domingo, 7 de octubre de 2012

DIAGNÓSTICO




Me dice un médico - los pobres hablamos así: un médico- Los ricos no, los ricos dicen mi médico, mi chófer, mi contable. Lo que pagan, es decir lo que compran, es suyo.

Bien sabemos que no es nuestro médico. No come con nosotros ni viene a casa, a nuestras fiestas como en las series de la televisión. También es verdad que en casa no hay muchas fiestas. Las justas y sólo en las fechas muy señaladas. A lo mejor si anduviéramos todo el día de parranda como los golfos, tendríamos “nuestro médico”. Que se vendría a esas juergas con su maletín para ir tomándonos la presión arterial cada cinco güisquis y cada diez cigarros, qué sé yo,

Cuando nos dice un médico que le contemos lo que nos pasa, si nos dejaran, le haríamos allí mismo, en la consulta mientras los parroquianos de los ambulatorios se desesperan fuera, un relato minucioso de nuestra vida. Quizá comenzáramos por el principio; “Fíjese usted doctor, yo nací un día que dios estuvo enfermo, como Cesar Vallejo” O,  si estamos ese día estupendos, añadiríamos como Nietzsche ; “Eminencia, yo lo que tengo es que nací póstumo”.

Pero somos solidarios y sabemos que por mucho que le interese al médico nuestra patología, hay en la puerta de la consulta mujeres y hombres deseosos de que les alivien dolores, reales o ficticios, de que les administren pastillas o potingues como los chamanes. Así que abreviamos y decimos:  

Me pitan los oídos un poco y no sé si las cosas dan vuelta alrededor mío o soy yo el que rota en torno a ellas, unas dudas, señor doctor, de carácter universal como usted puede ir viendo. “Eppur si muove” Si me permite usted atribuirme la frase de Galileo y como sin embargo se mueve, vengo aquí a que me diga  usted si esta zozobra es para siempre ya, como otras tantas que vinieron para quedarse, o me voy a ir poniendo mejorcito”“

Bueno, pues el galeno, tras someterme a un reconocimiento harto divertido;  Me deja solo con los calzoncillos, como un cristito, cautivo del malestar general, motivo por el que acudo en busca de su sapiencia . Me da un pinchacito por aquí, un nada cariñoso apretujón por allí y  confirma mi sospecha más íntima:

-          Tiene usted vértigo periférico con aguda inclinación hacia la izquierda.

Un análisis, un diagnóstico rotundo y certero. ¡Vértigo periférico!, si eso me lo diagnostican en Rentería termino en el trullo tras una de esas redadas espectaculares de algún juez fotogénico.  No es nada grave, el vértigo periférico,  pero resulta muy molesto, añade para tranquilizarme.  Ya , ya, qué me va usted a contar, le digo.  Además puede provocar,  llegado el caso,  náuseas con cuadros de vómitos leves. ¡También acierta aquí esta eminencia del presentimiento y  la antropología!

Un ejemplo: Observo una foto y,  acaso por lo de la aguda inclinación a la izquierda de mi molesto vértigo,  una fatiguita ideológica me solivianta y las continencias últimas de mi maltrecho estómago se ponen vertiginosas y coléricas. En la foto, un policía es inmortalizado en el momento justo en que levanta su porra para ir, angelito, a estrellarla contra la espantada espalda de una muchacha manifestante. La cara del policía, no se ve, pero si se viera daría vértigo ese  impersonal odio hacia la manifestante, cuyo rostro expresa el miedo y también, ahora que sé lo que es,  cierto vértigo periférico.

Es lo que tiene la medicina poética, que se da cuenta de todo rápidamente.

Cuando me secuestró el estado para ir a cumplir con unas obligaciones militares contra las que no tuve la valentía de objetar, como ya iban haciendo muchos de mis amigos más arrojados, un romance que mantenía con una mujer se hallaba en pleno apogeo. El amor se había colado en cada rincón de mi cuartucho. Escribía para ella, cantaba por ella...y eyaculaba  sólo por ella .Era el amor. Pues tras separarme de ella para meterme en el cuartelillo y cumplir con el servicio militar obligatorio, me dieron unas fiebres, unos espasmos, unos misteriosos temblores. El comandante médico me espetó: Síndrome depresivo ansioso con crisis esporádicas de angustia. Eso era, y sigue siendo el amor: Un síndrome depresivo ansioso con crisis esporádicas de angustia. Un nuevo acierto para con mi persona de la medicina poética, de la medicina intuitiva.

Pero lo que más me ha impresionado es que esta inclinación a la izquierda, este-concedamos- izquierdismo,  sea patológico,  sea una enfermedad que- en contra de lo afirmado por el cinismo reaccionario- no se cura a los cuarenta. Nada que ver con lo leído, lo vivido, lo sufrido, las reflexiones, las carencias, las sospechas o los efluvios recibidos. Mi inclinación a la izquierda forma parte de la causalidad, del equipaje  que mi enfermedad neonata ya traía en su maletín genético. Me gusta, a pesar de todo,   mi dolencia y por ello la repito:  Vértigo Periférico con aguda inclinación hacia la izquierda. Ya sabemos que casi todos los diagnósticos son también sentencias, y eso parece éste mío, una sentencia.


Más de veinte años definiéndome poema tras poema, copla tras copla, más de veinte años vertiendo prosas  por los países del verso y  no daba con el quid de la cuestión.  Hay que ir al médico amigos, no puede uno estar toda la vida pensando ¿quién soy? ¿hacia dónde voy?  Siendo tan fácil y tan barato recibir las ansiadas respuestas existenciales, a saber; un ratito en pelotas (que hay que ver lo que se le esconde a uno el masculino atributo en cuanto está indefenso frente a la autoridad, ¿dónde se mete?) un par de pinchazos por aquí, un martillazo leve en la rodilla, alguna pose ridícula y, zas,  hay quien es capaz de acertar de lleno la enfermedad de uno,  como acierta el voraz cangrejo del cáncer en un pulmón de fumador o la certera aguja  chupasangre en el río de la vena de nuestro brazo.

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