viernes, 23 de enero de 2009

SOLDADITO


Tu novia compra un vestido, un jarrón, unas flores, visita alegremente otra inmobiliaria,
estáis buscando piso, siguen costando caros pero tienes tu sueldo, tu uniforme, tu prestigio social. Cogida va del brazo de su mejor amiga y teje cada tarde sueños occidentales. Lechera con su jarra, ajena a los fracasos, normal y previsible, fantasías modestas. Tú sigues en campaña, si apuntas a un afgano, si ofreces cobertura a un convoy mercenario lleno de gente presa, que llevarán de viaje por los cielos del mundo con barbas y chilaba, si haces todo eso te ponen dos medallas, con dos cojones.

El precio de sus vidas compromete tu espacio, pero apenas arriesgas el fulgor de una lente. ¿A cuánto está el pleonasmo a esta altura del curso? ¿Cuánto vale ahora mismo el precio del dinero?

Con cada mensualidad vas poniendo un ladrillo, reestructuras los tonos del gran cuarto de baño en el que al principio os amareis como fieras, tú y ella, felices, ¿y esta gente que lucha por otros paraísos o por vivir como pueden sus días en la tierra?. Esta gente tan rara que todavía reza, salmodia desolada de quienes mueren en Gaza, en una boda en Kabul, o a puñetazos y esputos en las prisiones de Bragam.

Qué poco nos falta para estar siempre juntos, para tener nuestro niño y gastar muchos euros en convertirlo en imbécil. La guerra con el moro es ya tan antigua que puedes contar chismes tabernarios, decir que son capaces de pegar machetazos a un blanquito decente, que no les marea la sangre del enemigo caído, que saltan y hacen fiestas como bestias sin alma.

Tus bombas que destrozan mantienen esa prestigiada y perversa distancia con la que matamos la gente civilizada.
¿Qué podrás oponer a su espanto diario, cuando apareces tú; el moderno cruzado? ¿qué dirás si preguntan quién te trajo a esta guerra? ¿Un puñado de euros, un chalé, una parcela?

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