martes, 8 de abril de 2008

PELMAZOS


Dejando a un lado las enfermedades de transmisión sexual, maldición o castigo del ente morboso, perverso y voyeur que gobierna nuestros asuntillos de ultratumba .

Obviando las modernísimas depresiones matutinas que gozan de gran predicamento entre la afición, haciendo las delicias de psicólogos ociosos que jamás negarán ninguna de las enfermedades mentales con que el paciente sanciona su propia existencia mientras pague el paciente la minuta de tan abruptas confesiones al sonriente doctor.

Desdeñando el ardor de estómago, el insomnio, la halitosis y otras patologías más o menos confesables, si sufre nuestra contemporaneidad una plaga, una epidemia, de la que ni el más avezado o precavido de los mortales puede salvarse es la de los pelmazos.

Hablamos de ese personaje de sonrisa beatífica que cuando entras en el bar, desde la barra te acapara con su mirada de bestia depredadora y exclama “Pero mira a quien tenemos por aquí” y eso que dice te hace sentir como el corderito al que el lobo ha saludado antes de devorar. Nada importa que finjas despiste, que mires continuamente por encima de su cabeza como si buscaras a alguien que te espera. Que ostentosamente consultes el reloj cada poco. Ninguna de estas vacunas del comportamiento te libraran de su abrazo titánico.

Él , poseso de sí mismo, habla y habla sin parar. Habla sin parar y a destiempo como un músico torpe que se carga las posibilidades de la humana y variopinta orquesta nocturna. Y es que además, oh mundo insolidario, egoísta y cruel...todos los parroquianos, los amigos y los conocidos, saben de qué va el pelmazo y nadie se acercará a ti para echarte una mano.
Nadie querrá correr el riesgo de que los multiformes tentáculos del pelmazo le toquen.

Así, mientras envidias la alegre conversación de la pandilla. Mientras oyes sus risas y ocurrencias, mientras asistes desolado al espectáculo de los brindis nocturnos; el pelmazo cada vez más pegado a ti, adherido a tu chaqueta como una lapa, no suelta un instante tu brazo y te sugiere: “Gallardito, deberías ser más comedido en el lenguaje que utilizas en tus artículos; un hombre con tus lecturas, con tu educación” o aún peor “Hombre, quería yo comentarte que tengo unos manuscritos pudriéndose en la gaveta de mi mesilla de noche”
Porque como carecen tanto de respeto por los demás como de sentido del ridículo exhiben sus dudosas habilidades para todo.

El pelmazo si eres músico rockero te habla de sus discos de “Los Pekenikes” y de que en su primera juventud montó un conjunto que hacía las delicias de las faldicortas muchachitas ye yés de los guateques .

Si, por mal del demonio, resultas ser poeta lírico o literato te cuenta que tiene muchos libros (veinte o treinta durmiendo el sueño de los justos en el mueble bar de la salita) y que todos son de un interés tremendo. Te relata con detalle, casi con sadismo, las circunstancias que rodearon la adquisición de cada uno de sus libros o te pregunta con vivísimo interés : “¿Has leído las poesías de Federico García Lorca?

Y si nada de esto lo sacia, termina poniéndose chistoso y cuenta chascarrillos infames de los que él solo se ríe. El pelmazo a hecho de todo en esta vida y lo que él no ha tenido tiempo de coronar lo hizo su cuñado, su primo el del zumosol o alguno de sus antepasados o muertos.

El pelmazo además no necesita compañía, ni siquiera público. Sabe que hace siglos que nadie escucha lo que dice.

¿A qué entonces esa profusión? ¿Crueldad? ¿Saña?.

La única forma de combatirlo – os lo dice uno que posee la habilidad de atraer sobre sí a los pelmazos de todo tipo, pese a lo circunspecto de mis costumbres- es enfrentarlo con uno de su estirpe. Podría parecer que no, que dos charlatanes imprudentes e intempestivos enseguida van a congeniar. Nada de eso. Cuando dos pelmazos coinciden se sienten mutuamente anulados. Si uno replica el otro esgrime contrarréplicas y así hasta el infinito.
Ellos gustan de nosotros, de nuestra santa paciencia, de esta cortesía pusilánime con que los soportamos, de nuestro heroico estoicismo. Pero entre ellos mismos terminan por lo general cabreados o tristes y – lo que es más importante en atención a la salud mental de la ciudadanía- por fin y felizmente callados.

No hay comentarios: