Acabo de terminar la lectura del último libro publicado por Juan José Vélez Otero, “El Solar”, editado por Endymión y que ha sido galardonado con el XVIII premio de poesía “Aljabibe”.
Es muy reconfortante que estos poemas hayan sido merecedores de un premio con el prestigio del que nos ocupa porque, como suele suceder cuando los libros son buenos, gana el premio, gana la poesía, y sobre todo gana el lector debido a que, desgraciadamente, si la obra de muchos autores contemporáneos no anduviera sometida al escrutinio de los certámenes, no llegaría nunca hasta nosotros. Tan peregrina es la industria editorial de nuestro país, tan miserable quizá.
Como me encuentro entre los amigos de Vélez y tengo la suerte de contar, además de con su amistad, con su confianza a la hora de tratar y perorar sobre poesía y otros vicios, uno ya había leído el manuscrito de este libro. Debo confesar, no obstante, que esa primera y casi clandestina lectura de “El Solar” no produjo en mí la impresión que ha suscitado este segundo acercamiento al territorio amargo y baldío al que alude el título del poemario.
No es que me hayan condicionado los lujos y las galanterías con que el libro premiado y prestigiado por el éxito ha vuelto a estar entre mis manos y, sobre todo, entre mis pensamientos de estos días. Intuyo que lo que ha ocurrido es que la primera lectura estuvo acompañada de otras dos excelentes obras del poeta: “Juegos de Misantropía” y “La soledad del Nómada”, galardonadas con los premios “El Ermitaño” y “Cáceres Patrimonio de la Humanidad”, respectivamente, y no supe entonces escudriñar la singularidad conmovedora de “El Solar” , que es la justa culminación de esa especie de trilogía existencialista, en la que Juan José Vélez ha vertido, en feliz armonía, su sapiencia técnica y su sabiduría filosófica y vital.
Para desencantarse- y este libro es sobre todo una serena constatación del desencanto- antes hay que haber estado encantado. Yo creo que Juan José Vélez lo estuvo, como casi todos, aunque ya sabemos que hay quien nace póstumo, pero al final ha sentido como reza en unos versos estremecedores del poemario “ La respuesta del humo/ el cristal de la niebla/ el cuchillo del tiempo/ lo que nota una momia al romperle el vendaje”. Los títulos de las distintas partes en que está dividido el libro justifican, creo, esta idea; “Intemperie” , “El miedo”, “El liquen de las piedras” …En cada una de ellas se abisma la mirada del poeta frente a un mundo inmiscuido en “la negociación colectiva del gremio de la desilusión” si bien, en los poemas de la “Intemperie” todavía se nos reserva el estupor, el asombro ante lo que inexorablemente se ha perdido: “El terrible momento, / en el que a un hombre le queda/ solamente el pasado” .
En los poemas de “El miedo” la segunda parte de las tres que componen el libro, ese miedo que ronda al ser humano tiene con ver con la esperanza, que a pesar de la contundencia con que la vida se encarga de propinar sus golpes, tan terribles que uno, con Vallejo, no sabe de dónde vienen, conserva la capacidad del anhelo, y da miedo porque conocemos el precio, a saber: la desilusión y el abatimiento.
Poco le importa a la esperanza que se la vuelva a catalogar de puta, sabe de la conmovedora capacidad del ser humano para seguir el camino, por mucho que sepamos hacia dónde lleva. Caemos, fieramente humanos, en pensamientos llenos de juventud y de fuerza, pero inútiles: “Quién no ha pensado alguna vez/ que la alegría habrá de llegar”
Esa voluntad de entusiasmarse no es tan fácil desterrarla, por más que hayamos comprobado que a veces lo que nos representa públicamente no es más que la foto de un muerto en un DNI , por eso todavía avanzamos en una oración retórica que pide auxilio sin patetismo, amor sin chantajes o sexo limpio, sin otros abalorios que el gozo genital y la pasión por los cuerpos. “Ven desnuda/ a dormir conmigo bajo la tempestad y la niebla”.
