viernes, 4 de junio de 2010

DE LA FERIA Y SUS MÁRGENES




Huyendo de una fiesta que ya no les pertenece, de una fiesta que ha sido ocupada por la insaciable generación del botellón que tiene en la bebida y el hedonismo más extremo sus básicos principios de comportamiento, se celebra para muchos, un año más la feria de Sanlúcar, de la manzanilla. como le gusta decir a nuestra babosita clase política, en Punta Umbría, en Chiclana o en una casita de la sierra de Cádiz.

Hay motivos para huir de los festejos, y son muy variados; esa sensación de sentirse mayor a ciertas horas, cuando los primaverales cuerpos jóvenes empiezan a tomar su territorio y se comprende que su territorio es el mundo entero.

Esa antiquísima náusea frente al paseillo de caballos con jinetes zozobrantes por la borrachera y arrogantes como señoritos ufanos de su cortijo.

Esa vergüenza ajena cuando la corporación casi en pleno hace el saltito a la pata coja para cruzar la portada de la feria, tan bonita y tan utilitaria, y dan ganas al verlos , de irse no unos días del pueblo, sino para siempre de esta ciudad de la gracia, el arte, el salero y olé.

Esa lamentable música ensuciando el aire con sus crónicas del camino del rocío, su mística y su erótica, su vindicación de lo hortera ahora y en la hora de nuestro asco, amén.

Esa corrida de toros con todo el casticismo haciendo ensayo general de su poderío, de su telúrica legitimidad pueblerina

Los señores y señoras del proletariado que nunca querrían ser llamados así por nadie, como si el nombre de la cosa -que diría el otro- definiera a la cosa y al decirles clase obrera o proletarios, tuvieran que tomar partido, dejar de jugar los chantajes ventajistas del sistema, pelear por el porvenir y no por la limosna, comprender la situación de ruina a la que hemos ido abocándonos todos, descubrir a los verdaderos culpables de esa infamia y no buscar en el pobre diablo más cercano las razones del desastre.

Algunos proletarios, decíamos, en un último alarde huyen en tropel de los festejos locales, buscando en estos días rozar, si se pudiera, los flecos, los estertores últimos de la felicidad.

Se colmarán los hoteles costeros de aguerridas familias exigiendo como yonkis del asueto su diezmo de pulseritas, su parcelita de sombra en los jardines, sus trampolines desde los que lanzarse estilo bomba a la piscina con las últimas fuerzas cuarentonas y borrachas de cubata.

Habrá un bullicio paleto en los pasillos y los guiris se mirarán entre ellos sorprendidos de esta suerte de revolución que ha ocupado los palacios de la primavera, sin otra ideología que consumir hasta el paroxismo en los bufés, sin otro discurso que el consabido hostia-pare-picha-mestoyponiendohastaelculo.

Durante esa reclusión voluntaria olvidarán las traperas puñaladas de estos tiempos del cólera que vamos viviendo como si estuviéramos viendo la película de nuestras vidas.

En la ciudad los charlatanes pregonarán sus tristes regalos de tómbola, sus desangelados peluches, sus jurásicas guitarras y sus televisores de plasma. Los peruanos volverán a tocar "El cóndor pasa" versión yanki medio en serio, medio en playback.

El mimo se plantará otra vez en la calzada cada vez más artrítico, cada vez más blanco.

Los niños volverán a engullir fantasías de algodón o piñonate para que los dentistas hagan su agosto en el mes de julio, las madres engalandas con sus trajes de farales recuperarán algo de la picardía que tuvieron cuando follaban por gusto y no por débito conyugal.

Los maromos pedirán otra media botella y palmearan la gracia de la parienta cuando se levante la falda una miaja enmedio de la rumba loca.

Los adolescentes se pondrán como cada fin de semana hasta el culo de alcohol y de substancias, se partirán la cara por cualquier tontería y mearán libremente por los rincones de la noche llenado el amanecer de ese tufo a podredumbre y porquería y sembrando el asfalto de pañuelos de papel con restos de micción, menstruación, mierda o semen.

Tarumbas estarán los que se queden y tarumbas volverán los que huyen. Tras la resaca el mundo otra vez, abiertas las fauces de la catástrofe económica, otra vez sobrios los banqueros que tanto y con tanto tronío cantaban y bailaban en la caseta.

El mundo necesita meter unos días entre paréntesis la pena y la ruina, aunque sepa el mundo lo que vendrá después.

Tras la resaca, la convalecencia.

5 comentarios:

sQuallon dijo...

Totalmente de acuerdo :)

Anónimo dijo...

Gracias por borrarme el comentario... Al escribirlo pensé que "estaba relacionado con el artículo o el autor". En fin, lo mismo de antes, muy mal gusto demuestras en este artículo.

salvador moreno valencia dijo...

la fuerza con la escribes es lo que le falta a toda esa estupidez que tan bien retratas y describes en tus líneas: estamos, amigo, por desgracia, sumergidos en un siglo de imbecilidad supina, donde, como dices, para los que luchamos no existe la derrota. Y tendremos que seguir luchando para no ser absorbidos por toda esa mierda, por toda esa necedad que amenaza con destruirlo todo, y lo más importante: la palabra, sin la cual no habrá opción para el entendimiento porque ya esa juventud hedonista apenas de comunica, y cuando lo hace lo hace mediante signos que los acercan, cada vez más, al simio del que provenimos.

Mis felicitaciones por tu artículo, que hurga en la herida, que no se detiene ante la yaga, que nos dice claramente en qué mundo vivimos, y en qué se han convertido todos esos seres. Y líbrese el que pueda de la estupidez.

Suri dijo...

Miralo ahí con su librito...

Mari dijo...

Pues que quieres que te diga, no podría estar más de acuerdo contigo.
Tengo 28 años pero de un tiempo a esta parte vengo dandome cuenta de en lo que está convirtiendose este pueblo, o quizás siempre ha sido así y antes no supe verlo.

A mi, a veces, tambien me entran ganas de escapar de aquí, de irme lejos de los cotilleos, las miradas, los "consejos", los "te lo digo por tu bien" y demás

Me asusta mucho la incultura que hay entre gran parte de la juventud de Sanlúcar. Solo se preocupan de comprarse una moto al llegar a los 15, un buen cordón de oro al cuello y una chavalilla montada detrás (o delante) Y las niñas solo piensan en pescar un buen maromo que las mantenga, pasee y les de un par de chiquillos