domingo, 15 de abril de 2012

IMPOSTURA



Aquel amigo me decía; no, no he leído ese artículo tuyo del que me hablas, en realidad no he leído, desde hace mucho tiempo, nada de lo que escribes.

No es que yo hable mucho de lo que escribo con nadie, todo lo contrario; una vez que suelto el sermón y lo pongo a hacer la calle, suelo olvidarlo para siempre, será por eso que a veces uno se repite; porque no recuerda que la tontería que ha escrito en 2012 es muy parecida – si no idéntica- a la genialidad que perpetró en el año 1999. Y como tampoco es que nos pasen grandes cosas y a lo que viene uno aquí es a contar un poco su vida, resulta más que probable que la mañana de domingo de este mes, con su paseo, con su río, con sus gaviotas y sus perros ladrando por la orilla, ande ya fotocopiada con ínfulas poéticas en algún archivo de word que se ha salvado de la voracidad con que la papelera de reciclaje engulle mis obras y zozobras completas.
Si cometí la indiscreción de hablarle al viejo camarada de mi artículo fue porque estaba dedicado a él y a esos tiempos en que ambos nos quisimos disfrazar de bohemios y anduvimos epatando por los aledaños de la cultura y el arte. Pero, mala suerte, no habían llegado hasta él ni mi cariño ni mi homenaje.

Estamos acostumbrados a estos comentarios, a esta especie de finísimo y aristocrático desdén hacia nuestras prosas y, la verdad, ya tampoco echamos mucha cuenta. Prevenidos por los años ante el desprecio, nos hemos ido acorazando también frente al elogio y cuando algún bendito o bendita del señor nos festeja una copla, un poema o una de estas reflexiones, agachamos la cabeza, como si hubiésemos roto algo, un poco avergonzados. Esa timidez hay quien la interpreta como una arrogancia que les resulta detestable, así que no sabe uno cómo gestionar nada porque tanto el adepto como el crítico implacable andan escrutando nuestras reacciones y uno, cuando se siente observado, tiende a hacer el ridículo.

Casualidades de la vida, días después de la confesión del amigo sobre su completo desconocimiento de mi actividad literaria, tuvimos que acercarnos a la casa de ese amigo porque me había pedido unos libros de poesía para no se sabe qué misterioso asunto en el que andaba metido; algo relacionado con musicar unos poemas de la generación beat y yo esa generación – la beat- me la sé de carrerilla porque fueron mis primeros maestros, cuando queríamos escribir poesías jazzeras, morfinómanas y cosmopolitas desde el culo flamenco-lolailo y con ronchas del mundo.

Allí me presenté con mi bolso cargado de libros y el amigo, que lo es pese a sus rarezas, me invitó a tomar unas cuantas cervezas y allí mismo, en un estudio muy bonito que tiene, hicimos la tertulia. Nos estuvimos riendo un buen rato y como hacen todos los artistazos por muy de pueblo que sean, churreteando sobre nuestros proyectos más inmediatos y mintiéndonos sobre la afluencia de público a nuestras últimas romerías; donde habían veinte personas, metíamos de matute otras veinte y con una mueca de fastidio comentábamos; pues ya te digo, unas cuarenta personas pero todas muy preparadas y atentas. Si una sola de esas personas nos había dicho que nos leía con agrado, convertíamos a esa persona en “gente” y la noticia que dábamos era “pues hay gente que nos lee con agrado” . Servidumbres y liturgias del anonimato y la presunción. ¡Ay!, se van a poner las botas los que envían bombitas de peste y firman con motes muy feos en Sanlúcar Digital con este texto que escribo; carnaza para esos pececillos que le insultan a uno pero que también son criaturas del señor.

Como mi amigo y yo nos habíamos tomado a estas alturas mas de siete cervezas, llegaron las necesidades mingitorias, andamos los dos, pese al tiempo transcurrido, bastante bien de la próstata, y casi a la vez tuvimos que encaminarnos al cuarto de baño. Mi amigo, como era su casa, me dijo que subiera al baño de arriba a mearla, que él lo haría en el de abajo. El cuarto de baño de arriba tenía una taza de váter minúscula y la tapa no se sostenía, así que para evitar dejar mi marca como los felinos, opté por sentarme y hacer las aguas menores cual si fuesen mayores. Allí sentado miré hacia un lado y descubrí un revistero donde se acumulaban hojas sueltas de periódico. Me pudo la curiosidad y eso que sabe uno que es de malísimo gusto y peor educación fisgonear en el cuarto de baño de las personas.

