra vez a los países del norte, de jornaleros del hambre esperando el contrato abusivo o tragando la dura cicuta de la nómina raquítica.

 A Ortega se le atribuye aquella frase “Un esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Si hubiera sido un éxito, a lo mejor la cumbre gaditana esa de jefes de estado y de gobierno habría sido suspendida y la afluencia de miles de marines norteamericanos a la base de Rota, cortada de raíz por la nueva realidad social y política que, tras la exitosa huelga, se hubiera instaurado en esta parte del mundo.

Si hubiera sido un éxito, el gobierno habría convocado a una mesa de las que ellos tienen, de más de diez metros de largo, a los representantes más destacados de la revuelta para gestionar con ellos las  nuevas medidas de carácter urgente que tendríamos que aplicar para salvar a las personas del desastre. O para emboscarlos a todos estos dirigentes y tratar,  bien de comprarlos con dádivas y chantajes, o de meterlos en la cárcel, para escarmiento y espanto de los trabajadores y parados del país.

Así que nos metemos en el sinuoso territorio de los matices y ahí todo vale; el consumo eléctrico, los garitos abiertos, las grandes superficies ajenas a todo lo que no tenga que ver con su universo de cajas de colores y tonterías en oferta. Y del otro lado, la gran movilización ciudadana, las manifestaciones del descontento y las romerías reivindicativas con su antología de eslóganes y pareados más bien tristes.

En el pueblo, una manifestación convocada entre otros, pero  principalmente por un sindicato minoritario; el SAT, consigue una de las mayores movilizaciones de la democracia. Algunos miles de personas en un pueblo adormecido y manso que pasó en su día de votar al partido comunista de España de una manera rotunda, a darle al Partido Popular la mayoría absoluta también. Si no ocurrieran  tantas cosas y las informaciones no fueran en cascada sustituyendo una historia por otra, esta manifestación sería (ojalá no lo sea) histórica. Digo que ojalá no lo sea porque eso supondrá que habrá otros momentos todavía más contundentes, más mayoritarios y la del quince de marzo quedará en anécdota germinal.

El éxito o el fracaso de las cosas que emprendemos se ha ido convirtiendo con el tiempo y con las perversiones intelectuales a las que nos acogemos  para ir tirando, en algo tan relativo que siempre habrá en nuestras maletas tantos argumentos para defender lo uno, como para constatar lo otro. Las cifras pueden convertirse en algo bastante ridículo si empezamos a flipar con ellas. En un rato, los manifestantes, que empezaron en tres mil, incluso cuatro mil en una contabilidad satisfecha pero prudente, rondaron al cuarto o quinto vaso de vino los ocho mil asistentes. La euforia, si queremos ser serios, hay que cortarla rápidamente porque también con la euforia se han escrito renglones de la historia y muchos de los crímenes que se les ha infringido a la verdad, son consecuencia de esa euforia. 

Lo mejor de esa manifestación fueron, corrijo: son,  las personas. Cuando se monta un acto de la izquierda del pueblo en alguna plaza pública y tiene uno tiempo y ganas y acude, ya sea para apoyar o para artistear un poco, conocemos  a todas las personas convocadas. Es lo que tiene la vida pueblerina. Nos saludamos con los viejos luchadores que fueron insumisos, anti Otan, anti globalización, pacifistas, revolucionarios de viejo cuño, con toda la peña, vamos.
A lo mejor hay diez o doce muchachos jóvenes a los que no conocemos, sí, pero enseguida, tras un pequeño cuestionario descubrimos tras sus nóveles melenas, los rasgos de su padre o de su madre y entendemos que vienen a ser el relevo generacional de aquellos a los que quisimos tanto y con los que tantas cosas compartimos. Esta vez no, la mayoría de la gente que estaba por allí testimoniándose en estos tiempos tan duros, era gente nueva para mí, o gente que conociéndola de toda la vida, nunca hubiera uno pensado que se iba a poner tras la pancarta de la justicia social. O gente que hace muy poco tiempo consideraba a los incansables luchadores,  una suerte de  anacrónicos especímenes de los viejos fanatismos del siglo XX.

Eso es lo bueno que tuvo para mí la manifestación. Esperemos que el dogma y el lastre sacro de las organizaciones con sus Stálines,Bakunins,  Troskis, Fideles y hasta Gordillos, no estropeen lo que muchas de las personas que fueron convocadas sentían de una manera tan sencilla, sin tener que llenar las mesitas de noche de estampitas ; el robo, el expolio canalla y criminal de sus propias vidas.

 Creo yo que lo que esas personas sentían y que por eso fueron a gritárselo al aire y al vecindario más cauto que asomaba la cabeza por los visillos vergonzantes de sus ventanas, era el dolor y la rebeldía, por decirlo en palabras de León Felipe, que provoca siempre en un ser humano que así quiera nombrarse, la espada impía de la injusticia. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

MÁS LUZ




Cuentan que estando el borrascoso poeta Goethe en su lecho de muerte,  contestaría a la estúpida y piadosa pregunta de si quería pronunciar  unas postreras y  últimas palabras con un escueto y estremecedor: “Más luz”.
No sabemos si estas fueron  efectivamente palabras de Goethe o si se trata de una mistificación más de su discípulo Eckermann o de algún otro que por allí anduviera. Ya se sabe “verba volant, escripta manent” . Y escrito está. Pocas cosas permanecen y llega un tiempo, una edad, en la que nos percatamos por fin de que no habrá precisamente tiempo para todo, que nuestra maravillosa ingenuidad, humana, demasiado humana, (estamos hoy profusamente germánicos de pensamiento) no deja de hacer planes y que la vida se encargará de desbaratarlos si así lo quiere el mundo, natura o las pasiones mundanas, qué sé yo.

Pensábamos que tendríamos tiempo para aclarar el malentendido con ese amigo que dura,  a lo mejor , ya casi una década y resulta que no, que seguramente el tiempo de las excusas y los abrazos ha pasado. Pensábamos que un buen día podríamos sentarnos con nuestro padre y entrevistarle para aclarar con él un par de cosas, y otra vez viene la vida a decirnos que por ahí anda la parca estropeándolo todo y se nos muere  nuestro padre y esa conversación ya es imposible, a menos que crea uno en los cachondeos esos de la guija y otras ultratumbas.

Estábamos casi seguros que un día habría mucha paz y mucho silencio a nuestro alrededor, que podríamos dedicarnos por fin a nuestros libros, a nuestras músicas. Que pasearíamos libres de deudas y de pendencias por algún paseo marítimo de alguna ciudad mirando con beatitud franciscana a todo el mundo y van pasando los años y seguimos enfrascados en la dura pelea de sobrevivir, de comprar el tiempo de la vida, de ganarnos el pan con nuestro sudor, culpables de un pecado antiquísimo sin posibilidad de indulto.

Por eso, hay veces, en las que uno tiene el deseo de echar mano del teléfono y llamar a fulano para quedar y tomar unas cervezas, o a mengano y felicitarlo por ser tan buen tío, o a zutano y decirle;  ven a casa que vamos a escuchar juntos esos discos que tanto nos gustaron cuando éramos chicos.

Me levanto y le echo un vistazo a los libros, me gustaría mucho volver a leer “Crimen y castigo”, ver cómo me afectarían hoy las tribulaciones del ciudadano Raskolnikov, me gustaría muchísimo leer de nuevo la mitad de mi biblioteca, sabiendo como sé que muchas de esas torres literarias se me caerán porque uno ya no es el mismo que sentía devoción por “La Maga” y que probablemente, de conocerla hoy a ella o a alguna otra mujer por el estilo, correríamos despavoridos de su ruinoso influjo. Sabiendo que lo mismo que se nos ha pacificado el estilo, se nos ha atemperado el  gusto y el ánimo y que de cruzarnos una noche con Mara/Mona, la amada de Henry Miller, nos esconderíamos en algún oscuro rincón del garito, a salvo de tunantas, extravagantes y genios de las artes plásticas.

