lunes, 11 de enero de 2010


CONTRATO SOCIAL

El trato era escribir los versos más tristes cada noche y luego, por la mañana, ir al psiquiatra.

El trato era consentir a nuestros niños la ambrosía y que el tiempo les pusiera en la boca la cicuta.

El trato era Lennin y Trosky en un concurso de popularidad televisiva y un trofeo de hoces y martillos.

El trato era llorar mirando a los negritos desfalleciendo y darles premios y muchos euros a los fotógrafos y tener unos cuantos jipis en cada comunidad sacando pasta en los cajeros automáticos.

El trato era la fatiguita de Sartre recorriendo las calles de diciembre y una joven con foulard mirando a los hombres desafiante y nocturna.

El trato era mujeres haciendo reuniones de tapelsex y los mitos fálicos provocando una liberada carcajada en las hembras muertas de risa.

El trato era una parcela, un chalé, un adosado y un automóvil enorme o una moto gorda y ruidosa como un animal salvaje emboscando a peatones tristes por los pasos de cebra.

El trato era una comprensión épica al que viene hambriento a buscarse la vida y vomitarles luego en las caras de verde luna los reproches del desastre.

El trato era tomar una cerveza con un banquero como si fuera el banquero uno de los nuestros, el trato era no ponerle al banquero una pistola en la sien.

El trato era ser dóciles, el trato era la mansedumbre de mujeres y hombres que tendrán en la vida golpes tan fuertes, yo no sé, golpes como venidos de la mano del dios dinero, ese que ríe su tiranía desde altas torres de hormigón que a veces caen, con Mohamed y con Hassan, asqueados ya de tanta mierda.

El trato era vivir como si nada. Ahora ya no hay trato, lo hemos cambiado por una cola infame ante la caridad o la compasión o los salarios de la mansedumbre.

Ahora ya no hay trato y los firmantes sienten la repugnancia infinita que les da el manifiesto, ese contrato social que se ha roto para siempre y del que salen cada amanecer las multiformes cabezas de la hidra.

JUAN ANTONIO GALLARDO

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