Sentí una especie de escalofrío (y no fue cosa de la micción) cuando descubrí que aquellas hojas sueltas de periódico eran todas artículos míos que mi amigo, por fuerza, había tenido que ir recopilando. En algunos artículos había hasta unos tímidos subrayados, frases que estaban bien, alusiones a un autor muy querido por ambos. Salí de cuarto de baño un poco blanco, entre sorprendido y disgustado porque hubiera preferido no descubrir a mi amigo en esa debilidad, si afirmaba que no, que no me leía desde hacía mucho tiempo, casi mejor que fuera así.

Un chico jovial y desinhibido habría exclamado al salir;” ¡Oye, cabronazo; ¿No decías que no me leías? Pues en el revistero del cuarto de baño te he descubierto un montón de artículos míos recortados, ¡serás mentiroso!”. Pero este descubrimiento llevaría implícito mi fisgoneo, también lo pondría en una situación apurada y el buen rollo con el que andábamos seleccionando poesías de Ferlinguetti y de Gregory Corso para su trabajo se habría roto. Así que callé y pensé; si me dice algo, le contestó que sí, que he visto la antología en el revistero, pero no le daré ninguna importancia. No dijo nada y como es lógico yo tampoco. Me fui de allí con una sensación de gratitud extraña; ese esfuerzo de recortar artículos míos, incluso de imprimir algunos de aquellos que sólo aparecen en internet. No sé, me conmovió una mijita, debo confesarlo.

Pero uno es como es, acaso obsesivo; probablemente paranoico. A eso de las cinco de la madrugada me desperté sobresaltado. Tenía delante de mí, como un fotograma, el cuarto de baño de mi amigo y recordaba casi todos los detalles; el espejo, el lavabo, la pasta de dientes, una maquinilla de quitarse los pelos de las orejas de esas que anuncian por televisión a las tres de la mañana cuando la programación agoniza. Y no podía recordar por más que me esforzaba un pequeño detalle, extremaba las posibilidades fotográficas de mi memoria y nada, no había forma.

No podía recordar en qué parte, en qué rincón, atornillado a qué azulejo, apoyado sobre qué mueble, estaba el puto rollo de papel higiénico que siempre tiene que haber en un retrete, algo que cualquier persona decente tiene en su váter. La asociación dolorosa de ideas me quemaba como una traición; no había papel higiénico, el cabrón no tenía papel higiénico, no estaba el rollo de papel higiénico que hubiera salvado nuestra amistad por ninguna maldita parte.

Y aparecía como un flash el revistero con mis artículos impresos y sentí gran pena, profunda consternación y la garra del patetismo y el ridículo agarrándome sin piedad por el pescuezo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siento que algunos de nuestros lectores no compartan tus trabajos, aunque se atisba, en todas estas excepciones, más enquina que criterio literario para valorar tus palabras.
Pepe SD

Anónimo dijo...

Genial, simplemente genial. ¡Enhorabuena!¡Qué mejor homenaje que el homenaje mingitorio! ¿Habrá que recordar al santón, al parecer a su pesar, de los beats, Henry Miller, que afirmaba haber leído constantemente en el cuarto de baño durante toda su vida y además lanzar una regla de oro para descubrir la literatura inmarcesible: aquella que nos abisma en nosotros mismos a pesar de la efervescencia de nuestros más íntimos efluvios? ¿Habrá que añadir que si a esa resitencia, sumamos la utilización pragmática de la literatura, en el caso que señalas, tenemos la cuadratura del círculo? La literatura de los letraheridos ayuda limpiar la mierda que nos obliga a expulsar la vida para sobrevivir.
P.D.: Soy más bien guadianesco en mi paso por este blog, pero confieso que cuando caigo sobre él me doy un atracón pantagruelico de exquisiteces literarias. Lo que desde luego es más de lo que cabe esperar en estos tiempos, con la que nos está cayendo.
Un abrazo
Samuel Izquierdo