La noche, que antes nos llamaba como a Ulises las sirenas, se nos atraganta en estos tiempos y no buscamos otra cosa que redundar en lo conocido y en los conocidos. Por eso preferimos , antes que las brumas de los pubs, los almuerzos campestres, las guitarras conocidas con coplas mil veces cantadas y chistes repetidos, antes que el peligroso borracho que se nos engancha al hombro y nos echa ese aliento tóxico del tajarina y del solitario que ha encontrado una víctima, y nos repite que todos los sábados nos lee en el periódico del pueblo y que le gustamos muchísimo. Un periódico por cierto en el que hace más de un lustro que uno no publica una línea, pero estamos como para desfacer entuertos . Y el pelma como para que lo contradigan.

No sé, debiéramos llamar a muchas personas que ha significado en nuestra vida. Debiéramos tener tiempo y ganas de cuidar a los amigos, a la familia que todavía queremos como cuando éramos niños y poníamos ese canon del cariño; Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis primos y mis amigos.

Damos gracias todos los días al niño dios y a su cohorte de angelitos porque nos queden todavía madre, hermanos, primos y hasta una abuela a la que llamar por teléfono ( a la que nunca hemos llamado) Y damos gracias por los amigos, los viejos y los nuevos. El niño dios y su dichosísima cohorte de angelitos pueden estar todo el día escuchando mi conmovida acción de gracias, si ellos quieren claro,  y no tienen el día completo de milagros en el Caribe o en el cuerno de África.

También, volviendo a lo material, miro mis discos; los comprados y los pirateados y me digo: ¿Cuántas vidas necesitaríamos para escuchar toda esta música? ¿Cuántas para sentirla como sentí aquella vez la música de Bach? ¿Y Cuántas para escribir ese libro que desde hace cuarenta y cuatro años empezamos el destino y yo a perpetrar, el destino con renglones torcidos muchas veces y uno con renglones torpes, con tachones, con correcciones constantes?

Recuerdo unos versos de mi primo Jota Siroco que resumían todo esto, perfectamente, tanto que no sé para qué esta perorata si podía haber citado a mi primo y quedarme ya, este domingo, tan pancho y tan satisfecho. 
Decía Siroco: “Ya no tengo valor / para la huída, / porque no me queda tiempo / para el olvido”. Pues eso. 





domingo, 4 de noviembre de 2012

POESÍA NOCTÁMBULA


Leemos las novelas y si no valen nada las ponemos en algún estante, cuanto más alto mejor para no volver a cruzarnos con ellas en la vida. Leemos, sin embargo, la poesía y si el bardo no ha conseguido cruzarnos el corazón con algún verso, en vez de condenarlo también al ostracismo, tontamente nos enfadamos con el poeta, le pedimos cuentas. No es que se pretenda a esta edad que un verso nos cambie la vida, ya lo único que nos cambia la vida es el terremoto, la enfermedad o la ruina, pero al menos sentir un pellizco de esos, tan extraños, que nos hicieron sentir ciertos poetas.

Esta mañana, en dios y enhorabuena, como Fray Damián Cornejo, me tiré a las calles con dos libros de poesías. Sí, señor, a pares. Eran cortitos pero sabe uno que un libro de poesía por ser breve puede durarnos un rato o puede durarnos toda la vida. La mañana ha sido otoñal, cálida y húmeda como una mujer fatal y con la amenaza de lluvia,  un poco bochornosa. También como las mujeres fatales.

El primer libro de poesía me duró un café y un cigarro. Cuando buscaba el último poema me encontré con el índice y debo decir que leído así, con buena voluntad, el índice era el mejor de los poemas de ese libro.
Para leer el segundo cambié de cafetería y allí pedí media tostada con jamón (de york) . Me duró éste el tiempo que tardó un vecino de mesa en contarle su vida al camarero. En una noche, le habían pasado miles de cosas a este buen hombre; se había ligado a una buena moza pero la buena moza tenía un novio, el novio tenía ganas de partirle la cabeza a él, por ligarse a su amada y él, que no iba en serio con la muchacha prefirió escaparse de sus brazos y de los puños del novio afrentado. Como iba bastante puesto y con la cabeza caliente, se montó en el coche y se fue en busca de un club de alterne a buscar mozas sin novio o con novios permisivos. En la carretera, poco antes de llegar al lupanar,  un control de la guardia civil le dio el alto. Los guardias civiles le hicieron las pruebas pertinentes y concluyeron que habría que multarle, quitarle unos cuantos puntos del carné y a nuestro amigo se le esfumó la libido para unos cuantos días. A las cinco de la mañana se metió en un garito a ver si tomándose otro cubata se le quitaba el disgusto y cuando empezaba a quedarse dormido en la barra, cinco o seis pelones adolescentes con tatuajes feísimos y ceñidas camisas de cantante de orquesta hortera, se liaron a mamporros entre ellos. 
Alguien llamó a la policía y la policía no vino, ni para quitarles puntos ni para multar a los púgiles. 

Se escabulló de la bronca y se metió, ya eran las seis y media de la mañana, en otro bar. Allí se tomó un carajillo y pegó la hebra con un albañil que andaba en planta tan temprano porque le había salido una chapuza en el chalé de un médico. Como le cayó bien el albañil compró un cupón que promete un premio de millones de euros si se dan una serie de aritméticas combinaciones utópicas y le regaló otro al laborioso albañil que, a su vez, le pagó el carajillo y anduvieron un rato los dos fantaseando con lo que podrían hacer con los milloncejos esos y con quién le iba a terminar al puto médico la puta obra en su puto chalé, una vez que el albañil y él fuesen potentados millonarios.

El camarero, un bendito, le dijo al noctámbulo: “Pero habréis firmado ambos el cupón, ¿no?” Lo de la firma es por un asunto de la serie, vamos que puede ser que los millones le toquen a uno y al otro no, teniendo el mismo número y eso sí que es ya para echarse al monte.

 El noctámbulo se sacó de un bolsillo del pantalón el cupón de marras, estaba arrugado y hecho una mierda, el cupón, que pensé que por mucho que se produjese el milagro, esa lotería no la iba a admitir  nadie como prueba de la bonísima fortuna. Planchó una miaja el cupón, nuestro amigo, y efectivamente; allí estaban las rúbricas y los DNI de los dos fugaces colegas a los que si la suerte toca con su varita, ya nada podrá separarlos, formarán ya parte para siempre el uno de la vida del otro. El albañil porque para él su amigo noctámbulo será siempre un santo que se le apareció en el bar una mañana de otoño. El noctámbulo porque el albañil le dio esa grandísima suerte que él nunca tuvo.

A punto estuvo uno de intervenir y decirle que era cierto, que aquello no eran más que un cúmulo de señales de los dioses, que como sabe todo el mundo son unos cachondos, que se acordase de la buena moza, del novio celoso, de la pareja de la benemérita, de los pelones dándose mamporros…Y me quedé con ganas de sacar mi propio DNI y un boli que llevo siempre en el bolsillo de la camisa por si se me ocurren cosas, no sé, versos, canciones, frases, greguerías…y firmar yo también en aquel cupón de la suerte. ¿Cuánto hay que poner, colega? ¿Cuánto cuesta participar de vuestros sueños? No lo hice, claro. Uno no se ha atrevido nunca  a inmiscuirse en los sueños de otros.

Y ahora recuerdo por qué salí esta mañana con esos dos libros de poesía a la calle. Me desperté a eso de las seis y media (la hora en la que mi camarada noctámbulo harto de copas y de sucesos confiaba su suerte a la numerología y mi amigo albañil fantaseaba con la distancia a la que podría lanzar su palaustre una vez millonario) Me duché haciendo el menor ruido posible para no despertarlas a ellas. Me afeité sin sacudir ni una vez la maquinilla desechable contra el lavabo para limpiarle los pelillos. 

