sábado, 1 de septiembre de 2012

NI DIOS, NI PATRIA, NI REY.



1.-No me gusta la confesionalidad mal disimulada del estado. Lo normal sería que la religión se quedara en la casa de cada uno. Que asumiéramos su enorme importancia en nuestra cultura, que valorásemos la aportación del cristianismo a la contención de los instintos más salvajes de la especie. La culpa, el pecado, la conciencia, son todos valores que tienen que ver con ese gazpacho greco latino, judaico  y orientalista que se preparó para mejorar la condición humana y su propensión a la barbarie. Que más tarde volviese la bestia a hacer de las suyas en nombre precisamente de la cristiandad, es culpa de los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Se quiere decir con esto que nos merece un gran respeto la religión y su aportación al mundo tal y como lo conocemos. Pero ya está. Ninguna de las íntimas convicciones que pertenecen al territorio de la fe debiera imponerse a los ciudadanos de la aldea. Ninguna apreciación sobre sexualidad, educación, moralidad o  estructura social y económica de la comunidad debiera tener públicamente más valor que el respeto al que lo dice. Y por doloroso que pueda ser para quien siente devoción a las figuras que ilustran la fe o la mitomanía, tendrán que respetar también nuestra indiferencia e incluso nuestro desprecio por la escayola o nuestro interés puramente artístico, sin más misticismo que el lírico,  por las  músicas, las pinturas, las poesías, la  filosofía  y las magníficas obras que en todas las disciplinas artísticas nos ha legado el sentimiento religioso de la humanidad. Que cada uno sea libre de creer en dios, en Buda o en los juncos de la ribera, pero que esa necesidad o gusto personal no se inmiscuya en la vida civil. Y si esas creencias se ponen muy estupendas y pretenden limitar la libertad de la gente, no sé; ablación de clítoris, aborto, persecución de la homosexualidad, que prevalezca siempre la razón  frente al sofisma de ultratumba.

2.-No me gustan los toros, quiero decir que los toros me dan igual, lo que no  me gusta son las fiestas que alrededor de ellos y de su sufrimiento y muerte se organizan. Me dan igual los toros como me dan igual las palomas que,  salvo para alguna poesía, jamás me acuerdo de ellas. Así que no entiendo cómo, tú, que dices conocerme, me hablas de José Tomás, que será un artista y será un esteta, pero que a mí, no gustándome su disciplina y pareciéndome bárbara la pública muerte del animal, me sorprende cómo me banderilleas con  esa conversación.
Yo no digo que tú seas un salvaje. Conozco gente de gran sensibilidad y buen gusto a los que, sin embargo, les conmueve esa danza del hombre con montera en torno al mítico astado. Y a lo mejor todo ese lío de que si quitamos las corridas se extingue el bicho es cierto. También es cierto que el toro, por bravísimo que sea, tiene un sistema nervioso y que las banderillas, la lanza con la puya desgarrando tejidos,  y la espada que entra  a matar y mata, darán muchísima gloria al torero, a la tarde, al respetable, a la presidencia  e inspirarán sentidos y emotivos pasodobles, pero concédeme que al toro no le entusiasme esa verbena.
Y al final los trofeos,  como último escarnio a la bestia yacente. Se les corta una oreja, dos si la faena ha estado mejor y hasta el rabo, si ya la estocada ha sido sublime. No sé si los huevos no se los cortan para que no hagan las mentes calenturientas comparaciones entre la taleguilla del maestro y las pelotas del bicho. El toro no se muere por estética, ni para decorar la parranda de las ferias. Se muere matado y con gran sufrimiento.
 Yo sé que a ti no te gusta el Rock duro, por eso cuando vienes a mi casa en vez de ponerte la discografía de AC/DC mientras departimos amigablemente sobre el fondo monetario internacional, ten pongo, yo qué sé; a Joan Manuel Serrat que le gusta a todas las personas de España. No sé si me explico.

3.-No me gusta la monarquía. Cualquier análisis por epidérmico que sea, caerá inmediatamente en la cuenta de que la monarquía es un absurdo avalado, eso sí, por la historia. Pero la historia es un balbuceo y está escrita y hecha la historia por personas como tú y como yo. Sí, sí, sé que jode a nuestro particular universo mítico pensar que Nerón a lo mejor lo único que tuvo fue suerte. Que seguramente tenía muchas cosas en común con el vecino ese que tan gordo te cae y que no bajó de ningún Parnaso heroico. Por eso no me gusta la monarquía, porque se sostiene en la herencia de la sangre y su bravura (como los toros) y esto implica que por gilipollas que pueda ser un individuo, ese equipaje genético de plaquetas, leucocitos y hematíes, lo faculta para reinar sobre un pueblo. Algunas veces nos tocan monarcas gilipollas y otras monarcas campechanos. Si no  quiere uno que maten a un toro, que según los adeptos “nace para morir en la plaza” , cómo va a querer uno que maten -o guillotinen que parece que es la forma preceptiva de ejecutarlos- a un monarca, sea este gilipollas o simplemente campechano.

Lo más a lo que llegaríamos sería a destronarlo. A decirle a él y a su hemofílica estirpe, bueno chavales, se acabó el chollo; ahora vamos a echar unas semanas en la vendimia francesa (la monarquía borbónica, por ejemplo tiene su origen allí) Ya sé que Mao y su revolución cultural aplicaron estos métodos de reeducación y que el emperador las pasó canutas y nos produjo gran pena y consternación verlo rebajado a aquellas humildes tareas. Pero la vendimia dura poco y después podrán, él y toda la familia trapisonda, acogerse al subsidio agrario, o a los cuatrocientos euros. No les dejaremos en la estacada. Y cuando vayan a las tabernas a beberse el vino triste de los primeros días del subsidio, les animaremos todos y festejaremos su campechanía mientras vamos pidiendo otra media botella y una ración de papás con melva. Si luego, con su esfuerzo y trabajo, alguno de la familia medra, lidera, inspira o entusiasma y llega, pongamos a presidente/a del gobierno de la república, nosotros seremos los primeros en jalearlo públicamente, como los rumberos. Y contará con todos nuestros respetos y a lo mejor, hasta le devolvemos la corona para que se la ponga en carnavales o cuando esté cachondo/a y en tanga con su pareja, se la coloque en su noble testa o donde quiera y pueda colocársela.

4.-Hay que ver cómo me he levantado hoy. Mientras me afeitaba frente al espejo y antes de haber hablado con nadie, he musitado: Ni dios, ni patria, ni rey. Entonces ella me ha dicho; anda y vete a comprar el pan, . 
Durruti. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, como siempre

Anónimo dijo...

Genial, como siempre