viernes, 11 de febrero de 2011

LOS PADRES DE MI AMIGO

Los vecinos de la manzana colindante a la Casa Marqués de Arizón llevan sufriendo desde hace más de veinte años un verdadero calvario a causa del polémico proyecto de rehabilitación de esta magnífica casa de cargadores a Indias y del correspondiente convenio que la empresa firmó con el Ayuntamiento entonces presidido por el alcalde socialista Manuel Vital Gordillo.

Tras muchos años confiando en que la Justicia y el Ayuntamiento paralizarían este despropósito creo que ha llegado la hora de expresar el malestar y el gran perjuicio que se les va a causar a estos vecinos. La opinión pública debería movilizarse ahora, como lo hizo en casos anteriores con el asunto de la demolición de viviendas irregulares y recordarles a los políticos gobernantes del equipo de Gobierno actual que hace casi cuatro años se encadenaron en torno a la casa (rodeando TAMBIÉN la vivienda de estos vecinos, el negocio de hostelería y el taller que también sufrirán las consecuencias)
Esta operación fraudulenta va a causar unos daños irreparables a tres personas mayores (una de 83, impedido, y otras dos de 80 años) que llevan viviendo en SU CASA toda la vida y ahora, en su ocaso, quieren fastidiarlos desde el Ayuntamiento, pues ya está redactada la orden de desahucio”.

LOS PADRES DE MI AMIGO

Enseguida supe, en medio del sarao literario, que eran los padres de mi amigo; no tenían pinta de nada raro, no pretendían engañar a la edad con atildados gestos de artista o con extravagancias en su indumentaria, no miraban a nadie por encima del hombro, no se leía en sus miradas ese rencor larvado con que lo observan todo aquellos que se creen más listos que ninguno, con más derechos que nadie. Tenían esa pulcritud y esa limpieza en el vestir que tenían mis abuelos, con sus olores a jabón, a crema de afeitar y a vieja decencia.

Tenían esa modestia proletaria que no precisa de banderas, esa sensatez pero también ese orgullo de los años trabajados, de los esfuerzos, de las dificultades económicas y por fin ese sosiego del tiempo superado. Y esa noche andaban por allí, vestidos de domingo, porque su hijo presentaba un libro.

Daban ganas de llevarse de allí al padre de mi amigo y tomarse con él unos cuantos vasos y charlar durante un buen rato de la vida, alejarse de tanto figurante, de tanto genio incomprendido, de tanto maestro de cuerpo presente y de tanto impostado referente cultural de la provincia.

Casi no conozco a los padres de mi amigo. Envidio bastante a mi amigo por razones que ahora no vienen al caso, pero envidio sobre todo cuando mi amigo me cuenta que una de sus costumbres durante años, era visitar a su padre al mediodía y tomarse con él una copa de vino. Esa placidez, ese respeto con el que ambos se trataban me sigue conmoviendo.

Todo esto ocurría alrededor de una casa, la casa del padre, en la que las personas que tienen raíces siempre encuentran un sitio al que volver por pródigas que hayan sido las vicisitudes de la vida. A uno le parece que esos valores deberían ser intocables, que echar, desahuciar vilmente a unos ancianos del hogar en el que han vivido siempre, en el que han visto crecer y formarse como mujeres y hombres a su prole, es de una crueldad obscena y quien ejerce ese poder contra ellos es el malo de la novela, el impío funcionario Dickensiano, el político inmoral que rubrica desde su mediocridad las infamias de su efímero poder.

Ahora, entre otros daños colaterales, los padres de mi amigo pueden ser, probablemente serán, expulsados de su territorio natural en atención a una operación económica cuando menos sospechosa. Ahora, seguramente, los padres de mi amigo no entenderán por qué los mismos que se encadenaban alrededor de su vivienda, llegan con tan malas, con tan tristes noticias. No entenderán qué ha cambiado desde las sonrisas electorales cuando los mismos que hoy especulan, incoan expedientes, resuelven y decretan, armaron tanto escándalo con sus pitos y sus parrandas de manifestantes de izquierdas.

El “vuelva usted mañana” de nuestro Larra es una queja, una reclamación de atención y eficacia frente al aparato burocrático de cualquier estado, que se denuncia, se comenta en la tertulia y se convierte al final en tema de conversación democrática en la sobremesa.

En Kafka, en “El castillo” no estamos frente a una queja; nos hallamos frente al vacío de la crueldad y el absurdo de las burocracias. Cuando se dice burocracia piensa uno siempre en la ineficacia, pero casi nunca en la crueldad, ya vamos teniendo el dudoso gusto de conocerla. Estoy seguro que los padres de mi amigo no entienden nada de lo que les está pasando porque ellos no son así, no trabajaron honestamente toda su vida para que las cosas fueran así, no cumplieron con sus deberes ciudadanos ni pagaron sus impuestos para que las cosas fueran así. No comprenden nada de todo esto porque todo esto es, además de asqueroso, incomprensible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es incomprensible como dices,que sigan haciendo estas y tantas barbaridades con el pueblo.Y como bien dices,ya lo decia Larra en 1833 haciendo una critica a la burocracia española.Pero es aun mas penoso y escalofriante que desde entonces hasta hoy 2011 no haya cambiado nada.