jueves, 30 de octubre de 2008

ALTAMIRA SUPERSTAR

El surrealista le metió un limón por el ombligo a una virgen lánguida extasiada y patiabierta sobre el lomo de una ballena bíblica que contuvo la excitación para no expeler de sus entrañas, con un estornudo rotundo, al buen Jonás.

El socialista miró a la famélica legión, no debió de gustarle la visión, así que le hinchó la musculatura para que sedujera al mundo occidental desde los enormes murales del sueño comunista, convirtiendo al hombre nuevo en un cachas sistemático cuyo martillo soberbio lo mismo valía como herramienta que como arma revolucionaria.

El hiperrealista era un viejo recién operado de cataratas descubriendo las luces que Monet había velado con tanto mimo, sumido en su melancolía decimonónica.

El dadaísta había sufrido tanto con los dados de Mallarmé y con su perturbadora negación del azar que decidió someter todo el arte a la casualidad, el dadaísta buscó a uno con nombre puramente dadá; Tzara , y se montó su fiesta hasta que la república de Weimar lo aburguesó.

El ultraísta fue cegado por los grandes mecanismos detenidos de las fábricas, al fin poéticas desde su tristeza infinita.

El futurista compuso antiguallas y greguerías castizas de sideral violencia.

De todo el revoltijo, de toda esta feliz o desgraciada ceremonia, de esta macedonia o esta vomitera, que eso va en gustos, nace la pinacoteca de la perplejidad contemporánea, el desasosiego policromado, la mancha que cae sobre el lienzo desde el abismo o desde las alturas.

Cierto asco lleno de astucia hacia los mercaderes y los galeristas y también una pútrida mansedumbre de colorines y prostitutos del espacio museístico.

Hablamos de la pintura moderna; de la estafa del tebeo sublimado con bichos japoneses y quijadas expresionistas, de los puntos sin la grandeza puntillista de un Seurat, de los puntos como asteroides de color en una galaxia de impostura y juerga.

De sofisticados macarras que visten su ineficacia o su sinvergüencería colosal de glamour y de misticismo cagadito pedo a pedo en los neones de los grandes almacenes, en su papel de regalo, en su papel de estraza como Tapies, en su papelón decorativo de la posteridad.

De el papanatismo de los comisarios políticos del arte, de el esnobismo maternal de los centros subvencionados de arte contemporáneo, que prefieren hacer históricos ridículos antes que rechazar la cagadita de mosca de uno, que a lo mejor, dentro de doscientos años, cuando todos seamos otra vez medio primates, es considerado un verdadero genio incomprendido del siglo XXI.
Los que serán glosados por los futuros comentaristas borrachos y por los críticos de arte, con la boca abierta ante la tontería de Altamira Superstar.

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