Ahora entiendo algunas cosas. El poeta Juan José Vélez Otero nació en Sanlúcar de Barrameda hace los años suficientes como para que su mirada se haya ido enturbiando.
Ha tenido esperanzas. Las repartió por la condición humana, por el futuro, por los anhelos de libertad y justicia, ha manejado la ilusión y los sueños, ha frecuentado los senderos del amor y del deseo, pero en este periplo viene comprobando las miserias con que sanciona el tiempo esta breve jornada que es el vivir, que más o menos diría Quevedo.
Asumo muchas de las sentencias que Juan José Vélez me ha confiado algunas madrugadas de conversación y vino. Coincido con él en la vocación de honestidad con la que tratamos de consumir nuestros días y nuestras noches, nuestro ejercicio literario y nuestro ejercicio cívico y ciudadano. Pero metido hasta las trancas en este árido solar, en esta intemperie en la que agonizan los restos del naufragio, en estos miedos a caer nuevamente en nosotros mismos, temerosos también de convertirnos en estatuas por las que van haciendo burla las palomas del tiempo con sus ruinas de excremento y de que el liquen nos crezca como una rúbrica de melancolía, mansedumbre y hastío, he comprobado lo mucho que puede enseñarme este hombre, que es mi amigo, que es mi compinche en la celebración de la risa estupefacta y que, tras la lectura atenta de “El Solar”, es también y así lo declaro, mi maestro.
Es muy reconfortante que estos poemas hayan sido merecedores de un premio con el prestigio del que nos ocupa porque, como suele suceder cuando los libros son buenos, gana el premio, gana la poesía, y sobre todo gana el lector debido a que, desgraciadamente, si la obra de muchos autores contemporáneos no anduviera sometida al escrutinio de los certámenes, no llegaría nunca hasta nosotros. Tan peregrina es la industria editorial de nuestro país, tan miserable quizá.
Como me encuentro entre los amigos de Vélez y tengo la suerte de contar, además de con su amistad, con su confianza a la hora de tratar y perorar sobre poesía y otros vicios, uno ya había leído el manuscrito de este libro. Debo confesar, no obstante, que esa primera y casi clandestina lectura de “El Solar” no produjo en mí la impresión que ha suscitado este segundo acercamiento al territorio amargo y baldío al que alude el título del poemario.
No es que me hayan condicionado los lujos y las galanterías con que el libro premiado y prestigiado por el éxito ha vuelto a estar entre mis manos y, sobre todo, entre mis pensamientos de estos días. Intuyo que lo que ha ocurrido es que la primera lectura estuvo acompañada de otras dos excelentes obras del poeta: “Juegos de Misantropía” y “La soledad del Nómada”, galardonadas con los premios “El Ermitaño” y “Cáceres Patrimonio de la Humanidad”, respectivamente, y no supe entonces escudriñar la singularidad conmovedora de “El Solar” , que es la justa culminación de esa especie de trilogía existencialista, en la que Juan José Vélez ha vertido, en feliz armonía, su sapiencia técnica y su sabiduría filosófica y vital.
Para desencantarse- y este libro es sobre todo una serena constatación del desencanto- antes hay que haber estado encantado. Yo creo que Juan José Vélez lo estuvo, como casi todos, aunque ya sabemos que hay quien nace póstumo, pero al final ha sentido como reza en unos versos estremecedores del poemario “ La respuesta del humo/ el cristal de la niebla/ el cuchillo del tiempo/ lo que nota una momia al romperle el vendaje”. Los títulos de las distintas partes en que está dividido el libro justifican, creo, esta idea; “Intemperie” , “El miedo”, “El liquen de las piedras” …En cada una de ellas se abisma la mirada del poeta frente a un mundo inmiscuido en “la negociación colectiva del gremio de la desilusión” si bien, en los poemas de la “Intemperie” todavía se nos reserva el estupor, el asombro ante lo que inexorablemente se ha perdido: “El terrible momento, / en el que a un hombre le queda/ solamente el pasado” .
