sábado, 14 de enero de 2012

PICIO Y ABUNDIO

Las ideas hay quien las tiene muy claras. Hay quien no tiene la facultad de la duda, incluso quien prefiere no saber más para no tener que cuestionar y no tener así que cuestionarse. Esto es muy común en los creyentes que cuando el camino de la razón les cierra todas las escapatorias posibles a la ultratumba y a los marcianos, se aplican a sí mismos esa suerte de anteojeras conocida vulgarmente como “Dogma de fe”.

Los dogmas son unos sapos que hay que tragarse cuando la razón ya no nos asiste y tenemos que encomendarnos a la mística. No se crean, la mística no está necesariamente relacionada con el sagrado corazón de Jesucristo ni con la creación del mundo en una semana en la que se echa el ratito y se crea, así, de la nada eso; el mundo y todas sus virguerías.

La mística puede ser también y de hecho lo es, un bonito cuento nacionalista periférico o centrífugo, una épica de revueltas a las que sucede una estética de guillotinas buenas; trabajos forzados amorosos en campos de concentración, adoctrinamientos mesiánicos, paseíllos justos y fusilamientos poéticos. 
Hasta habrá alguien que quiera explicarme qué tiene de respetable la histérica congoja colectiva de esos coreanos frente a un hombre muerto, o por qué un Burka tiene algo que ver con la liberación de la mujer, por qué lo que para nosotros es una infamia para otros está bien porque el que manda en ese pueblo es, fue,  o ha sido, un líder contra el imperio. Por qué los enemigos de mis enemigos tienen que ser mis amigos. Ay, ese complejo de la izquierda inmersa todavía en la geopolítica de bloques. Dirán; muchacho le exiges mucho a el lado revolucionario, pero es que en el otro lado no tengo esperanzas, ni se me ocurre que por el lado de la reacción vaya a emanciparse jamás el ser humano. Uno se siente de izquierdas pero también se siente muy solo. Ya lo decía Idea Vilariño, la poeta uruguaya:

Uno siempre está solo / pero/ a veces/ está más solo”

Los dogmas pueden venir de libros sagrados a los que se acude solamente para reafirmarse en las ideas de uno. Cuando entramos en la dinámica de producción, reproducción, procesos de acumulación del capital, etc.. del sagrado libro “El Capital” del difunto Carlos Marx, mayormente lo que nos entra es un mareo grandísimo, porque el soniquete de plusvalías y plusvalores, reconversión de mercancías y producción de excedentes, fragmentación del valor en varias partes y finalización de dios mío ya no sé de qué estamos hablando....dejamos a un lado el genesiaco libro y preferimos mirar la foto del autor y decirnos “cuánta razón tiene este hombre”.
Pero si somos capaces de sobreponernos a esa terminología economicista y a la traducción que estará seguramente mal hecha, podemos poner nuestras ideas encima de la mesa y confrontarlas con las del autor porque somos así de chulos. A esos ejercicios debiera una persona despierta entregarse y a cuestionar sin tapujos todo lo que no entienda o no le parezca bien.

Tiene bastante prestigio eso de la solidez de las ideas y siendo las ideas como son entes abstractos que andan jugando por ahí, en alguna recóndita parte de nuestro cerebro, parece bastante tonto dar solidez sistemática a esas ideas, como si no pudieran éstas evolucionar, como si el trote galopante de los tiempos no importara nada, como si la vida no fuera con sus percances a condicionar nuestros fundamentos éticos.

Podremos decirle a alguien, así en plan coña gaditana, que es más feo que el pobre Picio y se nos rebelará más bien poco, en todo caso esgrimirá el afrentado la parte de esa gracia gaditana que a él le hubiera tocado en suerte al principio de los tiempos, cuando lo del reparto de gracias y saleros, y nos espetará un; “más feo eres tú, cabrón” o alguna otra frase por el estilo.
Pero si por mal del demonio en vez de aludir a Picio y a su mítica estética repelente, aludiésemos a Abundio, y le dijésemos al contertulio que es o era más tonto que Abundio, es más que posible que el aludido, esta vez sí, estallara en una justísima cólera, sintiéndose verdaderamente vilipendiado por nosotros, por haberle dicho eso que ni tiene gracia ninguna, ni se puede rebatir con alguna mojiganga chirigotera.

Se quiere decir que, al menos entre los machos de la manada, se le tiene más apego o se le da más valor a la propia inteligencia que a la belleza. Bien. Si retorcemos el argumento y lo llevamos al pedregoso territorio de las ideas, tienen aquí también más prestigio los prosélitos de Picio que los del pobre Abundio.

Se puede decir en medio de la controversia que las ideas de fulano nos parecen feas y fulano rebatirá con esas mismas ideas, que siguen pareciéndonos feas y deformes, la discutible virtud de las mismas. Ahora, si le decimos a fulano que sus ideas nos parecen mayormente una reverenda tontería, se enojará muchísimo y sacará, para colmo de males, lo más feo de sus ideas hasta meterse en un jardín de confusión ético estética donde ya no sabemos que es peor; la falta de donosura y gracia de esa ideología que defiende o la estulticia que la compone.

Lo que peor les sienta a los dueños de ideas feas y asquerosas es que se les ponga en ridículo. En la Alemania del Nacional-Socialismo, hubo un humorista que estaba haciendo su espectáculo en un cabaret, de pronto entraron en él un grupo de nazis y el humorista al verlos, alzó su brazo derecho y abrió la palma de su mano. Los nazis reconfortados por aquella servidumbre se cuadraron de inmediato y respondieron al saludo fascista. Entonces el humorista, un héroe como todos los héroes algo inconsciente, proclamó desde el escenario con el brazo todavía alzado: “Hasta aquí saltó mi perro ayer” . La carcajada irreverente y liberada del público les hizo a aquellos pervertidos ideológicos que estaban todavía saludando marciales más daño que veinte discursos y que doscientos panfletos. Fue aquella una pírrica victoria de la inteligencia contra la barbarie. Luego al humorista le dieron las del pulpo, claro, porque el terror y la violencia son los únicos argumentos que la bestia maneja cuando es despojada de sus decorados.

No seamos feos como la bestia, no seamos imbéciles como sus secuaces. Y cuando el oráculo nos diga como al griego; “eres el más listo y el más sabio del baile” No olvidemos que Sócrates desconfió del oráculo e inmediatamente dijo aquello de “Sólo sé que no sé nada” . 


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