sábado, 8 de enero de 2011

PASEO

Enero de 2011, epifanía del señor. Primer paseo por la playa del año , me gustaría haberlo dado el día de año nuevo pero suelo reptar por las esquinas de la resaca ese día tan señalado.
Las tradiciones se mantienen o se inauguran cuando tiene uno edad para ellas, de niño, de joven, no hay tradición ni costumbre ni historia ni respeto ninguno por ellas; esa será la deriva conservadora de nuestro pensamiento; la edad, el orangután heroico de los años mirando desde el espejo y masticando el tiempo.

Mi tradición es pasear largo rato por la playa alguno de estos días festivos, otear desde la orilla como un navegante a la inversa el milagro del paisaje eléctrico, fascinarme una vez más con la luz y sus prodigios sobre la espuma de las olas, abriéndose paso la luz como una esperanza humana entre el nublado cielo de esta mañana de enero.

Andaba uno henchido de melancolía, recordando dolorosamente otros paseos y otras soledades, escribiendo tonterías en el aire cuando me sorprendí a mí mismo conmovido y los ojos se me humedecieron y se me saltaron una mijita las lágrimas (qué dirá la gente) sé que nadie pudo verme porque lleva uno siempre unas gafas de sol puestas, como Pedro Navaja, para que nadie sepa en qué pupila lleva uno el puñal de su mirada.

Sacudí la cabeza como los perros cuando salen del agua y seguí caminando, vamos camino de Bajo Guía, que allí siempre se me reconforta el espíritu y las mañanas se iluminan y siento gran admiración y muchísimo gozo y se me recompondrá allí lo atónito del semblante, por decirlo a la manera de Baltasar Gracián que es otra de mis tradiciones cada nuevo año ; unas páginas de “El Criticón” mientras tomo café en la taberna. Abro el libro por cualquier página y leo al azar y no hay ocasión en la que no encuentre algo estimulante, veamos; “Que no ría mucho ni muy alto dando grandes risadas. Hay tantas y tales monstruosidades en el mundo, que no basta ya reír debaxo la nariz” Y pensamos en los malos y nos decimos que en cuanto podamos vamos a soltarle esto a uno de esos malos que hay por el mundo.

A estas horas paseamos muy pocos por la playa, ya lo hemos certificado alguna otra vez; los enfermos del corazón caminando a paso rápido, como huyendo del infarto que les echa el aliento en la nuca, los gorditos y las gorditas luciendo su ropa deportiva y sus sofocados semblantes, las mujeres bellísimas que tienen un perro también bastante bello y que pasean por la orilla con la única intención de que su pose pudiera ser eternizada en un lienzo para que la humanidad entera, hasta la humanidad de Villaluenga del Rosario, pudiera disfrutar de la magia de estos colores, de las formas que el cuerpo humano moldea en el espacio, si Sorolla no se hubiese muerto y la pintura no se hubiese convertido en un código de barras muy caro y muy cachondo.

Y toda esta belleza,esta paz en que estamos, como si no anduviéramos rodeados por todas las amenazas, como si no anduviéramos aterrorizados por la navaja impune del día de mañana, como si no supiéramos con Camus que el suicidio es el único problema filosófico que verdaderamente existe, toda esta belleza decía, no deja de emocionarme, este día que sólo nosotros vamos a ver, este amanecer que sólo nosotros hemos disfrutado, este aire que nos pega en la cara como si dios se hubiese venido a vivir un rato aquí abajo y lo único que le inspiráramos a ese dios más bueno que el pan, es una suave caricia a sus criaturas.

Porque si dios no hubiese muerto, como Sorolla, estaría flipando con Doñana, con la muchacha y con el perro que no deja de correr tras un palo que ella lanza una y otra vez como lanzará sus besos a sus enamorados que también correrán tras ellos, con la barca panza arriba sobre la que ha crecido una flor silvestre, con las gaviotas chuleando con su vuelo como si toda la playa fuese suya.

A lo mejor a dios le daba un vuelco el corazón o lo que sea que tenga el altísimo para hacer poesías y lanzaba una bendición sobre todos nosotros y la gente por un simple paseo por la playa se convertía en buena y justa. Y le daba igual a la gente lo que tú tienes, debes o deseas y te daba un cigarrito tras desearte buenos días, y no te delataba la gente por fumarte un cigarrito, y no te engañaban más nunca, y no te hacían pasar hambre habiendo comida, y no te encerraban en las cárceles ni te mataban en las guerras, ni te enfermaban, ni te robaban, ni te calumniaban.

La revolución pasa por las orillas, ya lo decían en París, los pijos del sesenta y ocho; debajo de los adoquines está la playa.

Pero el sueño dura poco, lleva uno un par de horas zozobrando por la arena y no he caído en la cuenta de que el paseo marítimo ha empezado a llenarse de familias que chillan, de niños con bicicletas y triciclos corriendo como motoristas macarras, de motoristas macarras que ahora han cumplido veinte años y se han comprado un coche feo y macarrean por el paseo con sus equipos de música vociferando sentencias romeras o amorcitos flamencos cantados con timbre de contralto borracho en una comparsa. Bajo Guía es de pronto una industria y lo que hace unos minutos era indolencia y calma es ahora una batalla de manteles, servilletas, camareros hacendosos y camiones de cerveza descargando mercancía. Las gaviotas graznan como brujas y la muchacha del perro habla por un teléfono móvil con una vulgaridad desoladora.

Ya no tengo esa lagrimita a punto de caer y estoy deseando irme de aquí, conmigo se vienen el paisaje, la luz, Baltasar Gracián, el rumor de las olas, Dios padre y Sorolla. Ellos se quedan con todo lo demás.


1 comentario:

Pepe Fernández dijo...

Supongo que también habrá poesia en el Mar del norte con fuerza 11 y en un barco de 3000 toneledas. Lo de Bajo de Guía, y en tierra como Alberti, suena mejor.