En los poemas de “El miedo” la segunda parte de las tres que componen el libro, ese miedo que ronda al ser humano tiene con ver con la esperanza, que a pesar de la contundencia con que la vida se encarga de propinar sus golpes, tan terribles que uno, con Vallejo, no sabe de dónde vienen, conserva la capacidad del anhelo, y da miedo porque conocemos el precio, a saber: la desilusión y el abatimiento.
Poco le importa a la esperanza que se la vuelva a catalogar de puta, sabe de la conmovedora capacidad del ser humano para seguir el camino, por mucho que sepamos hacia dónde lleva. Caemos, fieramente humanos, en pensamientos llenos de juventud y de fuerza, pero inútiles: “Quién no ha pensado alguna vez/ que la alegría habrá de llegar”
Esa voluntad de entusiasmarse no es tan fácil desterrarla, por más que hayamos comprobado que a veces lo que nos representa públicamente no es más que la foto de un muerto en un DNI , por eso todavía avanzamos en una oración retórica que pide auxilio sin patetismo, amor sin chantajes o sexo limpio, sin otros abalorios que el gozo genital y la pasión por los cuerpos. “Ven desnuda/ a dormir conmigo bajo la tempestad y la niebla”.
Ahora entiendo algunas cosas. El poeta Juan José Vélez Otero nació en Sanlúcar de Barrameda hace los años suficientes como para que su mirada se haya ido enturbiando.
Ha tenido esperanzas. Las repartió por la condición humana, por el futuro, por los anhelos de libertad y justicia, ha manejado la ilusión y los sueños, ha frecuentado los senderos del amor y del deseo, pero en este periplo viene comprobando las miserias con que sanciona el tiempo esta breve jornada que es el vivir, que más o menos diría Quevedo.
Asumo muchas de las sentencias que Juan José Vélez me ha confiado algunas madrugadas de conversación y vino. Coincido con él en la vocación de honestidad con la que tratamos de consumir nuestros días y nuestras noches, nuestro ejercicio literario y nuestro ejercicio cívico y ciudadano. Pero metido hasta las trancas en este árido solar, en esta intemperie en la que agonizan los restos del naufragio, en estos miedos a caer nuevamente en nosotros mismos, temerosos también de convertirnos en estatuas por las que van haciendo burla las palomas del tiempo con sus ruinas de excremento y de que el liquen nos crezca como una rúbrica de melancolía, mansedumbre y hastío, he comprobado lo mucho que puede enseñarme este hombre, que es mi amigo, que es mi compinche en la celebración de la risa estupefacta y que, tras la lectura atenta de “El Solar”, es también y así lo declaro, mi maestro.
5 comentarios:
Pues si es tu maestro: a ver si aprendes algo de él, poetastro de pueblo.
Cerca de la casa que nos hospedaba en Castillejo,observe un rio de espuma con olor a limpio.Aquel rio de espuma le mojaba los pies a una mujer que sostenia una fregona.Sus pies descalzos produjo una sensacion olvidada...De pronto senti ganas de quitarme los zapatos y celebrar el tacto en aquel lugar.Y me asalto un pensamiento feroz ;¿he olvidado las plantas de los pies?.No lo que olvide fue su tacto y el tiempo en el que lo que importaba era sentir y celebrar.
Aprende Gallardo
lo mejor de tu pagina, usted me perdone, son los comentarios.
estás pesao, pesao, pesao...
escribe algo más "sucio" haz honor al "oski" de tu mote
Si en las mezquitas hay olor a carne frita y occidente qué, QUeeeeeeeeeeee passssssa Gallardouski?¿¿¿¿¿!!!!!!! Y que passa si a cada paso que doy se me ensancha de nuevo el desierto, qué desierto gallardouski.Queremos respuesta ya.
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