miércoles, 19 de enero de 2011

GRACIAS TABACO

Creo que fue ella la que se me acercó para pedirme un cigarrillo. No se me olvida aquella sonrisa luminosa que dibujaba en su cara el derecho a volverme loco de amor. Como era habitual en la época, yo no tenía tabaco o a lo sumo podía tener dos o tres cigarrillos comprados en el quiosco y con los que tenía que pasar toda la jornada, aunque eran tiempos en los que mi manera habitual de relacionarme con los habitantes de la noche era “oye colega, ¿tienes un cigarrillo? , también otra de mis más célebres frases podía ser : “rubia, ¿tienes cinco duritos que me faltan para una cerveza?”.

Supongo que le di el cigarro o lo pedí para ella, porque se quedó conmigo toda la noche. Gracias tabaco.

Después estuve solo, pero solo de verdad. Decía Gómez de la Serna que Madrid es meterse las manos en los bolsillos como nadie en el mundo, así estuve yo de solo en Madrid, contando monedas para entrar en un café, metiéndome las manos en los bolsillos como nadie en el mundo mientras el mundo entero estaba enfrente de uno, el mundo con sus triunfos y sus miserias, con sus jóvenes muriéndose de risa bien vestidos y mejor acompañados, mientras uno con la misma edad y las mismas ganas de ser feliz y aún estúpidamente feliz, buscaba refugio durmiendo en sórdidas pensiones , escuchando en un transistor jurásico canciones de la movida que fue ,como dice un amigo, el advenimiento de los pijos al mundo del rock and roll.
Pensiones de nombres literarios “Hostal Buenos Aires”, “Comidas y camas, La Cometa”, habitaciones sin baño por las que, a pesar de todo, se filtraba como ardiendo un haz de luz de luna y me incorporaba con mis diecinueve años recién cumplidos, helado con la manta fea, marrón, sobre los hombros jóvenes y allí, en la ciudad inhóspita miraba las estrellas y encendía un cigarrillo, callado pero hablando con la solemnidad del humo, dibujando volutas de melancolía y la puta madura del balcón de al lado que era como una madre teñida, como una madre con liguero y los labios pintados hasta el esperpento total del maquillaje, me ofrecía lumbre y más cigarros, cigarros “Lola” que era un tabaco creo recordar que rubio que sólo fumaban las putas y los travestis, y hasta una onza de chocolate con avellanas me ofrecía la bondadosa samaritana. Gracias tabaco (y gracias chocolate)

También me he visto en la puerta de los ministerios, de las delegaciones gubernamentales, de los empleadores sin alma, de los empresarios sin vergüenza, temblando como un perrillo callejero bajo la lluvia, buscando el pan y sus celebraciones. Todas estas angustiosas esperas en las puertas solemnes fueron acompañadas por una sucesión de cigarrillos que se encendía y apagaban de manera compulsiva, tabaco de la indigencia y del pánico que me hizo algo más llevaderos esos malos tragos. Gracias tabaco.

La noche en casa, las noches oscuras del alma cuando parece que ya no hay nada, cuando la muerte se nos presenta , no como una abstracción sublime, sino como una realidad tangible, tocable, una realidad de espanto y de nada que casi nunca nos atrevemos a mantener en nuestra cabeza, el tabaco me acogió en estas circunstancias de obscena tristeza. La ceniza era una metáfora del paso del tiempo como un látigo por nosotros. Gracias tabaco.

Era en los rincones, en las esquinas, bajo el paraguas poético de las estrellas, como teníamos que amarnos, mirando las estrellas incorregibles nuestros cuerpos desnudos. Lunas que fueron voyeurs de mis jadeos, del pendular movimiento de tus pechos mientras te amaba.
Eran los cuartos desangelados donde colgábamos la ropa en una silla,eran los pisos de los amigos con más edad o con más dinero donde todo era prestado menos el sexo, la saliva, los besos, los cuerpos recibiéndose divinamente. Después de cada polvo, echábamos mirando al techo un cigarrito que rubricaba y ponía colofón a aquellos senderos de lascivia y caricias. Gracias tabaco.

La música sonando en el hogar, Miles Davis levantando una escala por la que trepaba un gato hasta la media luna de otoño, la hija y la compañera cerca, a un paso del abrazo o del beso, saberlo, sentirlo.
Las madrugadas sin dormir, asomado a la terraza mientras la intermitencia del cigarrillo se convertía en la última luz de la noche.
Ser un hombre pegado a este vicio y conversar con el silencio desde la adicción y decir tengo que dejarlo mientras se apura otra calada que le llega a uno al pecho como una punzada de enfermedad y asfixia como dice una copla que uno ha escrito.
Escuchar Sumertime una tórrida noche de agosto en calzoncillos meciéndose uno levemente en la música y en el humo. Gracias tabaco.

Gracias tabaco, nos separarán las infinitas enfermedades que anuncias, nos separarán las toses con las que el hombre maduro recibe el nuevo día, con esputos que son como diminutos demonios, como feísimas señales del desastre.

Nos separarán las leyes de esta contemporaneidad laxa y beatífica como una película de Disney, nos echarán de los bares y nos mirarán de reojo con carita de asco los ex-fumadores, que todo el mundo sabe que son tan vengativos como las ex novias y los ex comunistas. Pero, gracias tabaco.

Hemos compartido la vida y probablemente compartamos los motivos de la muerte si no soy capaz de redimirme. Estuviste ahí en los buenos y en los malos momentos, tú y tu troupe de alcohol, música, sexo, amistad, sustancias y poemas. Gracias tabaco, nos hemos entendido bien, espero que tarde mucho en pasarme la factura la perversidad de tus miligramos de alquitrán, de nicotina, de monóxido de carbono y del resto de tus misterios.