Una vez adecentado y vestido me puse a mirarlas, a las dos, cada una en su cama, la madre y la hija. Dormían y pensé si la madre soñaría conmigo, todavía, tras tantos años. ¿Con qué o con quién soñaría la hija? Así estuve unos minutos, como un voyeur de los sentimientos, de un dormitorio a otro, andando de puntillas. Entonces ella, como si la hubiese uno tocado con su pensamiento, se despertó suavemente y como si aún anduviera dormida me dijo: ¿Dónde vas tan temprano? Y lo que quisimos pensar es que esa pregunta era para que no me fuese. Para que me metiera otra vez en la cama y a saber lo que pudiera pasar. La hija emitió un sonido sonámbulo que a poco que se sepa de los sentimientos y su traducción, quería decir: “Papá, a ver si dejas ya de dar la lata y te acuestas o te vas a la cafetería que no dejas dormir a nadie”. Y como la madre no insistió nada de nada, cogió este hombre sus dos libros de poesía y se fue a la calle a leerlos, dejando en paz y en la cama a los mejores versos de su vida. 

domingo, 28 de octubre de 2012

PODER




Ver a ese hombre, con la perilla cana, dándole al badajo y pegando el campanazo porque su negociado de usuras y finanzas iba a empezar a cotizar en bolsa es una buena parábola, una poética justicia de la imagen que quedará para la posteridad. Tras su traje a medida, carísimo, su perilla casi troskista y su sardónica media sonrisa estaba y está la ruina de un país. Y esa ruina ya no es una depresión, una tristeza de las ciudades y sus habitantes. Esa ruina y sus tentáculos están asesinando o hiriendo gravemente a las personas.

Hay más; la diputada de uno de los dos partidos políticos que se turnan en el chollo de gobernar- creo que ellos a esa apropiación del poder le llaman alternancia- exclamando exaltada y posesa de sus telúricos sentimientos “que se jodan” cuando el sadismo del legislativo aprobaba otra vuelta de tuerca al vil garrote con el que ahorcan a los parados.

Y si nos ponemos a evocar fotogramas de estos tiempos, se nos vienen los bienaventurados mansos de la indignación haciendo una pacífica sentada y siendo apaleados por la policía. Los manifestantes perseguidos por la jauría hasta sus casas, la jauría buscando carne y sangre por los andenes de los metros de las grandes ciudades. Las personas que se creyeron el cuento aquel, tan bonito, de la vivienda digna, del trabajo, de la educación, de la sanidad. 

Los muchachos con pelusilla de barba cubriéndoles la cara conociendo muy bien todos los derechos que tienen y la policía, el brazo armado del poder, contestando literalmente al mozalbete que sus derechos se los pasaba  la policía por los cojones. Una bonita juventud  tocando sus guitarras acústicas en las plazas y componiendo eslóganes, la muchachada guapísima viviendo su bautismo de fuego, excitados por las novedades represoras  como si lo que vendrá o puede venirles encima no fuese con ellos. 

Las familias desalojadas de sus casas, las chabolas echadas abajo por los servicios municipales, las universidades otra vez como siempre ha sido, prohibidas para los hijos de la clase obrera, a no ser que esos hijos sean excelentes, medio genios que trabajarán en el futuro a las ordenes del mediocre que no preciso de la excelencia para estudiar.

Y ha escrito uno todo eso de arriba y ahora lo leemos y decimos que bueno, que vale, pero sobre todo musitamos para nosotros mismos: ¿Para qué? Es un cansancio intelectual, es constatar lo que sabe todo el mundo, es abrir el periódico y darle a uno pequeños espasmos morales, cómo es posible, serán hijos de puta, qué se habrán creído...

Y los telediarios son pena y fútbol. Y parece ser que mi enemigo tiene que ser un hombre que recibe cuatrocientos euros de subsidio y tiene, ese hombre, la desfachatez de hacer alguna chapuza, de currar escondido en un taller y ahora yo tengo que denunciarlo para ser un buen ciudadano. O al que han tiroteado desde todos los frentes y se le exige que cumpla con todas las normas tributarias mientras amnistían a la canalla millonaria, o al negro que además de tratar de ganarse el pan de cada día tiene que andar esquivando las batidas de caza de la policía. ¿Será que el poder en vez de esa omnipresente superestructura calculadora y fría, es más bien un cabronazo lleno de rencores y de odios? 

domingo, 14 de octubre de 2012

PROSAS DE LA EXPERIENCIA


Tras el café, el ojeo a la prensa y el primer cigarrito de la mañana, he dado  un paseo maravilloso, de esos míos que daba uno antes de los seis meses de calor. Un paseo por fin sin sudar,  por fin vestido como una persona normal y no como un guiri cateto con calzones cortos, estampadas camisetas de colores y sandalias, como los apóstoles. Nada de eso, hasta una ligerísima chaqueta de verano ha podido ponerse uno. Y como colofón a la caminata he terminado en esta cola en la que aguardo para que me metan en una bolsa de plástico unas tiritas de harina frita, churros mañaneros,  para llevar a la familia. La familia festeja más el detalle del padre,  que en el día feriado madruga para que consorte y prole se nutran, que el sabor del desayuno propiamente dicho. Casi siempre sobran muchos de estos churros y  suele ser el padre el que termina con el papelón, sintiendo ya toda la mañana una especie de lúbrico ardor de estómago, no sé si me explico.

 En la cola casi todo el mundo quiere contar su historia, confiar su biografía al primero que pase.  Somos unas diez personas y es extraño que uno se haya quedado a esperar, habiendo por delante tanta gente, creo que siete, si no se me cuela la maruja sulfurada que ya le ha dado, sin ser su turno, algunas instrucciones a la churrera y a su marido de cómo los quiere ella (los churros) y cuántas porras va a comprarles, como si con este adelanto de la fuerte inversión que va a hacer en el negocio,  pudiera corromperlos y se saltaran los dos comerciantes churreros la ordenada cola que hemos formado, civilizadamente y, milagro en estos tiempos convulsos, sin portar nadie ninguna pancarta. Debo estar esta mañana de muy buen humor.  Ni para ver la exposición de Velázquez en el museo del Prado aguanté la cola kilométrica de fanáticos pictóricos del sevillano. Esa cola era muy rara porque los cuadros que según el catálogo se exponían en el museo y que la gente iba a ver con tanta ansia y afición habían estado, que yo sepa, desde siempre en ese museo del Prado y tampoco teníamos noticias de que fueran a llevárselos  a otros  museos o a dárselos en prenda a los rusos, para lo de la revolución y la guerra.

El primero de la cola es el abuelo de alguien. Se le ve lustroso al hombre y vestido de domingo, con una de esas camisas cubanas con grandes bolsillos y el olor a loción de afeitar se siente desde mi posición (el octavo si no lo estropea la comadre que me sigue) Ese hombre llevará los churros a la casa porque los nietos se han quedado a dormir y es que los hijos tenían una fiesta, una barbacoa o un baile, no sé. El caso es que la pareja de septuagenarios han concedido una vez más y se han hecho cargo de los nietos. Cuando desayunen, el nieto de más edad se sentará con su tebeo en un sofá orejero que tiene el abuelo y el abuelo con su periódico, en el otro sofá. Le preguntará el nieto qué significa, abuelo, “malandrines” o por qué dice siempre el Capitán Trueno, cuando blande su espada ante el moraco traidor, ¡Santiago y cierra España! Y a saber qué explicación va a darle el abuelo, pero al nieto le valdrá. No me digan que estoy tonto perdido, que el nieto se pasará la mañana con los video juegos y que apenas mirará al abuelo. El hombre lleva bajo el brazo un ejemplar de tebeo y un periódico y para algo serán ¿no? Como mínimo para componer esta estampa.

Tras el abuelo hay un hombre joven, unos treinta años, es el que menos ha hablado durante esta tertulia (quitándome a mí, claro, que estoy de cronista) de vez en cuando, si la conversación de las comadres se distiende mucho, hace cosas con su teléfono móvil. Mandará mensajes, quizá mensajes clandestinos a una amante a la que no podrá ver hoy, hoy no cielo mío que ya sabes que tengo que cumplir con la parienta y con los niños. Comprando churros estoy, mi amor. Y la amante se sentirá tras esa inocente confesión de su adúltero amigo muy ofendida y muy triste, comprando churros, pensará la femme fatale que no le ha dicho nada al maromo cuando ha colgado, pero que  esa mañana suya,  de cotidianidad y de mínima alegría doméstica, la han puesto  a la amante de un humor horrible. Le hubiese dolido menos que el cabronazo en vez de ese: comprando churros estoy, mi amor, le hubiese dicho metiéndole el churro a mi señora esposa que me acaricia a su vez y con gran parsimonia los huevos.

