domingo, 7 de junio de 2009

PARA BENITO RODRÍGUEZ


Cuando me invitaron, hace ya algunos años, a formar parte de la junta directiva del Ateneo de Sanlúcar, me dijeron que iba a ser el más joven de sus componentes.

Eso era una verdad a medias, enseguida me di cuenta de que había uno por allí más joven que yo: el Presidente del Ateneo D. Benito Rodríguez Ridruejo,.

Benito, para engatusarnos, se ponía siempre traje y quizá se ponía también años coquetamente, cuando ejercía su presidencia en cualquiera de las numerosísimas mesas de la cultura que en aquella vieja sede de la plaza del cabildo, convocábamos ceremoniosamente para inmiscuirnos en los asuntos de los poetas, los filósofos, los ensayistas y los pintores.

La mayoría de los ateneístas de entonces y de ahora, no caían en la cuenta de que un hombre que jamás faltaba a una cita, que nunca se quejaba de nada, que trataba con exquisita elegancia a todas las personas, que no olvidaba los números de teléfono o que bebía con la alegría y el afán de un muchacho el vino de la tierra, no podía tener la edad que nos había confesado.

Benito era el más joven porque son los jóvenes los que emprenden con ilusión los proyectos y era él quien más ilusión ponía por peregrina que pudiera resultar desde fuera, la actividad que programábamos.

Era el más joven porque, como cuando era uno joven, siempre estaba en su sitio, por encima de condescendencias y peloteos y era joven porque se le encendían los ojos en muchas ocasiones; cuando un acto tenía una afluencia decente de público, cuando algún artista daba un recital en condiciones, cuando la manzanilla de la tierra era festejada por los visitantes o cuando alguna muchacha guapa ya fuera poetisa, alguacila, concejala o folclórica, le daba dos besos y le festejaba lo bien que le quedaba el traje.

Benito era el más joven de aquella junta directiva a la que tuve el honor de pertenecer porque venía siempre con su novia, Consuelo y mirarlos tan sonrientes, tan entusiasmados pese al tiempo y sus tristezas, mirarlos sobre todo tan libres y tan juntos, era un regalo añadido a cada noche en el Ateneo.

Para mí, que vengo de otras orillas, de otras batallas y de otras ideas, encontrarme con Benito fue, y él lo sabe, un privilegio que he administrado con todo el afecto, el cariño y el respeto que me merece su figura.

La juventud y la dignidad de este hombre me sorprenden más todavía, cuando ve uno cómo con los años los amigos de uno se van agriando, se van escorando hacia lo primitivo y lo tajante, van dividiendo el mundo en blanco y negro sin atender a ningún matiz, van perdiendo los amigos de uno capacidad crítica o al contrario; todo lo critican como si nada valiese, como si todo fuera en la vida, con perdón, una reverenda porquería.

Y sin embargo, este muchacho al que el tiempo ha vestido de anciano venerable, no quiso meterse en esa obscena jaula de grillos de los que nunca se equivocan, de los que siempre piensan que muerto el perro se acabó la rabia cuando hemos visto cuánta rabia y cuántos perros siguen campeando a sus anchas por el mundo. Este muchacho me miraba a mí, a mis amigos, con una comprensión democrática que todavía me emociona.

Aprendí mucho de este joven pero nunca se lo confesé. No nos andábamos con esas cortesías, yo le pinchaba desde mis posturas más radicales y el me atemperaba con su experiencia, sin aspavientos y sin imposturas.

Los míos, mi mujer, mi hija, me decían cuando llamaba a casa para quedar como dos chiquillos: Te llama tu amigo Benito.

Y desde entonces es como me gusta llamar a este compañero: Mi amigo Benito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se ha muerto¿?¿?¿?¿?¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Acabo de ver a Benito Rodriguez Ridruejo saliendo del Hospital Virgen del Camino, y aunque su cuerpo no, su mente sigue siendo absolutamente joven. Sanlúcar, 09/04/11