domingo, 18 de noviembre de 2012

MANIFESTACIONES Y HUELGAS (ÉXITOS Y FRACASOS)


No ha sido un éxito la huelga general, esto parece bastante claro si no miramos las cosas con las gafas en tres dimensiones de la ideología, la organización  y las banderas. Si hubiera sido un éxito no notaríamos, tras unos pocos días,   esa melancolía ciudadana que sigue recorriendo las calles, que sigue llenando las mañanas en las plazas de hombres sin empleo, de mujeres fregando escaleras para llevar un cacho de pan a la casa, de parejas jóvenes mirando el precio de los billetes de avión para emigrar otra vez a los países del norte, de jornaleros del hambre esperando el contrato abusivo o tragando la dura cicuta de la nómina raquítica.

 A Ortega se le atribuye aquella frase “Un esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Si hubiera sido un éxito, a lo mejor la cumbre gaditana esa de jefes de estado y de gobierno habría sido suspendida y la afluencia de miles de marines norteamericanos a la base de Rota, cortada de raíz por la nueva realidad social y política que, tras la exitosa huelga, se hubiera instaurado en esta parte del mundo.

Si hubiera sido un éxito, el gobierno habría convocado a una mesa de las que ellos tienen, de más de diez metros de largo, a los representantes más destacados de la revuelta para gestionar con ellos las  nuevas medidas de carácter urgente que tendríamos que aplicar para salvar a las personas del desastre. O para emboscarlos a todos estos dirigentes y tratar,  bien de comprarlos con dádivas y chantajes, o de meterlos en la cárcel, para escarmiento y espanto de los trabajadores y parados del país.

Así que nos metemos en el sinuoso territorio de los matices y ahí todo vale; el consumo eléctrico, los garitos abiertos, las grandes superficies ajenas a todo lo que no tenga que ver con su universo de cajas de colores y tonterías en oferta. Y del otro lado, la gran movilización ciudadana, las manifestaciones del descontento y las romerías reivindicativas con su antología de eslóganes y pareados más bien tristes.

En el pueblo, una manifestación convocada entre otros, pero  principalmente por un sindicato minoritario; el SAT, consigue una de las mayores movilizaciones de la democracia. Algunos miles de personas en un pueblo adormecido y manso que pasó en su día de votar al partido comunista de España de una manera rotunda, a darle al Partido Popular la mayoría absoluta también. Si no ocurrieran  tantas cosas y las informaciones no fueran en cascada sustituyendo una historia por otra, esta manifestación sería (ojalá no lo sea) histórica. Digo que ojalá no lo sea porque eso supondrá que habrá otros momentos todavía más contundentes, más mayoritarios y la del quince de marzo quedará en anécdota germinal.

El éxito o el fracaso de las cosas que emprendemos se ha ido convirtiendo con el tiempo y con las perversiones intelectuales a las que nos acogemos  para ir tirando, en algo tan relativo que siempre habrá en nuestras maletas tantos argumentos para defender lo uno, como para constatar lo otro. Las cifras pueden convertirse en algo bastante ridículo si empezamos a flipar con ellas. En un rato, los manifestantes, que empezaron en tres mil, incluso cuatro mil en una contabilidad satisfecha pero prudente, rondaron al cuarto o quinto vaso de vino los ocho mil asistentes. La euforia, si queremos ser serios, hay que cortarla rápidamente porque también con la euforia se han escrito renglones de la historia y muchos de los crímenes que se les ha infringido a la verdad, son consecuencia de esa euforia. 

Lo mejor de esa manifestación fueron, corrijo: son,  las personas. Cuando se monta un acto de la izquierda del pueblo en alguna plaza pública y tiene uno tiempo y ganas y acude, ya sea para apoyar o para artistear un poco, conocemos  a todas las personas convocadas. Es lo que tiene la vida pueblerina. Nos saludamos con los viejos luchadores que fueron insumisos, anti Otan, anti globalización, pacifistas, revolucionarios de viejo cuño, con toda la peña, vamos.
A lo mejor hay diez o doce muchachos jóvenes a los que no conocemos, sí, pero enseguida, tras un pequeño cuestionario descubrimos tras sus nóveles melenas, los rasgos de su padre o de su madre y entendemos que vienen a ser el relevo generacional de aquellos a los que quisimos tanto y con los que tantas cosas compartimos. Esta vez no, la mayoría de la gente que estaba por allí testimoniándose en estos tiempos tan duros, era gente nueva para mí, o gente que conociéndola de toda la vida, nunca hubiera uno pensado que se iba a poner tras la pancarta de la justicia social. O gente que hace muy poco tiempo consideraba a los incansables luchadores,  una suerte de  anacrónicos especímenes de los viejos fanatismos del siglo XX.

Eso es lo bueno que tuvo para mí la manifestación. Esperemos que el dogma y el lastre sacro de las organizaciones con sus Stálines,Bakunins,  Troskis, Fideles y hasta Gordillos, no estropeen lo que muchas de las personas que fueron convocadas sentían de una manera tan sencilla, sin tener que llenar las mesitas de noche de estampitas ; el robo, el expolio canalla y criminal de sus propias vidas.

 Creo yo que lo que esas personas sentían y que por eso fueron a gritárselo al aire y al vecindario más cauto que asomaba la cabeza por los visillos vergonzantes de sus ventanas, era el dolor y la rebeldía, por decirlo en palabras de León Felipe, que provoca siempre en un ser humano que así quiera nombrarse, la espada impía de la injusticia. 

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