Tras el adúltero hay dos señoras con sus sendos cardados y con fantasiosos tintes para su edad; una un color caoba intenso. La otra azul oscuro, casi negro, como la película de culto, que no se si han venido juntas, si son amigas desde siempre o si se han conocido aquí, en la cola, y han sentido que era este el principio de una hermosa amistad como en la otra película (de culto también). Estas dos mujeres parlotean de esto, de aquello, de lo otro…no profundizan en nada y con todo frivolizan un poco. Lo de la prima de riesgo, que hace unos años jamás hubiese pensado uno que se iba a encontrar con disquisiciones de ese tipo en la cola de una churrería, se lo saben más o menos. Lo de la herencia recibida, que es una forma de decir que la culpa de todo la tiene Zapatero, como Yoko Ono con el ocaso de The Beatles, también lo repiten con ese tonillo marujil con el que se habla hoy en las tertulias políticas de la televisión y de la radio. En realidad, lo que se ve a la legua, es que a estas dos les importa una mierda todo eso de lo que hablan, porque en cuanto aparece la figura de una famosa, folclórica que no sé si canta, baila o solamente excreta por los platós televisivos, su conversación toma un ritmo inusitado, los primos, los novios, un mayordomo, una hija que tiene la famosa, un marido que tuvo, un torero que canta o un cantante que torea, sabe dios, los euros que se embolsan por esa basura, el tiempo que está esa mujer tan famosa en la tele y quién le cuidará al niño que canta o que creo que torea y que es amigo del mayordomo, o del folclore aragonés. Hasta mi amigo el adúltero, ha dejado unos instantes sus persistentes mensajes de móvil a la amante, que a estas alturas estará ya llorando sobre un blanco almohadón de satén, en bragas también de satén y hasta posando un poco en su tristeza, como las artistas antiguas. Ha hecho alguna corrección, decía, mi amigo el adúltero y por lo visto el novio que canta de la famosa no es el culpable de su pregonada desgracia, parece que la culpa es del padre que tiene, que era cómico pero que ahora es drogadicto y no le hace ya gracia a nadie.

Los junta palabras de antes tenían, sentían, la obligación de irse al desierto del Sahara, a sentir allí el aguijón climático y el de los escorpiones. El viejo  Hemingway se corría sus aventuras y después, exhausto de experiencias y harto de follar, las plasmaba en papel. Los párrafos le salían fluidos, como disparos de su escopeta de cazador en África. Para mí eso ya no tiene mérito ninguno. Lo de follar y las aventuras sí, pero valerse de esos argumentos para la obra de uno, no, no vale. Así cualquiera. Yo creo que lo mío tiene mucho más mérito, dejando a una parte el talento, la excelencia literaria y el reconocimiento mundial, porque con la vida que uno lleva, con las costumbres tan previsibles, que si estuviéramos siendo seguidos o vigilados por un comando de asesinos lo iban a tener bien fácil para saber a qué horas hacemos las cosas y hasta por qué página vamos del libro de Curzio Malaparte que estamos leyendo. Ya digo, esto tiene un mérito, esté escrito como esté escrito, que esa es otra valoración que no me corresponde hacer a mí. Seré, lo sabe uno y me da lo mismo,  como mucho autor de la gran novela sobre la churrería.

Como me temía, la maruja sulfurada ha hecho unos hábiles movimientos estratégicos y se me ha intentado colar. Señora, he abierto por fin la boca, que me pidió la vez usted a mí, ¿no se acuerda? Vino usted muy displicente y moviéndose como una gallina en el corral y lanzó al aire la pregunta retórica ¿Quién es el último? Lo recuerdo perfectamente, señora, porque no dio usted ni los buenos días. El abuelo ni se interesó por su presencia porque él iba el primero y las vicisitudes del resto de la cola le importaban un pito, este de aquí, el del chándal tampoco dijo nada porque oculta algo, yo creo que una amante, señora. Y las dos contemporáneas suyas, ya ve, por seguir pegando la hebra son capaces de cederles a usted el sitio, pero yo no. Aunque tenga aquí, bajo el brazo, este librito de Curzio Malparte no soy ni pacifista ni nada de eso, y lo que usted no sabe es cómo me pongo cuando me enfado.

La churrera, para que no se enfade nadie y se monte así el tumulto, propone una solución salomónica. Saca un par de ruedas de churros bien hermosas y dice, a ver hombre, cuánto quiere la señora y cuánto quiere usted, que con estas dos hermosísimas ruedas vamos a deshacer el entuerto. A mí no me vale esa solución, no sé qué me ha pasado, es como si anduvieran subastando mi dignidad, sin embargo, cuando uno iba a decirle a la churrera que lo que íbamos a comprar eran dos euros con cincuenta de mercancía, mi acérrima enemiga ha cacareado con los brazos en jarras: Yo quiero veinte euros, simpática. ¡Veinte euros!, lo sabe uno porque ha ido observando las cantidades de porras y churros que se han llevado los que me antecedieron y veinte euros suponen  prácticamente las dos ruedas para su menda, si acaso quedarán unas miserables tiritas, más bien frías,  que tendrá uno que meter en una bolsa blanca y volver a la casa derrotado por la gallinácea impertinente. La churrera tras la oferta de la señora, me ha mirado como diciendo; qué quieres, picha, has perdido. Y no sé de dónde me ha salido esa voz que ha clamado, como Moisés en el desierto, y ha sentenciado, lenta, burlonamente; pues yo quiero veinticinco euros, guapa. Le he dicho guapa a la churrera no porque lo sea, que no lo es, ni porque tenga uno costumbre de hablar así, como los chulos,  sino porque mi contrincante le había dijo “simpática”.

Ahora viene lo peor, llegar a casa con este trofeo de guerra. ¿Cómo les explico que me he gastado más o menos el presupuesto del día en esta liza absurda? ¿Entenderán ellas que lo que estaba en juego era mucho más que un puesto en la cola, una bolsa de churros? ¿Las convenceré a las dos si les digo que, en cierto modo, la bronca y el dispendio churrero había sido un poco por ellas también, porque no se los comieran fríos, los churros, porque no considerarán a su padre una, a su marido la otra, un pusilánime y un cantamañanas?.

Y así hemos caminado hasta la casa, con todas estas cosas en la cabeza, sintiendo cómo se clavaba en mi espalda todavía la agraviada mirada de la maruja, también se me escaba una sonrisa de vez en cuando, la verdad. Por lo de la victoria que acababa de tener y por los dos kilos y medio de churros con los que vamos cargando y  que vamos a ver quién se los come ahora.

domingo, 7 de octubre de 2012

DIAGNÓSTICO




Me dice un médico - los pobres hablamos así: un médico- Los ricos no, los ricos dicen mi médico, mi chófer, mi contable. Lo que pagan, es decir lo que compran, es suyo.

Bien sabemos que no es nuestro médico. No come con nosotros ni viene a casa, a nuestras fiestas como en las series de la televisión. También es verdad que en casa no hay muchas fiestas. Las justas y sólo en las fechas muy señaladas. A lo mejor si anduviéramos todo el día de parranda como los golfos, tendríamos “nuestro médico”. Que se vendría a esas juergas con su maletín para ir tomándonos la presión arterial cada cinco güisquis y cada diez cigarros, qué sé yo,

Cuando nos dice un médico que le contemos lo que nos pasa, si nos dejaran, le haríamos allí mismo, en la consulta mientras los parroquianos de los ambulatorios se desesperan fuera, un relato minucioso de nuestra vida. Quizá comenzáramos por el principio; “Fíjese usted doctor, yo nací un día que dios estuvo enfermo, como Cesar Vallejo” O,  si estamos ese día estupendos, añadiríamos como Nietzsche ; “Eminencia, yo lo que tengo es que nací póstumo”.

