jueves, 6 de septiembre de 2007

CRÓNICA SOCIAL



No hay dinero; nunca lo hubo. Tampoco hubieron nunca lujos, ni se celebró jamás un
cumpleaños, no se iba uno de compras, ni se viajó a ninguna ciudad.

No existieron veraneos de esos, ni otras vacaciones que los largos meses sin jornal porque el campo estaba “muy malamente” o la mar jodida por convenios internacionales, por cierre de caladeros o por la rapiña de los armadores.

El padre, durante los meses duros, pasaba el día en la taberna, entre vasos fiados y vasos invitados por esa genuina solidaridad entre los pobres, o a lo mejor más que solidaridad, era la certeza aquella del hoy por ti y mañana por mí, porque los pobres sabían que iban a serlo siempre.

La madre bregaba con los churumbeles, se afanaba por tener los escasos metros que le correspondían en aquel patio de vecinos o en aquel pisito de protección oficial, como los chorros del oro, los churumbeles, los vástagos, la descendencia, estaba siempre llena de barro, de fango, los pies llenos de arena de jugar descalzos durante horas y horas al balón, en la playa. Las mujeres eran los verdaderos héroes de la época, luchadoras que no desfallecían frente a la mierda de vida que iban a llevar durante el resto de sus vidas, a no ser que ocurriese un milagro, que nunca ocurría, los milagros sólo los vivían las pastorcillas en el campo, que tampoco se sabe para qué querían ver vírgenes ni nada, si eso las condenaba a una vida de melancolía y beatería.

Los hombres, había de todo, eran más débiles porque andaban más expuestos a los desastres sociales, la mayoría sucumbía ante el fracaso, ante las putadas que rayaban en el sadismo de clase de los patronos, ante la mierda de vida - ellos también - que iban a ofrecerles tanto a su mujer, como a su prole.

Muchos de ellos, insisto en que había de todo, se convertían en una desgracia más que añadir al colmado saco de infortunios de la unidad familiar. Borracheras amargas que terminaban en palizas, sexo brutal con las esposas porque ellos querían, porque ellos mandaban, porque ellos patatín patatán.

A la figura del padre en algunos de aquellos hogares deprimidos ( y tan deprimidos; quién puede ser feliz así) no se le tenía ni respeto, por más que las esforzadas madres hicieran su apología machista: “No hables así de él, que es tu padre”, ni siquiera miedo, se les tenía asco. Y el asco era una forma de esperar a ser hombres, para poder enfrentarse con él. Pero, ah, la edad la iba cumpliendo todo dios, y cuando los hijos se hacían hombres, iban repitiendo la historia como una burla genética y social, con sus propios hijos, o directamente perdonaban, porque comprendían que todos andaban muy mal, muy desperados y muy hechos polvo, por esa circunstancia de ser los pobres del mundo.

Se festejaban muy pocas cosas, casi ninguna, se hacía un festivalito –más o menos- en la comunión del niño, contando con la ayuda de algún hermano, de algún cuñado, que ponía las bebidas y otro, marinero, que traía pescado y la voluntad inexorable de ser felices de las madres, terminaba de componer aquel amago de fiesta, con tortillas de patatas y chocolate caliente.

A veces se trincaba un pellizco bueno del empleo comunitario o del subsidio de paro, después de varios meses sin cobrar, y se compraba un televisor en color o incluso un vídeo.

Yo viví en circunstancias parecidas parte de mi infancia, con el agravante de que éramos unos pobres con ínfulas, debido quizás a que subíamos y bajábamos en la escala social, dependiendo de las extravagancias pasionales de los viejos.

Hoy me he encontrado con dos de los que se criaron conmigo en aquellos días terribles. Uno ha sido por fin sentado para siempre en una silla de ruedas víctima del SIDA, el otro, que lo llevaba en la sillita, era un estudiante fantástico durante su breve paso por el colegio. Ambos tienen mi edad. El paralítico parece mi abuelo, el otro; mi abuela, ya no recordaba que el estudiante , se puso durante años hormonas para echar tetas, que se prostituyó para pagarse los tratamientos y de paso los chutes esporádicos.

Su aparición en este día ha sido la más dramática metáfora del mundo en el que crecí.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues fíjate que yo había pensado siempre que eras un pijo ¿o es que estás huyendo de tus orígenes y por eso llevas esa pinta de pijoprogre?

Tomás Rodríguez dijo...

Buena semblanza, como un acorde en tono menor. Camarada, te he creado un enlace en mi bitácora, para compartir tu rincón. Un saludo, etc.

Tomás Rodríguez dijo...

Ah, visítame en http://tropicodelamancha.blogspot.com

Anónimo dijo...

Saludos, ya estàs agregado en este espacio y en la pàgina de la banda del malandar. Gracias.

Tomás Rodríguez dijo...

Gracias a ti, con eso compartimos zozobras y desmanes en este mundo de las teclas.Gracias de nuevo.