lunes, 16 de agosto de 2010

AQUELLOS DÍAS



Aquellos días me hicieron
acariciar los sueños,
Eran sueños modestos;
dormir tranquilamente,
sentirme un poco amado,
poder comprarme un libro,
decir como Machado:
“Con mi dinero pago”.

Nos parecía imposible no ser un día felices. Quería ser mejor que los cantamañanas, que los novios primeros, ser su poeta cantor, su compañero del alma. Ella me miraba y apenas comprendía quién era el tipo aquel con el que se había casado. Yo la miraba a veces, cómo no haber amado sus grandes ojos fijos, fingiendo que sabía mucho, que era muy sabio. Que mientras estuviéramos juntos, estábamos salvados.

Era comprar un libro un acontecimiento. Con él llegaba a casa; Celine, Henry Miller,Onetti o García Márquez. Se lo enseñaba a ella y ella me sonreía. (Teníamos muchas risas y muy poco dinero.)

Nos parecía imposible no ser un día felices. Creíamos que teníamos, los dos, todo el derecho. También teníamos discos que nos había regalado amigos que encontraron refugio en aquel piso. Venían todas las noches y cenábamos tortillas y palitos de marisco. Domingo ponía siempre en el plato a Milton Nascimiento: Corazón americano. Y teníamos ganas de marcharnos muy lejos, de hacernos brigadistas en Nicaragua, de buscar por París a la Maga o de abrazarnos en Cuba a un póster del Ché Guevara.

Mientras hacíamos la cena, descorchaban botellas los amigos, botellas del banquete de bodas que habrían sobrado y que alguno de ellos hurtó para nosotros, liaban canutos o miraban los folios que yo había perpetrado y que dejaba siempre en un sitio visible
por ver si los leían, antes de emborracharnos.

Luego, nos quedábamos solos, comprendiendo que nos amábamos mucho y nos comíamos a besos. Besos de los que se dan por gusto y se dan por todo el cuerpo.

Aquellos días me hicieron acariciar los sueños.

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