Pero somos solidarios y sabemos que por mucho que le interese al médico nuestra patología, hay en la puerta de la consulta mujeres y hombres deseosos de que les alivien dolores, reales o ficticios, de que les administren pastillas o potingues como los chamanes. Así que abreviamos y decimos:  

Me pitan los oídos un poco y no sé si las cosas dan vuelta alrededor mío o soy yo el que rota en torno a ellas, unas dudas, señor doctor, de carácter universal como usted puede ir viendo. “Eppur si muove” Si me permite usted atribuirme la frase de Galileo y como sin embargo se mueve, vengo aquí a que me diga  usted si esta zozobra es para siempre ya, como otras tantas que vinieron para quedarse, o me voy a ir poniendo mejorcito”“

Bueno, pues el galeno, tras someterme a un reconocimiento harto divertido;  Me deja solo con los calzoncillos, como un cristito, cautivo del malestar general, motivo por el que acudo en busca de su sapiencia . Me da un pinchacito por aquí, un nada cariñoso apretujón por allí y  confirma mi sospecha más íntima:

-          Tiene usted vértigo periférico con aguda inclinación hacia la izquierda.

Un análisis, un diagnóstico rotundo y certero. ¡Vértigo periférico!, si eso me lo diagnostican en Rentería termino en el trullo tras una de esas redadas espectaculares de algún juez fotogénico.  No es nada grave, el vértigo periférico,  pero resulta muy molesto, añade para tranquilizarme.  Ya , ya, qué me va usted a contar, le digo.  Además puede provocar,  llegado el caso,  náuseas con cuadros de vómitos leves. ¡También acierta aquí esta eminencia del presentimiento y  la antropología!

Un ejemplo: Observo una foto y,  acaso por lo de la aguda inclinación a la izquierda de mi molesto vértigo,  una fatiguita ideológica me solivianta y las continencias últimas de mi maltrecho estómago se ponen vertiginosas y coléricas. En la foto, un policía es inmortalizado en el momento justo en que levanta su porra para ir, angelito, a estrellarla contra la espantada espalda de una muchacha manifestante. La cara del policía, no se ve, pero si se viera daría vértigo ese  impersonal odio hacia la manifestante, cuyo rostro expresa el miedo y también, ahora que sé lo que es,  cierto vértigo periférico.

Es lo que tiene la medicina poética, que se da cuenta de todo rápidamente.

Cuando me secuestró el estado para ir a cumplir con unas obligaciones militares contra las que no tuve la valentía de objetar, como ya iban haciendo muchos de mis amigos más arrojados, un romance que mantenía con una mujer se hallaba en pleno apogeo. El amor se había colado en cada rincón de mi cuartucho. Escribía para ella, cantaba por ella...y eyaculaba  sólo por ella .Era el amor. Pues tras separarme de ella para meterme en el cuartelillo y cumplir con el servicio militar obligatorio, me dieron unas fiebres, unos espasmos, unos misteriosos temblores. El comandante médico me espetó: Síndrome depresivo ansioso con crisis esporádicas de angustia. Eso era, y sigue siendo el amor: Un síndrome depresivo ansioso con crisis esporádicas de angustia. Un nuevo acierto para con mi persona de la medicina poética, de la medicina intuitiva.

Pero lo que más me ha impresionado es que esta inclinación a la izquierda, este-concedamos- izquierdismo,  sea patológico,  sea una enfermedad que- en contra de lo afirmado por el cinismo reaccionario- no se cura a los cuarenta. Nada que ver con lo leído, lo vivido, lo sufrido, las reflexiones, las carencias, las sospechas o los efluvios recibidos. Mi inclinación a la izquierda forma parte de la causalidad, del equipaje  que mi enfermedad neonata ya traía en su maletín genético. Me gusta, a pesar de todo,   mi dolencia y por ello la repito:  Vértigo Periférico con aguda inclinación hacia la izquierda. Ya sabemos que casi todos los diagnósticos son también sentencias, y eso parece éste mío, una sentencia.


Más de veinte años definiéndome poema tras poema, copla tras copla, más de veinte años vertiendo prosas  por los países del verso y  no daba con el quid de la cuestión.  Hay que ir al médico amigos, no puede uno estar toda la vida pensando ¿quién soy? ¿hacia dónde voy?  Siendo tan fácil y tan barato recibir las ansiadas respuestas existenciales, a saber; un ratito en pelotas (que hay que ver lo que se le esconde a uno el masculino atributo en cuanto está indefenso frente a la autoridad, ¿dónde se mete?) un par de pinchazos por aquí, un martillazo leve en la rodilla, alguna pose ridícula y, zas,  hay quien es capaz de acertar de lleno la enfermedad de uno,  como acierta el voraz cangrejo del cáncer en un pulmón de fumador o la certera aguja  chupasangre en el río de la vena de nuestro brazo.

domingo, 30 de septiembre de 2012

COMPORTAMIENTO Y OTRAS AVES


Una vez traté de liberar a un pájaro de su jaula. Abrí la puertecilla mientras el canario se posaba en una de las perchas que le habían colocado para que pensara (si es que piensan los canarios) que lo hacía sobre una rama. Yo creía que en cuanto diese la oportunidad de la huída al pajarillo, saldría escopetado hacia la libertad. Fantaseé con la idea de que daría dos o tres vueltas por la alcoba, unas piruetas como de agradecimiento hacia su libertador y emprendería el vuelo por la ventana a la búsqueda de la arcadia para adornar con su canto la dulce melodía del flautín del pastor. El canario se quedó tan tranquilo, bueno cantó un poco pero como por compromiso. Ni se acercó a la puerta abierta.

No se habrá dado cuenta o pensará que es una trampa de algún humano hijo de puta, pensé. Metí la mano en la jaula para sacar al bicho de su cautiverio y este se revolvió, como el reo que se rebela antes de subir al patíbulo, por fin pude sacarlo y le dije como Francisco de Asís; levántate y vuela,  hermano canario. Lo bonito hubiera sido que el canario asumiera las exigencias del guión, que como dije antes, me dedicara tres o cuatro cabriolas, que se echara su mejor cante y que majestuoso en su fragilidad de pajarito, tomara el camino de la ventana abierta rumbo a la aventura, a la libertad y a la vida.

El canario dijo que me metiera el cuento de Walt Disney y las fábulas de Samaniego por donde me cupiera. Aleteó como un murciélago asqueroso y cegato por la habitación, piaba histéricamente como diciendo qué me ha hecho este gilipollas, dónde está mi confortable casita de alambre, con mis perchas, mi comedero y mi bebedero, con la bandeja donde me  cago impunemente sabiendo que vendrá alguien a extraer los excrementos y a dejármela impoluta y todo a cambio de unos cuantos trinos que nada me cuestan porque en cuanto veo la luz me pongo flamenco.

Al final el bicho, porque ya para mí era un puto bicho y no un poético pájaro amarillo, se buscó las formas para meterse otra vez en la jaula. Si hubiese podido se habría colocado unas pantuflas de tela a cuadros y una bata y me habría dado la espalda para siempre. Comprendí que la burguesía tenía un miedo acomodaticio a la libertad y prefería un horizonte pequeño y hasta miserable, que los riesgos que traían aparejados la emancipación y la lucha. Comprendí también que no había nacido uno para carcelero. Ni para fugarse nos harían caso los cautivos.

En la casa de mis tíos criaban a un pavo durante unos meses, lo ponían bien gordo y cuando más convencido estaba el pavo de que vivía en el estado del bienestar, le rebanaban el cuello con un cuchillo de cocina y nos lo zampábamos toda la familia entre brindis, villancicos y algún fandango de Huelva que cantaba mi hermano animado por el viejo en cuanto se achispaba. A mí, puesto en la mesa y convertido en materia comestible, doradito, la vida y la muerte del pavo me importaban más bien poco. 

Pero unas vísperas de Nochebuena, mi tía me pidió el favor de que la ayudase con el crimen. Me dijo que ya era mayorcito (yo, no el pavo)  y que ella tenía artrosis o algo parecido en las manos, de manera que le costaba mucho ejecutar la primera parte del degüello. Consistía en que con el cabo de un azadón, le propinara yo al animal un garrotazo en la ridícula cabecilla para dejarlo medio tonto. Así mi tía, que por otra parte era una santa, podría con muy poco esfuerzo y mientras el pavo andaba todavía preguntándose cómo es posible que los amigos humanos de toda la vida le hubiesen infringido aquel dolor tan grande y aquella infamia, podría guillotinar al animal que pasaría de ser el rey del corral a ser un paria insignificante del sistema.

En cierto modo, a uno le excitaba la idea de darle el trancazo al pavo. En nuestros juegos infantiles habíamos lidiado ya con dragones, como San Jorge, con Goliat como David y con chinos malvadísimos como Bruce Lee. A todos habíamos matado sin remordimientos en esas fantasías, así que  era cuestión de convertir al pobre ave de corral que tantas fiestas nos hacía cuando íbamos a tirarle los desperdicios y que ululaba para agradecer nuestras sobras que eran su sustento, en un dragón, en un gigante o en un malvado. Así razona  el estado para con sus ciudadanos, añaden quizá “terroristas” o “antisistema”.

 Me planté delante de él (del pavo, no del estado) cogí el garrote con las dos manos dispuesto a dejarlo turulato del viaje que iba a darle. Entonces el bicho me miró, directamente a los ojos, lo juro. Le temblaba la rojiza papada bajo el pico. Quise animarme a mí mismo pero no pude. Me miró como un manifestante pacífico mira al policía que tiene enfrente dispuesto a estamparle su porra en la cabeza.  Se me paraba la mano una y otra vez, no había forma de que el cabo del azadón llegase a su espantado objetivo. Mi tía me animaba, como una delegada del gobierno a sus secuaces uniformados, pégale, dale, no seas mariquita, pero hasta el pavo que a lo mejor no era tan pavo fue dándose cuenta de que uno no iba a aporrearlo. Comprendí que si de carcelero no daba el tipo, mucho menos de antidisturbios.

Lo bonito de la historia sería que tras esta empírica experiencia vital uno se hubiese hecho vegetariano y abominara de los senderos de crueldad por los que llega la carne a nuestra mesa. Tampoco fue así. Me zampé mi parte de pavo sin remordimientos. Con lo que aprendí que líder de las revueltas tampoco iba a ser de mayor, que a lo mejor ni siquiera seríamos capaces de dar con nuestro ejemplo sentido a nuestras prédicas.


Por eso ahora, en esta edad, está uno tan lleno de contradicciones y se maravilla de cómo algunas personas tienen las cosas tan claras. ¿Qué poso de inquietud nos dejaron el canario burgués y el pavo pancista, que somos incapaces de estar seguros de nada? En su poema “El monte y el río” , Pablo Neruda se consuela diciendo “¿Quiénes son los que sufren? / no sé, pero son míos” . Vamos a acogernos, por lo menos, a esa certeza entre tanta incertidumbre. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

REALIDAD NACIONAL


Yo creo que ninguno de mis amigos se levantan por la mañana pensando si van a echar el día en una realidad nacional, en una nación de naciones o en un califato independiente.

A lo mejor por eso son mis amigos, porque son personas que se desperezan pensando: “joder vaya día que me espera” o  “tengo que renovar el carné de paro, o “dios mío tengo que pagar el recibo de la luz que me la cortan”  e incluso: “a ver si hoy consigo que Purita me dedique una de sus hermosas y avemaríapurísimas sonrisas”.

O se despiertan, algunos amigos míos,  con una  poesía en la cabeza, o con una musiquilla para rocanrolear luego con los colegas en el local de ensayo, e incluso con una erección impersonal y salvaje que se festeja como una bendición del alba.

Cuando yo era más joven, siempre que no entendía algo, no sé; la crueldad, el fascismo, los cuadros de Tapies…me consolaba pensando que con el tiempo iría acumulando conocimiento  y certezas. ¡Por los cojones! . Cada día estoy peor. Por no saber, no sé si tengo yo realidad nacional o no la tengo. Y de lo de los cuadros de Tapies ni te cuento.

Porque ¿dónde se termina mi realidad nacional? ¿En que frontera empieza por ejemplo la realidad nacional de un extremeño? ¿Se parece mi realidad nacional más a la de uno de Jaén o a la de uno de Almería? ¿Somos Antonio Tapies y yo compatriotas?

Yo creo,  por ejemplo que tengo una realidad, digamos internacional,  muy semejante a la de un habanero, por acento y por sabor,  y que me parezco más a un habanero que a un salmantino. En el baile no, en el baile me parezco más al salmantino que al cubano.

Pero vamos;  que puestos a minimizar tendría que hacer constar aquí que mi realidad nacional, siendo del Palomar, barrio marginal y obrero que nutrió de yonkis durante los sombríos años ochenta (aquí sí que había una movida, pero una movida de la hostia puta)  a las delegaciones de servicios sociales de varios pueblos a la redonda, no tiene nada que ver con la realidad nacional de uno de la Urbanización los Colonos, que infectó de pijos ni se sabe cuántos palcos y cuántas fiestas privadas con tarjeta y con piscina (ponían en las tarjetas: se recomienda traer ropa de baño, ergo piscina había,  y ya lo habían soltado, como las inmobiliarias) .

Tengo, cómo no, una identidad y está bien (o regular, no sé) tenerla. Unas costumbres, un paisaje, un idioma y un acento pero debo ser una mierda de patriota (valga la redundancia) porque me voy a echar unos días al Algarve y me entran unas formidables ganas de ser portugués, gallego si en Pontevedra, catalán si en Barna o pacense en Badajoz.
 Me parece que no puedo creer en esta patraña. Tampoco.

Fotografía: El autor ataviado con el típico traje regional de su aldea.

domingo, 16 de septiembre de 2012

FOTOS Y MISTERIOS


De esta época habrá una crónica gráfica paroxística (toma ya, cuatro esdrújulas en una frase y tres de ellas de un tirón).  La profusión de aparatos para retratarse, la comodidad, la calidad y la inmediatez del resultado, los avances tecnológicos con cámaras cada vez más minúsculas y sofisticadas, nos convierten en una suerte de paparazzis de nosotros mismos.

Las juergas y parrandas con que homenajean los jóvenes la suerte de su edad son todas ellas acompañadas de un reportaje en el que las chicas y los chicos posan para ese álbum global que son las llamadas redes sociales. Vasos con hielo, ron y coca cola saludando a la cámara, posturas extrañísimas de las muchachas,  como de vedettes bajando las escaleras de la revista o del teatro de Manolita Chen, jovenzuelos pelones marcando bíceps o paquete, según, y sublimando a todos los Narcisos que habitan los espejos. Y toda esa exageración de posados y retratos se va almacenando no sé dónde, para que cuando pasen tres o cuatro décadas los de ahora, que ya no serán los mismos, se crean que todo este rato de la vida fue de felicidad y fanfarria.

Nada quedará de esos momentos en los que la angustia de sabernos solos aborrasca el ánimo, nada de esas tardes eternas del invierno sin luz (y sin flashes) embridando la tristeza, el desamor. Nada quedará de la melancolía.

Las fotografías domésticas siempre mienten, ya lo dijo uno por aquí alguna vez, porque se dedican la mayoría de las veces a glosar fiestas y brindis. Pero cuando son tantísimas y acaparan casi todos los momentos de la vida, algunas tienen que captar un ápice de verdad y esas suelen ser las inquietantes, las sospechosas, las que no han sido fruto del fisgonear colectivo, sino del azar. Y el azar es lo que tiene; sostiene sobre sus descuidados hombros el temblor del mundo y de la historia.

Yo también me echo mis retratos digitales, cómo no, y atesoro amigos y cantes.  Cenas y abrazos con guitarras que se han pegado a uno noches enteras ronroneando como el gato ese que estaba triste y ¿azul? Ha sido este por una parte un verano horrible, estremecedor en lo económico, para mí y para casi todos,  preñado de miserias y amenazas. Un verano en el que los tiranos, con sus garras multiformes, nos han ido apretando con sadismo a unos los huevos, a otros el cuello (no sabemos si uterino) a casi todos, en fin, nos ha querido ahogar. Quizá por esas circunstancias hemos dicho que íbamos a montar un tinglado de barbacoas y festivales. Así lo hicimos y nos salió bastante bien porque al ser muchos,  con poco dinero y muchas ganas, ha sido posible saludar al amanecer todavía con una copa en la mano y mirar a la luna que tras algún pitillo aliñado, parecía verdaderamente ir por ahí, por el cosmos, con un polisón de nardos.

El caso, porque hay un caso, es que anduve mirando en mi teléfono las fotografías que había perpetrado a esas noches y a esas personas, casi siempre a traición; con el cigarrillo humeando en la boca, con los ojos irritados por la risa y el humo, con la cara desencajada en medio de un quejio proteico que culminaba un fandango…y entre las imágenes de ese reportaje me encontré con una que me produjo un gran escalofrío.

Se trataba de una fotografía de mí mismo, durmiendo en el sofá.  Boca arriba, con la boca cerrada. Se ven un par de monedas que se habrán salido del bolsillo del pantalón y yazco con una mano tocándome la cara, como haciendo la palma de almohada. El otro brazo cae lacio como el de una marioneta y como lo tengo largo (el brazo) roza el suelo. Las piernas estiradas y cruzándose a la altura de los tobillos, como Jesús en la cruz pero sin clavos. No sienta nada bien verse así, porque, como agravante de la estampa,  la luz que entraba por la terraza amarilleaba mi cara y el cuadro que todo aquello componía era el de un hombre que ha entrado ya en la edad madura, yaciendo muerto, con esa placidez terrorífica que mantiene la faz del cadáver antes de que el fuego, los gusanos o las alimañas consuman la corrupción de la carne.

 No, no me ha gustado nada verme así, nos hemos visto en posturas ridículas cantando en escenarios, nos hemos visto en instantáneas tomadas en la playa con una barriguita que jamás habían delatado tan cruelmente los espejos, nos hemos visto con una melancólica monedilla de calvicie en la nuca, nos hemos visto con muecas y gestos en los que jamás nos hubiésemos reconocido. Pero nunca nos habíamos visto muertos, con la cara que era una fotocopia de la del conde Orgaz en el cuadro aquel tan inquietante del Greco.

Del estupor pasé, como casi siempre ocurre, a la investigación y clamé por la casa por conocer a la responsable de aquella traición tan grande y tan cruel. La hija decía que ella no, que no perdía el tiempo en esas tonterías y que no me lo tomara tan mal. Si hubieses salido favorecido no te habría molestado tanto, apuntilló. Así que subliminalmente el mensaje de mi hija era: Encima de muerto feo. La mujer  ni siquiera prestó un minuto de atención a la angustia que sentía uno. Con una resolución tan femenina como tajante dictaminó: “Borra esa foto, anda”.

Como veía que sin acudir al patetismo ninguna de las dos, madre e hija otra vez conchabadas, iba a hacerme ni puto caso, eché mano de mis armas literarias y clamé:

“¿No os dais cuenta de que si ninguna de las dos habéis perpetrado esto, puede ser la mismísima parca la que ha aprovechado los adelantos de la telefonía móvil para mandarme un mensaje funesto?, ¿no entendéis acaso  que este sofá sobre el que yazco,  parece en esta foto conducido hacia el Hades por el cabrón de Caronte, con sus monedas para cruzar el río y todo? Si se trata de una broma, bien, tengo mucho sentido del humor, pero decidlo ya porque si no lo hacéis cogeré la foto, la llevaré a un técnico de eso que andan por ahí y le pediré, ¿sabéis qué?...Aquí hice una pausa para ver la impresión que estaba causando en la familia. La una se había ido para su cuarto a chatear o como se llame ahora, con su pandilla. Y la otra me escuchaba como quien oye llover y cambiando de canales con el mando a distancia de la televisión. Llamé con autoridad a la hija, que contestó con un “ofú,  cómo está mi primo hoy

Iré-  continúe- como os estaba diciendo, a un técnico buenísimo, que seguro que los hay, y le diré que me diga con exactitud cuándo fue tomada esta foto tan sombría y tan terrible e imaginaros que me dice el informático una fecha futura, imaginaros que me dice que debe hacer un error porque la foto data, no sé, digamos que de noviembre del año 2012…qué, ¿cómo os quedaréis?.

Ahí me miraron las dos. Había conseguido con el efecto Allan Poe su atención. La una dijo que me callase que la estaba asustando. La otra que ahora, sí, ahora había conseguido dos cosas: enfadarla y meterle miedo.

Ninguna confesó, sin embargo, haber echado la foto. ¿Y quién me quita a mí ahora este miedo?

sábado, 8 de septiembre de 2012

SEPTIEMBRE Y LA PLAYA



Llevamos dos butacas, un libro, algo de tabaco para mí (ay), una botella de agua congelada que se irá derritiendo y tres euros para un pastelito y a veces, por infantilizarnos, un paquete de gusanitos o alguna otra golosina. Nos sentamos siempre en el mismo sitio, salvo que alguna pandilla de adolescentes haya ocupado nuestro espacio como los bárbaros,  con sus turbulencias, sus refregones, sus masajes y sus pulsiones sexuales. Por fortuna no es habitual esto, lo normal es que estemos bastante tranquilos.

 Nos quedamos en silencio y miramos el mar durante mucho rato.  Algunas veces ella se levanta de su butaca y recoge piedrecitas, qué profusión de erosiones,  volúmenes, formas, colores… me las trae y abre la palma de su mano para que eche yo un vistazo. Asiento estúpidamente, como si tuviera algo que ver en todo eso. ¿Te las vas a llevar a casa? Le pregunto y ella las mira y termina diciendo que no, como si se hubiese arrepentido de arrebatarle a la orilla sus ajuares.

Porque como decía, nos quedamos mucho rato en silencio. Cuando empezamos a respetar esta forma de estar absortos, cada uno con lo suyo, comprendimos que habíamos alcanzado otro estadio, otra manera de ser novios. Hago como el que no me fijo, pero no la pierdo de vista y la sigo cuando pasea con pasitos cortos o cuando dibuja con los dedos de sus pies algún rastro sobre la arena. También la veo, parapetado tras mi libro pero atento, cuando su mirada se pierde en el horizonte y planea sobre algunas melancolías que serán solo suyas, pero que quisiera uno compartir, para ver si puede ayudarla,  aliviarla de algo. En realidad casi todo el tiempo sonreímos, esa paz que se respira nos pone así, como dos gurús orientales, por encima de tribulaciones y cuitas cotidianas.

Me gusta verla salir del agua, no sólo por asuntos de entrepierna, creo que me gusta porque sé que su destino es venirse conmigo, que va a sentarse a mi lado y dirá que el agua está buenísima y después pegará su hombro desnudo al mío para que sienta yo ese frescor.

También dirá que no le importa que yo esté leyendo. Yo me distraigo mirando, dirá para que no me sienta incómodo, pero me señalará el mercante que se dirige al puerto, el salto de un pez, que algunos hacen cabriolas, chuleando, el vuelo de alguna sombrilla que el levante ha raptado, lo ridículos que somos todos, hombres y mujeres, cuando corremos medio desnudos en busca de algo; una sombrilla, un chapuzón, una pelota de tenis…No leo muchos páginas, es verdad, pero es bonito estar en esas dos realidades, la que está impresa en la que leo por ejemplo; “Dejado de la mano de la ira/ aquí me ves, perfecto abandonado, / mascando soledad y deshojado,/ temblando ante el otoño que suspira” (J.J. Vélez,  El sonido de la rueca)   y la que está a la vista. Las olas se encargan de ponerle música al tópico y no se sabe por qué razón relaja tanto ese rumor, esa nana como de caracola que canta el mar. Seguramente el niño que fuimos está deseando manifestarse y lo hace así, para que lo arrullen, para ser salvados. El niño que fuimos puede terminar creyendo en la existencia de marcianos y en la existencia de dios, cualquier cosa menos la soledad espantosa de tentar el absurdo. Ya decía el otro que la religión es la infancia de la humanidad.

No me gusta tanto que hable con todo el mundo, que la pareja de amigos que vende sus dulces (cuñas, carmelas, pasteles…) tirando de un carro hagan todas las tardes su tertulia con ella. Cada tarde la misma pregunta sobre cómo anda la venta y cada tarde el mismo suspiro resignado de la amiga dulcera que dice que fatal y la voluntad optimista de su marido que opina que unos metros más allá, por donde se ve todavía algún niño haciendo castillos de arena, seguramente van a vender bastante, y la mirada de su mujer, como diciendo; veremos a ver…

Alterno la lectura vespertina en la playa con un par de baños. Observamos a algún muchacho nadando contracorriente, como nosotros en la vida, y yo me animo y me lanzo al agua y nado como puedo, con toses, asfixias, espumarajos…el muchacho se deslizaba plácidamente sobre las aguas, se podría haber levantado y caminar sobre ellas como Jesucristo, y uno, maldita sea,  parece que esté ahogándose o retozando como los bebés y los perros cuando se les mete en las piscinas.

El otro día no hice el tonto (vaya, ole tú) y en lugar de competir con los tritones recuperé una costumbre de mi niñez, antes de que una otitis horrible me impidiera meter las orejas bajo el agua, y me puse en cruz, flotando y dejándome llevar por la marea y por la corriente. Hacía tanto que no me dejaba llevar, al menos sobrio, por la corriente, tanto tiempo resistiendo a los vientos de la vida, como en la copla, que se me vinieron a la cabeza algunos pensamientos sombríos. Pensaba, por ejemplo, que no estaría mal morirse así, en cruz (otra vez como el hippi) pero sin sufrimientos. Ir quedándose dormido hasta entrar en esa catalepsia y ya, finito.

Enseguida pensé en ella, que tendría que hacer uso de la llamada de emergencia del móvil porque me parece que no tiene saldo, y llamar a médicos, ambulancias, policías…una feria. Y ya se me quitaron las ganas de morir así, de interrumpir con la muerte la plácida lentitud con que la tarde iba cayendo.

Y cuando cae ya la tarde y se derrama la luz por sus confines, plegamos las butacas, recogemos la basurilla que ha generado nuestra presencia y lanzamos una última mirada al poema que está escribiendo el crepúsculo. Necesitándonos más, cada día necesitamos menos.


sábado, 1 de septiembre de 2012

NI DIOS, NI PATRIA, NI REY.



1.-No me gusta la confesionalidad mal disimulada del estado. Lo normal sería que la religión se quedara en la casa de cada uno. Que asumiéramos su enorme importancia en nuestra cultura, que valorásemos la aportación del cristianismo a la contención de los instintos más salvajes de la especie. La culpa, el pecado, la conciencia, son todos valores que tienen que ver con ese gazpacho greco latino, judaico  y orientalista que se preparó para mejorar la condición humana y su propensión a la barbarie. Que más tarde volviese la bestia a hacer de las suyas en nombre precisamente de la cristiandad, es culpa de los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Se quiere decir con esto que nos merece un gran respeto la religión y su aportación al mundo tal y como lo conocemos. Pero ya está. Ninguna de las íntimas convicciones que pertenecen al territorio de la fe debiera imponerse a los ciudadanos de la aldea. Ninguna apreciación sobre sexualidad, educación, moralidad o  estructura social y económica de la comunidad debiera tener públicamente más valor que el respeto al que lo dice. Y por doloroso que pueda ser para quien siente devoción a las figuras que ilustran la fe o la mitomanía, tendrán que respetar también nuestra indiferencia e incluso nuestro desprecio por la escayola o nuestro interés puramente artístico, sin más misticismo que el lírico,  por las  músicas, las pinturas, las poesías, la  filosofía  y las magníficas obras que en todas las disciplinas artísticas nos ha legado el sentimiento religioso de la humanidad. Que cada uno sea libre de creer en dios, en Buda o en los juncos de la ribera, pero que esa necesidad o gusto personal no se inmiscuya en la vida civil. Y si esas creencias se ponen muy estupendas y pretenden limitar la libertad de la gente, no sé; ablación de clítoris, aborto, persecución de la homosexualidad, que prevalezca siempre la razón  frente al sofisma de ultratumba.

2.-No me gustan los toros, quiero decir que los toros me dan igual, lo que no  me gusta son las fiestas que alrededor de ellos y de su sufrimiento y muerte se organizan. Me dan igual los toros como me dan igual las palomas que,  salvo para alguna poesía, jamás me acuerdo de ellas. Así que no entiendo cómo, tú, que dices conocerme, me hablas de José Tomás, que será un artista y será un esteta, pero que a mí, no gustándome su disciplina y pareciéndome bárbara la pública muerte del animal, me sorprende cómo me banderilleas con  esa conversación.
Yo no digo que tú seas un salvaje. Conozco gente de gran sensibilidad y buen gusto a los que, sin embargo, les conmueve esa danza del hombre con montera en torno al mítico astado. Y a lo mejor todo ese lío de que si quitamos las corridas se extingue el bicho es cierto. También es cierto que el toro, por bravísimo que sea, tiene un sistema nervioso y que las banderillas, la lanza con la puya desgarrando tejidos,  y la espada que entra  a matar y mata, darán muchísima gloria al torero, a la tarde, al respetable, a la presidencia  e inspirarán sentidos y emotivos pasodobles, pero concédeme que al toro no le entusiasme esa verbena.
Y al final los trofeos,  como último escarnio a la bestia yacente. Se les corta una oreja, dos si la faena ha estado mejor y hasta el rabo, si ya la estocada ha sido sublime. No sé si los huevos no se los cortan para que no hagan las mentes calenturientas comparaciones entre la taleguilla del maestro y las pelotas del bicho. El toro no se muere por estética, ni para decorar la parranda de las ferias. Se muere matado y con gran sufrimiento.
 Yo sé que a ti no te gusta el Rock duro, por eso cuando vienes a mi casa en vez de ponerte la discografía de AC/DC mientras departimos amigablemente sobre el fondo monetario internacional, ten pongo, yo qué sé; a Joan Manuel Serrat que le gusta a todas las personas de España. No sé si me explico.

3.-No me gusta la monarquía. Cualquier análisis por epidérmico que sea, caerá inmediatamente en la cuenta de que la monarquía es un absurdo avalado, eso sí, por la historia. Pero la historia es un balbuceo y está escrita y hecha la historia por personas como tú y como yo. Sí, sí, sé que jode a nuestro particular universo mítico pensar que Nerón a lo mejor lo único que tuvo fue suerte. Que seguramente tenía muchas cosas en común con el vecino ese que tan gordo te cae y que no bajó de ningún Parnaso heroico. Por eso no me gusta la monarquía, porque se sostiene en la herencia de la sangre y su bravura (como los toros) y esto implica que por gilipollas que pueda ser un individuo, ese equipaje genético de plaquetas, leucocitos y hematíes, lo faculta para reinar sobre un pueblo. Algunas veces nos tocan monarcas gilipollas y otras monarcas campechanos. Si no  quiere uno que maten a un toro, que según los adeptos “nace para morir en la plaza” , cómo va a querer uno que maten -o guillotinen que parece que es la forma preceptiva de ejecutarlos- a un monarca, sea este gilipollas o simplemente campechano.

Lo más a lo que llegaríamos sería a destronarlo. A decirle a él y a su hemofílica estirpe, bueno chavales, se acabó el chollo; ahora vamos a echar unas semanas en la vendimia francesa (la monarquía borbónica, por ejemplo tiene su origen allí) Ya sé que Mao y su revolución cultural aplicaron estos métodos de reeducación y que el emperador las pasó canutas y nos produjo gran pena y consternación verlo rebajado a aquellas humildes tareas. Pero la vendimia dura poco y después podrán, él y toda la familia trapisonda, acogerse al subsidio agrario, o a los cuatrocientos euros. No les dejaremos en la estacada. Y cuando vayan a las tabernas a beberse el vino triste de los primeros días del subsidio, les animaremos todos y festejaremos su campechanía mientras vamos pidiendo otra media botella y una ración de papás con melva. Si luego, con su esfuerzo y trabajo, alguno de la familia medra, lidera, inspira o entusiasma y llega, pongamos a presidente/a del gobierno de la república, nosotros seremos los primeros en jalearlo públicamente, como los rumberos. Y contará con todos nuestros respetos y a lo mejor, hasta le devolvemos la corona para que se la ponga en carnavales o cuando esté cachondo/a y en tanga con su pareja, se la coloque en su noble testa o donde quiera y pueda colocársela.

4.-Hay que ver cómo me he levantado hoy. Mientras me afeitaba frente al espejo y antes de haber hablado con nadie, he musitado: Ni dios, ni patria, ni rey. Entonces ella me ha dicho; anda y vete a comprar el pan, . 
Durruti.